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1 Juan Esquerda Bifet EL CAMINO DEL ENCUENTRO

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Juan Esquerda Bifet

EL CAMINO DEL ENCUENTRO

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A todos mis hermanos en la búsqueda del Señor y, de modo especial, a

quienes, habiendo leído ENCUENTRO CON CRISTO, me

han preguntado sobre EL CAMINO DEL ENCUENTRO con

él en el tercer milenio del cristianismo.

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Contenido

Introducción: Las etapas de un camino.

I. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA

II. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES

III. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS

IV. EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON

V. SUS HUELLAS EN MI VIDA

Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón

Documentos y siglas

Indice de materias

Citas evangélicas comentadas

Indice general

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INTRODUCCION

Las etapas de un camino

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El evangelio sigue aconteciendo. Jesús sigue mostrando el evangelio

escrito imborrablemente en la carne viva y gloriosa de su cuerpo resucitado:

"mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo; palpadme y ved que un espíritu no

tiene carne y huesos como veis que yo tengo" (Lc 14,39.43). Según el discípulo

amado, "les mostró las manos y el costado" (Jn 20,20).

Aquellos pies siguen buscando, esperando, acompañando. Aquellas manos

siguen bendiciendo, acariciando, perdonando, enseñando. Aquel corazón siguen

abierto invitando a aceptar su amistad. El camino del encuentro se caracteriza

por unas etapas concretas y entusiasmantes:

- me espera en mi propia realidad, amándome tal como soy,

- me invita a seguirle para compartir su misma vida,

- me cuenta sus amores y vivencias,

- me llama a prolongar su caminar, su enseñanza y su amor, para hacerle

conocer y amar.

El camino del encuentro es una experiencia irrepetible e irremplazable,

porque sucede en el tiempo presente y nadie nos puede suplir. Jesús invita a

todos, respetando la libertad de cada uno, porque no quiere autómatas, sino

amigos: "venid a mí todos" (Mt 11,28-29)); "venid y veréis" (Jn 1,39).

Hay que llegar a una experiencia fuerte de Jesús. Es él mismo quien

invita y quien la hace posible: "acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu

mano y métela en mi costado" (Jn 20,27). Después de experimentar este encuentro

vivencial por la fe, "con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir... es

amigo verdadero" (Santa Teresa).

El camino para llegar a esta experiencia de su amistad y de su "corazón",

nos lo ha trazado el mismo Jesús, como un regalo, una "gracia" de su amor:

- tener todos los días un encuentro con él, escuchando su palabra y

participando en la eucaristía: "yo soy el pan de vida" (Jn 6,35ss),

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- reconocer en su mirada una declaración de amor: "le miró con amor" (Mc

10,21),

- dejarse encontrar por sus pies, que siguen buscando a la oveja perdida:

"va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra" (Lc 15,4),

- dejarse curar y perdonar por sus manos: "quiero, queda limpio" (Mt

8,3),

- aceptar la invitación de sintonizar con su corazón: "aprended de mí que

soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas"

(Mt 11,29).

Ante Cristo crucificado, con sus manos y pies clavados y con su corazón

abierto, nadie es capaz de resistir su desafío amistoso. Saulo, el perseguidor,

lo encontró definitivamente cuando menos lo esperaba: "no vivo yo, sino que es

Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en

la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).

Ahora Cristo vive resucitado, con sus llagas gloriosas impresas en su

cuerpo, invitándome a habitar en ellas, para hacerme experimentar su amistad.

"Cristiano" es quien ha tenido "un conocimiento de Cristo vivido personalmente"

(VS 88).

De la humanidad de Cristo decía Santa Teresa: "por esta puerta hemos de

entrar". Si por sus llagas hemos sido salvados, en ellas podremos experimentar

su amistad: "llevó nuestros pecados en su cuerpo... con cuyas heridas habéis

sido curados" (1Pe 2,24).

Los gestos y las palabras de Jesús expresan toda su interioridad. El

discípulo amado hablaba de ver y tocar: "lo que hemos oído, lo que hemos visto

con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la

Palabra de vida... os lo anunciamos" (1Jn 1,1-3). En Cristo, Dios nos la dicho

todo: "en él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre

la historia" (TMA 5).

El evangelista Juan cuenta su experiencia de fe, que es siempre don de

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Dios; entró en el sepulcro vacío y sólo vio el sudario plegado y las vendas por

el suelo: "vio y creyó" (Jn 20,8). A esta experiencia profunda y sencilla,

estamos llamados todos. Basta con emprender el camino:

- sabiéndose amado e invitado por él,

- queriéndole amar sin rebajas, con todo el corazón,

- expresando este amor en las cosas pequeñas de cada día,

- reconociendo, al atardecer de cada día, las propias limitaciones y

defectos, para recibir confiadamente su perdón y su paz,

- empezando de nuevo todos los días, para amarle más que antes.

El camino no lo hacemos solos, puesto que él mismo se hace nuestro

"camino" (Jn 14,6). Y son muchos los hermanos que comparten con nosotros este

mismo camino. La historia está llena de amigos de Cristo, casi siempre

anónimos, que se decidieron a emprender "una vida escondida con Cristo en Dios"

(Col 3,3). Son las personas que más bien han hecho a la humanidad entera.

Cuando lo necesitemos de verdad, Jesús se nos hará cercano por medio de estas

personas que no hacen ruido.

Los "santos", que eran del mismo barro que el nuestro, se hicieron santos

por el camino de las llagas de Jesús, hasta entrar plenamente en su corazón. No

hay que olvidar que el camino se dirige a la unión y amistad, es decir, al

corazón. Jesús no necesita teóricos ni diletantes. Sólo quiere "sedientos" y

"pobres" que se decidan a ser sus amigos, para que puedan contagiar a otros "su

experiencia de Jesús" (RMi 24). Porque el encuentro con él, lleva siempre a la

misión: "hemos encontrado a Jesús, el hijo de José, el de Nazaret" (Jn 1,45).

Esta experiencia puede parecer ridícula a quien busca la felicidad fuera de

Jesús, pero es la única experiencia que puede llenar el corazón y convencer a

los buscadores sinceros de la verdad.

Este camino es una experiencia de fe, sin privilegios y sin cosas

extraordinarias. Nos basta el mismo Cristo, sin aditamentos. Porque son

"bienaventurados los que, sin ver, creen" (Jn 20,29). El Señor se deja

encontrar por "un movimiento del corazón", como decía San Bernardo. Basta con

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seguir su mirada amorosa, los pasos de sus pies y los gestos de sus manos, para

entrar en su corazón.

Jesús deja sus huellas en nuestro camino, para invitarnos a sintonizar

con su modo de pensar, sentir y amar. "Pon los ojos sólo en él... y lo hallarás

todo en él" (San Juan de la Cruz). Así de sencilla es la oración cristiana

cuando se deja que Jesús ore en nosotros: "si no sabes meditar cosas sublimes y

celestes, descansa en la pasión de Cristo, deleitándote en contemplar sus

preciosas llagas" (Tomás de Kempis).

En los sacramentos y, de modo especial, en la eucaristía, se encuentra

"el cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante" (CEC 1116). Esta humanidad

vivificante de Cristo se formó, bajo la acción y unción del Espíritu Santo, en

el seno de María. Ella, "la creyente" (Lc 1,45), sigue indicando el camino del

encuentro: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

El camino hacia el corazón de Cristo recorre las etapas de la humildad,

que es la verdad, y de la confianza, para vivir sólo de él y para él, en

donación total:

- dejarse conquistar por su mirada de amigo,

- adivinar la cercanía de sus pies de Buen Pastor,

- aceptar la caricia de sus manos de médico y de guía,

- hacerse disponible para vivir en sintonía con los amores de su corazón

abierto.

En este caminar tendremos una gran sorpresa: sus huellas van

desapareciendo, como si nos dejara solos en el camino... Es que se identifica

con nosotros y sus huellas son ya las nuestras... El mejor regalo de esta

experiencia es el de participar de su misma suerte: "en tus manos, Padre" (Lc

23,46). María, como Madre en el camino de la fe, nos hará descubrir que Jesús

está más cerca que nunca...

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I

EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA

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Presentación

Las miradas de Jesús transparentaban toda su interioridad. Eran un

reflejo de su evangelio y de su misma vida. Con su mirar, conocía y conoce lo

que había "en el corazón" de los demás (cfr. Jn 2,25), sin humillarles, porque

son miradas de hermano, amigo y esposo. Con su mirada, llamaba y declaraba su

amor.

Aquellas miradas traspasan el tiempo y la historia. Jesús nos conocía y

amaba tal como somos. Ahora, sus miradas de resucitado penetran nuestra vida

sin herirla. El quiere imprimir en nuestra mirada un reflejo de la suya.

Si leemos o recordamos los pasajes evangélicos, todavía hoy podemos

descubrir la mirada de Jesús en nuestras circunstancias. Entonces lo sentiremos

cercano, porque ahora nos acompaña y sigue mirándonos con el mismo amor. Las

miradas de Jesús en el evangelio acontecen hoy, pero de modo nuevo, para cada

uno. Son siempre nuevas, como el amor.

Estar con él, como "con quien sabemos que nos ama" (como diría Santa

Teresa), es posible hoy, en el aquí y el ahora de nuestra vida. Basta con

dejarse mirar por él y devolverle nuestra mirada con el reflejo de la suya. La

oración es un cruce de miradas, de corazón a corazón.

La grandeza y autenticidad de María, la llena de gracia, Madre de Dios y

nuestra, consiste en dejarse mirar por Dios, devolviéndole una mirada de

corazón unificado: "Dios ha mirado la nada de su sierva" (Lc 1,48).

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1. Mirada que invita a seguirle

Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos

le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?».

Les respondió: «Venid y lo veréis».... Jesús, fijando su mirada en Simón,

le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que

quiere decir Piedra... Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:

«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».

(Jn 1,38-47)

1. La mirada de Jesús no es para curiosear ni para utilizarnos, sino que es una

invitación a compartir su misma vida. Escruta nuestro corazón porque nos ama.

Quiere orientar nuestras intenciones y motivaciones hacia la donación. Si

buscáramos sólo sus cosas, en lugar de él mismo, entonces no le encontraríamos

de verdad. Su mirada corrige, pero también endereza, ilumina y fortalece.

Confiados en esa mirada de amigo, ya es posible seguirle y aprender a estar con

él. Invitados por su mirada, ya le podemos mirar con "una sencilla mirada del

corazón" (Santa Teresa de Lisieux).

2. Su mirada es especial para cada persona: Juan, Andrés, Pedro, Felipe,

Natanael... Para Jesús no existen cosas, sino personas irrepetibles, con una

historia particular y diversa. Jesús mira a cada uno, tal como es, para

ayudarle a ser él mismo trascendiéndose. Quiere a cada uno con sus

particularidades y con su propio modo de ser, porque sólo a partir de ahí es

posible realizarse amando. Su mirada no nos quita los obstáculos, sino que nos

ayuda a verlos y a superarlos mirándole a él, amándole y amando como él. Que

nos aprecien o no los demás, ya no importa tanto; nuestra vida y nuestro

quehacer tiene sentido cuando se vive de su mirada y se aprende a mirar como

él.

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2. Mirada a un joven

Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta:

anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en

el cielo; luego, ven y sígueme».

(Mc 10,21; cfr. Mt 19,21; Lc 18,22)

1. La vocación, por parte de Jesús, es una declaración de amor. Su llamada sólo

se puede comprender y seguir a partir de su enamoramiento. Por esto, el amor

exige echar por la borda todo lo que no suene a donación. El programa es

exigente, pero también comprensible para quien entiende de amistad. La

"totalidad" es el lenguaje del amor. Jesús invita a dejar la chatarra, que

sería un gran estorbo en el camino del seguimiento. El secreto está en

enterarse de su mirada de amor.

2. El joven rico, como tantos otros, no captó la mirada de Jesús. Tenía el

corazón prisionero de espejismos, que se disfrazan de verdad. Y se marchó

triste, porque algo había captado, pero no se decidió a cortar las amarras o

los hilos que impiden volar. Jesús sigue mirando con amor a cada uno sin

excepción. Hay muchos distraídos o con ojos legañosos. Urge aprender a "mirarle

de una vez", como diría San Francisco de Sales. "Si pones los ojos en él,

hallarás todo en él" (San Juan de la Cruz).

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3. Mirada a Leví

Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el

despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se

levantó y le siguió.

(Lc 5,27-28; cfr. Mt 9,9; Mc 2,14)

1. Jesús dirigió su mirada también a un publicano, enredado en sus cuentas. Lo

importante es que aquella mirada de compasión cambió la vida de Leví en un

apóstol, Mateo. La mirada era una invitación a seguirle dejándolo todo por él.

Nadie se hubiera imaginado aquel cambio. Y hasta muchos lo criticaron. Pero

Jesús defendió a su nuevo amigo, porque él siempre mira a todos con el mismo

amor y misericordia. Si él "vino para llamar a los pecadores" (Mt 9,13), ¿quién

le podría impedir sembrar miradas de compasión y llamadas de renovación?

2. La mirada de Jesús no es sólo llamada, sino también luz y fuerza para poder

seguirle. El gozo de seguir al Señor es señal de que su mirada ha penetrado

hasta el fondo del corazón. Desde este momento, si todavía queda en él algún

bien, es para celebrar el encuentro y alegrar la vida a los demás, haciéndoles

partícipes de la mirada misericordiosa de Jesús. El Señor se compara a un

médico que tiene buen ojo clínico (Lc 5,31); sabe diagnosticar y sanar, sin

humillar ni utilizar. Mateo aprendió a leer y a escribir el evangelio, gracias

a la misericordia de Jesús insertada en su propia vida.

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4. Mirada a Zaqueo

Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.

Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque

era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro

para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel

sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene

que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con

alegría.

(Lc 19,2-6)

1. Aquella mirada y aquella invitación, ni el mismo Zaqueo se la había

imaginado nunca. Al fin y al cabo, Jesús iba de paso, aparentemente para cosas

más importantes. Zaqueo se encaramó en la higuera, sin importarle el ridículo,

porque "buscaba ver a Jesús" (Lc 19,3). A Jesús le gustan estos deseos

espontáneos, que son ya un inicio del encuentro. Por esto sucedió lo

inesperado: se cruzaron las miradas, porque uno buscaba al otro. Jesús, como

siempre, había tenido la iniciativa y había hecho posible el encuentro. Siempre

es posible cruzarse con su mirada.

2. La mirada surtió su efecto, porque el corazón de Zaqueo se abrió sin ocultar

nada. Empezó la amistad que transfomaría radicalmente la vida de aquel

publicano. El paso más difícil ya estaba dado: recibir a Jesús, ofreciéndole la

propia casa como suya. Lo demás sería una consecuencia imparable: compartir los

dones recibidos con los hermanos y aprender a reparar el pasado con un presente

de donación. Y así se demostró, una vez más, que Jesús "ha venido para buscar y

salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Todo empezó con el deseo sincero de

"ver a Jesús" y de dejarse mirar por él.

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5. Mirada a los que le rodean

Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió

entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus

discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y

preguntas: "¿Quién me ha tocado?"». Pero él miraba a su alrededor para

descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le

había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y

le contó toda la verdad.

(Mc 5,30-33; cfr. Mt 9,22; Lc 8,47)

1. Tanto si nos damos cuenta, como si lo olvidamos, Jesús nos acompaña

continuamente con su presencia y su mirada cariñosa. Algunos aceptan su

compañía para hacer de la vida una relación amistosa con él. "Tocarle", como la

mujer enferma, significa aceptar con gozo su presencia y su mirada. Propiamente

somos nosotros los "tocados" por él, que nos sana y salva. La "hemorruisa"

logró tocar la orla de su manto y quedó curada. La mirada de Jesús en su

corazón la había atraído de modo irresistible. Pero Jesús sigue mirando,

también a los distraídos, para hacernles despertar de su letargo. Con la luz de

su mirada, encontramos la verdadera luz (cfr. Sal 35).

2. La mirada de Jesús traspasa el espacio y el tiempo. Va siempre más allá de

la superficie. Entra en el corazón sin violentarlo. Examina nuestras

intenciones, motivaciones, actitudes, porque quiere sanarlas. Bastaría con

dejarse mirar por él, tocarle con la fe y la esperanza, para quedar iluminados

y sanados. A veces, descubriremos que su mirada se refleja en la pupila de

algún hermano que necesita de nosotros. Podemos ser también mirada de Jesús.

Esa mirada de Jesús siembra la paz y la serenidad, unificando el corazón y

haciéndolo salir de su círculo cerrado para darse.

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6. Mirada de compasión

Se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto

lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades.

Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus

enfermos.

(Mt 14,13-14; cfr. Mt 9,36; Mc 6,34)

1. Para Jesús no hay "masas", sino personas concretas e irrepetibles, cada una

con su historia peculiar como historia de amor de un Dios que a nadie olvida.

Cada persona, con su nombre peculiar, atrae la mirada de Jesús. Su corazón

tiene predilecciones infinitas, una para cada uno y de modo irrepetible. El

leproso, el ciego, el paralítico, Zaqueo el publicado, Nicodemo el fariseo...,

todos eran una fibra de su corazón. La mirada de compasión manifiesta el vibrar

de cada una de sus fibras o latidos. En aquellos rostros hambrientos y

sedientos, Jesús veía a toda la humanidad. Hoy mira con la misma compasión y

amor.

2. Su mirada de compasión, entonces y ahora, es sintonía de preocupaciones,

angustias y esperanzas. "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en

su corazón" (GS 1). Esta sintonía la vivió Jesús con la misma intensidad

durante los nueve meses en el seno de maría, que durante los treinta años de

Nazaret y los aproximadamente tres años de caminar por Palestina. Para él,

ahora resucitado, el tiempo ya no pasa, pero lo vive como hermano, protagonista

y consorte, en cada período de la historia humana, haciendo suya la biografía

de cada caminante. Se compadece porque nos pertenece y le pertenecemos, como

parte de su mismo ser y de su misma historia salvífica.

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7. Mirada que examina de amor

Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es

que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!»... «todo es

posible para Dios».

(Mc 10,23-27; cfr. Lc 18,24-27)

1. Jesús mira a sus amigos de modo especial. El joven rico no supo leer el amor

en los ojos de Jesús y, por esto, se perdió en los harapos tristes de su

riqueza. Jesús entonces quiso mirar a los suyos como para examinarles de amor.

También ellos podían caer en la trampa de ambiciones camufladas. El corazón

humano es siempre un misterio. Por esto, la mirada de Jesús apunta al corazón.

Y su efecto no se hizo esperar en la respuesta de Pedro, que ha suscitado en

cada época vocaciones generosas: "lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mc

10,28). La mirada de Jesús, aceptada con el corazón abierto, hace posible esta

respuesta incondicional de quien se quiere abrir totalmente al amor.

2. Seguir a Cristo, dejándolo todo por él, es sólo posible cuando nos dejamos

conquistar por su mirada. La fuerza no radica en nosotros, sino en él. Hay que

aprender a mirar, con él, el fondo de nuestra nada, de nuestras debilidades y

de nuestras miserias. Este es el único camino para acertar. La fuerza de

nuestro caminar está en el reflejo de su mirada sobre nuestra realidad caduca.

Es verdad que, como dice Jesús, "sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Pero

precisamente por ello, podemos decir como San Pablo: "todo lo puedo en aquel

que me da la fuerza" (Fil 4,13).

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8. Llanto por el amigo muerto

Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la

acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo

habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a

llorar.

