LOS LÍMITES DE LA PROFESIONALIZACIÓN DEL TRABAJO DE CUIDADOS
Sara Moreno ([email protected]) Carolina Recio ([email protected]) Vicent Borràs ([email protected]) Teresa Torns ([email protected])
Centre d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el TreballInstitut d’Estudis del TreballDepartamento de Sociología de la UniversidadAutónoma de BarcelonaCampus Universitari- Edifici B08193 Cerdanyola del Vallès (Barcelona)
Abstract
Los análisis demográficos plantean un futuro definido por el envejecimiento de la población y por la reducción de mujeres de las “generaciones “sándwich” que han sido, hasta hoy, las encargadas de las tareas de cuidado y atención de las personas dependientes en el entorno familiar. Un escenario que requiere la necesidad de plantear nuevas formas de organizar colectivamente este tipo de trabajo. Una organización que requiere necesariamente de la implicación y el soporte central de la Administración Local como productora y gestora de los servicios necesarios.El objetivo de la comunicación es presentar los límites de los procesos de profesionalización de las ocupaciones vinculadas a los trabajos de cuidado de larga duración. Se presentarán los resultados obtenidos con el trabajo de campo del proyecto PROFESOC (Referencia 2011-0004-INV-00120) que incluyen ocho grupos de discusión con distintos perfiles de personas cuidadoras y cincuenta entrevistas realizadas a distintos perfiles profesionales relacionados con el trabajo de cuidados. Esta investigación tiene como objetivo central analizar las posibilidades de profesionalización de los trabajos vinculados a la atención a personas requeridas de cuidados de larga duración. La hipótesis principal apunta hacia la existencia de factores socio-estructurales que limitarían las posibilidades de construcción de un empleo reconocido y cualificado. Más concretamente estos límites responden a tres aspectos cruciales: a) la ausencia de los cuidados de larga duración de los Estados del Bienestar que ya en su concepción, no contemplaban este tipo de necesidades, y un imaginario social, que no ha considerado ni ha demandado históricamente, este tipo de servicios a la administración pública; b) el contenido de este trabajo está íntimamente ligado a un imaginario social que concibe estos empleos como un continuum del trabajo doméstico no remunerado y limita las posibilidades de mejora de las condiciones de empleo y de reconstrucción de las cualificaciones profesionales; c) la aceptación social dela informalidad que comporta una competencia directa en los intentos de profesionalización de estos trabajos. Todos estos procesos ayudan a comprender las dificultades para construir profesiones vinculadas al cuidado y sirven para realizar propuestas políticas y laborales que las tengan en cuenta.
Palabras clave: trabajo de cuidados, profesionalización, división sexual del trabajo,
cuidados de larga duración, condiciones de trabajo.
Introducción
El punto de partida es la constatación de los procesos de envejecimiento de la sociedad
española, y el reconocimiento que este proceso demográfico supone un reto para las
sociedades actuales. El reto reside en la necesidad de pensar en soluciones colectivas,
socialmente organizadas, que permitan hacer frente al incremento de personas que
requerirán unas atenciones especializadas, junto con una reducción de las cohortes de
mujeres de generación intermedia, que a la actualidad son las principales responsables
de la cura cotidiana de las personas. Este punto de partida tiene que servir para analizar
cuáles son las formas que organizan las soluciones posibles para hacer frente a este
supuesto agujero demográfico.
En este sentido la comunicación se adentra en el campo del cuidado a las personas que
requieren atención de larga duración y concretamente en el campo de los procesos de
profesionalización de los trabajos de cuidado. La ponencia presenta los primeros
resultados de la fase cualitativa del proyecto PROFESOC "Nuevas profesiones para la
organización social del cuidado cotidiano" (Instituto de la Mujer, 2011-0004-INV-
00120).El objetivo principal es explorar las posibilidades de creación de nuevos
perfiles profesionales capaces de atender las necesidades sociales de atención y cuidado
de larga duración que se dan en la vida cotidiana, de las personas necesitadas de dichos
cuidados. Para dar respuesta a esta propuesta general, se propone como objetivo
específico diagnosticar las dificultades que giran en torno al desarrollo de las
profesiones vinculadas al cuidado a personas con necesidades de cuidados de larga
duración. La estrategia metodológica utilizada se ha basado en técnicas cualitativas de
recogida de datos, que ha combinado entrevistas con trabajadoras del sector de atención
a las personas (seleccionadas en función de su perfil profesional) y grupos de discusión
con familias que cuidan cotidianamente de personas que necesitan cuidados específicos.
A continuación se presentan algunos aspectos centrales para situar el debate del trabajo
de los cuidados y su profesionalización; un breve apunte metodológico y se exponen los
resultados preliminares obtenidos.
2. Envejecimiento y necesidad de cuidados
La necesidad de atender las nuevas necesidades sociales que han surgido a raíz de los
cambios habidos en las sociedades del bienestar contemporáneas, en estas dos últimas
décadas, parece fuera de duda. Necesidades de las que si bien puede cuestionarse su
novedad, la mayoría de los especialistas no dudan en relacionar con las
transformaciones demográficas, los cambios en la familia y la mal denominada
incorporación de las mujeres en el mercado de trabajo. Si tales cambios se contemplan
desde la perspectiva de género, puede apreciarse cómo el primer factor tiene que ver
con el proceso de envejecimiento de la población y la reducción de la natalidad lo que
redunda en un masivo aumento de las necesidades de atención al cuidado de las
personas etiquetadas como dependientes.
Las proyecciones demográficas no dejan lugar a dudas. Sólo en el caso del
envejecimiento, las proyecciones españolas alertan que el índice de sobreenvejecimiento
(nº de personas ≥ 85 años en relación al nº de personas ≥ 65 años) en 2016 será del
32,8%. En consecuencia, los datos de EUROSTAT apuntan que el índice de
dependencia senil (≥ 64 años de la población en relación a las personas en edad de
trabajar) era del 15,4 en 1996, un índice que aumentará hasta el 19,6 en 2020 y hasta el
31,5 en 2050. Añadido al proceso de envejecimiento debe considerarse el proceso de
empeoramiento de los estados de salud. los datos existentes confirman que la
probabilidad de tener alguna dificultad – discapacidad – para la realización de
actividades de la vida diaria aumenta notablemente con la edad. Según los datos de la
Encuesta de Discapacidad, Autonomía Personal y Situaciones de Dependencia (2008)
realizada por el Instituto Nacional de Estadísitca (INE), del total de personas con alguna
discapacidad el 31,2% tenían entre 65 y 79 años y el 26,7% tenían 80 años o más. Unos
datos que parecen indicar que el proceso de envejecimiento es ciertamente un reto y un
motivo de preocupación para las sociedades europeas.
