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Fray Bernardino, el Códice Florentino y la Virgencita del Tepeyac. Revisando diferentes materiales de archivo para sus escritos sobre los personajes ‘olvidados’ o escasamente mencionados en la Historia de México, Gerónimo encontró’ referencias sobre un denominado Códice Florentino cuya autoría se atribuye a Fray Bernardino de Sahagún. De entre los ‘religiosos’ que ‘evangelizaron’ la Nueva España encontramos diversos ‘tipos’ de personas que se dedicaron a diferentes actividades: organizadores de diócesis, maestros e instructores no solamente en las ‘cuestiones de la fe’ sino en las costumbres europeas o más propiamente dicho, costumbres castellanas o españolas, ‘doctrineros’ o sea religiosos dirigidos a propagar la doctrina por cualquier medio, hasta aquellos que dedicaron una parte importante de su tiempo a estudiar el idioma, las costumbres y manierismos de una cultura -que les era desconocida- y que en una gran mayoría resultaron defensores de los indígenas. Se dice, que de entre estos religiosos destaca Bernardino de Ribera, franciscano español nacido en la provincia leonesa de Sahagún, al que la historia conoce como Fray Bernardino de Sahagún. Algunos escritores y cronistas afirman que fue uno de los primeros monjes franciscanos llegados con Cortés en 1519, lo cual es totalmente falso ya que Fray Bernardino llegó a la Nueva España en 1529, junto con 19 hermanos de la Orden de San Francisco bajo la tutela del fraile Antonio de Ciudad Rodrigo (en los registros nombrado como Antonio Rodrigo), es decir, este contingente de frailes llegaron cuando ya Méjico había sido conquistado. 1

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Fray Bernardino, el Códice Florentino y la Virgencita del Tepeyac.

Revisando diferentes materiales de archivo para sus escritos sobre los personajes ‘olvidados’ o escasamente mencionados en la Historia de México, Gerónimo ‘encontró’ referencias sobre un denominado Códice Florentino cuya autoría se atribuye a Fray Bernardino de Sahagún.

De entre los ‘religiosos’ que ‘evangelizaron’ la Nueva España encontramos diversos ‘tipos’ de personas que se dedicaron a diferentes actividades: organizadores de diócesis, maestros e instructores no solamente en las ‘cuestiones de la fe’ sino en las costumbres europeas o más propiamente dicho, costumbres castellanas o españolas, ‘doctrineros’ o sea religiosos dirigidos a propagar la doctrina por cualquier medio, hasta aquellos que dedicaron una parte importante de su tiempo a estudiar el idioma, las costumbres y manierismos de una cultura -que les era desconocida- y que en una gran mayoría resultaron defensores de los indígenas.

Se dice, que de entre estos religiosos destaca Bernardino de Ribera, franciscano español nacido en la provincia leonesa de Sahagún, al que la historia conoce como Fray Bernardino de Sahagún.

Algunos escritores y cronistas afirman que fue uno de los primeros monjes franciscanos llegados con Cortés en 1519, lo cual es totalmente falso ya que Fray Bernardino llegó a la Nueva España en 1529, junto con 19 hermanos de la Orden de San Francisco bajo la tutela del fraile Antonio de Ciudad Rodrigo (en los registros nombrado como Antonio Rodrigo), es decir, este contingente de frailes llegaron cuando ya Méjico había sido conquistado.

Entre 1532 y 1535 su residencia fue Tlamanalco y según cronistas de la época Fray Bernardino fue fundador del Convento de Xochimilco, impartiendo latín en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco.

De 1540 a 1545 (aproximadamente) fue enviado por la Orden a diversos menesteres en el Valle de Puebla y la región de los volcanes, estuvo en Tula y en el estado de Michoacán, pasó una temporada en las Misiones de Tepepulco y retornó a Taletelolco, en donde residía en el denominado Convento Grande de San Francisco en la ciudad de Méjico, en donde falleció en 1590.

Fray Bernardino pronto estuvo ‘horrorizado’ al ver la manera como algunos ‘religiosos’ pretendían imponer la religión a los indígenas, en una forma totalmente autoritaria y prepotente, sin considerar para nada los sentimientos y emociones que los indígenas tenían y que humildemente algunos se atrevían a exponer.

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Fray Bernardino se hizo una reflexión que cambiaría su vida: “para curar las enfermedades espirituales conviene que se tenga experiencia de las medicinas y de las enfermedades”, por lo que el sacerdote y el confesor debe “saber preguntar lo que conviene y saber entender como las usaban en su tiempo de idolatría”.

Como resultado de estas reflexiones, el fraile franciscano se encontró en medio de dos vertientes de conducta: una, la meta práctica de convencer a la gente sobre la necesidad de destruir la religión aborigen y dos, entender y comprender la cultura indígena sin cuya comprensión la labor ‘evangelizadora’ será poco fructífera.

Sus valoraciones dependerían en gran manera de la ‘meta’ o conducta que quisiera seguir.