(Jn 11,33-35)

1. Jesús era sensible a todo y a todos. A Lázaro, su amigo, le probó dejándole

morir aparentemente lejos de él. Pero para Jesús no hay distancias y, por esto,

le acompañó siempre, en toda situación. Así ama Jesús a todos y a cada uno, con

tal que no se cierren a su amor. Llegó a Betania cuando ya habían enterrado a

Lázaro. Y ahí quiso unirse al dolor de sus amigos. Lloró conmovido, con llanto

sincero, porque toda nuestra vida le pertenece como suya. "Si vivimos, para el

Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya

muramos, somos suyos" (Rom 14,8).

2. Bien sabía Jesús que había de resucitar a Lázaro y, no obstante, lloró.

Algunos lo atribuyeron a un simple sentimiento de nostalgia y a una falta de

atención, por no haber llegado antes. Pero Jesús es perfecto hombre, siendo

perfecto Dios. Su amor se expresa con todo su ser. Sus ojos necesitaban llorar

como los nuestros, porque se trataba de un amigo íntimo, que había afrontado la

muerte con el dolor de pensar que estaba lejos de Jesús. Cuando sentimos la

ausencia de Jesús, es que él está más cerca. Este nuestro sentimiento lo

suscita su mirada y su presencia de amigo. Si no nos da los dones visibles, es

porque se nos quiere dar él.

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9. Llanto ante Jerusalén

Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú

conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a

tus ojos».

(Lc 19,41-42; cfr. 13,34)

1. El llanto de Jesús ante Jerusalén es muy distinto del llanto ante el

sepulcro de Lázaro. Pero las lágrimas procedían del mismo amor. Lo que le dolía

a Jesús era ver la ingratitud de quienes no habían aceptado el amor de Dios,

quien había enviado a su Hijo al mundo para salvarlo. Jesús dio la vida por

Jerusalén y por todos los pueblos. El camino para esa salvación universal pasa

por su llanto y su dolor. Jesús no rechazó a nadie, sino que transformó el

rechazo de los demás en oblación propia. Su rostro y su mirada contagiaban la

serenidad, la paz y el perdón.

2. La visita de Jesús puede resultar incómoda cuando se espera un "salvador"

según el propio gusto y preferencia. Desde niño, Jesús se conmovió a la vista

de Jerusalén, como los demás peregrinos, especialmente en las peregrinaciones

pascuales, al aproximarse a la ciudad santa. La ciudad y el templo eran signo

de la "presencia" de Dios en medio de su pueblo elegido. Ahora esta presencia

era el mismo Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. A Jesús le hizo llorar el

"no" de los hombres a tanto a amor de Dios. "El Amor no es amado", diría San

Francisco de Asís. Quien no sintoniza con los amores de Cristo, pierde la

conciencia de que el pecado es un "no" a Dios Amor.

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10. Mirada de tristeza

Mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre:

«Extiende la mano». El la extendió y quedó restablecida su mano.

(Mc 3,15; cfr. Lc 6,10)

1. Amar es un riesgo. Es el mismo riesgo que asumió Jesús, quien amó hasta dar

la vida, dándose él mismo según los designios del Padre. De este modo, asumió

nuestra vida como propia y corrió nuestra misma suerte. Y aunque muchos

interpretaron mal su amor, porque "no creyeron en él" (Jn 12,37), Jesús siguió

mirando con el miso amor y con una gran pena en su corazón: "vino a los suyos y

los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). Le llamaron samaritano, endemoniado,

amigo de publicanos y de pecadores... El les siguió amando mucho más.

2. Los sábados, día de fiesta, tenía Jesús la costumbre de visitar a los

enfermos (cfr. Mc 6,5). Por esto no tenía reparo en curarlos, si ello convenía

para su bien. A los puritanos les parecía una ofensa a Dios, por el hecho de

quebrantar la ley del descanso. Pero Jesús había venido para "pasar haciendo el

bien" (Act 10,38). Esta actitud bondadosa no necesita descanso. La dureza del

corazón, que se cierra al amor, entristeció a Jesús. El seguirá su camino

mirando a todos con amor para salvarlos a todos. Su amor será crucificado, para

expresarse mejor en el dolor de la donación.

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11. Mirada de gratitud

Ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes

y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición

y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la

gente.

(Mt 14,19; cfr. Mc 6,41; Lc 9,16; Jn 6,11; 17,1)

1. Quien sabe mirar amando a los hermanos, porque sabe también mirar amando al

corazón de Dios, de donde viene el amor. Jesús dio de comer milagrosamente a la

muchedumbre, pero primero dio gracias al Padre, para hacerse luego pan partido

para todos. Es la mirada "eucarística" de Jesús, es decir, de acción de

gracias, porque todo viene de Dios para volver a Dios por un camino de caridad.

Todo es gracia. Su mirada amorosa al Padre en el Espíritu, se convierte en amor

de donación y en "torrentes de agua viva" para toda la humanidad (Jn 7,38). La

oración de Jesús es siempre una "mirada" al Padre (Jn 17,1).

2. Jesús daba siempre gracias al Padre por todo: "se llenó de gozo Jesús en el

Espíritu Santo, y dijo: «te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado

a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito»" (Lc 10,21). Esta

oración constituía su "gozo en el Espíritu", gozo desinteresado y de donación

verdadera. Nosotros solemos dar gracias (si nos acordamos) por los dones

pasajeros. Jesús daba gracias por todo, pero especialmente por el don de

conocer al Padre y de amarle en el Espíritu. Los dones de esta tierra son dones

pasajeros, como una rosa que se marchita. Jesús nos enseña a levantar los ojos

al Padre: el amor que Dios pone en sus dones no se marchita nunca. La mirada de

acción de gracias de Jesús al Padre, se hace nuestra propia mirada por la

eucaristía de todos los días: "sí, Padre".

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12. Mirada de perdón

El Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del

Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado

tres veces». Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.

(Lc 22,61-62; cfr. Mc 14,72)

1. Aquella mirada fue, para Pedro, una sorpresa inesperada. Es que Jesús no

falta nunca a la cita cuando se trata de perdonar y curar. La negación había

sido anunciada y también la conversión (Lc 22,32). La experiencia de la mirada

amorosa de Jesús, en aquella noche de pasión, dejó en Pedro una experiencia

imborrable: "comenzó a llorar" (Mc 14,72). En el inicio de su seguimiento,

Pedro había ya experimentado una mirada de amor (Jn 1,42); pero ahora era de

mayor misericordia. Esta experiencia será una garantía para aprender a mirar a

los demás del mismo modo. En los ojos y en el rostro de Pedro quedó impreso el

modo de mirar del Buen Pastor (cfr. 1Pe 5,1-5).

2. El perdón de Jesús es único. Sólo él sabe perdonar así, sin humillar ni

utilizar, sin hacer pesar el fardo de los propios pecados. Mira hasta el fondo

del corazón, para recordar otras miradas y otros dones. Y al hacer despertar el

amor y la confianza, las faltas presentes quedan anuladas. Es perdón de

gratuidad, porque él es así: nos ama porque es bueno, no porque nosotros somos

buenos. Pero exige reconocer la propia falta ante esa mirada amorosa que

perdona y restaura plenamente. La vergüenza de haberle amado poco, recupera el

tono del "primer amor" (Apoc 2,4).

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13. Rostro ultrajado

Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a

golpearle, diciendo: «adivínanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?»

(Mt 26,67-68; cfr. Mt 27,30; Mc 14,65; Lc 22,64; Jn 19,3)

1. En el rostro de Jesús se complace el Padre como en su reflejo personal. Este

mismo rostro es el que fue golpeado, ultrajado y cubierto de salivazos. Jesús

seguía mirando con el mismo amor de antes. La noche en el calabozo (Mt 26,67-

68) y la coronación de espinas (Mt 27,27-31) fueron testigos del rostro

misericordioso y compasivo de Jesús. Las burlas y los salivazos no lograron

apagar el brillo de su mirada. Entonces no hubo testigos, pero hoy es posible

conectar con aquella misma mirada que traspasa la historia y llega al fondo del

corazón.

2. Esbirros y soldados no fueron más que instrumentos providenciales para una

nueva "transfiguración" de Jesús. No hay nadie que, si es auténtico, se resista

al silencio impresionante del Señor. Siendo la Palabra personal del Padre,

habla por medio de sus gestos y de su silencio de enamorado. A los santos, como

Santa Teresa, que se sentían grandes pecadores, les atraían esos momentos

oscuros y solitarios de la pasión, donde sólo se puede penetrar, "a solas", con

el corazón en la mano. Esa amistad sincera se estila poco, pero todavía se da.

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14. Mirada a su Madre y nuestra

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice

a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí

tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su

casa.

(Jn 19,26-27)

1. Fue la mirada más tierna de Jesús: a su Madre y a su discípulo amado.

Nosotros estábamos allí bien representados. Desde niño, Jesús aprendió a mirar

como María y José. Su mirada reflejaba la de su Madre. Es la mirada de

misericordia que Jesús mismo describió en el rostro del padre del hijo pródigo,

unida a una emoción de ternura materna (cfr. Lc 15,20). En María, Jesús

depositó su mirada para que ella viera en nosotros un Jesús viviente por hacer.

Todas las miradas de Jesús las podemos encontrar de nuevo en las pupilas de

María, porque ella es "la memoria" de la Iglesia (cfr. Lc 2,19.51).

2. La mirada de Jesús a Juan, el discípulo amado, refleja un amor eterno: "como

mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). Es como un resumen de su vida:

"habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo"

(Jn 13,1). Juan se sintió interpelado por la mirada amorosa de Jesús y buscó

compartirla con María su Madre en la fe: "la recibió en su casa", es decir, en

comunión de vida. La mirada de Jesús conduce a María: "he aquí a tu Madre". La

mirada de María lleva a Jesús: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). En esas

miradas que se cruzan, encontramos la eterna mirada del Padre en el amor del

Espíritu Santo. Son siempre miradas nuevas por descubrir y vivir.

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3. Rostro glorioso

Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el

sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

(Mt 17,2; cfr. Mc 9,2; Lc 9,29)

1. Lo extraño, humanamente hablando, es que el rostro de Jesús no apareciera

glorioso también en Belén, en Nazaret y en el Calvario. Su mirada comunica

honduras de un amor eterno; pero prefiere mirarnos con un rostro como el

nuestro, curtido por el sol de los días ordinarios. Ahí, en este rostro, se

reflejan el Padre y el Espíritu, pero también una humanidad doliente y una

familia de hermanos que ocupan su corazón. En sus ojos y en su rostro se

descubre un amor que no tiene fronteras. Cuando resucite, su rostro será más

glorioso, para siempre, pero sin perder el eco de tantos rostros de hermanos

suyos de todos los tiempos.

2. Al aparecer resucitado, Jesús manifestó, con su rostro glorioso, la

comunicación de una vida nueva, para que nosotros fuéramos expresión suya:

"Jesús sopló sobre ellos... y dijo: «recibid el Espíritu Santo»" (Jn 20,22).

Así había hecho Dios al crear el primer hombre: con su beso le infundió su

mismo Espíritu y su misma fisonomía (cfr. Gen 2,7). Jesús, con su mirada

gloriosa de Hijo de Dios, nos comunica el "agua viva", la "vida nueva", el

"nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5). Somos hijos en el Hijo,

somos su prolongación en el tiempo, para que todos los hermanos descubran, en

nuestro rostro, las huellas de la mirada de Jesús. Esta es la misión que nos

encarga para nuestra tiempo y para nuestras circunstancias.

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Síntesis para compartir

* La mirada de Jesús se dirige a todos y a cada uno:

- a sus amigos y discípulos,

- a los alejados y pecadores,

- a los enfermos y a los que sufren,

- a su Madre y al discípulo amado.

* Las características de su mirada son:

- una llamada amorosa,

- un examen sobre el fondo del corazón,

- una exigencia de respuesta,

- una sintonía de compasión,

- una oferta de perdón,

- una propuesta de amistad y donación mutua.

* Su mirada es actual, en el aquí y ahora de nuestra vida:

- en la eucaristía y en su evangelio,

- en los signos sacramentales,

- en nuestro Nazaret, Tabor y Calvario,

- en el hermano necesitado,

- comunicándonos su Espíritu,

- haciéndonos reflejo de su mirada para mirar como él.

* ¿Cuál es mi experiencia personal de esta mirada? ¿Qué puedo compartir con los

demás? ¿Qué huellas de esta mirada descubro en la vida de los hermanos? ¿Cómo

ser trasunto de su mirada hacia todos los hermanos?

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II

EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES

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Presentación

A todos nos gustaría tener la experiencia de haber oído los pasos de

Jesús caminando junto a nosotros y dejando sus huellas en nuestro caminar. No

obstante, el pasar del tiempo, ello es hoy todavía posible, aunque de modo más

sencillo y profundo, es decir, por la fe, que es un don suyo y que deja la

convicción inquebrantable de que él nos acompaña. El secreto para tener esta

experiencia consiste en descubrir a Jesús esperándonos y amándonos en nuestra

misma realidad, tal como es.

Se puede decir que las huellas de los pies de Jesús resucitado llegan a

toda la historia y a la vida de cada persona en particular, porque "esa virtud

(o fuerza) alcanza, por su presencia, a todos los tiempos y lugares" (Santo

Tomás). Aquel caminar suyo de hace veinte siglos, sucede hoy de una manera

real, tan nueva como profunda.

Podemos descubrir en nuestra vida los pies del Buen Pastor, que buscan,

esperan, acompañan... Podemos lavar sus pies cansados del camino, porque no se

quedaron clavados en la cruz ni yertos en el sepulcro, sino que han quedado

gloriosos entre nosotros, como todo su cuerpo, con las llagas de la pasión.

No es atrevimiento nuestro desear este encuentro de su caminar con el

nuestro, sino que él mismo nos ha despertado el deseo con su invitación formal,

personal y comunitaria: "él les dijo: «mirad mis manos y mis pies; soy yo

mismo; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo

tengo». Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies" (Lc 24,39-40).

"Luego dice a Tomás: «acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y

métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó:

«Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «porque me has visto has creído; dichosos

los que no han visto y han creído»" (Jn 20,27-29).

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16. Pies de niño.

María dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó

en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento... El ángel dijo

a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será

para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un

salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal:

encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

(Lc 2,7-12; cfr. Mt 2,11)

1. Envueltos en pañales, los pies de Jesús eran los de un niño indefenso, pobre

y débil, como "niño de la calle". Así lo pudieron encontrar los pastores y los

magos, la gente sencilla y de buena voluntad. Es él quien se hace encontradizo,

haciéndose pequeño y cercano. No tiene nada, para indicar que se da él mismo.

Los pastores se acercaron tal como eran. Los pies de un niño acostado en un

pesebre no espantan a nadie. El amor le ha hecho pobre, para encontrarse con

los pobres. Es pan partido sólo para los que se hacen conscientes de su propia

pobreza y tienen hambre de él.

2. María lavó, besó y fajó aquellos pies de miniatura, que han sido objeto del

arte de todos los tiempos. El creador se asentó en nuestro suelo, para "habitar

entre nosotros" (Jn 1,14). Sus pies son como los nuestros: buscan, acompañan,

se cansan... Pero antes aprendieron a andar, con zozobras, tropiezos y caídas.

María y José enseñaron a Jesús a caminar hacia la Pascua (Lc 2,41). Creció

aprendiendo a caminar hacia la casa de su Padre, que también es el nuestro.

Aquellos pies corretearon por Nazaret, sembrando paz y serenidad; construyeron

el calor de un hogar, contagiando seguridad y esperanza. Caminaron y siguen

caminando por nosotros y con nosotros.

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17. Hacia el desierto

Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue conducido por

el Espíritu hacia el desierto.

(Lc 4,1; cfr. Mt 4,1)

1. Jesús acababa de "bautizarse" con el bautismo de "penitencia", en nombre

nuestro. Su camino evangelizador empezó así, cargando con nuestra historia y

con nuestros pecados, como parte de su misma historia. El camino que se le

ofrecía era largo y lleno de sorpresas. Por esto prefirió caminar primero hacia

el desierto, guiado por el Espíritu de amor, para hablar al Padre acerca de

nosotros, antes de hablarnos a nosotros acerca del Padre. Jesús entró en el

desierto pensando en nosotros y amándonos. Su caminar sería silencioso, como

dejando sus huellas impresas en nuestro desierto. Es urgente descubrirlas antes

de que se las lleve el viento.

2. Cuarenta días estuvo Jesús en aquel desierto. Sus pies, entre piedras y

arena, eran portadores de sus afanes por redimir la humanidad. La prisa del

amor se traducía en entrega de oración filial y de donación sacrificial. La

capacidad de insertarse en el diálogo con el Padre, se traducirá en capacidad

de cercanía a nuestros problemas. Son los mismos pies de Belén, de Nazaret, del

desierto y de la cruz. El caminar de Jesús tiene la lógica del amor. Nos busca

y nos espera así. Son pura capacidad de encuentro con quienes le dejan entrar.

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18. De camino para predicar

Iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del

Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres... que les

servían con sus bienes.

(Lc 8,1-3)

1. Son muchas las veces que el evangelio describe a Jesús de camino para ir

sembrando la semilla de su mensaje (Lc 8,1; 4,43-44; Mt 4,23; Mc 1,14). Su vida

se puede resumir así: "Jesús hizo y enseñó desde un principio" (Act 1,1); "pasó

haciendo el bien" (Act 10,38). Se acercaba a todos. Llegaba a los pueblos más

lejanos, olvidados y marginados. Sus pies se movían para anunciar en todas

partes la paz, la "buena nueva". Pasaba "curando toda enfermedad y toda

dolencia en el pueblo" (Mt 4,23). No se trataba de moverse por moverse, sino de

dedicar toda su existencia para acercarse, convivir y salvar a todos.

2. El caminar de Jesús por Palestina tenía siempre como meta la Pascua. Por

esto se dirigía finalmente hacia Jerusalén, para dar su vida en sacrificio. Por

donde pasaba, dejaba destellos de luz y de verdad, porque él es "la luz del

mundo" (Jn 8,12). Se identificó con nuestros caminos, porque él mismo es "el

camino" (Jn 14,6). Se prestaba al encuentro cuando se le buscaba de verdad.

Pero su corazón le empujaba siempre a "otras ciudades" y a "otras ovejas",

también a aquellas que ya no sabían buscar la verdad y el bien. Quien es "pan

para la vida del mundo" (Jn 6,51), tiene que recorrer todos los caminos del

mundo, para llegar a todos los corazones. Su camino todavía continúa hoy.

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19. De paso

Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus

discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de

Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.

(Jn 1,35-37; cfr. Mt 4,18)

1. Da la sensación de que Jesús no quiere molestar. Da a entender su presencia,

pero sólo lo suficiente para que el quiera le encuentre y le siga. Quiere

personas libres. Pasa ante a unos eventuales discípulos (Jn 1,36), junto al

despacho de un cobrador de contribuciones (Mc 2,14), cerca de la casa de Zaqueo

(Lc 19,1), junto a unos ciegos de Jericó (Mt 20,30)... En el fondo, es él quien

tiene la iniciativa; por esto se deja entender por algún signo o por algún

testigo y amigo. Y cuando las personas han dado un primer paso, tal vez

indeciso y tembloroso, él estrecha la mano para que se haga realidad el

encuentro. Al fin y al cabo, él es el más interesado; por esto pasa muy

cerca...

2. El paso de Jesús es siempre sorpresa. A él le gusta ser así porque no espera

nuestros méritos y derechos, sino que los trasciende. Pasa para hacer el bien,

aunque éste no se merezca. No es indiferente a nuestras preocupaciones. Busca y

espera una actitud de apertura, de autenticidad y de coherencia. Su paso es ya

un examen, como preguntando si de verdad le buscamos a él o a sus dones. Sus

pies, como los nuestros, nos indican que es posible seguirle poniendo nuestros

pies en sus pisadas. Las huellas del paso de Jesús todavía no se han borrado.