Entre los motivos de preocupación cabe mencionar el agujero demográfico que supone
la paulatina desaparición de las mujeres de la generación contigua (45 a 65 años),
también conocidas como “generación sandwich" (Miller 1981, Williams 2004)1.
Mujeres que han sido, hasta la fecha, las encargadas de las tareas de cuidado y atención
a las personas dependientes de la familia. Esta realidad insatifactoria no ocurre porque
las mujeres hayan dejado de llevar a cabo el trabajo de cuidados cotidiano, al aumentar
su presencia en el mercado de trabajo formal e informal. Sino que el alargamiento del
ciclo de vida de la población ha hecho evidente el número insuficiente de mujeres de
generación sandwich (Williams 2004), que hasta la fecha procuran ese bienestar
cotidiano en el entorno familiar. Otros análisis han señalado el impacto del llamado
declive del modelo malebreadwinner (Crompton, 1999, Lewis, 2001) relacionado con
los cambios habidos en el modelo de familia patriarcal donde el hombre es el principal
1Ver Tabla 1 y anexo estadístico
proveedor de ingresos y la mujer, el ama de casa cuidadora. El tercer factor alude al
aumento de la participación femenina en el mercado de trabajo formal como si ello
hubiese supuesto el abandono femenino de las tareas domésticas y de cuidado. Y no
toma en cuenta que esa mayor presencia femenina no ha sido correspondida por la
mayor participación masculina en las tareas domésticas y de cuidado, tal como los datos
muestran en las encuestas del uso del tiempo (Aliaga, 2006; Encuesta Empleo del
Tiempo-INE, 2009), por sólo citar algunos de ellos. Y los estudios sobre la famosa
conciliación no dejan de desmentir (Tobío 2005; Torns, 2005).
2. El concepto de cuidado
Un buen comienzo es precisar qué se entiende por cuidados, dada la polisemia del
término y lo muy deudor que es de la literatura anglosajona. A pesar de lo dicho,
conviene considerar la propuesta de deconstrucción del término carerealizada por Carol
Thomas (1993), así como la llevada a cabo por Marie ThérèseLetablier (2007). Y
recordar a Laura Balbo (1987) que fue una de las pioneras en fijar argumentos y líneas
de actuación en torno a los cuidados y el bienestar cotidianos.
Los puntos comunes de tales argumentos establecen que los cuidados constituyen un
trabajo con el que afrontar y dar respuesta a las necesidades de cuidados y bienestar
cotidiano de las personas, que el sistema socioeconómico capitalista o bien no afronta o
bien no resuelve de manera satisfactoria. Cuando esas tareas forman parte de las
políticas del Estado del Bienestar se convierten en servicios públicos (principalmente en
el sector de la educación, la sanidad, los servicios sociales y personales y de la propia
Administración Pública). Esas mismas tareas son las que, de igual modo, configuran el
contenido del empleo femenino, hoy en día mayoritario en toda la UE, cuando esos
servicios están regulados por el mercado. Esos mismo argumentos coinciden al afirmar
que el volumen del trabajo de cuidados cobra toda su magnitud e importancia cuando
esas tareas forman parte del trabajo no pagado que las mujeres llevan a cabo
cotidianamente, para cuidar de las personas de la familia, convivan o no con ellas. O
cuando conforman la realidad de un trabajo no pagado que, cada vez y en mayor
medida, se desempeña de manera voluntaria en asociaciones o actividades comunitarias.
Tareas que, en todos los casos citados, resultan imprescindibles para que las necesidades
sociales relacionadas con los cuidados y el bienestar cotidiano actuales queden
cubiertas. Una aseverción que puede sustentarse aun siendo conscientes de: la variedad
de régimenes de bienestar existentes en la UE; las limitaciones derivadas de la actual
laminación del Estado del Bienestar (Lyon; Glucksmann 2008), e, incluso, la
inexistencia del mismo, como sucede en el caso de los EEUU (Rossi 2001).
Los mencionados argumentos continuan coincidiendo al confirmar que las mujeres son,
de manera mayoritaria, quienes llevan a cabo ese trabajo de cuidados no pagado.
Convirtiéndose, por ello, en las principales procuradoras del bienestar cotidiano que
demanda un volumen creciente de población. Una situación que debe ser especialmente
destacada pues, en la actualidad, ese trabajo de cuidados resulta imprescindible dadas
las necesidades que se derivan del envejecimiento de la población, en las sociedades del
bienestar. Pudiendo afirmarse que, en la mayor parte de los países europeos, el trabajo
de cuidados forma parte primordial del reto que el bienestar cotidiano y los cuidados
tienen planteados. Y que son los servicios de cuidados de larga duración, así como las
dificultades que los envuelven, la máxima expresión de la magnitud de ese reto. Un reto
y unas dificultades que deben afrontarse siendo conscientes de que el trabajo de
cuidados cotidiano es absolutamente necesario, a pesar del olvido o ignorancia que ese
trabajo no pagado presenta en el modelo social europeo. Y reconociendo, además, que
ese trabajo entra de lleno en la encrucijada de conflictos de clase, género, etnia y
generación que las sociedades del bienestar deben confrontar, (Lyon; Glucksmann
2008).
La organización social del cuidado cotidiano
Las especialistas en políticas del bienestar con sensibilidad hacia las cuestiones de
género llevan más de una década (Lewis 1998) reivindicando intervenciones que
contemplen la organización social del cuidado cotidiano, como posible alternativa a la
problemática aquí referenciada. Una organización social que resulta absolutamente
imprescindible, dado el aumento de las necesidades sociales, especialmente de las
derivadas del envejecimiento de la población. Y puesto que, hoy en día, las sociedades
del bienestar continúan sin resolver esas necesidades de cuidados de manera
satisfactoria. Unos hechos que son los que, en realidad, cuestionan la propia existencia
del modelo social europeo y la sostenibilidad de la vida en las sociedades del bienestar.
Las aportaciones de Mary Daly y Jane Lewis (2000) son un buen ejemplo de los
estudios que han convertido los cuidados en una categoría analítica básica para el
análisis de los regímenes de bienestar. Según su criterio el lema social care2 remite al
2Organización social del cuidado cotidiano es la traducción castellana del lema social care que parece más consensuada, hasta el momento.
conjunto de actividades y relaciones, de carácter material, afectivo y simbólico,
vinculadas a las necesidades de cuidados de criaturas y personas adultas reconocidas
como dependientes. De igual modo, el lema se refiere, también, al marco normativo que
regula la organización socioeconómica donde tienen lugar tales actividades y relaciones.