Por lo mismo, en su obra monumental Historia General de las cosas de la Nueva España actualmente podemos percibir dos ‘enfoques’: uno el meramente descriptivo acerca de la sociedad destruida por la conquista española y otro la evaluación del propio sistema de creencias tanto de los españoles como de los indígenas conversos, lo que coloca a Fray Bernardino como uno de los pioneros de la moderna etnografía.

Fundamentalmente el códice es una recopilación directa entre los nativos mexicanos de la región central del País, y lo que conocemos nosotros o ha llegado hasta nuestro tiempo es –posiblemente- una copia de materiales originales que ya se han perdido o que quizá fueron destruidos por las autoridades eclesiásticas que posteriormente a su publicación, confiscaron los manuscritos de Sahagún.

Podemos inferir que el propósito de Fray Bernardino era dar a conocer entre sus compañeros misioneros algunos de los aspectos de la cultura, historia y costumbres de los pueblos del altiplano central, con la intención de proporcionar ‘herramientas de conocimiento’ para ganar adeptos para la Iglesia católica entre los indígenas de la Nueva España.

Al menos para Gerónimo, esa es la interpretación que otorga a esta obra, aunque, como comprenderán, es una impresión personal ya que otros historiadores y cronistas lo han interpretado de manera diferente ya que era predecible que las culturas indígenas fueran gradualmente siendo absorbidas por la europea.

Fray Bernardino debe haber pensado en ‘hacer’ un manual para la formación de los misioneros, y es así como Gerónimo lo visualiza.

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Como era de esperarse, en sus descripciones de los sacrificios y el canibalismo azteca ilustradas además en forma inequívoca, sus ‘superiores’ vieron aspectos contrarios a la religión y entre otras cosas, esas ilustraciones y las descripciones bárbaras y sanguinarias de costumbres aztecas, causaron los primeros rechazos de la obra de Fray Bernardino.

Independientemente de lo que opinaran en su época, la obra de Sahagún resulta extremadamente interesante pues además de incluir los relatos de ancianos respetables, de alumnos trilingües, (náhuatl, castellano y latín), escribanos y gente ‘del pueblo’, incluían a todos cuantos quieran relatar algo.

Recopila casi exhaustivamente lo referente a la vida de los mexicanos anteriores a la conquista española: creencias religiosas, cultos, ritos, calendario, historia, vida familiar, fiestas, labores agrícolas, trabajos manuales, artesanías, etc.

Para algunos historiadores y cronistas, es ‘el’ libro del México pre cortesiano y la mejor fuente para conocer la forma de vida de esta tribu de nuestra antigüedad.

La obra en si consta de 12 libros dispuestos en columnas paralelas, una para el español, otra para el náhuatl y la tercera para anotaciones, comentarios y menciones de

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las fuentes de información, sobre las que Gerónimo quiere hacer el siguiente comentario:

Con el fin de no faltar a la verdad, Fray Bernardino hizo anotaciones sobre las circunstancias en las cuales recogió los testimonios, los nombres y otras características de los informantes y de los relatores que le ayudaban lo cual es un ejemplo único, (para Germán) pues la mayoría de los autores solamente citan las fuentes de las cuales recabaron la información pero no con la profusión de detalles e información con la que lo hizo Fray Bernardino minuciosidad que añade veracidad a los testimonios.

Sin embargo, el que esos testimonios sean verdaderos no es garantía de que los relatos de los testimoniantes tengan esa misma calidad, es decir, algunos de los eventos o acontecimientos que le fueron relatados a Fray Bernardino de Sahagún pueden ser interpretaciones de las personas que los relataron como por ejemplo la reacción de Moctezuma al conocer la noticia de la llegada de los españoles:

Evento que Moctezuma inmediatamente relacionó con uno de los augurios (la aparición de un cometa en el cielo sobre Tenochtitlán) y que fue interpretado como el regreso de Quetzalcoátl a recuperar su trono y a ejercer venganza sobre los mexica que le expulsaron de su reino.

Con los criterios de nuestro Siglo XXI pensamos y consideramos que un escritor se coloca frente a su escritorio y se dedica a escribir contando con una gran autonomía, pero en aquellos tiempos y máxime perteneciendo a una orden religiosa Fray Bernardino estaba expuesto a un sinfín de interrupciones y de opiniones respecto a su trabajo, baste considerar que 12 ‘libros’ no se escriben de la noche a la mañana y con toda seguridad la jerarquía de la orden tuvo que intervenir, opinar, hacer sugerencias y comentarios y hasta incluso, censurar la obra, y no como tal, no como un escrito terminado, sino durante el mismo proceso de escritura.

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Como ya podemos imaginar, tuvo opositores a sus escritos y estos no se contentaron con oponerse, sino que inclusive obtuvieron del monarca Felipe II (enamorado como pocos de la burocracia) una Cédula Real, -emitida el 22 de abril de 1577,- en la que se prohibía la publicación y difusión de la obra de Fray Bernardino.

Al mismo tiempo de emitir la mencionada Cédula, Felipe II ordeno se recogieran todas las versiones y copias de las obras de Sahagún, y el propio Fray Bernardino en cumplimiento de esta terminante orden entregó a su superior, Fray Rodrigo de Sequera una versión que conservaba escrita en lengua castellana y náhuatl.