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20. Esperando

Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo.

Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber».

(Jn 4,6-7)

1. Jesús, cansado de un largo camino, se sentó sobre el brocal del pozo,

esperando a la mujer samaritana. Su preocupación no estaba en el cansancio,

sino más bien en aquella oveja perdida que tenía que encontrar a toda costa. No

se imaginaba aquella pobre mujer la bondad y humildad de Jesús, el Mesías,

cansando y sediento. Unos pies cansados y polvorientos de tanto buscar, no

espantan a nadie. La voz y la mirada de Jesús, pidiendo humildemente de beber,

llegan al corazón. Es que su sed y su cansancio son los nuestros, de tanto

buscar sin encontrar.

2. Si Jesús no se escandalizó de los repetidos divorcios o separaciones de

aquella mujer, es que vio alguna puerta abierta para el perdón. El fardo de

unos pecados pesa mucho, pero se aligera dejándolo todo a sus pies cansados de

Buen Pastor. Para eso ha venido él. Otros discutirán sobre lugares y tiempos

para expresar su religiosidad. Jesús salva ayudando a dejar de lado las

tonterías, para orar "en espíritu y en verdad" (Jn 6,23). Si llegamos a

reconocer nuestra pobreza y a tener sed de verdad y de amor, las cuentas quedas

saldadas sin déficit. Para eso viene Jesús a nuestros pozo de Sicar.

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21. Llorar a sus pies

Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba

comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y

poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas

le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba

sus pies y los ungía con el perfume... Jesús dijo: «te digo que quedan

perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor».

(Lc 7,37-47) Lucas 7:47

1. Nosotros clasificamos y encasillamos a los demás para sentirnos dispensados

del amor y del respeto a la persona. A los pies de Jesús, el Buen Pastor,

pueden llegar todos sin distinción y sin sentirse clasificados en un escalafón

artificial: la samaritana, la Magdalena, María de Betania, los aquejados de

cualquier dolencia y miseria... Si sus pies habían entrado en la casa de un

fariseo, como habían entrado también en la casa de un publicano, bien podían

recibir las lágrimas de arrepentimiento de una pecadora pública. Al fin y al

cabo, son los pies del Buen Pastor, que no se cansan de caminar por la

historia, hasta que encuentra al hermano o hermana que se perdió. Cada uno,

aunque sea un estropajo, es parte de su misma historia; ese estropajo le

pertenece.

2. Jesús es sensible a nuestros detalles. La pecadora lloró a sus pies, los

secó con sus cabellos, los besó y los ungió con ungüento perfumado. El amor

vive de detalles: recuerdos, saludos, servicios, entrega. Para saber si uno

"ama mucho" a Cristo, basta con saber si tiene tiempo o si toma el tiempo par

estar con él. Los pecados desaparecen aceptando la mirada amorosa de Jesús. Sus

pies siguen esperando, en cualquier parte donde nos encontremos, pero

especialmente en los signos pobres de su palabra evangélica y en su eucaristía.

Los sagrarios hablan de amistades y de olvidos. Jesús perdona y ama a todos.

Todos le podemos amar mucho, porque a todos nos ha perdonado y nos sigue

perdonando mucho.

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22. Buscando la oveja perdida

¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja

las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la

encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y

llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos

conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».

(Lc 15,4-6; cfr. Mt 18,12; Jn 10,3-4)

1. Desde la encarnación en el seno de María, Jesús está unido a cada ser humano

para hacerlo hijo de Dios por participación en su misma filiación divina. Por

esto, los pies de Jesús siguen buscando incesantemente. Una sola persona, para

él, es irrepetible, como una parte de su corazón. Lo criticaron porque iba a

buscar a los pecadores (Lc 15,1). Pero él "ha venido para busca y salvar lo que

estaba perdido" (Lc 19,10). Donde Jesús no puede entrar, a pesar de su ardiente

deseo, es en un corazón que se cree santo y sano. Pero él sigue buscando a la

oveja perdida, "hasta que la encuentra". Esta búsqueda, como su "agonía",

seguirá mientras dure la historia humana.

2. La parábola de la oveja perdida la elaboró y contó el mismo Jesús, para

indicarnos el amor a "los más pequeños" (Mt 18,12-14). Como analogía, se sirvió

de la figura del Buen Pastor, que conoce amando, guía a buenos pastos, defiende

y da la vida (Jn 10,3ss). Lo importante es que él se describe a sí mismo así.

Cada detalle es una pincelada de su fisonomía, un latido de su corazón por cada

una de "sus" ovejas: "tengo otras ovejas y conviene que yo las traiga a mí" (Jn

10,16). Todas sus palabras son recién salidas de su corazón. Busca siempre y

espera, oteando el horizonte, se acerca con sus pies ya cansados a la oveja

perdida, la toma cariñosamente con sus manos, la coloca sobre sus espaldas

junto a su corazón. Y la fiesta que organiza, ya ha empezado, pero sólo será

plena y definitiva en el más allá.

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23. Los pies del buen samaritano

Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores,

que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio

muerto... Un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle

tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas

aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una

posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio

al posadero y dijo: «Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré

cuando vuelva».

(Lc 10,30-35)

1. Jesús se describió a sí mismo, como yendo "de camino", movido a "compasión"

por todos. Las prisas no cuentan cuando se ama de verdad. El amor sabe

encontrar y tomar su tiempo. Y tampoco cuentan los gastos que hay que hacer. No

se da lo que sobra, sino que se comparte todo lo que uno tiene. La descripción

de la parábola es detallada, porque es el modo peculiar de amar que tiene

Jesús: venda las heridas y paga el hospedaje. Aquellas vendas y aquel ungüento

son sus dones: los dones del Espíritu Santo, comunicados por medio de los

sacramentos. El hospedaje es su mismo corazón presente en la eucaristía. El

hace ademán de irse; pero es siempre el "voy y vuelvo" (Jn 14,28). Nos deja

caminar solos, pero se queda a nuestro lado invisible, esperando otra ocasión

de hacernos el bien.

2. Se describe a sí mismo para programarnos nuestra vida. Nosotros somos, ante

él, como el hombre a quien despojaron y malhirieron los bandoleros. Pero con él

somos también nosotros el buen samaritano, porque él se prolonga en nosotros:

"haz tú lo mismo" (Lc 10,37). El haber experimentado la misericordia de Jesús,

que va de camino, es una invitación a hacer con otros lo que Cristo ha hecho

con nosotros: "como yo he tenido compasión de ti" (Mt 18,33); "amaos como yo os

he amado" (Jn 13,34). Al sintonizar con las necesidades de los demás,

descubriremos la cercanía del mismo Jesús, que sigue caminando junto a

nosotros.

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24. Sentarse junto a sus pies

Yendo de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le

recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a

los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada

en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que

mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le

respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas

cosas; y hay necesidad de una sola. María ha elegido la parte buena, que

no le será quitada».

(Lc 10, 38-42)

1. Jesús pasaba con frecuencia por la casa de sus amigos de Betania: Lázaro,

Marta y María. Era casi siempre yendo o viniendo de Jerusalén para celebrar la

Pascua. Era muy buena la hospitalidad de esa familia, porque cada uno le

recibía a su modo, para servirle compartiendo todo según las propias

cualidades. Ninguno era más ni menos que el otro. María prefería estar sentada

a los pies de Jesús para aprender a vivir su mensaje en un proceso de

conversión y apertura al amor. De ahí sería fácil pasar al servicio y amor de

los hermanos. Era un estar con humildad, tal vez apenada por su poco amor del

pasado, sedienta de verdad, sedienta de Jesús. Esos pies del Maestro bueno

reservan un lugar para cada uno.

2. Los pies de Jesús estaban también espiritualmente en la cocina, "entre los

pucheros", como diría Santa Teresa. Pero la envidia cegó el corazón de Marta.

Más tarde ya habrá cambiado, cuando la vemos sirviendo a Jesús sin envidias

solapadas (Jn 12,2). Marta misma había sido una ayuda para su hermana María,

cuando la muerte de Lázaro: "el Maestro está aquí y te llama" (Jn 11,28). María

aprendió a escuchar a Jesús, postrada a sus pies, también en los momentos de

dolor y de ausencia sensible: "cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle,

cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no

habría muerto»" (Jn 11,32). Hay que aprender, como la Virgen Santísima, a

"meditar en el corazón" las palabras de Jesús, también cuando parecen un

misterio insondable (Lc 2,19.51).

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25. Pies ungidos

Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban

con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo

puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la

casa se llenó del olor del perfume... «Déjala, que lo guarde para el día

de mi sepultura. Porque tendréis siempre pobres con vosotros; pero a mí

no siempre me tendréis».

(Jn 12,2-3.7; cfr. Lc 7,38)

1. Aquellos pies ya los habían ungido la mujer pecadora (Lc 7,38). Ahora quien

los unge es María de Betania, la que había aprendido a escuchar a Jesús también

sentada a sus pies (Lc 10,39). La unción que describe el discípulo amado fue un

derroche de "nardo precioso". El amor es así, y sólo parece excesivo a quien no

entiende de amor. María quiso agradecer las visitas de Jesús y su perdón,

ofreciéndole lo mejor, es decir, aquello que había ocupado hasta entonces su

corazón. Con el ungüento, ofreció su corazón indiviso, ya libre para poder amar

del todo y para siempre.

2. Jesús es siempre muy agradecido. Sus pies cansados necesitaban este alivio.

Hubiera sido lo mismo lavárselos con agua de la fuente; pero ese ungüento tenía

mucho significado, porque, sin saberlo, era el símbolo de un corazón que quería

compartir la soledad de su sepulcro. El amor sincero intuye, es humildemente

profético, marca una pauta para todos los seguidores de Jesús. Cada uno

encuentra los detalles apropiados para obsequiar al Señor que viene de camino.

Sólo entonces se le sabe encontrar en los hermanos más pobres.

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26. Los enfermos a sus pies

Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos,

mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó.

(Mt 15,30; cfr. Mc 3,10)

1. Los pies de Jesús sabían mucho de caminos, de muchedumbres hambrientas, de

hogares necesitados y de personas sumergidas en el dolor. Su caminar era al

unísono con el latir de su corazón: "tengo compasión" (Mt 15,32). Eran muchos

los que querían acercarse y tocarle. Llevados por la confianza que inspiraban

su mirada y sus palabras, le pusieron los enfermos a sus pies. Y Jesús les curó

a todos. Era él quien, desde siempre, vivía en sintonía con su dolor. Más allá

de la curación física, les comunicó la paz y el perdón (cfr. Mt 9,2). En

realidad, cada persona que sufre es biografía de Jesús, es él mismo: "estuve

enfermo y me vinisteis a ver" (Mt 25,36).

2. Nos dice el evangelio que "curó a todos" (Mt 4,24). Pero allí no estaban

todos los que Jesús ya tenía en su corazón. La curación más profunda que

comunica Jesús es la de asumir el dolor amando, siguiendo la voluntad del

Padre, sintiéndose acompañado por Jesús y queriendo compartir y "completar" su

misma pasión (cfr. Col 1,24). Esa curación trasciende la historia y prepara

todo el ser para participar en la muerte y resurrección de Jesús. La paz que

deja en el corazón vale más que la salud corporal. Y esa "curación" es la que

construye la paz en la humanidad entera. Pero esa lógica evangélica sólo se

aprende a los pies de Jesús; sólo él la puede enseñar, de corazón a corazón.

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27. Buscando un fruto que no existe

Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de

lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella;

acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de

higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!» Y sus

discípulos oían esto.

(Mc 11,12-14; cfr. Lc 13,6-9)

1. El caminar de Jesús indica siempre cercanía a nuestra realidad concreta. Nos

ama y nos examina de amor. Siembra buena semilla y espera el fruto de nuestra

entrega. Su enseñanza es también por medio de signos y símbolos, como

hablándonos por medio de los acontecimientos cotidianos. En su camino hacia

Jerusalén, tenía hambre y se acercó a una higuera para pedir su fruto, no

encontrando más que hojas de adorno. Y con un gesto suyo, secó a la higuera. El

amor es exigente y sólo quien ama de verdad, puede hablar así. Si uno se

cerrara definitivamente al amor de Cristo que pasa, transformaría su corazón en

un absurdo, tal vez para siempre. Ese absurdo se lo va construyendo el mismo

hombre, no Jesús (Mt 25,41).

2. Mientras queda un segundo de vida, ese momento le pertenece a Cristo.

Siempre es posible abrirse a su venida. Basta con reconocer la propia pobreza,

como el publicano y el hijo pródigo. La misericordia de Jesús no se resiste a

la oración: "el que amas está enfermo" (Jn 11,3); "si quieres, puedes curarme"

(Lc 5,12). Jesús contó la parábola de la higuera estéril (Lc 13,6-9); ante el

riesgo y amenaza de cortarla, él mismo (el viñador) se ofrece a cuidarla mejor,

para que dé fruto a su tiempo. Se ha convertido en nuestro consorte,

responsable y protagonista.

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28. Se fue

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y,

levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura

escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para

despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

(Lc 4,28-30; cfr. Jn 6,15; 10,39; 11,54; 12,36)

1. Aquellos pies que, durante casi treinta años, anduvieron amigablemente por

las calles de Nazaret, se alejaron un día para no volver más. Sería un

desgajarse de algo muy querido, lleno de recuerdos compartidos con María y

José. Jesús seguirá amando a los nazaretanos como antes, hasta dar la vida por

ellos. Otras veces hizo Jesús un gesto semejante: cuando se marchó para que no

le confundieran con el leader de un partido (Jn 6,15), cuando se refugió en

Efrem porque habían decidido su muerte (Jn 11,54) y en otras ocasiones

parecidas (Jn 10,39; 12,36). Se va de la vista, pero se queda invisiblemente

con quienes siguen siendo parte de su misma biografía.

2. Parece inconcebible que tenga que marcharse, como si su caminar fuera un

ensayo constante, llamando a la puerta del corazón. Si su caminar hacia

nosotros es porque nos ama hasta dar la vida, ¿cómo es posible el rechazo de un

amor tan grande? Las huellas de su caminar han quedado impresas en el nuestro.

El rechazo sólo es posible cuando el corazón se ha cerrado en su propio interés

egoísta: "amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn

12,43). Se fue de su Nazaret, de su Cafarnaún, de su Jerusalén, en busca de

corazones capaces de amar.

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29. Peregrino y sin hogar

«Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era

forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y

me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme... En verdad os digo

que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me

lo hicisteis».

(Mt 25,35-40)

1. Jesús siempre encontró algún rincón pobre en que cobijarse. En Belén fue una

gruta de pastores. En los días anteriores a la pasión fue la casa de sus amigos

de Betania o el huerto de Getsemaní. Son siempre muchos los que le quieren de

verdad y le ofrecen compartir todo lo que tienen, aunque sea lo poco de que

disponen. A él le interesaba la amistad, no la casa material. En un viaje por

Samaría no le quisieron hospedar (Lc 9,53). Pero él sabía comprender y esperar

a otra ocasión; al fin y al cabo, ningún corazón puede ser feliz si no está él.

2. Lo que más le duele a Jesús es cuando cerramos la puerta a un hermano suyo y

nuestro. Porque él se identifica con todo el que sufre y pasa necesidad: "a mí

me lo hicisteis" (Mt 25,40). Le hospedamos o le cerramos la puerta cuando

hacemos así con un hermano. Jesús pasa de camino, hambriento, sediento,

peregrino, enfermo, en cualquier hermano que necesita de nosotros. Porque el

hermano que pasa necesidad, ya sólo es hermano en Cristo, por encima de raza,

lengua y nación. El mundo sería una familia si supiéramos ver a Jesús en todos.

El encuentro definitivo con él se ensaya en la escucha, la amabilidad, la

cooperación y la hospitalidad. Sus huellas se identifican con las de todo ser

humano que pasa a nuestro lado.

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30. De camino hacia la Pascua

Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos;

ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra

vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que

subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos

sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a

los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le

matarán, y a los tres días resucitará».

(Mc 10,32-34; cfr. Lc 9,51; 18,31; Mt 20,7)

1. Jesús orientó toda su vida hacia "su hora", es decir, hacia su muerte y

resurrección. Era su "Pascua" o "paso hacia el Padre, con cada uno de nosotros,

para salvarnos a todos. En este camino le acompañaban sus discípulos, algo

rezagados, casi sin comprender nada. Jesús caminaba con la prisa de un

enamorado que va a bodas. Ese paso apresurado sólo lo comprenden los que

entiende de amor. No va a prisa para hacer algo ni para escapar, sino para ser

donación. Por esto, sabe detenerse, sin prisas, para escuchar a un corazón que

se siente pobre y necesitado. Quien camina aprisa hacia la donación, encuentra

tiempo para todo y para todos.

2. Los pies de Jesús son pies de amigo, que acompañan y alegran nuestro

caminar. Sabe buscar y esperar, pero, sobre todo, sabe compartir. A sus amigos

les pidió seguirle dejándolo todo por él (Mt 4,19ss). Es que para caminar a su

paso, es necesario liberarse de fardos inútiles. Su caminar de Pascua es como

de quien va a bodas. Los "amigos del esposo" (Mt 9,15) tienen que aprender a

caminar como él. Seguirle "de lejos" no lleva a buenos resultados (Mt 26,58).

Es mejor decidirse a compartir su misma suerte: "vayamos y muramos con él" (Jn

11,16).

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31. Pies crucificados

El, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en

hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno

a cada lado, y Jesús en medio.

(Jn 19,17-18)

1. La cruz la llevó él mismo. Sus pies no se detuvieron ante dolor. El camino

sería arduo, como un resumen más de toda su vida. Fueron las últimas pisadas de

su vida terrena, con el peso de todas nuestras vidas en la suya. Amó así,

"hasta el extremo" (Jn 13,1). Alguien, el Cireneo, le ayudó con el madero o con

el palo transversal de la cruz; pero el camino cuesta arriba lo tenía que pisar

él, para abrir nuevos caminos. Eran pisadas ensangrentadas, polvorientas,

temblorosas; pero decididas a llegar al momento culminante de su donación

final. Esas huellas y pisadas han quedado grabadas en la historia, imborrables

para siempre.

2. Sus pies, que habían camino por amor, quedaron clavados en el madero. Fue

sólo por unas horas. Después, ya resucitado, quedaron definitivamente libres,

para seguir caminando a nuestro lado. En ellos han quedado las llagas abiertas

y gloriosas para siempre. Es la señal imborrable de un amor que no pasa.

Aquellos pies los vieron y abrazaron su Madre, Juan, la Magdalena, las piadosas

mujeres, José de Arimatea, Nicodemo... Pero nos esperan a todos. Crucifijos los

han en todos los rincones de la tierra; allí esperan sus pies clavados y

libres. Hay audiencia para todos, sin horarios y sin prisas. En sus pies ha

quedado escrito todo el evangelio.

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32. Pies gloriosos

«Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu

no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, los

mostró las manos y los pies.

(Lc 24,39-40)

1. Los pies gloriosos de Jesús los pidieron ver los apóstoles. Y los abrazaron

la Magdalena y las piadosas mujeres (Jn 20,16; Mt 28,9). Son los mismos de

Belén, de Nazaret, de los caminos polvorientos de Palestina y del Calvario.

Pero ahora ya pueden acompañar simultáneamente a todos los caminantes de la

tierra. Son pies que siguen caminando, abriendo caminos y sembrando esperanza.