Esas dimensiones componen la problemática en la que se inserta la organización social
del cuidado cotidiano, en general, y los mencionados servicios de cuidados de larga
duración a las personas mayores dependientes, en particular. Problemática que conviene
destacar puesto que el modelo social europeo nunca consideró ni tal organización ni
tales servicios como conformadora de derechos universales a contemplar, para el
conjunto de la ciudadanía. Esa desestimación provoca que tal organización apenas se
considere relevante, como sí sucede con los servicios relativos a la sanidad y a la
educación. Y que los mencionados servicios se resuelvan, por lo general, mediante la
economía informal o el voluntariado, donde las mujeres en situación de precariedad
laboral o de extrema subordinación son, una vez más, las protagonistas.
3. El modelo social europeo y el olvido de los cuidados de larga duración
El modelo de bienestar, creado en Europa tras la Segunda Gran Guerra, fue pensado
para dar cobertura a las necesidades de protección social de los sujetos activos en el
mercado laboral, y ello explicaría el desarrollo de las tres grandes áreas universales de
los Estados del Bienestar – Educación, Sanidad y Pensiones-. Pero tal cobertura no
tuvo en cuenta la variabilidad las necesidades de cuidados y bienestar de las personas en
su vida cotidiana, a lo largo del ciclo de vida. Y si bien se aceptó que tales necesidades
de cuidado cotidianas eran perentorias al comienzo de la vida no se previó que el
alargamiento de ese ciclo de vida iba a cuestionar la bondad del modelo. Un
cuestionamiento que subsiste, en la actualidad, más allá de la laminación a la que ha
sido sometido por las políticas neoliberales. Ya que, como puede constatarse en la
Europa de nuestros días, esas necesidades de cuidados y bienestar cotidianas aumentan
indeciblemente, dado el envejecimiento de la población. Fenómeno que debe
considerarse como un logro de las sociedades del bienestar pero que pone de manifiesto:
las limitaciones del mencionado modelo; la propia definición y el alcance de conceptos
como bienestar, autonomía o dependencia, y la necesidad de mostrar la importancia de
los cuidados a la hora de repensar el bienestar, allá donde todavía puede darse3.
De hecho, la urgencia por rehacer y encontrar nuevas respuestas al reto de repensar el
bienestar obliga a revisar las bases de un modelo social europeo que siempre tuvo como
prioridad asegurar la producción de bienes y servicios. Y, que debido a ello, no se
preocupó o dio por supuesto que cualquier persona adulta podía afrontar ese bienestar
cotidiano por sí misma. Una suposición que enmascaró el hecho de que la gran mayoría
de la población obtuviese y procurara ese bienestar cotidiano a través de intercambios
más o menos equitativos de trabajo de cuidados, dinero, tiempo, amor, especies, etc. De
un modo tal, que no parece aventurado afirmar que el modelo social europeo siempre ha
dado por supuesto que los cuidados y el bienestar cotidiano existen, pero no tienen
porqué ser valorados o reconocidos.
Siguiendo estos razonamientos la organización del cuidado de larga duración obliga a
establecer vínculos con los otros grandes sistemas del bienestar que también procuran
cuidados a la población (Sanidad y Educación). Ya se ha visto que este tipo de
necesidades de cuidados de larga duración no fueron consideradas en la instauración de
los Estados del Bienestar apareciendo años más tarde al evidenciarse la “amenaza” que
suponía el envejecimiento de la población. Sin embargo, esta preocupación creció en un
contexto cambiante en el que los niveles de protección social público estaban siendo
cuestionados. El contexto de expansión de los “nuevos servicios del cuidado” tuvo lugar
en unas sociedades que estaban desvirtuando los servicios universales e imponiéndose
otros modelos de pensar y gestionar las políticas y servicios públicos.
3.1. La expansión de los servicios de atención en España
En España la expansión de un modelo universalista, semejante al de otros Estados del
Bienestar más desarrollados, se dio paralelamente al aumento de las presiones
ideológicas a favor de una política económica monetarista y de cesión de poder al
capital privado (Rodríguez Cabrero 1998). De ahí que el modelo de bienestar español
sea reconocido por su universalismo (pensiones, sanidad y educación) pero también por
3 Véase Gardiner (2000) como una de los primeros toques de alerta sobre la importancia de repensar el cuidado de sí mismo a la hora de replantear las políticas de bienestar.
su alto componente de asistencialismo y familismo, especialmente en el campo de los
servicios sociales.
La década de los 90 se caracterizó por la consolidación definitiva del sistema de
protección social en España: el modelo de servicios y prestaciones, modelos de acceso a
los servicios, modelo de prestación y gestión de los servicios, etc. Se trata pues de un
período donde se afianzan muchos procesos que estructuraran los Servicios Sociales en
España y que deben entenderse a caballo entre los deseos de universalización y las
presiones de contención de gasto público. Este proceso afianzador del “modelo español”
de servicios de atención social, puso simultáneamente en evidencia los límites del
sistema para hacer frente a las situaciones de exclusión social. La contención del gasto
social era ya parte inherente a la política social del país, muy influenciada por los
dictámenes de organismos europeos e internacionales. Rodríguez Cabrero (2004) señala
otros elementos y procesos esenciales para comprender el momento actual de la política
social española, entre ellos destaca el proceso de creciente dependencia mutua entre el
sector público y las entidades mercantiles y del tercer sector social en la prestación de
servicios. La década de los 90 impulsó a las entidades voluntarias y de la iniciativa
privada mercantil como organismos colaboradores con el sistema de servicios sociales,
mediante la gestión de los servicios públicos de atención social. Veremos más adelante
que la colaboración entre estado y oferta empresarial – mercantil y no mercantil- se ha
convertido en otro de los rasgos distintivos del desarrollo de los servicios sociales
españolesEn este sentido la importancia del tipo de política pública y la gestión de la
misma deben ser consideradas como un elemento a reseguir, dada la vinculación que
pueda tener con el tipo de empleo generado en el área de interés (Simonazzi 2009), y el
impacto en términos de profesionalización (Hugman 1991; Evertsson 2002).
El año 2006 se aprobó la Ley de Dependencia en España, la primera ley estatal en el
campo de los Servicios Sociales, que estableció la cartera de servicios (tanto
instituciones como servicios a domicilio) y prestaciones (prestaciones económicas
directas) y reguló las condiciones de acceso a las mismas en función del grado de
dependencia de la persona. Dicha ley reconocía la importancia de desarrollar servicios y
de profesionalizar el trabajo de cuidados. Sin embargo dicho objetivo era contradictorio
con el reconocimiento de las prestaciones monetarias para cuidadores no profesionales,
que además se convirtieron en el principal recurso otorgado (ver tabla 1).