Esta versión fue llevada a España por el padre Sequera alrededor de 1580 y es la que se conoce como Manuscrito de Sequera y está identificada como Códice florentino.

Como resultado de esa Cédula, la obra de Sahagún quedó inédita hasta 1829 o 1830 en que se publicó en Méjico con un texto en castellano y muchos escritos suyos tanto en castellano como en náhuatl se han perdido o están refundidos en los oscuros pasillos de alguna vieja Biblioteca europea.

Se dice que alrededor de 1570 envió un sumario al papa Pío V (bajo el título de “Breve compendio de los soles idolátricos que los indios desta Nueva España usaban en tiempos de su infidelidad”), y que este documento aún está en el Vaticano, clasificado en el denominado Archivo Secreto al que solamente dos o tres personas pueden tener acceso.

Se publicaron (anónimamente) los listados de los principales estudiantes y copistas {a los que denominaban ‘pendolistas’} con el fin de ‘mantenerlos bajo estricta vigilancia’ (por los sacerdotes) con la obligación de reportarlos de inmediato si alguno incurría en “la publicación o difusión de teorías contrarias a la única y verdadera fe católica”:

Antonio Valeriano, de Atzcapotzalco, Martín Jacobita del barrio de Santa Ana o Tlaltelolco, Pedro De San Buenaventura, y Andrés Leonardo de Cuautitlán.

Diego De Grado del barrio de San Martín, Mateo Severino de la vecindad de Utlac (Xochimilco), Bonifacio Maximiliano de Tlaltelolco y otros 8 o 10 nombres más que se encuentran perdidos en algún recóndito escondrijo.

Los interesados en estos temas nos informan que de una copia, que de alguna manera estaba en poder de los franciscanos del Convento de Tolosa (España), se hicieron las subsecuentes versiones que publicaron: A).-Carlos María de Bustamante (3 vols, 1825,1839), B).- Irineo Paz (4 vols. 1890,1895) y C).- Joaquín Ramírez Cabañas ya más recientemente en 5 volúmenes editados en 1938.

Según los enterados y eruditos de esta materia la edición más completa y reciente en castellano es obra del padre Ángel María Garibay, en 5 volúmenes editada con correcciones en 1956.

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Averiguando en los archivos históricos en relación con Fray Bernardino de Sahagún, Gerónimo encontró referencia a algunas de sus obras como la “Psalmodia cristiana y sermonario de los santos del año, en lengua mexicana” en la que se menciona como agregado “psalmos para que canten los indios en los areytos que hacen en las iglesias” y que fueron escritos redactado con la finalidad de sustituir los cánticos utilizados por los indígenas en sus fiestas durante su época de ‘paganismo’.

Y esta ‘Psalmodia’ es la única de sus obras que fue publicada en vida del autor viendo la luz en el año de 1583 un poco después de que fueran confiscados sus escritos.

También se hace referencia a un “Tratado de la Retórica y Teología de la gente mexicana” en lengua náhuatl así como “Postillas sobre las Epístolas y Evangelios de los Domingos de todo el año” igualmente en lengua náhuatl.

Empero, todos estos escritos palidecen ante la monumental obra a la que nos

estamos refiriendo la que sobrevivió los intentos por ‘censurarla’ y eliminar de ella algunos aspectos que los jerarcas católicos españoles y vaticanos ‘juzgaron’ con un criterio excesivamente cerrado y por lo mismo, el propio Fray Bernardino fue encargado de ‘hacer’ una versión mucho más corta, con tan solo 175 ilustraciones en vez de las 1,800 que aparecen en la obra original.

Esta versión más reducida consta de solamente cinco volúmenes y dicen los historiadores que una versión aún más reducida fue la que se envió al Papa Pío V lo cual no deja de ser extraño pues este documento está catalogado como ‘secreto’ mientras que la versión reducida que recibió el nombre de Códice Matritense está en la Biblioteca del Palacio Real en Madrid.

Existe otro códice denominado Códice de Madrid al que no hay que confundir con el Matritense ya que este es, como dijimos una versión de los escritos de Fray Bernardino de Sahagún y se refiere a las culturas del altiplano, en tanto que el otro, (el denominado Madrid) es un código maya, que nada tiene que ver con el objeto de nuestro escrito y que se encuentra en el Museo Real de Historia de la misma Ciudad de Madrid.

Como dato curioso e ilustrativo durante su estancia en esa ciudad capital española, Gerónimo en el 2006, visitó ambos lugares y por una u otra razón, o sin razón ninguna, no se le permitió ‘examinar’ esos documentos solamente se le permitió ‘verlos’ superficialmente siendo requisito presentar un escrito e identificarse como investigador reconocido de alguna Universidad o Institución Arqueológica, ‘reconocida’ en España para que pudiera tener un muy restringido acceso a esos manuscritos.

Como Gerónimo iba simplemente como ‘turista’, vio otras cosas de su interés y dejó por la paz el asunto de ‘conocer’ los códices, lo que bien podría haber hecho si hubiera estado dispuesto a invertir una pequeña fortuna en euros y adquirir los volúmenes que a precios exorbitantes (fuera de toda proporción) comercializan en esos lugares, empero, como decimos, su viaje era con otros fines menos culturales y con limitaciones financieras.