No hay nadie en el mundo que no tenga en su vida las huellas de Jesús

resucitado. El problema consiste en enterarse y aceptar su compañía.

2. Cuando parece que se oye el ruido de sus pasos y se siente su cercanía, se

acaban las tristezas anteriores. Pero esos favores no son mayor gracia que la

vida de fe. Es verdad que Jesús deja sentir su presencia en momentos

especiales. Siempre hay momentos en que podemos decir como Juan: "es el Señor"

(Jn 21,7). Unos momentos antes, parecía ausente. Y unos momentos después, habrá

que caminar de nuevo en fe oscura. El deja la convicción honda de que nos habla

más al corazón y de que está más cercano, cuando nos parece que se fue. Si sus

pies gloriosos siguen llagados, es que en ellos se está escribiendo nuestra

propia vida al unísono con la suya. Jesús se hará presente de nuevo, en el

momento en que volvamos a quedar desorientados y solos en el caminar de la

vida. La sorpresa de esta experiencia es iniciativa suya.

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33. En nuestro camino de Emaús

Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba

sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que

había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el

mismo Jesús se acercó y siguió con ellos.

(Lc 24,13-15)

1. El Señor se acercó visiblemente, pero no descubrieron que era él. Estaba ya

con ellos de modo invisible, porque si hablaban de él y tenían vivo su

recuerdo, es que estaba él "en medio de ellos" (Mt 18,20). Ellos se fueron del

Cenáculo, tal vez como escapando de una pesadilla: "algunas mujeres de las

nuestras nos han sobresaltado,... fueron también algunos de los nuestros al

sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le

vieron" (Lc 24,22-24). Lo importante es que Jesús quería hacer sentir su

presencia. Para ello era necesario que se lavaran los ojos echando fuera del

corazón todos los estorbos. Las palabras de Jesús eran como el aceite del buen

samaritano. Aunque hizo ademán de pasar adelante, se quedó porque le invitaron

a quedarse.

2. Lo reconocieron al partir el pan; pero enseguida desapareció. En su nueva

"ausencia" descubrieron que él está presente por un movimiento del corazón:

"¿no estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en

el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). Al Señor se le

reencuentra cuando nos hacemos pan partido para los hermanos. Esta actitud de

donación a los demás, deja una huella permanente de paz en el corazón. Es señal

de su presencia. Los dos de Emaús se volvieron al Cenáculo. A Jesús sólo se le

encuentra esperándonos en nuestra propia realidad. Cuando se huye de la

realidad, es difícil encontrarle. Su misericordia deja siempre huellas que son

otras tantas llamadas para encontrarle de nuevo, aquí y ahora.

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Síntesis para compartir

* Los pies de Jesús crucificado y resucitado, presente en nuestra vida:

- van de paso,

- esperan pacientemente,

- buscan con perseverancia,

- acompañan amigablemente.

* Aprender a estar sentados a sus pies:

- escuchando,

- llorando,

- deseando,

- ofreciéndole lo mejor de nuestra vida,

- sin prisas en el corazón.

* Pies llagados y glorificados:

- nos pertenecen,

- cargaron con el polvo de nuestro caminar,

- quedaron llagados para siempre,

- comparten con nosotros el camino de Pascua,

- son pies de resucitado que contagian la paz.

* ¿En qué momentos de mi vida he sentido más cerca las pisadas de Jesús?

¿Podría compartir esta experiencia con otros y aceptar la suya con fe sencilla?

¿Cómo descubrir las huellas de Jesús en el camino de los hermanos que no le

conocen?

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III

EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS

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Presentación.

Las manos que Jesús mostró el día de su resurrección son expresión de

todo el evangelio. En ellas quedaron grabadas para siempre las huellas de los

clavos, pero también todos los gestos con que manifestaba su amor. Son manos

que sanaron y, también hoy, continúan sanando, como siguen bendiciendo,

acariciando, alentando, enseñando.

Sus gestos eran sintonía de sus pies que buscaban, esperaban,

acompañaban, porque el cuerpo entero de Jesús es armonía y sintonía con

nosotros. En esos gestos se intuyen los latidos de su corazón. Ahí no hay

magia, sino amor eterno y sintonía con nuestra historia. Si son capaces de

calmar tempestades y de resucitar muertos, es porque todo su ser se hace "pan

de vida" (Jn 6,48).

Al partir el pan con sus manos (Mt 14,19), también ahora en su

eucaristía, quiere indicar que se nos da él personalmente todo entero. Porque

su "cuerpo" es él, en su expresión externa, así como su "sangre" es él mismo en

su vida profunda donada por nosotros. De sus manos, crucificadas y gloriosas, y

de su corazón, brota el agua viva de su Espíritu. Ellas son portadoras de su

palabra de "espíritu y vida" (Jn 6,64). Si pongo mis manos vacías en las suyas,

los hermanos verán sus manos en las mías. El creador quiere poner sus manos en

las nuestras para una nueva creación.

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34. Manos de trabajador

¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus

parientes Santiago, José, Simón y Judas?

(Mt 13,55; cfr. Mc 6,3; Jn 1,45)

1. Jesús creció en Nazaret, ayudando en los trabajos a San José. Le llamaban

así: "el carpintero" (Mc 6,3) o también "el hijo del carpintero" (Mt 13,55).

Para identificarlo bastaba con decir: "el hijo de José, de Nazaret" (Jn 1,45;

6,42; Lc 4,2). Ello era equivalente a decir que "su madre era María" (Mt

13,55). En el seno de la familia de Nazaret, Jesús "creció en edad, sabiduría y

gracia, ante Dios y ante los hombres" (Lc 2,52; cfr. 2,40). En los gestos de

sus manos podía adivinarse el trabajo y la convivencia de treinta años. Hoy

sigue juntando sus manos con las nuestras.

2. A partir de las parábolas y analogías de Jesús, podemos descubrir que vivió,

desde dentro, el trabajo de quien construye casas, puertas, yugos, y de quien

siembra, siega, cuida viñedos y guarda ganados. Sus enseñanzas se presentaban

siempre acompañadas de mil detalles de la vida de un trabajador. En sus manos

se podían ver las señales del "faber" o del jornalero que se alquilaba para

cualquier servicio. "Hizo y enseñó" (Act 1,1). Para él, no existían trabajos

humillantes, porque lo que dignifica el trabajo es el amor de donación. Así

demostró que "el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo

como sujeto" (LE 6). Nuestras manos, puestas en las suyas, colaboran en la

nueva creación. Los premios humanos sirven de poco. No existe otro premio mejor

que el de su amor.

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35. Manos que sanan

En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si

quieres puedes limpiarme». El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero,

queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra.

(Mt 8,2-3; cfr. Mt 1,41; Lc 4,40; 5,13)

1. Son las mismas manos que acarició y lavó María; las mismas que ayudaron en

el trabajo duro de San José. Frecuentemente Jesús imponía las manos (Lc 4,40) o

también ungía a los enfermos (Mc 6,13). Con ellas sanó a multitudes de ciegos,

leprosos, paralíticos, sordomudos... Son las manos del Buen Pastor, que cargó

sobre sus hombros a la oveja perdida (Lc 15,5). Son las mismas manos divinas

que modelaron cariñosamente nuestro barro quebradizo, porque Dios es

especialista en barro (Eccli 33,13; Rom 9,21). Y si la vasija se quiebra, él la

sabe rehacer. Siempre deja entender que él puede hacer maravillas por medio de

un instrumento débil y enfermizo.

2. Las muchedumbres de enfermos (Lc 4,40), el leproso (Mt 8,3), la suegra de

Pedro (Mt 8,15), los ciegos (Mc 8,22-25; Jn 9,6), el sordomudo (Mc 7,33), la

mujer encorvada (Lc 13,13) y tantos otros, recordarían aquellas manos que

sanaban, daban nueva vida, devolvían la vista y el habla. Tal vez el recuerdo

se esfumó cuando las vieron clavadas en el madero o cuando llegó una nueva

enfermedad incurable, y no supieron dejarse sanar el corazón. Porque las manos

de Jesús siempre sanan, o el corazón y o el cuerpo. La mejor curación es la de

hacernos disponibles para compartir su misma suerte de peregrino hacia el

Padre.

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36. Manos que devuelven a la vida

Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un

muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha

gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo:

«No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se

pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate». El muerto se

incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre.

(Lc 7,12-15; cfr. Mc 5,41)

1. La fe cristiana se basa en la resurrección de Jesús. Nosotros, por la fe, ya

le hemos encontrado resucitado y presente en nuestra vida. Nos ha dejado signos

de esta presencia en momentos especiales. Todos recordamos alguna frase

evangélica que nos cautivó, una llamada al corazón, un acontecimiento sencillo

e inexplicable, una luz esperanzadora... Era él en persona, no una idea sobre

él. Es que Jesús es capaz de reavivar lo que estaba adormecido o agonizando en

nuestro corazón. Resucitó a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naím y a

Lázaro, para indicar que también es capaz de crear en nosotros "un corazón

nuevo" (Ez 11,19).

2. Jesús, con su mano, tomó la mano de la niña difunta y le dirigió su palabra:

"niña, levántate" (Mc 5,41). Y con la misma mano tocó el féretro del joven

muerto, dirigiéndole un mandato apremiante: "joven, yo te lo digo, levántate"

(Lc 7,14). El mismo, con sus manos y sus palabras, transmite el mensaje de "un

nuevo nacimiento" (Jn 3,3). Cada una de sus palabras es un toque al corazón y

una llamada por nuestro propio nombre, que sólo él conoce y sabe decir de

verdad. Cuando uno se siente "tocado" por Jesús, ya no hace de él un simple

recuerdo, sino "alguien" de quien no se puede prescindir: "mi vida en Cristo"

(Fil 1,21).

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37. Manos que fortalecen

Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia

Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como

comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús,

tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué

dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento.

(Mt 14,29-32)

1. Pero se fió de sí mismo y, como consecuencia, comenzó a dudar de la

presencia de Jesús. Todo se hunde bajo los pies cuando uno no piensa, siente y

ama como Jesús. Pedro tenía experiencia de la pesca milagrosa y de la

multiplicación de los panes. Ahí no habían valido las fuerzas y medios humanos,

aunque Jesús quiso la colaboración y aportación de la propia realidad pobre.

Pero el oleaje del mar y de la prueba hizo olvidar la lógica evangélica. Es la

lógica que Jesús describiría para los suyos: "sin mí no podéis hacer nada" (Jn

15,5). Entonces, sabremos decir como Pablo: "todo lo puedo en aquel que me da

la fuerza" (Fil 4,13); "porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2Cor

12,10).

2. La bondad misericordiosa de Jesús no tiene límites. Sólo necesita que

reconozcamos nuestra realidad limitada y que pongamos en él una ilimitada

confianza. El Señor "extendió la mano" para salvar a Pedro. En la pasión, le

miraría con amor para sacarle de otro atolladero peor (Lc 22,61). No hay que

esperar a aprender esta lección a través de la experiencia del pecado, puesto

que nos debería bastar la experiencia de la propia debilidad y el recuerdo de

las faltas del pasado. De todos modos, lo que aparece con toda claridad es que

Jesús nunca abandona a sus amigos.

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38. Manos que calman la tempestad

Mientras ellos navegaban, se durmió. Se abatió sobre el lago una

borrasca; se inundaba la barca y estaban en peligro. Entonces,

acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que

perecemos!». El, habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje,

que amainaron, y sobrevino la bonanza.

(Lc 8,23-24)

1. Con su palabra y con sus gestos, Jesús redujo a silencio una fuerte

tempestad que parecía iba a hundir la barca. Los apóstoles tenían sus razones

humanas para temer, porque Jesús dormía de verdad. Los gestos de Jesús

ofreciendo un mensaje o una solución, siempre esperan nuestra colaboración

confiada en él. Salva él, pero quiere tomar nuestras manos en la suyas. Cuando

nuestra lógica está de parte de la lógica humana, sin atender a su lógica

evangélica, entonces nos hace experimentar nuestra impotencia. La historia se

repite cada día, con circunstancias nuevas. Jesús, protagonista de la historia,

caminando con nosotros, examina nuestra fe, esperanza y caridad.

2. La iniciativa de ir hacia adelante es suya. Si nos quedáramos atrás, las

tempestades serían mayores o incluso podrían convertirse en una derrota

definitiva. Pero es él quien da la orden de "pasar a la otra orilla" (Mc 4,35).

Es como cuando ordenó "echar de nuevo las redes", después de un fracaso (cfr.

Lc 5,4). Quedarse en los propios esquemas significaría aniquilarse. Avanzar

confiados en nosotros, equivaldría a un fracaso seguro. La solución la señala

el mismo evangelio: "en tu nombre echaré las redes" (Lc 5,5). Cuando Jesús

propone el seguimiento evangélico, con una lista de exigencias, él mismo nos

indica la viabilidad: "por mi nombre" (Mt 19,29), es decir, confiados y

apoyados en él.

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39. Manos que bendicen y acarician

Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les

reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los

niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es

el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como

niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo

las manos sobre ellos.

(Mc 10,13-16; cfr. Mt 19, 13-15; Lc 18,15)

1. Los débiles y los niños son siempre los predilectos del Señor. Era una

escena singular aquella de ver a Jesús bendecir, acariciar y abrazar a los

pequeños. Los mayores nos hemos fabricado enredos sofisticados y nos hemos

construido autodefensas para sentirnos dispensados de la entrega. Jesús

defendió a los niños, no por los defectos, sino por la inocencia, la

transparencia y la receptividad. Era también un modo de agradecer a las madres

los grandes sacrificios que hacían por la educación de sus hijos. Jesús buscaba

corazones que quisieran estrenar o reestrenar la vida a modo de "infancia

espiritual", sin condicionamientos ni cálculos rastreros.

2. En cierta ocasión, Jesús puso un niño en medio de los discípulos, para

responder plásticamente a la pregunta sobre quién era el mayor en el reino de

los cielos (Mt 18,1ss). Si Jesús abrazaba a los niños por su candor y

debilidad, ahí estaba la respuesta que habían pedido. Por esto, el Señor

acentuó la importancia de hacerse pequeño, es decir, la actitud humilde que se

expresa con agradecimiento, admiración y servicio. Las mismas manos de Jesús

que acariciaron y abrazaron a los niños, también supieron lavar los pies a los

apóstoles, para poder decirles: "os he dado ejemplo, para que también vosotros

hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15). El amor es el único baremo

para medir el valor de nuestras obras, grandes o pequeñas.

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40. Manos que siembra y enseñan

Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a

lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron;

otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener

humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos,

la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto

centuplicado... La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra

de Dios.

(Lc 8,5-11; cfr. Mt 13,4; Mc 4,3)

1. Las manos de Jesús sembraron con abundancia la buena semilla de su palabra y

de su testimonio. El conocía por experiencia qué es arar, sembrar, esperar,

segar y trillar. Y conocía también los campos baldíos y los de tierra fértil.

Por esto, sabía vivir la sorpresa de la siembra a manos llenas, como quien

regala lo mejor de sí mismo: su persona como Palabra de Dios. Esta semilla

entró primero en el seno de María y fructificó a la perfección (Lc 8,21). Las

"semillas del Verbo" ya se encuentran en todos los corazones y culturas,

esperando germinar en la fe cristiana.

2. Para Jesús, enseñar era como sembrar: a la orilla del mar desde una barca

(Lc 5,3), sentado sobre la ladera del monte (Mt 5,1) y pasando por las aldeas

de Palestina (Mt 4,23). Sembraba la palabra sin descanso. El mismo era la

Palabra personal del Padre: "éste es mi Hijo amado..., escuchadle" (Mt 17,5).

Todo creyente en Cristo va adquiriendo una fisonomía y un corazón moldeado por

esta palabra: "la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente" (Col

3,16). Aquellas manos de Jesús siguen sembrando, sin medida, a la sorpresa de

Dios.

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41. Manos que lavan los pies de sus discípulos

Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los

discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

(Jn 13,5)

1. Debido a los caminos polvorientos, era costumbre lavar los pies a los amigos

cuando llegaban de viaje. Por lo común, esa tarea se confiaba a los siervos.

Con sus mismas manos y arrodillado, quiso Jesús lavó los pies a sus amigos y

discípulos. El motivo fue una contienda originada entre los suyos, sobre "quién

era el más importante" (Lc 22,24). Jesús quiso evidenciar el camino evangélico

de servir humildemente como él había hecho siempre. Con este gesto humilde de

amigo y servidor de todos, quiso derrumbar nuestros castillos de arena. El

gesto es impresionante, porque las ambiciones del corazón suelen camuflarse de

gloria de Dios y de autorealización de la persona.

2. Las manos de Jesús saben deshacer nuestros nudos y enredos, si le dejamos

actuar libremente. No sólo lavaron los pies, sino que también los secaron

amorosamente con la toalla que él mismo se había ceñido a la cintura. Son manos

acostumbradas a todo, cuando se trata de servir. No tienen complejos, porque

reflejan el amor de quien "está en medio para servir" (Lc 22,27). El espíritu

de familia, creado por Jesús entre los suyos, no es muy frecuente, pero es el

signo de su presencia (Mt 18,20). Cuando hay manos que sirven, es que está él.

Otras categorías y clasificaciones no sirven gran cosa, porque son caducas. Los

adornos y los títulos innecesarios se caen por su peso, para dejar paso sólo al

amor.

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42. Manos que parten el pan

Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

«Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo

mío».

(Lc 22,19; cfr. Mt 14,19; 26,26; Mc 14,22; Jn 6,11)

1. Vivir es compartir. Las manos de Jesús partieron el pan en la multiplicación

de los panes y de los peces ((Mt 14,19), en la institución de la Eucaristía (Lc

22,19) y en Emaús (Lc 24,30). Era su gesto habitual, por el que sus discípulos

le podía reconocer (Jn 21,13; Lc 24,43). Quien comparte el pan, comparte la

vida. Jesús se nos dio como "pan de vida", para que pudiéramos "vivir de su

misma vida" (Jn 6,57). Pan partido es su vida gastada en acercarse, escuchar,

sanar, perdonar, salvar. Todo lo suyo es nuestro. Pero este amor reclama

nuestro compartir con él y con los hermanos.

2. Las manos se mueven al compás del corazón. El obrar o "hacer", si es

auténtico, expresa el "ser" más profundo. Entonces es un hacer sencillo, de

gestos humildes de fraternidad. Si el "ser" humano vale por lo que es, esta

realidad tiene que expresarse en el "hacer" de compartir. No es el hacer de

relumbrón ni de grandes cosas, sino el quehacer de todos los días, para

compartir con los hermanos los dones recibidos y la misma vida. Porque "crece

la caridad al ser comunicada" (Santa Teresa). Si la vida humana fuera sólo

gestos de un compartir fraterno, habría comenzado ya el cielo en la tierra.

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43. Manos atadas

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a

Jesús, lo ataron y le llevaron primero a casa de Anás.

(Jn 18,12-13; cfr. Lc 22,54)

1. Lo ataron fuertemente, según el consejo de Judas (Mt 26,48). Jesús había

vivido siempre en la libertad, que consiste en la verdad de la donación. Atarle

por fuera, era inútil, porque él no se pertenecía a sí mismo. Pero asumió esta

realidad externa, como tantas otras, porque era un signo de la voluntad del

Padre. Nadie le quitaba la vida, porque era él quien la daba por propia

iniciativa (Jn 10,18). Siempre vivió "ocupado en las cosas del Padre" (Lc

2,49). Ya no importa saber si le ataron con cuerdas o con cadenas; simplemente,

se dejó atar por amor.