Los trabajos de Rodríguez Cabrero (2011) relacionados con los avances normativos
sobre la atención a la dependencia en España indican que los sistemas de servicios
sociales, en este caso de la dependencia, se han construido sobre la propia cultura
familista del país. Una cuestión que además se ha visto reforzada con el reconocimiento
del derecho de elección sobre el servicio o prestación. En este sentido los trabajos sobre
las transferencias monetarias realizados en Europa señalan éstas se refuerzan por
orientaciones que defienden la elección del propio individuo que recibe el cuidado sobre
cómo quiere ser cuidado, pero que habitualmente no tienen en cuenta el efecto que
puede causar en las condiciones de quién prestara el empleo (Ungerson 2004).
TABLA 1. Beneficiarios según el tipo de prestación. España. Mayo 2012.
Tipo de prestaciónEspaña
N %Prevención dependencia y Promoción Autonomia personal
18726 2,0
Teleasistencia 130290 13,8Ayuda a Domicilio 120904 12,8Centros de Dia/Noche 61971 6,6Atención residencial 122663 13,0P.E. Vinculada a Servicio 61758 6,5P.E. Cuidados Familiares 428899 45,3P.E. Asistencia Personal 864 0,1
Total 946075,0 100,0Fuente: Sistema para la Autonomía y la Atención a la Dependencia (SAAD)
3.2. Los servicios y el empleo
El despliegue del sistema parece haber tenido un impacto evidente sobre el empleo
generado ya que se ha producido un incremento de la ocupación en los sectores
directamente relacionados con el empleo en el sector de atención a las personas. Una
tendencia creciente que parece estar cambiando de sentido en los últimos años, cuando
las políticas de contención del gasto público han sido más acusadas.
GRÁFICO 2.Personas asalariadas en actividades relacionadas con los cuidados de larga duración. España 2008-2012*.
2008 2009 2010 2011 20120
50
100
150
200
250
300
(*) Los datos corresponden al II Trimestre de cada añoFuente: Encuesta de Población Activa - INE
El "Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia (SAAD)", organizado en
2007 para desarrollar la mencionada ley, preveía la creación de unos 250.000 nuevos
empleos para el período 2005-2010 en España, y por tanto reconocía la importancia de
invertir para el desarrollo de los servicios. De manera similar, la necesidad de crear esos
empleos se recoge en un informe realizado por EUROFOUND(2)(2), en fechas
parecidas. El informe resulta especialmente atractivo ya que apunta que a la hora de
explorar el futuro empleo en este tipo de servicios alerta de la falta de atractivo que
estos servicios tienen para la población trabajadora, mujeres en su gran mayoría. El
mismo informe recuerda que la demanda supera ampliamente la oferta y que es un
sector intensivo en mano de obra. A criterio de los autores, estos servicios continúan
siendo un yacimiento de empleo, que hasta la fecha sigue siendo precario. A lo largo de
esta última década y media, si bien se han creado puestos de trabajo, también en Europa
han constituido un ghetto femenino de empleos poco cualificados, con bajos salarios,
peores horarios y donde lo más común suele ser la subocupación (Anxo y Fagan, 2005;
Cameron y Moss, 2007; Simonazzi 2009 y 2010, Rubery y Urwin, 2011).
Características que en el sur de Europa se acompañan, además, de un eje
(2)(2) .- Fundación Europea para la mejora de las condiciones de vida y trabajo, Thefutureforemployment in social care in Europe. Report. ConferenceHelsinki, 2-3 October 2006.
etnoestratificador donde las mujeres inmigradas son las principales empleadas y
soportadoras de esas pésimas condiciones laborales, dando pie a la triple discriminación
(Parella, 2003) o al al fenómeno calificado como caredrain (Bettio; Simonnazzi; Villa,
2006). De nuevo, algunos estudios europeos advierten que se estamos ante un sector
complejo puesto que los límites de los servicios y población a atender tiende a estar
desdibujada. Esta complejidad en buena parte de los países europeos se traduce en una
estructura profesional difusa. Estos mismos análisis señalan la inexistencia de una
profesión específica en el área del cuidado a las personas mayores, a diferencia de
sectores como la salud y la educación dónde si es posible reconocer profesiones y
categorías bien delimitadas. En el campo de la atención a las personas dependientes
existe un conjunto difuso de profesiones o categorías profesionales no cualificadas,
incluso alguna sin requerimientos formativos de entrada, donde predominan los bajos
salarios y el escaso reconocimiento profesional. Asimismo, otro de los rasgos comunes
de este sector de actividad es que generalmente son empleos con escasas posibilidades
de desarrollar una trayectoria profesional ascendente (Johansson y Moss, 2004; Anxo y
Fagan 2005).
Fraisse (2000), recalca la relación de estos empleos y los imaginaros sociales en torno
al trabajo de cuidados. El imaginario social contribuye a ver a las personas encargadas
de realizar estos trabajos más como siervas/criadas que como trabajadoras asalariadas.
En este sentido, el tipo de trabajos que se asignan a estos nuevos servicios de
proximidad se asemejan al trabajo doméstico no asalariado y realizado bajo condiciones
de subordinación (Fraisse 1996 y 2000). En términos similares se expresa Michael
Lallement (2000) cuando alerta del peligro que los servicios de proximidad se
conviertan en la nueva servidumbre. Son servicios que se sitúan en la intersección entre
lo privado y lo público; que lo mismo se entienden como una necesidad pública que se
relaciona con la privacidad de las familias (Fraisse 1996; Lallement 1996). Se
consideran ocupaciones propias de mujeres porque se supone que se asemejan a los
trabajos que las mujeres realizan en el seno de los hogares. De estos argumentos se
desprende la importancia del lugar dónde se presta el cuidado. El lugar puede tener
ciertas implicaciones en la fijación del valor social y de las condiciones laborales que
rodean a estos empleos. En el empleo de cuidados en el propio domicilio el hogar y el
trabajo doméstico impregnan el significado, el valor, y en consecuencia, las condiciones
de este empleo. No se debe olvidar que el hogar es para la mayoría de gente un espacio
de privacidad, en el que se invisibiliza el trabajo realizado de puertas adentro, y dónde
tienen lugar relaciones personales que a menudo están basadas en una relación de
subordinación de unas respecto a otros.