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Gerónimo no sabe si es por designio o por el propósito de comercializar el hallazgo o descubrimiento de nuevos códices pero el caso es que a este códice Matritense también se le da el nombre de Código Moctezuma e inclusive se le denomina como Manuscrito de Tepepulco pero, al fin de cuentas, denomínese como se quiera, son los restos que han podido llegar hasta nosotros de los escritos de Fray Bernardino de Sahagún.

Y dicho sea de paso, en 1892, Don Francisco del Paso y Troncoso, en aquellas fechas Director del Museo Nacional de México es enviado a Europa para recolectar y publicar las principales fuentes sobre el México pre y Cortesiano que se encontraban dispersas en varios países. Reorganizó la secuencia de los 88 manuscritos que encontró y se publican por primera vez, juntos y completos en 1905 o 1907 bajo el título de Primeros Memoriales.

Cuando menos fue un intento de tener una edición mexicana bien realizada aunque sea del segundo documento incompleto y para todos aquellos estudiosos de la materia, si bien la edición de Troncoso es un buen inicio, se requiere conocer el resto de las ilustraciones y relatos ‘eliminados’ en esta publicación y que afortunadamente no se han perdido o están fuera del alcance de los investigadores serios que puedan acudir a Roma o a Madrid a consultarlos.

Resulta muy interesante comprobar los diferentes atuendos que los aztecas utilizaban, no solamente para sus actividades diarias sino en especial para la plétora de festividades religiosas y guerreras que celebraban y en donde es de destacarse que mucho utilizaban la mano para llevar en ella símbolos o de su estatus social, o de su ocupación.

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De igual manera, en el Código Florentino además de las descripciones detalladas que Fray Bernardino nos regala las ilustraciones que muestran en la Gran Tenochtitlán como la corte de Moctezuma se movía en medio de muchos lujos que no se aprecian en las poblaciones europeas de esos tiempos.

Las reuniones que se celebraban en presencia del Emperador Azteca estaban acompañadas por diferentes conjuntos musicales que amenizaban esas tertulias.

Y muchos de los ‘reyes’ o caciques menores aún subyugados como estaban por los aztecas, en sus reuniones o tertulias acostumbraban también la presencia de diferentes músicos que acompañaban esos festejos.

Los guerreros aztecas igualmente tenían una muy elaborada jerarquía y vestían de acuerdo a ella con el símbolo de su posición en la mano.

Los caciques y señores se representaban sentados y cubiertos con largas túnicas o mantas sujetas al hombro en señal de respeto ante ‘el superior’, nunca iban o se presentaban descubiertos ni osaban mirar directamente a la cara o los ojos de Moctezuma a menos de que esta específicamente se lo indicara, lo que no ocurría casi nunca y por ello, la gran extrañeza de los acompañantes de Moctezuma cuando Cortés y sus hombres no solamente no se inclinaban en su presencia, sino que se atrevían a mirarlo a los ojos e incluso Cortés ‘osaba’ tocarlo.

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Con todas estas cosas, a Gerónimo le entró enorme curiosidad por saber que fue lo que el Rey Felipe II expuso en la Cédula Real por lo que buscó y buscó hasta que encontró el texto de la referida Cédula.

Viene siendo un ejemplar exponente de diplomacia y burocracia ya que seguramente Don Felipe fue ‘convencido’ de que hay ‘causas de consideración’ sin decir cuales son estas, lo que es equivalente a no decir nada, como puede apreciarse en el texto que en seguida se reproduce, pero de cualquiera de las maneras, expresa su deseo de que no se continúe imprimiendo ni ‘ande de ninguna manera en esas partes’:

Archivo de IndiasMadrid.

El Rey. Don Martín enríquez, nuestro visorrey gobernador y Capitán General de la Nueva España y Presidente de la nuestra Audiencia Real della.

Por algunas cartas que nos han escripto de esas provincias, habemos entendido que Fray Bernardino de Sahagún, de la Orden de San Francisco, ha compuesto una historia Universal de las cosas más señaladas de esa Nueva España, la cual es una computación muy copiosa sw todos los ritos, ceremonias e idolatrías que los indios usaban en su infidelidad, repartida en doce libros y en lengua mexicana; y aunque se entiende que el celo del dicho Fr. Había sido bueno, y con deseo que su trabajo sea de fruto, ha parecido que no conviene queste libro se imprima ni ande de ninguna manera en esas partes, por algunas causas de consideración;

Y así os mandamos que luego que recibaís esta nuestra Cédula, con mucho cuidado y diligencia procuréis haber estos libros, y sin que dellos quede original ni traslado alguno, los enviéis a buen recaudo en la primera ocasión a nuestro Consejo de las Indias, para quenel se vean; y estaréis advertido de no consentir que por ninguna manera, persona alguna escriba cosas que toquen a supersticiones y manera de vivir questos indios tenían, en ninguna lengua, porque así conviene al servicio de Dios Nuestro señor y Nuestro.