2. El amor descubre que es lo mismo seguir la brisa y la luz, que ser

arrastrado de mala manera por unos esbirros. Lo que le movía era sólo la

libertad del amor. Con sus manos atadas o libres, siempre podía hacer lo mejor:

darse. Con esas manos se presentó ante los tribunales del sanedrín y de Pilato.

Así se pudieron mofar de él a mansalva, durante la noche en el calabozo o

durante la coronación de espinas. Si estaban dispuestas a ser clavadas en la

cruz, ya daba lo mismo estar atadas o libres al viento; siempre eran libres

para servir. Pablo, "prisionero por Cristo" (Ef 3,1), experimentó que "la

palabra de Dios no está encadenada" (2Tim 2,9).

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44. Manos que cargan la cruz

Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar

llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota.

(Jn 19,16-17)

1. En sus manos se fueron reflejando los diversos momentos del camino del

Calvario: decisión, debilidad, impotencia, bendición, disponibilidad,

desnudez... Pero el primer momento marcó la pauta: tomó él mismo el madero, con

decisión inquebrantable. Son las mismas manos que trabajaron, sanaron,

bendijeron, acariciaron, alentaron... Pero ahora tomaban la cruz que nadie

quería cargar. Era nuestra cruz y la tomó como suya. La cargó sobre sus hombros

como a la oveja perdida y reencontrada. En aquellas manos, que agarraban con

decisión el madero, estaba escrito todo el evangelio, y, por tanto, nuestra

biografía con la suya.

2. A la cruz la huyen todos, menos el que ama. La cruz de Jesús ya había

servido para otros, que tal vez fueron al cadalso sin esperanza. Al final de la

genealogía aportada por los evangelistas, como resumen de la historia humana,

allí está Jesús, haciendo de esa historia su misma vida: "Jacob engendró a

José, esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16). Las

manos de Jesús tenían de cargar con aquella historia de gracia y de pecado, que

apuntaba hacia la Inmaculada y la llena de gracia, figura de la Iglesia, fruto

de la pasión. Jesús sintió en sus manos la cercanía cariñosa de las manos de

María y de tantas manos que, como ella y con ella, quieren aligerar su cruz.

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45. Manos clavadas en la cruz

Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los

malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:

«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Se repartieron sus

vestidos, echando a suertes.

(Lc 23,33-34; cfr. Mt 27,35; Mc 15,20; Jn 19,18)

1. Humanamente hablando, allí había acabado todo, como un enorme fracaso y

absurdo. Pero el amor tiene otra lógica y sigue otros rumbos, porque "el amor

nunca muere" (1Cor 13,8). Las manos quedaron hendidas y clavadas, más fecundas

que nunca. Así como su cuerpo desnudo indica que se daba él mismo, así también

sus manos fijas en el madero y traspasadas indican la máxima expresión del

amor. Los poderes y las ambiciones de este mundo son capaces de crucificar a

Cristo, pero nunca podrán impedir el amor que transforma la humanidad desde sus

raíces.

2. Las manos de Jesús ya no necesitan ungir, porque ellas mismas son unción que

traspasa el tiempo y el espacio. Ya no necesitan imponerse sobre la frente de

los enfermos y pecadores, porque ellas mismas son perdón que se ofrece a

cuantos las miran con fe, confianza y arrepentimiento. Los enfermos, los

pecadores y los pequeños ya pueden, con una sola mirada, acercar esas manos a

la propia frente, mejillas y corazón. María, su Madre y nuestra, "estuvo de

pie" (Jn 19,25) ante esas manos clavadas, para poner ahí las suyas de

"consorte" y "mujer", y compartir con él la misma "espada" (Lc 2,35). En ellas

hay sitio y predilección para todos.

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46. Manos gloriosas de resucitado

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por

miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los

discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con

vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos

se alegraron de ver al Señor.

(Jn 20,19-20; cfr. Lc 24,39)

1. Así quedaron sus manos para siempre: con las cicatrices de la crucifixión y

con las huellas de un evangelio vivo. Y Jesús las mostró así a sus amigos,

invitándolos a "tocarlas" (Lc 24,39; Jn 20,27). Esas manos que comunicaron

perdón y sanación, ahora ya pueden comunicar el Espíritu Santo (Jn 20,22). Con

ellas y por nosotros, trabajaron y acompañaron sus palabras. No están gastadas

ni maltrechas, sino maduras para llegar a todos con sus bienes de salvación.

Por la fe, hay que aprender a mirarlas y besarlas, porque son parte de nuestra

historia.

2. Son manos que siembran la paz y el perdón. Nos dan mucho más de lo que

nosotros creemos experimentar. Jesús invita a poner nuestras manos en las

suyas, para que las nuestras ya no queden vacías. Ya pueden entrar en nuestra

vida, sin sentirnos humillados, porque fortalecen nuestra debilidad sin

quitarnos la responsabilidad e iniciativa. Son manos que transforman las

nuestras en prolongación suya. Por esas manos, nuestra vida se hace misión.

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Síntesis para compartir

* Las manos de Jesús son un resumen vivo de su evangelio:

- sanan,

- fortalecen y ayudan,

- comunican nueva vida,

- abrazan y acarician,

- enseñan e iluminan,

- comparten todo con nosotros.

* En ellas quedaron las huellas:

- del trabajo,

- del sufrimiento,

- del servicio,

- de los clavos,

- del resplandor de su resurrección.

* Esas manos nos acompañan:

- sembrando paz y perdón,

- invitándonos a contemplarlas,

- tomando nuestras manos en las suyas,

- llamándonos a prolongarlas.

* ¿Qué mensaje del evangelio encuentro más claro en las manos de Jesús? ¿Qué

podría compartir con los demás? ¿Adivino las huellas de las manos de Jesús en

la vida de los hermanos? ¿Qué necesitaría preguntar a los demás para comprender

mejor el evangelio escrito en las manos de Jesús?

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IV

EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON

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Presentación

Jesús mostró a los apóstoles y discípulos la llaga de su costado (Jn

20,20) e invitó a Tomás a poner su mano en ella. Ahí dentro, en su corazón,

quedó escrito y escondido todo su evangelio. Es él mismo quien invita a entrar

y a vivir en sintonía con sus vivencias: "permaneced en mí... permaneced en mi

amor" (Jn 15,4.9). Nadie queda excluido.

Entrar en el corazón de Jesús equivale a quedarse en él en silencio, sin

saber qué decir, admirando, sin prisas psicológicas. Ningún espacio de tiempo y

de nuestras prisas vale tanto como un momento de vivir ahí dentro,

relacionándose de corazón a corazón. Ahí es donde a Jesús se le descubre "lleno

de gracia y de verdad" (Jn 1,14), porque ahí está "el trono de la gracia" (Heb

4,16), la fuente de vida y de santidad, fuente de vida nueva.

Así se llega a "conocer la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef

3,19). El y sus amigos se funden en una misma vida. "Un mismo sentimiento

tienen los dos", diría San Juan de la Cruz. Entonces se aprende por experiencia

la urgencia del amor: "la caridad de Cristo me apremia" (2Cor 5,14). Ya sólo se

quiere "vivir para aquel que murió por todos" (2Cor 5,15). Quien entre de

verdad una sola vez, ya no puede prescindir más de Jesús. Pero hay que seguir

entrando cada día, porque el amor es siempre nuevo. Se entra más adentro cuando

la fe es más oscura: nos basta él, su presencia, su amor. El es siempre

sorprendente, más allá de nuestro pensar, sentir y poder.

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47. Corazón manso y humilde

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré

descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y

humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi

yugo es suave y mi carga ligera».

(Mt 11,28-30)

1. Así era el corazón del Señor: unificado, sin dispersión de fuerzas,

orientado sólo hacia el amor. La mansedumbre de sus sentimientos se traducía en

transformar las dificultades en donación, sin agresividad y sin desánimo. La

humildad llegaba hasta el "anonadamiento" de sí mismo, para hacerse siervo de

todos (Fil 2,7). En ese corazón cabemos todos; cada uno tiene reservado un

lugar de privilegio, a condición de reconocer la propia pequeñez, limitación y

miseria. Ese corazón sigue abierto, llamando e invitando a todos.

2. Desde el día de la encarnación, en el seno de María, el corazón de Jesús se

resume en un "sí, Padre" (Mt 11,26). Es como una mirada que refleja toda su

vida: mirada al Padre en el amor del Espíritu Santo, para preocuparse de sus

planes salvíficos; mirada a todos sus hermanos, para identificarse con ellos

asumiendo la historia como propia; mirada a sí mismo, para orientar todo su ser

hacia la donación total. En ese corazón está escrita toda nuestra historia como

parte de la suya. Gracias a él, entramos en los planes de Dios por la puerta

ancha, como en casa propia.

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48. Corazón compasivo

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente,

porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y

no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».

(Mt 15,32)

1. Muchas otras veces manifestó Jesús su compasión por los que sufren: ante una

muchedumbre (Mt 14,14), un leproso (Mc 1,41), unos ciegos (Mt 20,34), una viuda

en el entierro de su hijo único (Lc 7,13), un endemoniado ya curado (Mc

5,19)... En su corazón encontraba acogida toda clase de miserias. Para él, la

compasión consistía en sintonía de afecto, de escucha y de solidaridad

efectiva. En cada uno de los enfermos, hambrientos o pecadores, veía a todos

los demás de la historia humana. El había venido para compartir vivencialmente

los problemas de todos y para darles solución definitiva.

2. El hecho de expresar en primera persona sus sentimientos de compasión, era

como una escuela para sus discípulos. Estos estaban llamados a experimentar y

anunciar la compasión y misericordia de Jesús. El Señor se describe a sí mismo

al narrar la compasión del padre del hijo pródigo (Lc 15,20) y del buen

samaritano (Lc 10,33). Es el amor tierno de una madre (la "misericordia"

divina), que, sin dejar de querer lo mejor para su hijo, sabe comprender,

esperar y acoger. No se trata sólo de sentimientos, sino de compromisos

verdaderos, compartiendo la historia de cada uno.

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49. Admiración

Dijo el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo;

basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también

yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste:

"Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo

hace». Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os

aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande».

(Mt 8,8-10; cfr. Mt 15,28; Mc 6,6)

1. La actitud de admiración es un sentimiento de sorpresa y respeto, como

intuyendo un misterio de belleza y de gracia. La fe de aquel pagano superaba la

de muchos que decían esperar el Mesías. Jesús había invitado a sentir

admiración por la naturaleza (Mt 6,28). Ahora invita a admirar e imitar la fe

del centurión. En otra ocasión se había admirado por la fe de una mujer cananea

(Mt 15,28). El corazón ve siempre más allá de la superficie. Cada ser humano

esconde en sí mismo el misterio de Dios amor, más allá de las cualidades,

porque "vale más por lo que es que por lo que tiene" y hace (GS 35).

2. La sorpresa y admiración puede ser dolorosa, como cuando Jesús constató la

falta de fe de sus conciudadanos de Nazaret: "se admiraba de su incredulidad"

(Mc 6,6). El corazón humano es siempre sorprendente, para bien o para mal.

Jesús respeta la libertad, invitando a desarrollarla en la verdad de la

donación. Sería para él un golpe muy duro la cerrazón de los nazaretanos. Pero

él vivió siempre a la sorpresa de Dios. Las flores, los pájaros, el agua y los

ojos de los niños, seguirán reflejando el amor del Padre. El corazón de Cristo

espera encontrar esa misma sorpresa esperanzadora en cada uno de nosotros.

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50. Queja

«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de

hombres».

(Mt 15,8-9; cfr. Is 29,13; Mc 7,6)

1. Las falsedades y dobleces no le gustan al Señor. Pero también se queja de la

ingratitud de unos leprosos curados y olvidadizos (Lc 17,17). El habla siempre

con el corazón en la mano, pero hay mucha fachada y oropel en la sociedad

humana. A veces, la misma caridad es "fingida" (cfr. Rom 12,9). Jesús ha venido

para romper ese hielo y falsedad de la convivencia humana. Se quejó y sigue

quejándose de la "lejanía" de nuestro corazón (Mt 15,8s). La sintonía del

nuestro con el suyo se expresa con la gratitud, humildad, servicio... El mejor

modo de agradecer su amor es el de no dudar nunca de él.

2. Las quejas de Jesús son debidas a nuestra falta de relación personal con él.

Al centrar nuestra atención en sus dones y no en él, nuestra actitud es

utilitaria: o no agradecemos sus dones o nos desalentamos cuando faltan y

también ambicionamos y envidiamos los de los hermanos. La relación personal con

él, de corazón a corazón, ya no centra tanto la atención de los dones, sino en

las misma persona de Jesús, amado por sí mismo. Entonces, el corazón no está

lejos de él. Y cuando lleguen a faltar sus dones, nos bastará él. Esta actitud

se expresa con la alegría inquebrantable de saberse amados por él y capacitados

para amarle. Nuestra alegría es la suya. Uno se siente realizado de verdad, no

cuando consigue sus preferencias o caprichos, sino cuando descubre que en todas

la situaciones y circunstancias es acompañado y amado por Cristo.

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51. Tristeza

Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir

tristeza y angustia. Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el

punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco,

cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que

pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú».

(Mt 26,37-39; cfr. Mc 14,33-34; Lc 22,44)

1. La tristeza del corazón de Cristo en Getsemaní no era de desánimo,

desconfianza o fracaso. Era como la "turbación" que sintió al referirse a la

cruz (Jn 12,27). El dolor de su corazón se originaba en su amor al Padre y a

toda la humanidad: ver que el Amor no es amado y que sus hermanos los hombres

están inmersos en ese "no" a Dios que llamamos pecado. Aquella tristeza es

indescriptible. Jesús la comparte sólo con quienes comienzan a entender que la

pasión es "la copa" de bodas que el Padre le había preparado (Jn 18,11; cfr. Lc

22,20). Reparar y consolar al Señor equivale a compartir sus sentimientos.

2. El dolor profundo de aquella tristeza no le impedía la generosidad de su

donación incondicional: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Es

como el preludio del "abandono" de la cruz. El corazón de Cristo quiso

experimentar esa lejanía aparente del Padre, que es señal de su amor más

profundo. Le despojaron de todo consuelo sensible, menos de la certeza de que

las manos cariñosas del Padre estaban más cerca que nunca. Esa es la cruz que

Jesús quiere compartir con "los suyos" (Jn 13,1). No nos va a dar explicaciones

sobre el dolor; nos basta con su compañía y cercanía que parece ausencia. Así

son las reglas del amor verdadero.

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52. Gozo

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo:

«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has

ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a

pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito».

(Lc 10,21; cfr. Jn 15,11)

1. El corazón de Jesús se llenó de gozo en el Espíritu por el regreso de sus

discípulos y por las actividades apostólicas que habían realizado. Gozaba con

el éxito y con la compañía de sus amigos. Y principalmente gozaba porque el

Padre había sido glorificado y amado de los pequeños y de los pobres. Es el

gozo de quien ama de verdad porque busca el bien de la persona amada. Ese gozo

no es el gozo pasajero de cuando se obtiene un éxito o se ha conseguido un

bien. El gozo de la donación, amistad y servicio participa del gozo eterno de

Dios Amor. Es el gozo de decir con Jesús: "Padre nuestro" (Mt 6,9). Es el gozo

de los pobres, al estilo de Francisco de Asís.

2. Ese es el gozo que Jesús ha dejado en herencia a sus amigos: "os he dicho

esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado" (Jn

15,11). Es el gozo de transformar las dificultades en donación. El sufrimiento

de una madre, gracias a su amor, se transforma en gozo de fecundidad (Jn

16,21). En los momentos de dolor, Cristo parece ausente; pero cuando se

descubre su presencia, entonces nace en el corazón el gozo imperecedero de

compartir su misma suerte: "vuestro gozo no os lo quitará nadie" (Jn 16,22). Es

el gozo que Jesús ha pedido al Padre para todos los que le siguen: "que tengan

mi gozo pleno en sí mismos" (Jn 17,13).

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53. De corazón a corazón

Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de

Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está

hablando». El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor,

¿quién es?».

(Jn 13,23-25)

1. Podría ser un hecho casual: acercarse a Jesús para preguntarle algo. Pero

apoyar su cabeza sobre el pecho de Jesús es, en el evangelio de Juan, un signo

de algo muy hondo: a Jesús no se le puede comprender, si no es de corazón a

corazón, desde sus amores. Así empezó la verdadera teología en la Iglesia

primitiva: "nadie puede percibir el significado del evangelio (de Juan), si

antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María

como Madre" (RMa 23, citando a Orígenes). La indicación sirve para todos los

tiempos.

2. El evangelio de Juan narra una serie de "signos" por los que Cristo

manifiesta su realidad e intimidad, "su gloria" (Jn 1,14). El declara su amor

con el corazón en la mano: "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn

15,9). Y reclama la misma apertura de corazón: "permaneced en mi amor"

(ibídem). La condición indispensable para conocerle de verdad es esa apertura

de amor: "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21); "si alguno me

ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos

morada en él" (Jn 14,23). A Jesús se le conoce en la medida en que se le ama.

No es un conocer técnico, sino un conocer amando, que se traduce en la relación

personal, en el seguimiento de compartir su misma vida y en la misión de ser

signo o transparencia de cómo ama él. Es el "conocimiento de Cristo vivido

personalmente" (VS 88).

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54. Declara su amistad

Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros

sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos,

porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado

amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No

me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.

(Jn 15-13-16; cfr. 3,16)

1. La amistad de que habla Jesús es iniciativa suya y se expresa en la donación

total de sí mismo: "dar la vida". Es el amor de quien da lo mejor a la persona

amada, según los planes salvíficos de Dios. No utiliza a la persona mientras

tenga unas cualidades, sino que la ama por sí misma. El corazón de Cristo ama

con el mismo amor que existe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Su amor

procede de su bondad, no de la nuestra. Ama lo pequeño, enfermo, extraviado,

marginado, deleznable y quebradizo, para hacerlo entrar en su corazón y

transformarlo en él. "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo

unigénito" (Jn 3,16; cfr. 15,9).

2. En el corazón de Jesús resuenan los amores eternos de Dios por nosotros. El

Padre nos ama en su Hijo, como "hijos en el Hijo" (Ef 1,5). Este amor mutuo,

entre el Padre y el Hijo, se expresa de modo personal y divino en el Espíritu

Santo. Y este "misterio" o intimidad divina es lo que Jesús nos comunica y nos

da a conocer, capacitándonos para participar en él. Formamos parte de la

familia de Dios; ya no somos siervos, sino hijos, amigos y herederos (cfr. (Rom

8,17). En esta intimidad del corazón de Cristo se entra por el servicio humilde

y perseverante a los hermanos. Participamos de su misma vida si permanecemos en

él, como el sarmiento en la vid (cfr. Jn 15,2ss).

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55. Corazón abierto

Uno de los soldados le atravesó su costado con una lanza y al instante

salió sangre y agua.

(Jn 19,34; cfr. 7,37-39)

1. Fue un capricho de un soldado. Al margen de toda normativa, abrió, con su

lanza, el costado de Jesús. Pero para la providencia divina, no existe la

casualidad. En el evangelio de Juan, todos los acontecimientos, siendo reales,

son también signo del misterio de Jesús. El "agua" es la vida nueva que ofreció

a Nicodemo y a una mujer samaritana (cfr. Jn 3 y 4). Jesús mismo se comparó al

nuevo templo, anunciado por los profetas, del que brotarían "torrentes de agua

viva" (Jn 7,38; Ez 47,1ss). En el corazón abierto de Jesús, tienen un puesto

reservado todos los que tienen sed de él. Para entrar en él, basta con

reconocerse pequeño y pobre.