4. Los límites de la profesionalización
En la introducción se apuntaba que los resultados que presentamos a continuación
forman parte de los hallazgos preliminares obtenidos con el trabajo de campo del proyecto PROFESOC (Referencia 2011-0004-INV-00120). La estrategia metodológica es de
carácter cualitativo pues es a través de las técnicas cualitativas que podíamos dar solución al
objetivo principal: la exploración de los límites de profesionalización de los trabajos vinculados
al cuidado de larga duración. El trabajo se ha llevado a cabo en los primeros meses de 2013 y ha
consistido en la realización de ocho grupos de discusión, integrados por personas cuidadoras de
familiares con necesidades de cuidado específico definidas en función de la generación y de la
clase social de pertenencia. Asimismo, se han realizado veinticinco entrevistas a profesionales
del sector, escogidos en base a su perfil profesional.
Los resultados que apuntamos a continuación son fruto de las entrevistas a profesionales del
sector. En este caso el diseño tipológico de la muestra tuvo en cuenta el lugar dónde se presta el
cuidado (el hogar versus institución), el tipo de relación laboral (formalidad versus
informalidad). Se tomó como base la cartera de servicios que prevé el sistema de
atención a la dependencia para la selección definitiva de casos: trabajadoras del servicio
de atención a domicilio, trabajadoras de centros de día, trabajadoras de residencias,
trabajadoras informales.
4.1. Las dificultades del proceso profesionalizador
Uno de las principales dificultades radica en lograr una definición más o menos
consensuada por los mismos actores sociales implicados en el trabajo de cuidados de
larga duración, más allá de los aspectos básicos de la misma. Esta dificultad viene dada
por la existencia de una multiplicidad de maneras, de espacios, de condiciones de
trabajo y condicionantes que el mismo trabajo de cuidado requiere. Vamos a considerar
la pluralidad de situaciones y a los diferentes actores implicados para poder apuntar
ciertas claves que nos puedan llevar a poder dibujar las principales características de
este tipo de trabajo. Y las dificultades que conlleva el mismo.
4.1.1. Los aspectos fundamentales del cuidado
El consenso generalizado sobre los aspectos básicos que implica el cuidado, o dicho de
otro modo, los indicadores principales sobre los cuales se basan las exigencias de
familiares y los trabajadores son tres: fundamentalmente la higiene personal y del
espacio, la alimentación y los aspectos relacionados con la medicalización
(administración de medicamentos y las curas de heridas, llagas etc.). Si establecemos
una comparación con los estándares exigidos en el cuidado de la infancia, es cómo si a
las madres y padres eligieran una guardería, en función de la higiene de la criatura y su
alimentación.
“que estan així mal posats... mal col·locats... a veure, hi ha persona que per una malaltia poden estar més així i tal... però a veure: "intenta posar-lo bé..." val? Si se li cau la mà, agafa-li la mà i se li poses bé... saps? Petites coses... i jo ho he vist això! Val? O l'olor quan entres... jo amb les olors sóc bastant... val? L'olor quan entres a un centre o a una residència fa molt... jo vaig entrar a una residència a una entrevista que vaig dir: "buff! Que no m'agafin!" perquè una pudor a pixat increïble!”(Trabajadora-gestora Centro de dia)“el tema de la higiene... yo creo que todo, porque hay gente que se queja por la higiene, el orden, la alimentación” (Trabajadora Centro Residencial)“aquí estàs cuidant a una persona, li estàs donant de menjar, l'estàs dutxant, l'estàs portant al lavabo i netejar-lo, li estàs canviant els panyals...”(Trabajadora-gestora Centro de Dia)
Después de los estándares de higiene, alimentación y los cuidados en clave médica, otros de los
aspectos señalados por las propias trabajadoras como exigencia de los familiares y los propios
usuarios, es el afecto. Se trata de valorar como un plus, la capacidad de transmitir afecto y
cariño a los dependientes.
“para otras familias será más importante que la persona este feliz y tranquila, el tema afectivo…” (Trabajadora Centro Residencial)
Otro de los aspectos fundamentales a considerar es la demanda por parte de las personas
dependientes o usuarios y de los familiares de los mismos, de una mayor
individualización en el trato, el tener en cuenta las características personales del
dependiente para ofrecer una mejor calidad del cuidado. El grado de satisfacción de
esta demanda o el que pueda tenerse en cuenta en mayor o menor medida está
directamente relacionada con los siguientes factores:
El lugar donde se dispensa el trabajo: el propio hogar, una residencia, un centro
de día, el hogar de un familiar…
Las condiciones laborales de los trabajadores: el tiempo de dedicación a cada
dependiente, la forma en que está organizado el trabajo, el margen de poder que
el trabajador tiene frente al usuario
El ideario del centro: ¿cuál es la concepción del propio centro, organismo o
institución, sobre cómo y de qué manera se establecen las necesidades de
cuidado del dependiente?, la existencia de protocolos, etc.
4.1.2. Lugar ,individualización de la atención, relaciones de poder
El lugar dónde se presta el cuidado tiene efectos claros sobre el significado de las tareas
a desarrollar, sobre la relación que se establece entre la persona cuidadora y el receptor
del cuidado, sobre las condiciones y autonomía del profesional que presta el cuidado.
Relacionado con el lugar emerge el debate de la individualización de la atención y sus
impactos sobre la calidad del trabajo prestado. A menudo emerge de los discursos que
una buena atención es aquella que permite ofrecer una atención individualizada a cada
usuario, una realidad que en principio iría a contracorriente de la lógica de la
institucionalización, dónde la organización del trabajo suele parcelar mucho las tareas
de las profesionales y limitar los tiempos de atención directa.
En este sentido, los trabajos que se realizan en los centros de día y residencias, están
fuertemente rutinizados y obedecen a una lógica cuasi industrial-fordista de distribución
de tareas en tiempos, que dificulta la atención individualizada del cuidado, y que limita
la autonomía de la trabajadora para decidir cuestiones importantes sobre su propio
trabajo. Un tiempo disponible que además está relacionado con el número de personas
que hay que cuidar y el tamaño de las plantillas de profesionales del centro, dos
elementos que pueden variar según el centro de trabajo y que tienen un impacto
importante en cuánto a los ritmos y cargas de trabajo.