Fecha en Madrid, a veinte y dos de abril de mil quinientos setenta y siete. Yo el Rey.

Por Real mandado de S.M. Antonio de Eraso. Y señalado de los señores Lic. Otalora, Santillán, Espadero, Don Diego de Zúñiga y López de Sarria {Rubrica}.

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Como podemos darnos cuenta la prohibición era ‘total’, y Fray Bernardino la obedece.

La tribu o pueblo azteca es originaria del mítico territorio de Aztlán (lugar que no se ha podido localizar con precisión) ubicado en alguna parte del área norte de nuestro país, quizá actualmente sea parte del territorio vendido por el General Santa Anna a los estadounidenses, y supuestamente era una tribu mezcla de toltecas y chichimecas que habían emigrado hacia esas latitudes.

Sin embargo, debe aclararse, nos indica Gerónimo, que el término chichimeca era aplicado a cualquier etnia extraña a la región mesoamericana, diferente a las culturas identificadas como pertenecientes a Tehotihuacan, los zapotecas de Monte Albán y otras tribus cuya denominación es clara y definida.

De una manera u otra, después de arduo peregrinar, enfrentamientos militares y afanosa búsqueda de un sitio específico, llegan al Valle de Méjico durante el transcurso del Siglo II de la era cristiana.

Sus dioses les habían indicado que en el lugar en donde encontraran un águila sobre un nopal devorando una serpiente sería el sitio en donde deberían terminar su peregrinar y asentarse; para ellos, ese era el signo que señalaba la Tierra Prometida.

Ahí, en 1325 fundaron su Capital a la que pusieron por nombre Tenochtitlán, en honor al gobernante Tenoch y de acuerdo a las indicaciones recibidas por uno de sus dioses principales Huitzilopochtli

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Desde entonces los aztecas o mexicas compartieron el espacio geográfico del Valle de Méjico con numerosos pueblos de diversas características culturales, repartidos en un espacio de aproximadamente 7,853 km2 con una extensión de aproximadamente 120 kilómetros de norte a sur y 70 de oriente a poniente, rodeada de altas montañas y con una serie de lagos interconectados como el de Chalco, Xochimilco, Texcoco, Xaltocan, y Zumpango.

Esta región, o hábitat, no era propicia para grandes animales y salvo el venado, jaguar y puma no había grandes animales que pudieran ser utilizados para caza, alimentación, trabajo o transporte, aunque por otra parte había abundancia de insectos, reptiles y algunas aves, por lo que la agricultura tenía que ser la principal actividad productiva o para subsistencia de los pobladores del Valle, y el traslado de bienes y mercancías tenía que hacerse a través de balsas y canoas, o sobre las espaldas de los cargadores, o tamemes en las rutas comerciales.

Muchas personas han expresado que los aztecas habían conquistado y sometido a los pueblos vecinos lo que verdaderamente ocurrió pero en realidad ese dominio fue escasos 60 o 70 años antes de que llegaran los españoles, es decir, el Imperio Azteca se consolidó unos años antes de La Conquista.

Según los ‘investigadores’ utilizados por Fray Bernardino de Sahagún la denominada Triple Alianza celebrada entre los aztecas, los tapanecas de Tlacopán y los acolhuaques de Texcoco se robustece en la segunda mitad del Siglo XV, esto es, como

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ya se mencionó unos 60 o 70 años antes de que llegara la expedición comandada por Hernán Cortés.

Sin embargo, debemos recordar que dentro de los enclaves comprendidos en el denominado Imperio había poblaciones que permanecieron independientes y que por una razón u otra no fueron ni conquistadas, ni invadidas, ni sojuzgadas por los aztecas, como lo son los poblados dominados por los tlaxcaltecas, los otomíes y los tarascos.

De igual manera estaban las tribus mayas, totopecas, huastecas, y un amorfo

grupo al que se denominaba como chichimecas.

También no se nos puede olvidar que entre los aztecas, los tlaxcaltecas y otomíes había un estado cotidiano de constante pugna, estado que fue inteligentemente aprovechado por Hernán Cortés como ya es de todos conocido.

Los aztecas organizaban una serie de excursiones muy rápidas a las que por alguna desconocida razón se les ha llamado ‘Guerras Floridas’ cuyo objetivo principal era la toma de cautivos para el sacrificio a los dioses aztecas y se les denominaban Xochiyáoyotl y fue un recurso militar instaurado por el primer Moctezuma como respuesta a la gran hambruna que se presentó entre 1450 y 1454.

Además de este tipo de guerra, estaba el objetivo político consistente en el sometimiento por la fuerza de las poblaciones cercanas con fines expansionistas lo que proporcionaba un crecimiento económico para los aztecas incrementando las fuentes de materias primas para comerciar.

Fray Bernardino nos comenta que una de las primeras acciones de un Tlatoani recién electo era organizar una campaña militar para demostrar a su pueblo su capacidad guerrera y dejar establecido que seguiría la misma tónica usada por su predecesor en la que no mostraría clemencia o piedad alguna para con sus ‘enemigos’ o para con los pueblos ‘rebeldes’ y al mismo tiempo para proporcionar a sus súbditos suficientes cautivos para los festejos de su coronación y fiestas celebradas con motivo de su ascenso ‘al poder’.