2. La "sangre" indica una vida donada. En el corazón de Cristo se puede leer

todo el evangelio: "habiendo amado a los suyos, les amó hasta el extremo" (Jn

13,1). Es la "sangre" que expresa y sella un pacto de amor eterno (la

"alianza"). Por esta sangre hemos sido redimidos y vivificados. Es "la fuente

de la caridad" (San Ignacio de Antioquía). "Cristo inunda los corazones de los

pueblos, atormentados por la sed, con el torrente de su sangre" (San Ambrosio).

En esta sangre, que brota de su corazón, está "la causa de la salvación de los

hombres" (Santo Tomás). Jesús nos sigue ofreciendo esta "sangre" como vida

donada.

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56. Contemplarlo con ojos de fe

Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le

quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que

traspasaron».

(Jn 19,36-37; cfr. Zac 12,10; Sal 21)

1. Todo el evangelio de Juan es una invitación a "contemplar", es decir, a

mirar el misterio de Jesús, escondido y manifestado en los signos pobres de su

humanidad. Se trata de "ver" a Jesús donde parece que no está, como en el

sepulcro vacío (Jn 20,8). Al describir cómo el costado de Jesús quedó abierto

en la cruz, el discípulo amado invita a "mirar" con la mirada de fe y de

esperanza de los profetas (cfr. Zac 12,10). Humanamente hablando, no había más

que un fracaso. Dios, que es Amor, se manifiesta y se da él mismo por medio de

signos de pobreza absoluta.

2. Aquel corazón abierto, como signo de un "amor extremo" (Jn 13,1), sigue

siendo desconocido, ultrajado, olvidado. Lo que más le duele al Señor es la

desconfianza de los suyos: cuando se sienten solos, olvidan su cercanía; cuando

se sienten frustrados, olvidan compartir su cruz; cuando ya no aspiran a la

perfección, olvidan su donación total en su vida y en su muerte. El mejor modo

de agradecer su amor consiste en no dudar nunca de él, especialmente al

descubrir las propias faltas. Ese corazón abierto exige humildad, confianza,

deseo de perfección y alegría de saberse amado y acompañado por él. Jesús

aprieta más fuertemente contra su corazón a los más pequeños y a los más

débiles.

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57. Comunica el Espíritu

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se

alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros.

Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre

ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo».

(Jn 20,20-22)

1. Jesús resucitado, al mostrar sus manos y su costado abierto, comunicó el

Espíritu Santo a los Apóstoles. Así quiso dar a entender que su cuerpo,

inmolado por amor, era el precio que había pagado para tal regalo. El "agua"

que brotó de su costado (Jn 19,34) era el símbolo de los dones del Espíritu

Santo, de los sacramentos y de la Iglesia entera como esposa suya. "Del costado

de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia

entera" (SC 5). Así se comprende el amor entrañable de Cristo a su Iglesia, que

es su esposa y su complemento (Ef 1,23; 5,25-27).

2. El Espíritu Santo con sus dones es el regalo del corazón de Cristo a su

Iglesia y a toda la humanidad. En la última cena, Jesús prometió la presencia

del Espíritu, su luz y su acción santificadora y evangelizadora (cfr. Jn 14-

16). En la resurrección y ascensión, comunicó el Espíritu para poder prolongar

su misma misión. El "bautizado" se configura con Cristo, se hace su imagen y su

prolongación, por obra del Espíritu. Desde Pentecostés, Jesús sigue comunicando

su Espíritu a cada comunidad eclesial y a cada creyente. Entonces es posible

hacer de la vida un encuentro con Cristo para compartir su misma vida y misión.

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58. Invita a entrar

Jesús dijo a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y

métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le

contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has

creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

(Jn 20,27-29; cfr. Mt 11,28)

1. La generosidad de Jesús sobrepasa las exigencias del apóstol Tomás. La

invitación a meter su mano en el costado va más allá de la materialidad de un

gesto físico. Jesús invita a conocerle vivencialmente, entrando en su corazón,

en su intimidad. "Si una sola vez entrases en el interior de Jesús y gustases

un poco de su ardiente amor, no te preocuparías ya de tus propias ventajas o

desventajas" (Tomás de Kempis). Hay que pasar a los intereses y amores de

Cristo, dejando los nuestros en un segundo lugar y encomendándolos a él. Vale

la pena hacer el trueque.

2. La fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), se

adquiere a través de un camino "bautismal": pensar, sentir y amar como él. Se

trata de hacer de la vida un encuentro personal con él, que se convierte en

seguimiento permanente y en decisión de amarle del todo y hacerle amar de

todos. El camino hacia el corazón pasa por la humildad y conocimiento propio,

la confianza y la decisión de amarle de verdad. A la unión con él se llega por

la lectura del evangelio en las huellas de sus pies y en los gestos de sus

manos.

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59. El corazón de su Madre y nuestra

María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su

corazón... conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

(Lc 2,19.51)

1. El corazón o interioridad de María es fruto de la redención de Cristo. Pero

también es verdad que el corazón del Señor se moldeó en el de su Madre y

nuestra. Ella recibió en su seno al Verbo y le dio carne y sangre por obra del

Espíritu Santo. Los sentimientos de Jesús son también reflejo de los de María.

Al mismo tiempo, el corazón de María se fue modelando continuamente en la

contemplación de la palabra de Dios. Su vida consistía en compartir la misma

suerte o "espada" de Cristo (Lc 2,35). Jesús nos la entregó como Madre y molde

para transformarnos en él.

2. Como Jesús vivió nueve meses en el seno de María y la asoció de modo

permanente a su obra redentora, así quiere vivir en nuestra vida para hacerla

complemento de la suya. Nosotros estamos llamados a "nacer de ella", porque

Jesús "quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse todos los días por medio

de su querida Madre en todos sus miembros" (San Luis Mª Grignon de Montfort).

María nos mira en Jesús y nos une a él, para hacernos un "Jesús viviente",

según la expresión de San Juan Eudes. Ella es "nuestra guía en los caminos del

conocimiento de Jesús" (San Pío X). Ya podemos decir al Señor: "que en mí, como

en tu Madre, vivas solamente tú" (Juan Santiago Olier).

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Síntesis para compartir

* El corazón de Jesús encierra y manifiesta sus sentimientos:

- sintonía con los que sufren,

- mansedumbre ante las dificultades,

- humildad para servir,

- admiración y gozo,

- queja y tristeza como examen de amor.

* Es un corazón que busca relación e intercambio:

- declara un amor de amistad,

- manifiesta sus sentimientos íntimos para compartirlos,

- invita a entrar y sintonizar con él,

- comunica la vida nueva del Espíritu Santo.

* Su corazón quedó abierto y glorioso para siempre:

- para poder ver en él el resumen del evangelio,

- para invitar a una fe de conocimiento vivencial,

- para vivir de sus mismos intereses,

- para comprometerse en el camino de la perfección,

- para saberlo mostrar a todos los hermanos.

* ¿Qué sentimientos de Jesús han calado más en los míos? ¿Podría resumir el

evangelio a partir del costado abierto de Jesús? ¿Cómo compartir con otros el

modo de pensar, sentir y amar como Cristo? ¿Sabría explicar la misión como

"hacer amar al Amor"?

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V

SUS HUELLAS EN MI VIDA

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Presentación

Al contemplar la mirada, los pies, las manos y el corazón de Jesús,

aprendemos que allí se resume todo el evangelio, mientras, al mismo tiempo,

intuimos que lo podemos reflejar en nuestra propia vida. El evangelio acontece

de nuevo. Jesús sigue dejando sus huellas en nuestra existencia y en la de los

demás. Así podemos afirmar: "hemos visto su gloria" (Jn 1,14).

Haciendo de la propia vida un caminar evangélico, que es de humildad,

confianza y entrega, nos hacemos transparencia de Jesús para los demás, como si

fuéramos "su humanidad prolongada" en el tiempo (Isabel de la Trinidad). Los

hermanos, en quienes están también las huellas del Señor, encuentran en

nosotros una ayuda para descubrir esas huellas que él dejó en sus propias

vidas.

Los hermanos esperan ver en nosotros el modo de mirar, caminar, hablar y

amar de Jesús. No se trata de reemplazarle, sino de desaparecer para que

aparezca él, a modo de cristal que deja pasar la luz sin darse a entender. Es

como "revestirse de Cristo" (Rom 13,14) para ser fieles a su invitación: "haz

tú lo mismo" (Lc 10,37). Al servir a los demás, les contagiamos de "la propia

experiencia de Jesús" (RMi 24).

Vivir "de la misma vida" de Jesús (Jn 6,57) es una especie de

identificación con él. "Ya no éramos dos", diría Santa Teresa. Según San Juan

de la Cruz, "un mismo sentimiento tienen los dos". Es el ideal de San Pablo:

"mi vida es Cristo" (Fil 1,21). Ya todo se hace "en el nombre del Señor Jesús"

(Col 3,17). Entonces Jesús dice al Padre en el Espíritu Santo: "los has amado

como a mí" (Jn 17,23).

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60. En los hermanos

En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más

pequeños, a mí me lo hicisteis."

(Mt 25,40.45; cfr. 18,20)

1. Siempre es posible encontrar a Jesús, su mirada de compasión, las huellas de

sus pies, los gestos de sus manos, los sentimientos de su corazón. Basta con

abrir los ojos, escuchar sin prisa, disponerse a acercarse o a dar una mano a

cualquier hermano que se cruce en nuestro camino. Porque allí está él, en el

hermano menos valorado y atendido: "a mí me lo hicisteis". Cada hermano es una

historia de su amor, cuyas huellas frecuentemente siguen ocultas también para

el mismo interesado. Si "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15) y resucitó por

todos, significa que él se hace camino y compañero de camino en la historia de

cada ser humano (cfr. Act 9,4).

2. No es fácil descubrir esas huellas. Hay que intuirlas en la propia soledad,

cuando parece que no hay ni rastro de ellas. Entrar en esa soledad "divina", es

un ensayo para descubrir a Cristo presente en la existencia de cada hermano,

más allá de cargos, simpatías, cualidades y utilidades. En los más pequeños,

limitados y alejados, que tal vez nos producen fastidio, allí está él tejiendo

el bordado maravilloso de su mismo rostro y de su mismo mirar, caminar, hablar

y amar. Todo ser humano necesita ver en los demás las huellas de Jesús, para

poder descubrirlas en su propia vida.

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61. En mi camino

Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de

nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las

Escrituras?»

(Lc 24,32)

1. Las huellas de Jesús se encuentran, más o menos veladas, en el camino

histórico de cada ser humano. Para los dos discípulos que iban a Emaús, esas

huellas consistían en la inquietud que sentían en el corazón, cuando les

hablaba aquel que creían ser un forastero. El hecho era que "ardía el corazón"

y no sabían por qué. Y cuando Jesús hizo ademán de "pasar adelante" (Lc 24,28),

sintieron un vacío inexplicable que sólo lo podía llenar él: "quédate con

nosotros, porque se hace tarde" (Lc 24,28). El "partir el pan" (Lc 24,30), al

modo de Jesús, fue la huella definitiva.

2. Sólo Jesús sabe hablar al corazón, en el silencio y en la soledad, cuando

nada ni nadie puede llenarlo ni satisfacerlo. Sus palabras son "espíritu y

vida" (Jn 6,63), porque tocan el corazón y le señalan su verdadero rumbo. Hay

momentos de la vida en que esas palabras evangélicas son verdaderamente

actuales, como aconteciendo de nuevo. No hay explicación humana posible; en el

corazón queda una convicción profunda que nadie puede borrar: "es el Señor" (Jn

21,7). Si para Saulo su encuentro con Cristo tuvo lugar en el camino de Damasco

(Act 9,1ss), para nosotros sucede en el aquí y ahora de todos los días.

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62. En la tempestad

Subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm.

Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos; soplaba

un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado

unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el

mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy

yo. No temáis».

(Jn 6,17-20; cfr. Mt 14,27; Mc 6,50)

1. La vida es así. Es verdad que a nosotros nos gusta más cuando todo marcha

bien; pero con frecuencia hay imprevistos y contratiempos. Dios, que nos da

generosamente sus dones con amor, nos educa a descubrir que él se quiere dar a

sí mismo, especialmente cuando los dones parecen esfumarse y las flores se

marchitan. La calma se convierte en tempestad, y entonces la vida parece

silencio y ausencia de Dios. Si no buscamos sucedáneos o suplencias, el Señor

deja oír su voz en el corazón: "soy yo". Y esa voz es de quien está siempre

presente y cercano, también cuando nos parece ausente.

2. Hay que aprender a pasar de los signos visibles a la realidad invisible.

Jesús había multiplicado los cinco panes para una multitud inmensa. Ahora, en

la tempestad, educa a los discípulos a descubrirlo como "pan de vida" (Jn

6,35). Aprender a "pasar" del pan de los bienes materiales, al pan que es el

mismo Jesús, es un proceso lento, es un camino de Pascua. Urge vivir de la

realidad de Jesús, sin hacer de él un simple recuerdo, una reliquia o un

paréntesis. Se trata de aprender a vivir de su presencia y de su misma vida

(cfr. Jn 6,56-57), más allá de la sequedad y de los sentimientos.

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63. En el sepulcro vacío

Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían

los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que

Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el

suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el

sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza,

no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró

también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro;

vio y creyó.

(Jn 20,3-8; cfr. 20,16)

1. Aquellas huellas no eran suficientes para satisfacer una lógica humana. Pero

el "discípulo amado" supo ver más allá de la superficie. Porque aquellas

huellas (el sudario y las vendas o sábana), las dejó una persona amada. Sólo el

que ama conoce las verdaderas huellas del amado. María Magdalena necesitaría

oír su nombre pronunciado precisamente por los labios de Jesús (cfr. Jn 20,16).

Juan supo creer, recordando las palabras siempre vivas y jóvenes del Señor. El

secreto para descubrir sus huellas nos lo da el mismo Jesús: "si alguno me ama,

yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

2. La presencia de Jesús resucitado es una promesa suya: "estaré con vosotros

hasta la consumación de los siglos" (Mt 28,20). El modo de esta presencia lo ha

escogido él. No sería más presencia ni mayor amor un signo fuerte o lo que

llaman una gracia extraordinaria (visiones, locuciones...). El está de modo

especial en los momentos de tempestad, de fracaso, de Nazaret, de Getsemaní, de

Calvario y de sepulcro vacío. Así trata a sus amigos, probando o purificando su

fe, confianza y amor. Ya se dejará sentir más claramente cuando y como él

quiera. Hay que dejarle a él la iniciativa.

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64. En los fracasos

Aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la

orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús:

«Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No». El les dijo:

«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues,

y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a

quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor».

(Jn 21,3-7; cfr. Lc 5,5)

1. No pescaron nada, a pesar de tantas horas de faenar con las redes. Pero

habían conseguido lo mejor: trabajar conviviendo como hermanos. Y como el Señor

había prometido su presencia cuando se reunieran "en su nombre" o por amor

suyo, allí estaba él "en medio de ellos" (Mt 18,20). Sólo faltaba descubrirle a

través de la bruma del lago. Se necesitaban entonces los ojos del discípulo

amado: "es el Señor". ¿Le descubrió sólo por el milagro de una pesca abundante?

El corazón del creyente en Cristo ve más allá de las razones humanas, de las

estadísticas y de las cuentas administrativas, por buenas que sean.

2. La palabra fracaso no es exacta. Lo que sucede es siempre una nueva e

imprevista posibilidad de amar y de hacer lo mejor. El fracaso en la vida de

Jesús se llama cruz. Y él mismo se comparó a un "grano de trigo", que tiene que

morir para "dar mucho fruto" (Jn 12,24). Los que viven de la fe en Cristo

presente, no se sienten nunca solos ni frustrados. Si el Señor nos acompaña, el

fracaso se llama cruz, y la cruz, si se lleva con amor, lleva siempre a la

resurrección. Jesús sigue dejando sus huellas en este camino pascual,

compartiéndolo con nosotros.

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65. En sus palabras de vida

«El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras

que os he dicho son espíritu y son vida»... Le respondió Simón Pedro:

«Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y

nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

(Jn 6,63-68)

1. Las palabras evangélicas de Jesús siguen siendo tan vivas y actuales como

cuando brotaban de sus labios por primera vez. No son palabras que ya pasaron a

la historia y que sólo se recuerdan, sino que acontecen cada vez que las

leemos, escuchamos o meditamos. Siempre comunican luz, paz, fuerza y nueva

vida. Hablan al corazón. En ellas habla y se acerca personalmente el mismo

Jesús. Nuestras circunstancias de la vida quedan iluminadas y acompañadas. El

sigue viviendo nuestra vida.

2. No todos captan la vitalidad de esas palabras evangélicas. Jesús se esconde

y se comunica. Hay muchos obstáculos que nos impiden encontrar ese tesoro

escondido. La autosuficiencia no entiende esa vida escondida de Cristo hoy. Las

ansias de dominio intelectual son incapaces de penetrar el evangelio. Este no

se deja manipular por intereses personalistas. Las prisas no podrán nunca

descubrir a quien ama y se da sin prisas en el corazón. Pero los niños, los

pobres y los que reconocen su propia limitación y pecado, ésos sí que pueden

experimentar la presencia misericordiosa de Jesús.

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66. En la eucaristía

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y,

dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo». Tomó

luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella

todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por

muchos para perdón de los pecados».

(Mt 26,26-28; cfr. Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1Cor 11,23-26)

1. Todos los signos y todas las huellas de la presencia de Jesús resucitado son

humanamente pobres, débiles y limitadas. Los signos eucarísticos son también

así. Pero allí está él, dándose en sacrificio y comunicando su propia vida. Nos

bastan sus "palabras de espíritu y vida" para creer en él (Jn 6,63). Se ha

quedado por amor; por esto, su presencia se descubre y se vive comprometiendo

nuestra presencia para "estar con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa). Su

donación sacrificial se capta cuando nos hacemos donación como él. Recibimos su

misma vida si entramos en sintonía con él.

2. La vida del creyente ya nunca es soledad vacía, sino que se hace "hostia

viva" (Rom 12,1) por "el ofrecimiento de sí mismo en unión con Cristo" (Pío

XII). La vida está jalonada de huellas del Señor, porque el pan y el vino que

se transforman en él, significan nuestra historia de trabajo y de convivencia.

Jesús nos los devuelve, transformados en su cuerpo y en su sangre, para que

continuemos haciendo de la vida un encuentro con él. La eucaristía, como

presencia, sacrificio y comunión, se prolonga en toda nuestra vida.

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67. Presencia activa y permanente

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el

nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a

guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros

todos los días hasta el fin del mundo».

(Mt 28,19-20; cfr. Mc 16,20)

1. Esta promesa de Jesús se cumple continuamente. Como resucitado, ya no está

condicionado al tiempo ni al espacio. Todo ser humano es amado y acompañado por

Jesús. Y él deja sentir su presencia por medio de huellas pobres, para no

forzar nuestra libertad. Son las huellas de su palabra, sus sacramentos, su

eucaristía, los hermanos, los acontecimientos, las luces y mociones comunicadas

al corazón... Es verdad que cada uno de estos signos es diferente, porque su

presencia tiene eficacia muy diversa según los casos. Pero lo importante es que

siempre se trata de él, resucitado y presente.

2. Los apóstoles se fueron a predicar por todas partes; pero el Señor les

acompañó siempre "cooperando con ellos" (Mc 16,20). Todo "apóstol" (enviado) es

ya portador de una presencia de Jesús, porque precisamente por ser "enviado",

"experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todos los

momentos de su vida... y lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88). Como

Pablo, refugiado en Corinto después de muchas tribulaciones, también todo

creyente puede escuchar al Señor que le dice en el silencio del corazón: "no

temas... porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10).