“A las 9 de la noche, y… bueno, yo llego, me visto y dejo mis cosas abajo, pongo una lavadora, porque nos toca hacer lavandería al turno de noche, y me subo arriba. Acuesto a la gente,… una vez acostados, acto seguido me pongo a revisarle el cambio pañal, porque no todo el mundo trabaja en condiciones para que estén tres horas bien, por eso yo prefiero revisarlo y ponerlo en condiciones. Entonces, también nos toca hacer el comedor donde desayunan todos, barrer, fregar las mesas, montar los servicios… Ahí se pasa una unas dos horas y media ya. Luego me preparo el carro de la medicación
nocturna que se da a las 12h a los que toman sus pastillas o a los que quieren un vaso de leche, al que es diabético unas gotas, lo que haga falta. Hago otra ronda de una hora y media en repartir más o menos, serán casi la 1h, dejó el carro y otra vez, otra ronda para mirar los pañales y en cada ronda cambio de postura al residente”(Trabajadora Centro Residencial).“A ellos no les gusta que le lleve la ropa a lavar, si se les lleva tiene que ser enseguida, me dicen “que llevo 5 días que no tengo mi calcetín” y es una pérdida de tiempo porque ellos dicen 5 días y quizás lo han puesto por la mañana y no se acuerdan, y claro intenta tenerlo contento buscando y tal, pero ya te genera una pérdida de tiempo. Qué más puede generar un problema con ellos,… que no les caigas bien simplemente. Que lleve prisa, no les gusta que lleve prisa,…”(Trabajadora Centro Residencial)
Aunque en los centros de día, donde existen, un conjunto de tareas a realizar, más allá
de los estándares de higiene, alimentación y administración de medicamentos, comporta
necesariamente un conocimiento del dependiente para la asignación de tareas, lo que
implica disponer de mayor información y puede facilitar la posibilidad de una mayor
individualización.
“mi m'agradamés centre de dia que residència, d'acord? Perquè en el centre de dia, vulguis que no, al centre de dia a la persona la fas estar activa, l'estimules... ellsvenen aquí i ellshodiuen, no? que aixòéscom el cole.... "que me vengo al cole, no?" ellsvénen al col·legi i desprésse'n van contents a casa, amb la sevafamília, amb les seves coses...” (Trabajadora-gestora Centro de dia)
En cambio los trabajos realizados en el propio hogar ya sea por cuidadoras de la
atención domiciliaria (SAD) o por cuidadoras contratadas de manera más o menos
formal, comportan una mayor individualización. La clave fundamentalmente radica en
que hay un tiempo en que tanto el cuidador, como el dependiente, saben que se estará
“pendiente de ellos”, un tiempo en el que se atiende una necesidad específica de un
único usuario.
Este eje de la individualización del trabajo, o dicho de otra manera una mayor
personalización del cuidado, frente a la impersonalidad del cuidado parece estar muy
conectado con las relaciones de mayor o menor poder que se establecen entre persona
cuidada y persona cuidadora (o entre familiar de la persona cuidada y persona
cuidadora). Las dificultades derivadas de las relaciones de poder y de prestigios que
rodean las profesiones del ámbito de los cuidados son un elemento central para el
análisis de los límites de su profesionalización. Y el lugar de trabajo es central para
entender las relaciones de poder establecidas y las posibilidades de generar respuestas
colectivas para la consolidación de profesiones fuertes en el ámbito de los cuidados.
Existe prácticamente un consenso generalizado entre los propios actores implicados,
que el espacio y la disponibilidad en tiempo juegan un papel fundamental. Así el hogar
de las personas que reciben los cuidados, es el espacio en el que ellos (o sus familias)
mandan y su poder para exigir el tipo de cuidado, la manera, el cuándo y el cómo, es
decidido principalmente por la persona dependiente y/o sus familiares. En cambio
cuando los trabajos de cuidado se dan en un centro socio-sanitario, en una residencia o
en un centro de día, el tipo de cuidado, el cómo y el cuándo es decidido por la gestión
del centro y en mayor o menor medida por la propia trabajadora.
“… también he hecho en el domicilio y no. Y en su casa ellos mandan, tu le haces lo que ellos quieran y si tu no le haces lo que ellos quieren, no te quiero y punto, y vete. Pero en las residencias no, porque tu impones, a mi me pagan por esto y esto es lo que tengo que hacer. De una manera u otra, intento hacer lo que hay que hacer, si hueles mal te tengo que duchar, lo siento. En su casa ellos son los reyes…” (Trabajadora Centro Residencial).
4.2.1. Contenido de trabajo, formación y cualificación
Otra de las dificultades asociadas a las posibilidades de profesionalización radica en el propio
contenido del trabajo, un trabajo socialmente vinculado al trabajo doméstico y familiar,
femenino e invisible. Dichas dificultades se traducen en unas condiciones laborales definidas
por la precariedad (contratos inestables, bajos salarios, tiempos de trabajo, etc.), pero también
tienen consecuencias vinculadas a los riesgos de salud laboral poco visibles, en gran medida
por estar relacionadas con riesgos de carácter “psico-emocionales”. Unos riesgos que raramente
obtienen una atención especial por parte de la figura empleadora. Las características del propio
trabajo hace que prácticamente el conjunto de las trabajadoras, que dedican muchas horas al
mismo, como son las que trabajan en centros de residenciales o las que trabajan en los
domicilios particulares muchas horas seguidas (es distinto para las trabajadoras del SAD),
consideren que es un trabajo muy duro, debido a la situación de deterioro físico y mental de los
dependientes. Todas son conscientes que necesitarían, formación, recursos y sobre todo algún
tipo de soporte para poder sobrellevar emocionalmente lo que representa su cotidianidad como
cuidadoras.
“Eso tienes que estar muy muerta, muy muerta, por eso por la mañana me voy al gimnasio y me doy la paliza de deporte. Hago spinning, hago baile, hago Pilates, hago de todo y me va bien para desconectar… porque no es fácil cuando uno te dice “me duele aquí” y el otro “me duele allí” te vas con una pena que no veas. El deporte me ayuda, porque es por la mañana, todos los monitores están allí con una sonrisa, son felices, no sé cómo lo hacen, y llegaste al paraíso (ríe). Todo el mundo está contento y eso me hace descansar de otra manera.” (Trabajadora Centro Residencial)
“...terminas mal, te duele la cabeza, terminasllorando... psicológicamenteterminamos mal. Psicológicamente la mayoría de personas que cuidamosterminaos mal porque no todassomosbientratadas...” (Trabajadorainmigrante informal domicilio)“.., yo creo que necesitan una preparación, no sé unas charlas o unas clases de Pilates, o de yoga (ríe), algo durante la vida laboral, porque no se puede vivir así, yo les veo las caras a algunas y no se puede vivir así toda la vida, es dañino para uno mismo o los demás. Es lo que yo haría para el trabajo porque si tú estás bien, está bien todo lo otro.” (Trabajadora Centro Residencial)
Otro elemento clave en torno al contenido de trabajo tiene relación con las opciones formativas
y las cualificaciones profesionales de dichos empleos. De nuevo el imaginario vinculado al
trabajo doméstico y familiar se traduce en unos requerimientos formativos a menudo débiles y
difusos y una tolerancia social sobre la no formación de las personas cuidadoras, que se
incrementa a medida que se informaliza el empleo.