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Incluso cada Tlatoani tenía un atuendo especial que utilizaba en esa campaña inicial o que utilizaba en ceremonias especiales cuando era su carácter ‘guerrero’ el que merecía el festejo ya que entre otras atribuciones también era el Sumo Sacerdote.

En esas ocasiones, los nobles y los grandes guerreros utilizaban sus atuendos ‘de lujo’ y esas ‘guerras’ eran particularmente crueles utilizando el mayor número posible de guerreros con objeto de traer a Tenochtitlán el mayor número de cautivos para ser ofrecidos en sacrificio a Huitzilotpchtli.

La sociedad mexica estaba centrada alrededor de la guerra, cada hombre recibía formación militar básica desde temprana edad ya que además de ser importante para el bien del Imperio y su continuo crecimiento era la única oportunidad para progresar en la escala social y dejar de ser (macehualtzin), ‘plebeyos’ o macehuales.

Y si un Tlatoani ‘fallaba’ en esa campaña de inicio ese fracaso o esa falla era vista no solo como un mal augurio para el tlatoani sino para todo el Imperio pues

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podría significar próximas rebeliones de esos pueblos y los nobles aztecas dudarían de su capacidad guerrera y de gobierno.

Ese fue el caso de Tizoc, gobernante que fue envenenado por los nobles mexicas después de haber fracasado en varias campañas militares en contra de los mixtecos y zapotecos.

Su corta historia se relaciona mayormente con los aspectos ‘religiosos’ de su

investidura, la reconstrucción, engrandecimiento y embellecimiento del Templo Mayor de Tenochtitlán.

Era hijo primogénito de Moctezuma I y hermano de Ahuizotl y Axayácatl.

Por sus dotes militares Axayácatl fue elegido tlatoani relegando a Tizoc (que era el primogénito). A la muerte de Axayácatl fue elegido Tizoc, que pronto mostró no tener ‘dotes militares’.

Una vez que ascendió al trono, alrededor de 1481, emprendió catorce campañas militares que fracasaron lo que provocó enojo entre la nobleza.

Tizoc quiso dedicarse mas a administrar y ‘educar’ lo conquistado por sus antecesores que a acrecentar las conquistas aztecas, provocando algunas sublevaciones como la de Tollocan la que fue reprimida brutalmente por su hermano Ahizotl (quien poco después le sucedería en el trono).

En el Museo del Templo Mayor los visitantes podemos ver un imponente monolito de piedra en forma circular al que se conoce como la Piedra de Tizoc en el que se conmemoran fiestas dedicadas al dios del fuego y algunas hazañas guerreras acerca de las conquistas de Tamajacho y Mixquitán, hazañas que son atribuidas a predecesores de Tizoc.

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Se afirma que los señores de Chalco e Iztapalapa nombrados como Techoylala y Maztla canalizaron las intrigas que resultaron en su envenenamiento en 1486 y la elección de su hermano menor Ahuizotl.

El ejército mexica estaba organizado en dos grupos principales: los plebeyos, aglomerados en divisiones denominadas calpulli y los nobles que formaban sociedades de guerreros profesionales.

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Además del Tlatoani, los dirigentes eran el Tlacochcatl (o gran general) y los Tlacateccatl (o generales de tropa) y antes de ir a batalla estos debían nombrar a sus sucesores.

Acompañaban a los ejércitos numerosos sacerdotes que llevaban efigies de sus deidades lo que podemos apreciar en la siguiente ilustración en la que también se muestra el cambio gradual de un guerrero al ir progresando desde plebeyo a tameme, a guerrero, luego a captor de prisioneros y después a noble, de ahí seguían progresando por las diferentes etapas:

Sin estar muy seguro de ellos, parece ser que los grados iban de Guerrero Noble a Guerrero Águila, después Guerrero Jaguar para pasar posteriormente a Otomitl, Guerrero Rapado y finalmente a Tlacateccatl.

Los guerreros sobresalientes podían ser ascendidos a nobles y podían introducirse en algunas de las sociedades guerreras existentes, como las de los Caballeros Águila y los Caballeros Jaguar, y podían pasar de una sociedad a otra cuando contaran con suficientes méritos.

Como ocurría esto es incierto, las descripciones que hace Fray Bernardino no son muy claras y no establecen formas o ritos específicos para tal acontecer, pero los testimonios recabados indican con claridad que podían darse estas transferencias.

Se sabe que la mayor sociedad guerrera fue la de los denominados Cuauhpilli (Guerreros Águila) y en menor número le seguían los Ocelopiltin (Guerreros Jaguar).

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Los miembros de estas sociedades vestían como el animal del que tomaban su nombre y residían en el Quanuhcalli (‘Casa de las Águilas’) situado en el recinto ceremonial de Tenochtitlán, eran considerados como el grupo elite de las fuerzas armadas mexica y se dice que pasaban mucho de su tiempo en profundo estado de meditación, en el que permanecían largo tiempo.

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Ese estado de meditación y concentración era su preparación para el momento en que de un solo golpe (lo cual era lo usual y requerido) matar al enemigo.