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68. En la esperanza

Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les

aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos,

¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo

Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo».

(Act 1,10-11; cfr. 1Cor 11.26)

1. La presencia de Jesús resucitado, ahora bajo signos de Iglesia peregrina,

será un día visión y encuentro definitivo. Este es el fundamento de la

esperanza cristiana: "vendrá". No se trata de calcular el tiempo, y menos de

hacer predicciones y elaborar milenarismos tontos. Su venida actual es "ya"

inicio de la venida definitiva, pero "todavía no" es la visión y posesión. Este

"ya" da la confianza y la fuerza para vivir el "todavía no" en un deseo

ardiente de unión plena. A Jesús sólo lo encuentra, ya desde ahora, quien,

apoyado en la fe, vive de esta esperanza gozosa y dolorosa. Esta actitud de

esperanza es ya amor verdadero.

2. Cuando celebramos la eucaristía, encontramos a Jesús en el signo más fuerte

de su presencia entre nosotros. A partir de este encuentro eucarístico, lo

iremos encontrando en todos los demás signos de su presencia. Pero esos signos,

incluida la eucaristía, dejan entrever su presencia sólo cuando anhelamos el

encuentro definitivo: "hasta que vuelva" (1Cor 11,26). Quien desea ese

encuentro futuro, es que ya ha comenzado a encontrar al Señor en el presente de

todos los días.

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69. En medio nuestro

«Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la

tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que

está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre,

allí estoy yo en medio de ellos».

(Mt 18,19-20; cfr. Jn 13,34-35; 17,23)

1. Las promesas de Jesús se realizan cuando se cumplen las condiciones que él

mismo exigió. Para que él se haga presente de modo efectivo, hay que

encontrarse con los hermanos con el mismo amor como si fuera un encuentro con

Jesús. A él le encontramos cuando miramos, escuchamos, ayudamos al hermano,

como haríamos con él mismo. Al fin y al cabo, cada hermano es una historia de

la presencia y del amor de Jesús.

2. Para que Jesús esté "en medio", hay que eliminar muchos obstáculos, hasta

amar "como él" (Jn 13,34-35). Todo aquello que no es donación al hermano, es un

obstáculo para que Jesús esté en medio. Hay que aprender a amar a los demás, no

por sus cosas y cualidades, sino por ellos mismos, por lo que son: una página

de la biografía de Jesús. No hay que "utilizar" a los hermanos, sino gozarse de

que se realicen según los planes de Dios Amor. Las alergias y las preferencias

deben dejar paso al amor de gratuidad. Cuando amemos así, nos daremos cuenta

que es él que ama en nosotros y en medio de nosotros. Sin su presencia aceptada

y vivida, sería imposible amar como él.

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70. Ve a mis hermanos

Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» -

que quiere decir: «Maestro». Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no

he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre

y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios».

(Jn 20,16-17)

1. Si lo que Magdalena deseaba era estar con Jesús reencontrado, ¿por qué la

envía a los hermanos? De hecho, recibía el encargo de presentar en su vida las

huellas de haber encontrado al resucitado. Se convertía así en "apóstol de los

Apóstoles". Pero es que a Cristo se le encuentra principalmente sirviendo a los

hermanos, sea en el servicio misionero directo, sea en el servicio humilde de

todos los días. Los signos extraordinarios de la presencia de Jesús no son

signos mejores, sino más bien debidos a nuestra debilidad. El Señor prefiere

manifestarse en el signo del sepulcro vacío y en el signo de Nazaret o de la

vida ordinaria.

2. No resulta cómodo este signo fraterno de la presencia de Jesús, pero es el

más seguro (cfr. Mt 18,20; Jn 13,35). La debilidad del signo del hermano y lo

quebradizo de nuestro propio signo, al encontrarse en el amor de Cristo y en su

palabra viva, se convierte en signo eficaz de su presencia, a modo de signo

sacramental. La misión es un encuentro entre hermanos, cuya historia, de modo

diverso, es una historia diferenciada de la presencia de Cristo. Al creyente en

Cristo le toca, en este encuentro histórico, ser su transparencia.

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71. Ser su huella para los demás

«¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de

los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él».

Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».

(Lc 10,36-37; cfr. 22,32)

1. El haber encontrado a Jesús como buen samaritano, capacita al creyente para

prolongar sus manos, pies y corazón: "haz tú lo mismo". La experiencia de su

misericordia nos hace ser misericordiosos con los demás. Podemos "completar" a

Cristo (cfr. Col 1,24), haciendo de buen samaritano con tantos hermanos que han

quedado malheridos y olvidados en la cuneta de nuestro caminar. La visibilidad

externa de Jesús ya terminó; pero queda siempre su presencia invisible.

Nosotros podemos ser signo de esta presencia tan misteriosa como real.

2. Los que encontraron a Jesús se sintieron llamados a comunicar a otros la

experiencia de ese encuentro inolvidable: "hemos encontrado a Jesús de Nazaret"

(Jn 1,45). La experiencia es propiamente irrepetible, pero la autenticidad del

encuentro produce una vida coherente que transparenta al Señor. El mismo Jesús

invita a ser su huella para otros hermanos: "yo he rogado por ti, para que tu

fe no desfallezca; y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos"

(Lc 22,32). Es el mejor modo de agradecer su misericordia. Si son dones de

Jesús, serán también nuestros en la medida en que los compartamos con los

demás. Sin ese compartir, los dones desaparecen.

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72. Testigos y fragancia de Cristo

Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y

seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los

confines de la tierra».

(Act 1,8; cfr. Jn 17,10; 2Cor 2,15)

1. Encontrar a Cristo es siempre una sorpresa, porque es él quien tiene la

iniciativa y quien escoge el cómo y el cuándo. Y una nueva sorpresa consiste en

sentirse llamado para ser testigo de este encuentro. En un primer momento, uno

se siente confuso; pero luego va descubriendo que el Señor sólo nos pide poner

a su disposición todo lo que tenemos, por poco que sea. Con esta disponibilidad

de servicio, todo lo demás lo hace él y el Espíritu Santo enviado por él. Para

ser sus testigos, bastaría con dejar entender cómo nos ha tratado él en nuestra

pequeñez y debilidades.

2. Jesús calificó a los suyos de "gloria" o expresión y signo personal (Jn

17,10). Pablo quería ser y quería dejar en todas partes el "olor de Cristo"

(2Cor 2,15). No se trata de cosas extraordinarias, sino de autenticidad. Quien

tiene una relación y amistad profunda con una persona, no puede disimularlo.

Todos necesitamos intuir en los hermanos una historia de presencia y de amor de

Cristo. Cada uno es diferente en sus expresiones psicológicas y culturales, que

son secundarias; lo importante es que Jesús es el mismo, y su predilección es

irrepetible para cada persona.

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73. Transparencia de sus llagas

"Estoy crucificado con Cristo... En adelante, que nadie me moleste, pues

llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús".

(Gal 2,19; cfr. Gal 6,17; 2Cor 4,10)

1. "Entrar" en las llagas de Jesús, es una expresión que han usado

frecuentemente los santos, sus amigos. Pablo tenía a gala el llevar impresas en

su vida las huellas de la pasión del Señor. Los viajes apostólicos le depararon

no pequeños sufrimientos: azotes, pedradas, enfermedades, debilidades,

desgaste... (cfr. 2Cor 4,7ss; 11,23-29). Su gloria era la de estar "crucificado

con Cristo". Una vida gastada por él no puede menos que dejar sus huellas en el

modo de vivir. Pero esas huellas no se contabilizan ni acostumbran a valorarse

en el mercado humano, ni incluso en nuestro ambiente "cristiano".

2. Una vida que transparente las llagas de Jesús se caracteriza por la

sencillez y la alegría, como en Francisco de Asís. Quien vive escondido en las

llagas del Señor, participa y transparenta su gozo de resucitado. Quien modela

su propia vida en la mirada, los pies, las manos y el corazón de Cristo, va

perdiendo toda la chatarra o "basura", como diría Pablo (Fil 3,7-8). Hay

demasiados crucifijos de adorno en nuestra vida. Se necesitan cristianos que

sean transparencia de las llagas dolorosas y gloriosas de Cristo. Estamos

llamados a vaciarnos del falso "yo", para llenarnos de la vida del Señor y

hacer de la nuestra una donación como la suya.

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74. Prolongar sus pies

Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con

ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

(Mc 16,20; cfr. Mt 28,19; Lc 24,47)

1. Jesús necesita de nuestro caminar para acercarse visiblemente a otros

hermanos. Y también necesita de nuestras manos y especialmente de nuestro

corazón. Nuestras pisadas pueden ser una prolongación de las suyas cuando nos

acercamos a un enfermo, a un pobre o a cualquier miembro de la comunidad

humana. El limitó su vida mortal a una geografía concreta: la de Palestina y

alrededores. Nos encarga ir, en su nombre, a todos los hermanos por quienes él

ha dado la vida. Y se queda con nosotros, acompañándonos y esperándonos allí a

donde vamos en su nombre.

2. Ya durante su vida mortal, Jesús envió a sus discípulos allí "a donde él

había de ir" (Lc 10,1). Es que la historia humana es toda ella parte de su

misma historia y objetivo de su misión salvífica. A nosotros nos toca

prolongarle, ser su "complemento" (Col 1,24). Ni vamos solos ni trabajamos

solos. El "coopera" con nosotros, porque la obra es suya. Ha querido necesitar

de nuestros pies y de todo nuestro ser, que él ha asumido en el suyo

esponsalmente. La misión de prolongarle es continuación de la misma misión que

él recibió del Padre (cfr. Jn 20,21).

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75. Pan partido como él

Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer».

Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». El

dijo: «Traédmelos acá».

(Mt 14,16-18; cfr. Jn 6,5)

1. Para hacerse eucaristía, "pan partido", Jesús necesita de nosotros, de

nuestro pan, de nuestro vino y de nuestros gestos de caridad. Podría hacerlo

todo él, pero quiere que nosotros ofrezcamos nuestro pequeño todo transformado

en gestos de donación y de servicio. Somos pan partido, no cuando damos las

sobras, sino cuando nos damos a nosotros mismos con él y como él. Su modo de

dar es así: no tiene nada más que dar; por esto se da sí mismo. Es la

característica de su amor que quiere que se refleje en nuestra actitud de

reaccionar amando: "amad... sed perfectos como vuestro Padre celestial es

perfecto" (Mt 5,44.48).

2. Es fácil dar cosas, especialmente cuando sobran como los trastos viejos. Ser

pan partido para los pobres equivale a una actitud de pobreza que se refleja en

el desprendimiento de todo. Sólo se puede ir a los pobres con gestos de Jesús:

con un corazón pobre porque sólo busca agradar al Padre, y con una vida pobre

para sintonizar con los hermanos necesitados. Quien es pobre de verdad, no

tiene ni la riqueza de pensar que es pobre. Por esto, no gasta su tiempo en

hablar de su pobreza, sino en escuchar, acompañar, colaborar, callar con el

silencio activo de donación. Y también sabe desprenderse de las propagandas.

Esta pobreza evangélica no se cotiza en el mercado de la moda.

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76. Misión: comunicar la experiencia de Jesús

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto

con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de

la Palabra de vida... os lo anunciamos, para que también vosotros estéis

en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y

con su Hijo Jesucristo.

(1Jn 1,1-3; cfr. Ef 3,8-9)

1. En los escritos del discípulo amado, la palabra "ver" ("contemplar") tiene

una connotación de experiencia profunda en la oscuridad de la fe: "ver" a Jesús

donde parece que no está. Esta "contemplación" arranca de un corazón enamorado,

que descubre a Jesús escondido bajo signos pobres, aunque sean los de un

sepulcro vacío (cfr. Jn 20,8). No es una conquista ni un carisma

extraordinario, sino un don concedido por Jesús a los pequeños y a los que aman

(cfr. Jn 14,21). La experiencia de este don en la propia pobreza, se convierte

en el deseo profundo y comprometido de que todos le encuentren: "lo llevó a

Jesús" (Jn 1,42).

2. No se trata de explicar con palabras la propia "experiencia", sino de

invitar a un encuentro que es irrepetible para cada uno. Es el Señor el único

que puede comunicar esta fe viva, como conocimiento vivencial, personal y

relacional. "La venida del Espíritu Santo convierte a los Apóstoles en testigos

o profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a

los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24). Si el

apóstol no tuviera esta experiencia "contemplativa", no podría "anunciar a

Cristo de modo creíble" (RMi 91). Saulo, el perseguidor, se convirtió, después

del encuentro con Jesús, en su heraldo para todos los pueblos: "a mí, el menor

de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a las gentes

la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3,8).

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77. Ven y verás

Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés

en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de

José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber

cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás».

(Jn 1,45-46; cfr. 1,39.42)

1. Todos tenemos en el fondo del corazón un deje de escepticismo y de duda,

además de otras grietas y debilidades. Después de haber experimentado mil veces

la cercanía de Jesús en nuestra vida, todavía surgen nubarrones e indecisiones.

Es que el encuentro con él se reestrena todos los días, con su presencia y

ayuda. Su invitación sigue aconteciendo hoy: "venid y veréis" (Jn 1,39). Los

encuentros del pasado se hacen actuales, como si acontecieran de nuevo en

nuestra vida ordinaria, pero cada vez más sencillos y auténticos.

2. El "sígueme" de Jesús, cuando se ha aceptado vivencialmente, se hace

contagioso. Entonces se quiere comunicar a todos la experiencia de su

encuentro. Pero es Jesús mismo quien se manifiesta y se comunica: "lo llevó a

Jesús" (Jn 1,42). De parte de quien quiere comunicar esta experiencia, debe

haber un corazón sin intereses personalistas, como olvidando "el cántaro" de un

agua que ya no sirve (cfr. Jn 4,28) y como desapareciendo para que aparezca

sólo él (Jn 3,30). De parte de quien es invitado, debe haber una apertura "sin

doblez" (Jn 1,47). Los recovecos del corazón transformarían la fe en chapucería

o en un cristal opaco. El camino del encuentro es el mismo Jesús, aceptado tal

como es, presente y resucitado, "el viviente" (Apoc 1,18), que sigue hablando

de corazón a corazón.

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Síntesis para compartir

* Las huellas de Jesús resucitado en la historia humana:

- en los gozos y esperanzas,

- en las angustias y en el dolor,

- en la compañía y en la soledad,

- en el éxito y en el fracaso.

* Las huellas de Jesús en la comunidad eclesial:

- en su palabra viva,

- en su eucaristía,

- en los sacramentos,

- en la comunidad reunida en su nombre,

- en cada hermano con su vocación y sus carismas.

* Nuestra vida, transparencia de la suya:

- ser huella de Jesús para los demás,

- prolongar su mirar, hablar y caminar,

- prolongar su modo de servir y de amar,

- dejarle transparentarse en nuestra vida, tratando a los demás como

hacía él.

* ¿Qué obstáculos me impiden descubrir las huellas de Jesús en mi vida y en la

de los demás? ¿Tengo el suficiente "sentido" y amor de Iglesia, para descubrir

la presencia activa de Jesús en la comunidad eclesial y en sus signos "pobres"?

¿Cómo compartir con los demás las huellas de Jesús y cómo ayudar a otros

hermanos a que las descubran en su propia vida?

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Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón

El camino del encuentro con Cristo sigue la ruta del "corazón". El mismo

Jesús se hace "camino", con su mirada, sus pisadas, sus manos y su costado

abierto. Todos sus gestos siguen siendo fuente de santidad. Caminar con él es

ya un encuentro. Lo importante es que este caminar se convierta en relación

interpersonal y conocimiento vivido. Porque por medio de su humanidad

"vivificante" (cfr. Ef 2,5), encontramos a Dios Amor.

El camino del corazón lo ha trazado el mismo Jesús por su modo de

relacionarse con nosotros. Es un camino que equivale a:

- dejarse mirar y amar por él,

- dejarse encontrar y acompañar por sus pies de Buen Pastor y amigo,

- dejarse sanar y guiar por sus manos de Maestro bueno,

- dejarse conquistar por su costado abierto,

- abrirse definitivamente a su amor: saberse amado por él, quererle amar

del todo y hacerle amar de todos.

Este camino comienza en la propia realidad, en el propio "Nazaret", donde

Jesús espera y acompaña como "consorte", es decir, que comparte nuestra suerte.

Esa realidad concreta queda entonces abierta a la "vida eterna" (Jn 17,3).

Desde la encarnación, el tiempo presente comienza a ser inicio de un encuentro

definitivo. "En realidad el tiempo se ha cumplido por el hecho mismo de que

Dios, con la encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La

eternidad ha entrado en el tiempo" (TMA 9).

En la medida en que uno tenga la audacia de perderse en Cristo, en esa

misma medida se gana, recupera y trasciende (cfr. Mt 10,39). La opacidad del

egoísmo, al ir desapareciendo, va dejando lugar a la transparencia del amor de

Cristo. La vida es hermosa porque se hace huella y prolongación suya para

servir a todos los hermanos como lo haría él.

Para vivir este camino, hay que "traerle siempre consigo", como diría

Santa Teresa, porque "con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir". Poco

a poco, la vida se va unificando en el corazón del seguidor de Cristo, porque

"un mismo sentimiento tiene los dos" (San Juan de la Cruz). Así era el modo de

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vivir de Pablo: "mi vida es Cristo" (Fil 1,21; cfr. Gal 2,20). Somos su

humanidad prolongada en el tiempo, porque "Cristo es nuestra vida" (Col 3,3).

El camino hacia el corazón, sin descartar la oscuridad ni la debilidad,

se hace sencillo:

- por el conocimiento de las propias debilidades sin espantarse,

- por la confianza inquebrantable en su amor,

- por la decisión renovada diariamente de amarle del todo y para siempre.

Cada uno debe encontrar unos medios sencillos que indiquen relación: el

primer pensamiento al despertar, el trato con las personas como las trataba él,

el trabajo hecho como prolongando el suyo de Nazaret... Los signos que él nos

dejó para el encuentro, ya los conocemos bien; pero hay que convertirlos en

realidad viviente y relacional: su palabra, su eucaristía, sus sacramentos, su

comunidad eclesial, sus hermanos que son también los nuestros... Y la señal de

haberle encontrado en esos signos, consiste en la necesidad de estar con él sin

prisas en el corazón, especialmente aprovechando su presencia eucarística.

Hay que aprender a "comulgar" a Cristo en todo momento. Es la adhesión

con fe viva a los misterios de Cristo, prolongados en el espacio y en el

tiempo, especialmente durante la celebración y los tiempos litúrgicos. Se

comulga a Cristo haciendo de la vida un "fiat" (un "sí") generoso y un

"magnificat" (un agradecimiento) gozoso. Cuando llegue el momento oscuro de la

cruz, María nos acompañará y nos ayudará a vivir el "stabat" (estar de pie)

como una nueva maternidad en el Espíritu.

El primer interesado en el encuentro es el mismo Jesús, que para ello nos

ha dejado sus signos. Es el quien, como Dios hecho hombre, tiene la iniciativa

de salir al encuentro. "Si por una parte Dios en Cristo habla de sí a la

humanidad, por otra, en el mismo Cristo, la humanidad entera y toda la creación

hablan de sí a Dios, es más, se dan a Dios. Todo retorna de este modo a su

principio. Jesucristo es la recapitulación de todo (cfr. Ef 1,10). Si Dios va

en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama

eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo

adoptivo... El Hijo de Dios se ha hecho hombre, asumiendo un cuerpo y un alma

en el seno de la Virgen, precisamente por esto: para hacer de sí el perfecto

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sacrificio redentor" (TMA 6).