Las trabajadoras que ejercen su trabajo en centros de día, en centros residenciales o en el SAD,
se les ha exigido algún tipo de formación relacionado con las tareas a las que se dedican. Esta
formación es muy básica y es obtenida a través de cursos, proporcionados por las
administraciones públicas, pero de manera poco coordinada. Existen una multiplicidad de ellos.
Y las trabajadoras no siguen en su formación un itinerario formativo de manera estable y
reglada. A pesar de ello, podemos afirmar que estas trabajadoras, con mayor o menor
capacitación tienen conocimientos básicos sobre el trabajo de cuidados. Si la trabajadora es
captada y/o contratada por un centro ya sea de la administración pública o algún centro de
carácter privado para realizar un servicio público, existe un mínimo de exigencia formativa.
“,…entonces el primero fue el de auxiliar de geriatría. Que tardó 6 meses en la preparación, yendo cada día, que ahora no se hace así y creo que es muy importante porque lo que aprendí era un poco de todo general y de verdad que me siento muy a gusto por haberlo hecho así de largo, no una cosa de dos horas un fin de semana….pero no solo hice esa formación, también hice una formación sobre cambios posturales aparte, aunque ya me dieron algo en el curso este (auxiliar de geriatría), yo decidí hacer esto. También el problema de la comunicación con el demente hice otros cursos de tres meses, más cortos que el de la geriatría. Y he ido haciendo cursos relacionados, incluso el de directora de centro, aunque yo sé que directora no podré ser”. (Trabajadora de Centro Residencial)
En el otro extremo encontramos las trabajadoras en situación informal, aquellas que trabajan en
los domicilios, buena parte de las mismas, de origen inmigrante. En este caso no existe ninguna
exigencia formativa para el acceso al empleo, a pesar de la multiplicidad de tareas que van a
tener que realizar y las situaciones sobre las que van a tener que decidir. Son las que tienen que
realizar todo tipo de cuidados, las exigencias son múltiples, tienen que ser capaces de realizar
todas las tareas domésticas (limpiar, cocinar, planchar…. llevar la casa), además han de saber
cuidar del enfermo, estar pendientes de él y ofrecer un cuidado muy personalizado. Podríamos
decir que son autodidactas, la presión que se ejerce sobre las mismas, la situación laboral de
absoluta sumisión en la que se encuentran y la necesidad de aguantar y soportar todo tipo de
situaciones, para mantener y ahora tener un trabajo, las fuerza a aprender sobre la práctica y a
utilizar cualquier situación en la que se encuentren para aprender todo lo que desconocen y que
es exigido por los dependientes y sus familiares.
“y las ganas que le ponía y cuando me iba al hospital, a la Carmeta por ejemplo... el primer trabajo de la mañana, yo le preguntaba a la enfermera... ¿cómo lo hago? Yo le decía: "enséñame a cambiar los pañales, enséñame a mover la postura..." y la enfermera me lo enseñaba... cómo cambiarle de posición, ponerle la pierna así, el brazo así y meter "clic" y darles vuelta a un lado, con una almohada... al otro lado de nuevo, la derecha, le doblas la rodilla, le pones el brazo acá, el otro brazo así... metes las manos debajo y lo doblas...” “Entonces me enseñó a cambiar la talonera, la venda, me enseña a curarle, a limpiarle con la gasa, a ponerle los parches, a quitarle con las tijeras que me deja ella y todo esterilizado, a limpiarle todo...” (Trabajadora inmigrante domicilio).
Un trabajo de cuidado que además puede ir cambiando con el tiempo, tanto por el tipo de
cuidado, como por las exigencias del usuario y sus familiares, o por los cambios y deterioro de
salud del propio usuario.
“…el otro médico de estadost erminales, me dice: "tu estarías en condiciones de quedarte a cuidarlahasta que se muera?"... a mí se me escalofrió todo el cuerpo y ledigo: "no sé..." y el médico de cabecera me dice: "Ena, te va a hablar el hijo de doña Ana," y me habló y me cogió de los brazos y me dijo: "Ena, por favor, se lo suplico, siga cuidando a mi madre como usted la está cuidando, con ese mismo cariño... cuídela por favor, que estoy muy agradecido, yo no puedo venir pero por favor, cuídela hasta el final"..."no se preocupe doctor que me voy a quedar hasta el final con su madre porque me dio pena que él siendo el hijo, no pueda estar con sumadre...” (Trabajadora inmigrante domicilio)
Asimismo, la vinculación de este tipo de trabajo con el trabajo invisible y femenino naturaliza
las capacidades necesarias para su desempeño. La construcción de la cualificación profesional
se realiza bajo esos supuestos y es asumida por la mayoría de profesionales, quiénes naturalizan
las habilidades aprendidas y las capacidades necesarias para desempeñar con calidad el trabajo
de atención a las personas. No se valoran los saberes necesarios asociados para el buen
desarrollo de una actividad de estas características, no se tienen en cuenta aquellos saberes
indispensables para la generación del bienestar de la persona cuidada, algo de lo que son muy
conscientes las propias trabajadoras.Existe un consenso generalizado, sobre todo para aquellas
trabajadoras, que más horas dedican y su situación es más sumisa, que su trabajo es importante,
pero que nadie lo valora.
“…yo me lo tomo como una responsabilidad y que estoy hecha para ayudar a la gente. “ (Trabajadora Centro Residencial)
“..yo encuentro que esto no está pagado ni con todo el oro del mundo, a veces haces cosas, que digo dios mío, quien te valora esto. Eres tú y lo que haces, sin esperar nada a cambio. Una nómina no es lo bastante, no es lo que cobras.” “ a veces me dicen “yo te
pago, tienes que hacerme lo que quiera yo”. Es una misma que tiene que decir y valorarse que lo que hace está bien, porque si tienes que esperar que alguno te lo diga…no lo sé, yo no sé si los familiares son conscientes de las cosas que una llega a hacer por sus familiares que están allí. (Trabajadora Centro Residencial)
4.2.3. El contexto de crisis actual
Finalmente, a pesar de lo acuciante que parece ser la situación, a tenor de los datos
demográficos antes presentados, la crisis económica en la que nos encontramos está
teniendo consecuencias directas sobre el trabajo de cuidados, ha empeorado las
condiciones de trabajo de las trabajadoras, así como la calidad del cuidado en aspectos
tan básicos como el material necesario para un mayor bienestar.