Los Otomitl eran miembros ‘contratados’ del grupo étnico otomí que se unían a los ejércitos aztecas como guerreros mercenarios y eran dirigidos por los Guerreros Rapados.

Estos constituían la sociedad guerrera de más prestigio, sus cabezas estaban rapadas a excepción de una cresta de cabello al centro y una larga trenza sobre la oreja izquierda; pintaban su cabeza y rostro de azul en una mitad y rojo o amarillo en la otra.

Juraban no dar un paso atrás durante la batalla, accediendo a someterse a cruel pena de muerte a manos de sus camaradas si lo hacían.

Los Guerreros Jaguar utilizaban principalmente el escudo (Chimalli) y la macana (Mácuahuitl) que esencialmente era una espada de madera con filos de obsidiana incrustados en los lados.

Según algunos relatos, esta arma podía decapitar a un caballo y era el arma básica de los grupos de elite del ejército mexica.

También tenían armas arrojadizas como el Átlatl que era un ingenioso dispositivo por medio del cual lanzaban pequeñas y filosas jabalinas con mayor fuerza y mayor alcance que lanzadas a mano. {En los murales de Tehotihuacan podemos ver dibujos de guerreros utilizando esta arma que era tan efectiva que fue adoptada por casi todas las culturas del altiplano mexicano}.

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Al arco le llamaban Tlahiutolli, Mitl era el nombre de la flecha, Yaomitl, la flecha con púas incrustadas de obsidiana, y Tematlatl era el nombre de la honda con la que aventaban con gran fuerza y a gran distancia piedras, generalmente estaba hecha con fibras de maguey.

El Tepoztopilli era la lanza de madera con filos de obsidiana en la punta, el mazo de pesada madera recibía el nombre de Quauhololli, mientras que el Huitzauhqui era el mismo mazo pero con filos de obsidiana en los lados.

Los escudos o Chimalli eran hechos con diversos materiales, y recibían diversos nombres de acuerdo a su fabricación: los de madera se denominaban Cuauhchimalli, los de caña de maíz eran los Otlachimalli.

Los grandes señores y el Tlatoani utilizaban escudos hechos de oro o decorados con trabajos exquisitos de plumas y eran conocidos como Mahauizzoh chimalli.

Complementaban su equipo con ‘armaduras’ realizadas en algódón acolchado de uno o dos dedos de espesor que se llamaban Ichcahuipilli, la que generalmente complementaban con el Ehuatl o túnica que se utilizaba sobre puesta al ichcahuipill o el tlahuiztli, que eran los trajes decorados de los guerreros prestigiosos o de las sociedades.

Los comandantes y guerreros destacados portaban unas enseñas muy visibles a sus espaldas, diseñadas para ser vistas a distancia e identificar a su portador, conocidas como Pamitl que podía utilizarse junto con el Cuatepoztli o yelmo de madera decorado con plumas o grabados y que solía tener la forma de cabeza de águila o de jaguar.

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Una vez que el Tlatoani tomaba la decisión de ir a guerra se deba la noticia a las diferentes plazas en donde había guarniciones para que se aprestaran a la batalla generalmente con varios días o hasta semanas de anticipación.

De la misma manera se advertía o avisaba a los pueblos aliados y a los mercenarios y al tenerse el consentimiento comenzaba la marcha.

Generalmente los primeros en marchar eran los sacerdotes con las efigies de los dioses, después la nobleza encabezada por el Tlacochcalcatl y el o los Tlacateccatl’s le seguían, los que a su vez eran seguidos por el grueso del ejército y al final iban los guerreros de otras ciudades o aliados o mercenarios.

Todos estos movimientos eran coordinados a través del eficiente sistema de caminos y correos a lo largo del Méjico central y el ejército marchaba a un promedio de 19 a 30 kilómetros por día.

Por supuesto que dependiendo de la batalla ‘programada’ el tamaño del ejército variaba de pequeños contingentes a grande ejércitos y algunas fuentes indígenas mencionan marchas de ejércitos con 200,000 y hasta 700,000 guerreros.

La lucha generalmente empezaba al salir el sol, utilizándose señales de humo para aviso de diferentes ataques y para la coordinación de las divisiones del ejército.

La señal de ataque, generalmente era dada por instrumentos musicales como las conchas de caracoles (Tlapitzalli) acompañadas por tambores y cascabeles.

Los primeros guerreros en entrar en combate eran los guerreros señalados como los más distinguidos por sus respectivas sociedades Cuachicque (Rapados) y Otontin (Otomiés), luego les seguían los Caballeros Águila, los Jaguar y finalmente los plebeyos y los jóvenes primerizos.

Respecto a estos últimos, se les mantenía a buen resguardo con las tropas de reserva o con las tropas que actuarían en las ‘emboscadas’ y solo se les permitía entrar en combate cuando se consideraba que la batalla estaba ganada.

Generalmente, los rangos se mantenían y se intentaba ‘acorralar’ al enemigo pero a medida que los combates se intensificaban las formaciones se perdían y cada guerrero libraba sus propias luchas mano a mano.