El cuerpo resucitado de Jesús sigue siendo el camino hacia la verdad y la

vida, que están en él (cfr. Jn 14,6), porque "todo lo que se verifique en la

carne de Cristo, nos es saludable en virtud de la divinidad a ella unida"

(Santo Tomás). Por esto, cada acción de Jesús produce una gracia que nos

asemeja a su realidad y nos transforma en él. El sigue presente, asumiendo

nuestra historia como parte de la suya, como "primogénito entre muchos

hermanos" (Rom 8,29).

A partir de esta experiencia de Jesús, que es un don suyo, ya sólo se

quiere vivir siempre con él, por él, en él y para él, como si él se prolongase

y proyectase en nosotros y en los demás hermanos. En la vida real y concreta,

se busca la identificación con él, porque ya no se quiere saber nada más, sino

en relación con él (cfr. 1Cor 2,2). Nos basta él, que vive en cada hermano y

que es el centro de la creación y de la historia. Otro deseo bastardo, ya no

interesa. Entonces la humanidad y la creación se van construyendo en la

hermosura querida por Dios Amor, sin los utilitarismos que destruyen el ser

humano y el universo.

Imitar a Cristo equivale a entregarse a él para que viva en nosotros. Se

busca vivir de "sus sentimientos" (Fil 2,5). La vida se hace "paso" con él,

porque "Cristo es nuestra Pascua" (1Cor 5,7). Así es "el pleno conocimiento de

él" (Ef 1,17), que rehace la mentalidad cristiana desde sus raíces. Es lo que

pedían los santos: "Jesús, que vives en María, ven y vive en tus siervos, por

tu Espíritu, para gloria del Padre" (San Juan Eudes).

Un corazón auténtico no se resiste ante las llagas abiertas del Señor. El

diálogo con él se hace charla familiar y mirada mutua en el silencio de la

donación. Ya se puede caminar por la vida con la mirada fija en él. El costado

abierto de Cristo es morada para todos. Sus heridas son biografía nuestra. Su

amor y el nuestro son siempre amor nuevo, que se estrena continuamente.

Hay que decidirse a entrar en ese corazón abierto, invitados por su

mirada y por los gestos salvíficos de sus pies y de sus manos llagadas y

gloriosas. Desde ahí, ya es posible mirar, caminar, obrar y amar como él. Y

encontraremos siempre hermanos que, con su consejo y experiencia, nos ayudarán

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en el mismo camino.

El impulso del camino lo sostiene él: mostrándonos sus pies, manos y

costado abierto, nos comunica el Espíritu Santo para vaciarnos de nosotros

mismos y de nuestro falso "yo", y llenarnos de él. La misión que Jesús recibió

del Padre pasa a nosotros a través de su cuerpo llagado y glorioso. Esta misión

de amor necesita la transparencia de nuestra crucifixión con él.

En el cuerpo crucificado y resucitado de Jesús han quedado impresas las

huellas de las manos de todo ser humano, de toda cultura y de todo pueblo. A

veces han sido manos que le han crucificado; pero el amor de su corazón ha

transformado la crucifixión en resurrección, el pecado en justificación, el

trabajo en nueva creación. Las guerras y los odios han quedado vencidos por el

amor de un Dios crucificado.

Nuestra biografía y la de toda la historia humana se continúa escribiendo

en su cuerpo de resucitado, que se nos hace camino y amigo, por sus pies, manos

y costado abierto. En su corazón cabemos todos y ahí hemos de llegar todos, si

no dejamos de caminar. Basta con dejarse mirar por él y hacer de la vida un

"sí" como el de María (Lc 1,38).

Hay muchas personas que, como nosotros, necesitan encontrar las huellas

de Jesús en su propia vida. Todos podemos ser, para los demás, esas huellas de

luz y aliento. Bastaría con mirar, escuchar, acompañar ayudar como lo haría él.

Porque efectivamente es él quien vive en nosotros. Por el saludo María, Jesús

santificó a Juan Bautista cuando todavía estaba en el seno de su madre, santa

Isabel (Lc 1,44). Hoy sigue salvando el mundo por medio de nuestro modo de

mirar, acompañar, escuchar, hablar, ayudar, darse... María es "la Madre del

amor hermoso, la estrella que guía con seguridad los pasos de la Iglesia al

encuentro del Señor" (TMA 59).

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Documentos y siglas

AG Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).

CEC Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).

CFL Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la

vocación y misión de los laicos: 1988)

DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).

DM Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia:

1980).

DEV Dominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu

Santo: 1986).

DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).

EN Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la

evangelización: 1975).

GS Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo).

LE Laborem Excercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el trabajo: 1981)

LG Lumen Gentium (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).

TMA Tertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre el

Jubileio del año 2.000).

PDV Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II

sobre la formación de los sacerdotes: 1992).

PO Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).

RH Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).

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RM Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano:

1987).

RMi Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato

misionero: 1990).

SC Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).

SD Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el

sufrimiento: 1984).

VS Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral

de la Iglesia: 1993).

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Indice de materias

Admiración: n.49.

Agua viva: nn. 55, 57.

Alegría: n. 52.

Amor: nn. 7, 9, 23, 42, 45, 54, 56, 69 (ver: caridad).

Amistad: nn. 8, 30, 41, 54 (ver: fraternidad).

Anunciación (ver: María).

Apóstoles: nn. 67, 74, 76 (ver: misión).

Ascensión: n. 68.

Bautismo: nn. 17, 57-58.

Belén: nn. 16, 29.

Bienaventuranzas: n. 75.

Buen samaritano: n. 23 (ver: misericordia).

Calvario: nn. 14, 31, 44-45, 55.

Camino: nn. 18-19, 30, 61.

Caridad: nn. 7, 23, 42, 54, 60, 69, 75 (ver: amor).

Castidad: n. 45 (ver: virginidad).

Celo apostólico: nn. 18, 22.

Cenáculo: n. 33.

Ciegos: n. 35.

Compasión: nn. 6, 48 (ver: misericordia).

Confianza: nn. 26, 37-38 (ver: esperanza).

Contemplación: nn. 53, 56, 63, 65, 76.

Conversión: n. 12.

Corazón de Jesús: nn. 6, 47-59.

Corazón de María: n. 59.

Corona de espinas: n. 13.

Creación: n. 49.

Crucifixión: nn. 31, 45.

Cruz: nn. 31, 43-45, 51, 64.

Cultura: n. 40.

Curación: nn. 26, 35.

Desierto: n. 17.

Dificultades: nn. 62-63.

Dolor: nn. 9-10, 48, 51.

Emaús: nn. 33, 61.

Encarnación: n. 22 (ver: Verbo, María).

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Enfermos: nn. 26, 35.

Enseñanza: nn. 34,40.

Escatología: n. 68.

Esperanza: nn. 38, 68.

Espíritu Santo: nn. 14, 46-47, 52, 57, 59.

Examen: nn. 5, 7, 27.

Experiencia de Dios: n. 76 (ver: contemplación).

Eucaristía: nn. 11, 33, 42, 66, 68, 75.

Familia: nn. 29,41.

Fe: nn. 32, 36, 46, 56, 58, 63, 76.

Fiesta (ver pascua, sábado).

Fortaleza: n. 37.

Fracasos: n. 64.

Fraternidad: nn. 42, 60, 69-70 (ver: amistad, caridad, familia).

Filiación adoptiva: n. 54.

Gozo: n. 52.

Gracia: n. 36 (ver: Espíritu Santo, filiación, inhabitación).

Gratitud: n. 11.

Higuera estéril: n. 27.

Historia: nn. 31-32, 44, 47.

Huellas de Cristo: nn. 60-77 (ver: pies).

Humildad: nn. 7, 39, 41, 47.

Iglesia: n. 57.

Infancia: n. 39.

Inhabitación: n. 53.

José: nn. 14, 16, 34.

Joven rico: n. 2.

Juan evangelista: n. 53.

Lágrimas: nn. 8-9, 21.

Lázaro: n. 8.

Leprosos: n. 35.

Leví: n. 3.

Libertad: n. 43.

Llagas: nn. 31, 45, 55, 73.

Llanto: nn. 8-9, 21.

Magdalena: nn. 21,32, 63, 70.

Mandato del amor: nn. 23, 69.

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Manos de Jesús: nn. 34-46.

Mansedumbre: n. 47.

María Magdalena (ver: Magdalena).

María de Betania: nn. 24-25.

María Virgen: nn. 6, 14, 16, 34-35, 40, 44, 47, 59.

Marta: nn. 24-25.

Mateo: n. 3.

Maternidad: n. 48.

Miradas de Jesús: nn. 1-15.

Misericordia: nn. 3, 11, 23, 37 (ver: compasión).

Misión: nn. 46, 57, 67, 70-77.

Nazaret: nn. 17, 28, 70, 77.

Niños: n. 39.

Obediencia: n. 43.

Oración: 1, 11, 17, 20, 24, 52-53, 56, 63, 76 (ver: contemplación).

Oveja perdida: n. 22.

Pablo: nn. 61, 67, 72-73.

Padre nuestro: nn. 43, 52 (ver: oración).

Palabra de Dios: nn. 36, 40, 43, 61, 65.

Pan partido: nn. 42, 61, 75 (ver: eucaristía).

Pascua: n. 30 (ver: pasión, resurrección).

Pasión: nn. 13-14, 31, 43-45, 55.

Paso de Jesús: nn. 4, 19, 28.

Paz: n. 5.

Pecado: nn. 9, 12, 21, 37, 44, 51.

Pedro: nn. 12, 37.

Penitencia: n. 12.

Pentecostés: n. 57.

Pequeños: nn. 22, 39, 52.

Perdón: nn. 9, 12, 21, 45, 46.

Perfección: nn. 2, 56.

Pies de Jesús: nn. 16-33, 74.

Pisadas de Jesús (ver: pies).

Pobres: n. 75 (ver: pobreza).

Pobreza: nn. 2, 7, 20, 52, 75.

Predicación: n. 18.

Presencia de Jesús: nn. 5, 31, 33, 41, 60-77.

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Providencia (ver: confianza, creación, historia).

Queja: n. 50.

Reconciliación (ver: perdón).

Reparación: n. 51 (ver: misericordia, perdón).

Resurrección: nn. 32, 36, 46, 64, 67-68, 77.

Rostro de Jesús: nn. 1-15.

Sábado: n. 10.

Sacrificio: nn. 17-18, 66.

Salvación: n. 55.

Samaritana: n. 20.

Sanación: nn. 26, 35.

Sangre de Jesús: n. 55.

Santidad: n. 2, 56 (ver: perfección).

Sed: n. 20.

Seguimiento evangélico: nn. 1-2, 7, 30, 77.

Sembrar: nn. 18, 40.

Semilla: n. 40.

Sepulcro vacío: n. 63.

Servicio: n. 41.

Silencio: n. 61.

Solidaridad: n. 42.

Sufrimiento: 9, 10, 48, 51.

Tabor: n. 15.

Tempestad: nn. 38, 62.

Testigos: n. 72.

Testimonio: nn. 72-73.

Tiempo: n. 21 (ver: historia).

Trabajo: nn. 34, 40.

Transfiguración: n. 15.

Trinidad: nn. 15, 54.

Tristeza: nn. 10, 51.

Unción: nn. 21, 25.

Verbo: nn. 13, 16, 40.

Vida apostólica: n. 7 (ver: Apóstoles).

Virginidad (ver: castidad, María Virgen).

Vocación: nn. 1-3, 7, 77.

Zaqueo: n. 4.

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111

Citas evangélicas comentadas

Mateo:

1,16: n. 44.

2,11: n. 16.

4,1: n. 17.

4, 18: n. 19.

4,23: n. 18.

5,48: n. 75.

6,9: n. 52.

8,3: n. 35.

8,10: n. 49.

8,26: n. 18.

9,9ss: n. 3.

9,22: n. 5.

9,36: n. 6.

11,12-13: n. 27.

11,26: n. 47.

11,28-29: nn. 47, 58.

13,4: n. 40.

13,55: n. 34.

14,14: n. 6.

14,16: n. 75.

14,19: nn. 11, 42.

14,27: n. 62.

15,30: n. 26.

15,32: n.48.

17,2: n.15.

17,5: n. 40.

18,1ss: n. 39.

18,12: n. 22.

18,20: nn. 60,69.

18,33: n. 23.

19,13-15: n. 39.

19,21: n.2.

19,29: n. 38.

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112

20,17: n. 30.

25,35.43: n. 29.

25,36: n. 26.

25,40: nn. 45, 60.

26,26: nn. 42, 66.

26,37-38: n. 51.

26,67-68: n. 13.

27,30: n. 13.

27,35: nn. 31, 45.

28,9: n. 32.

28,19: n. 74.

28,20: nn. 67, 63.

Marcos:

1,14: n. 18.

1,41: n. 35.

2,14: n. 3.

2,41: n. 16.

3,5: n. 10.

3,10: n. 26.

4,3: n. 40.

4,39: n. 38.

5,30-32: n. 5.

5,41: n. 36.

6,3: n. 34.

6,6: n. 49.

6,34: n. 6.

6,41: n. 11.

6,50: n. 62.

7,6: n. 50.

9,2: n. 15.

10,16: n. 39.

10,21: n. 2.

10,23-28: n. 7.

10,23-28: n. 30.

14,22: nn. 42, 66.

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113

14,33-34: n. 51.

14,65: n. 13.

15,20: nn. 31, 45.

16,15: n. 74.

16,20: n.67.

Lucas:

1,38: conclusión.

1,48: I, presentación.

2,7.12: n. 59.

2,35: nn. 45, 59.

2,49: n. 43.

2,52: n. 34.

4,1: n. 17.

4,30: n. 28.

4,40: n. 35.

4,43-44: n. 18.

5,5: n. 64.

5,12: n. 27.

5,13: n. 35.

5,2728: n. 3.

6,10: n. 10.

7,13-15: n. 36.

7,38.47: nn. 21, 25.

8,1: n. 18.

8,5-15: n. 40.

8,24: n. 38.

8,47: n. 5.

9,16: n. 11.

9,29: n. 15.

9,51: n. 30.

9,53: n. 29.

10,1: n. 74.

10,21: n. 52.

10,30.37: n. 23.

10,38: n. 71.

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114

10,39: n. 24.

13,6-9: n. 27.

15,4: n. 22.

15,20: n. 48.

18,15: n. 39.

18,22: n. 2.

18,24: n. 7.

18,31: n. 30.

19,5-10: n. 4.

19,41-44: n. 9.

22,19: nn.42, 46.

22,24: n. 41.

22,27: n. 41.

22,32: n. 71.

22,42-44: n. 51.

22,54: n. 43.

22,61: n. 12.

22,64: n. 13.

23,33-34: nn. 31, 45.

24,15: n. 33.

24,28-32: n. 61.

24,39: nn. 32, 46.

24,47: n. 74.

Juan:

1,11: n- 10.

1,14: n. 16.

1,36: n. 19.

1,38-47: nn. 1, 34, 42, 76, 77.

2,5: n. 14.

3,5: n. 15.

3,16: n. 54.

4,6: n. 20.

6,5: n. 75.

6,11: nn. 11,42.

6,15: n. 28.

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115

6,20: n. 62.

6,23: n. 20.

6,35: n. 62.

6,51: n. 18.

6,57: n. 42.

6,63-68: n. 65.

7,37-39: n. 55.

8,12: n. 18.

10,3-4: n. 22.

10,16: n. 22.

10,39: n. 28.

11,3: n. 27.

11,16: n. 30.

11,28: n. 24.

11, 32: n. 24.

11, 33-35: n. 8.

11,54: n. 28.

12,3: n. 25.

12,24: n. 64.

12,27: n. 51.

12,36: n. 28.

12,37: n. 10.

12,43: n. 28.

13,1: nn. 14, 31, 55.

13,5.15: n. 41.

13,16: n. 39.

13,23-25: n. 53.

13,34-35: nn. 23, 69.

14,6: n. 18.

14,21: nn. 53, 63.

14,23: n. 53.

15,2ss: n. 54.

15,5: n. 7.

15,9: nn. 14, 53.

15,11: n. 52.

15,13-16: n. 54.

16,22: n. 52.

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116

17,1: n. 11.

17,10: n. 72.

17,13: n. 52.

17,23: n. 69.

18,11: n. 51.

18,12: n. 43.

19,3: n. 13.

19,17: n. 44.

19,18: nn. 31, 45.

19,25: n. 45.

19,26-27: n. 14.

19,34: nn. 55,57.

19,37: n. 56.

20,7: n. 63.

20,16: nn. 32, 63.

20,17: n. 70.

20,20-23: nn. 46, 57.

20,27: n. 58.

21,3-7: nn. 61, 64.

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117

Indice general

Contenido

Introducción: Las etapas de un camino.

I. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA

Presentación.

1: Mirada que invita a seguirle. 2: Mirada a un joven. 3: Mirada a Leví. 4:

Mirada a Zaqueo. Mirada a los que le rodean. 6: Mirada de compasión. 7: Mirada

que examina de amor. 8: Llanto por el amigo muerto. 9: Llanto ante Jerusalén.

10: Mirada de tristeza. 11: Mirada de gratitud. 12: Mirada de perdón. 13:

Rostro ultrajado. 14: Mirada a su Madre y nuestra. 15: Rostro glorioso.

Síntesis para compartir.

II. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES

Presentación.

16: Pies de niño. 17: Hacia el desierto. 18: De camino para predicar. 19: De

paso. 20: Esperando. 21: Llorar a sus pies. 22: Buscando la oveja perdida. 23:

Los pies del buen samaritano. 24: Sentarse a sus pies. 25: Pies ungidos. 26:

Consuelo para los enfermos. 27: Buscando un fruto que no existe. 28: Se fue.

29: Peregrino y sin hogar. 30: De camino hacia la Pascua. 31: Pies

crucificados. 32: Gloriosos. 33: En nuestro camino de Emaús.

Síntesis para compartir.

III. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS

Presentación.

34: Manos de trabajador. 35: Manos que sanan. 36: Manos que devuelven a la

vida. 37: Manos que fortalecen. 38: Manos que calman la tempestad. 39: Manos

que bendicen y acarician. 40: Manos que siembran y enseñan. 41: Manos que lavan

los pies. 42: Manos que parten el pan. 43: Manos atadas. 44: Manos que cargan

con el madero. 45: Manos clavadas en la cruz. 46: Manos gloriosas de

resucitado.

Síntesis para compartir.

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118

IV. EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON

Presentación.

47: Corazón manso y humilde. 48: Compasivo. 49: Admiración. 50: Queja. 51:

Tristeza. 52: Gozo. 53: De corazón a corazón. 54: Declara su amistad. 55:

Corazón abierto. 56: Contemplarlo con la fe. 57: Comunica el Espíritu. 58:

Invita a entrar. 59: El corazón de su Madre y nuestra.

Síntesis para compartir.

V. SUS HUELLAS EN MI VIDA

Presentación.

60: En los hermanos. 61: En mi camino. 62: En la tempestad. 63: En el sepulcro

vacío. 64: En los fracasos. 65: En sus palabras de vida. 66: En la Eucaristía.

67: Presencia activa y permanente. 68: En la esperanza. 69: En medio nuestro.

70: Ve a mis hermanos. 71: Ser su huella. 72: Testigos. 73: Transparencia de

sus llagas. 74: Prolongar sus pies. 75: Pan partido como él. 76: Misión:

comunicar la experiencia de su encuentro. 77: Ven y verás.

Síntesis para compartir.

Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón

Documentos y siglas

Indice de materias

Citas evangélicas comentadas

Indice general