“ahora están faltando los pañales, pero se ve que es un tema general, no piden que los aprovechemos al máximo porque no hay suficiente, creo que sucede en todas las residencias... no sé si esto (los pañales) salían gratis antes y ahora hay que pagar o a cada residente le dan una cuantas cajas y como España va todo mal, pues ahora le dan menos. Pero claro cómo evitar hacer cuatro cambios a una persona que tiene descomposición. Por más que uno diga reduce, y esperas que tenga tres pipí para cambiarlos…, pero cuando es lo otro, no puedes.” (Trabajadora Centro Residencial) “Qué más puede generar un problema con ellos,… que no les caigas bien simplemente. Que lleve prisa, no les gusta que lleve prisa,…” (Trabajadora Centro Residencial)
Otro aspecto vinculado a los efectos de la crisis económica es la falta de tiempo para
una mayor coordinación entre las personas trabajadoras, lo que conduce en muchos
casos a un mal ambiente de trabajo entre las propias trabajadoras.
“No lo sé, pero nunca están contentas de día, y mira que nos hemos esforzado, pero nunca están contentas las compañeras de día… siempre el turno de noche, el turno de noche, tienen una libreta y apuntan cosas y yo pienso, “por Dios ¿tan mal lo hacemos?” Pero por mucho que te esfuerces siempre es el turno de noche, el turno de noche, el turno de noche, no lo entiendo.” (Trabajadora Centro Residencial)“evidentment potser cada mes no pot ser però a lo millor al mes i mig... o sigui intentem buscar un forat entre tots perquè és el que passa... que tothom té les altres feines i llavors és difícil però intentem que sigui més o menys un cop al mes, d'acord? Que ens reunim tots...” (Trabajadora-gestora Centro de Dia)“Hay problemas para reconocer el trabajo de las personas, yo creo que sí…creo que de vez en cuando un buen curso de relaciones personales, de buen trato… una buena charla iría bien. Como que este trabajo carga mucho a la gente… es un trabajo duro.” (Trabajadora Centro Residencial)
5. Conclusiones y reflexiones finales
Los resultados obtenidos permiten dibujar algunas conclusiones sobre las dificultades
que estarían limitando los procesos de profesionalización. Paralelamente se abren
debates sobre las posibles alternativas de organización social de los cuidados.
En primer lugar, situaríamos el significado que tiene el cuidado para aquellas familias
que lo reciben, hemos visto cuáles son sus demandas y preocupaciones en torno al ideal
del cuidado de sus familiares que requieren cuidados. Unas demandas que no se emiten
en relación al bienestar de la persona ni las exigencias sobre elementos propios de un
cuidado profesional, se asume además que se demanda un cuidado emocional pero no
parece percibirse una demanda sobre la necesidad de un cuidado profesionalizado.
Parece apuntarse por tanto que la cultura familiar y el constructo socialmente asociado
al cuidado pueden estar laminando las posibilidades de mejora de las figuras
profesionales relacionadas con el cuidado a las personas.
En segundo lugar, el lugar de trabajo y por ende el tipo de servicio es otra de las líneas
maestras que explican las dificultades sobre la profesionalización. El tipo de relación
laboral establecida, el tipo de relación usuario-cuidadora y relación familia-cuidadora, la
autonomía en la decisión sobre cómo cuidar (organización del trabajo) varían en función
del lugar del cuidado, de si este se presta en el hogar o en instituciones.
El hogar concede más individualización de las tareas y dota a la trabajadora de mayor
capacidad para tomar decisiones autónomamente; sin embargo es precisamente en los
hogares dónde están más claras relaciones de dominación/subordinación. Especialmente
entre aquellas trabajadoras informales, mayoritariamente de origen extranjero, quiénes
conceden sus disponibilidades y asumen un mayor número de tareas que habitualmente
traspasan el área del cuidado a la persona dependiente. Por otro lado, cuando el cuidado
prestado se relaciona con un servicio (SAD, Residencias, Centros de Día) hay un mayor
control sobre el proceso de trabajo y el tipo de cuidado prestado, y hay una mayor
delimitación de las tareas a realizar. En el caso de las instituciones el trabajo está muy
parcelado ya que se organiza en función del puesto de trabajo. En este escenario las
profesionales de la atención directa, auxiliares de geriatría, son las que menor poder de
decisión tienen sobre su trabajo y las que tienen peores condiciones laborales, en parte
por ser aquellas que realizan aquel trabajo más físico y más sucio.
Es precisamente el tipo de trabajo (contenido) el que influye en las exigencias
formativas y en el reconocimiento de cualificaciones profesionales. Un contenido que
por estar íntimamente ligado a los imaginarios sobre el no valorado trabajo doméstico y
familiar hace entendible la tolerancia social sobre este tipo de elementos. Aunque
también debe tenerse en cuenta que dicha realidad tiene que ver con el proceso no
neutral, desde el punto de vista de género, de la construcción de la cualificación
profesional, que no incorpora determinados saberes que son imprescindibles para el
desempeño de actividades de cuidado y que, contrariamente a lo que está aceptado
socialmente, no todo el mundo adquiere.
Finalmente, estas cuestiones plantean algunos retos para repensar el modelo actual de
organización del trabajo de cuidados. Los retos deben plantearse a partir de un
reconocimiento real de la división sexual del trabajo que permita repensar la
distribución actual del trabajo y que dote de valor el trabajo de cuidados, y prestigiar los
saberes vinculados al cuidado de las personas.
Asimismo se debe asumir el reto de repensar el propio sistema organizativo y el propio
sistema de prestaciones actual, aprovechando las experiencias y las formas de hacer de
los otros dos grandes sistemas de bienestar. Es en el hogar dónde mayores
desigualdades se producen, y dónde las relaciones de poder son más latentes. No sólo es
un debate sobre el lugar del cuidado, que de realizarse debería también plantear
seguramente cambios en las formas de trabajar de los centros, es un debate sobre cómo
debe realizarse un trabajo de cuidados profesionalizado. Es también un debate sobre la
exigencia de la individualización, una exigencia que parece no darse en otros servicios
universales como por ejemplo las guarderías y las escuelas, servicios que nunca han
prestado una atención individual a los niños/as. Estas cuestiones, asimismo, no podrán
ser sin asumir al mismo tiempo que debe revisarse la política sobre la libre elección de
los usuarios y las familias sobre cómo quieren ser cuidados, pues su elección tiene
claras consecuencias en términos de condiciones de trabajo y en la calidad del propio
servicio prestado.
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