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Contrario a lo que han supuesto algunos historiadores y cronistas, cuando se luchaba contra los españoles se intentaba claramente matar a los enemigos y solamente en algunas ocasiones se buscaba ‘llevarlos prisioneros para sacrificar ante los dioses’.

El mismo Gerónimo se confiesa culpable de esta exageración ya que en otros escritos al respecto afirmaba que la intención de los guerreros aztecas era principalmente ‘tomar prisioneros’ lo cual ha comprobado que no era el caso en todas las ocasiones, por lo que ofrece sus disculpas al amable lector que esa impresión haya recibido.

Pequeños grupos atacaban y fingían retirada buscando con ello atraer al enemigo a lugares a cubierto en donde otros grupos les esperaban. Esta táctica de ‘emboscada’ funcionaba bastante bien y era muy frecuentemente utilizada con las tribus indígenas, empero en los combates con los españoles, no obtuvieron los mismos resultados, pues Cortés y sus Capitanes eran ‘desconfiados’ y no arriesgaban a sus compañeros en persecuciones que podrían llevarlos a alguna emboscada.

Sin embargo, los indígenas tlaxcaltecas no tenían esa misma desconfianza, desobedecían órdenes explícitas al respecto y eran presa frecuente de emboscadas organizadas por los guerreros aztecas.

Los pueblos o tribus conquistados por los ejércitos mexica debían entregar pesados tributos en especia a las autoridades aztecas, y se supone que esos tributos eran fijados de acuerdo a los recursos disponibles en la región, y esas cargas, fueron una de las principales razones por la que los pueblos sojuzgados desarrollaron aversión y odio hacia los aztecas.

Por ejemplo, los xochimilcas entregaban maíz, porotos y ají,los totonacas de Cempoala debían entregar lanzas, escudos de pluma, caracoles, y demás objetos guerreros.

El poder personal de la nobleza y la ‘riqueza’ de los caciques pronto se fueron

agotando por la desmedida proporción exigida por los recaudadores del Imperio que en cada visita exigían más y más y que muy pronto realizarían con excesiva frecuencia, lo cual si bien enriquecía a esos recaudadores y a la nobleza empobrecía a los macehuales o gente común que no recibían ningún beneficio de esos tributos y continuaban siendo

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la mano de obra de la agricultura de Tenochtitlán, mano de obra también en las actividades artesanales y además, debían pagar elevados impuestos a sus gobernantes para mantener la ‘riqueza’ del Imperio.

¿Ha cambiado la estructura económica y social en algo 500 años después?

Los gobernantes y los ricos ¿no son más ricos? Los pobres ¿no son cada día más pobres?

Los llamados macehuales o macehualtin conformaban la mayor parte del pueblo azteca, y su única posibilidad de mejorar su situación social era destacándose en la guerra.

La unidad básica en el mundo azteca era el Calpulli, que era una pequeña comunidad de familias de macehuales que tenían antepasados comunes y compartían un pequeño territorio subdividido en parcelas comunales.

Al frente del Calpulli estaba el Calpullec, cacique electo de por vida por los mismos habitantes y en conformidad con el soberano azteca.

Su principal tarea era la de registrar las tierras de la comunidad y controlar las labores de cultivo.

Había una especie de ‘descastados’ constituida por los Tlacotli quienes eran personas que por haber contraído deudas o haber cometido algún delito trabajaban bajo un ‘amo’ sin recibir ningún tipo de pago y sin embargo, el trabajo finalizaba cuando la deuda o delito se consideraba pagado, pero a los que reincidían se les identificaba para ser sacrificados para aplacar a los dioses.

En la relación monumental de Fray Bernardino de Sahagún existen testimonios acerca del canibalismo y los sacrificios humanos realizados por los aztecas que seguramente ‘horrorizaron’ no tan solo a los sacerdotes sino a los miembros de la Corte y que dieron lugar a la Cédula anteriormente mencionada, mas sin embargo, al terminar La Conquista esos sacrificios terminaron lo que no puede decirse con igual certeza del canibalismo que, dicho con toda descarnada verdad continuaban entre los aztecas y eran práctica aceptada y común en otras comunidades indígenas, lo que, como es comprensible, ‘ocupaba y preocupaba’ a los religiosos encargados de la evangelización de las tribus mesoamericanas.

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Del mismo modo algunas ‘fiestas’ o celebraciones religiosas de los indígenas no terminaron con la evangelización y quizá en forma escondida u oculta a los ojos de los españoles y los frailes, seguían practicándose.

Un claro ejemplo de esto lo constituyen las celebraciones del Día de los Muertos llenas de folclor popular en donde se entrelazan costumbres netamente paganas con ritos religiosos:

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Esta celebraciones corresponden a una curiosa y muy mexicana mezcla de lo divino, lo humano y lo mundano y estas tres categorías, omnipresentes en nuestro México actual, están igualmente presentes en la obra de Fray Bernardino de Sahagún conformándose a la honda tradición histórica indohispana.

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Hoy día en las panaderías mexicanas se fabrica un pan especial al que se ha dado en llamar Pan de Muerto que se produce y vende para esta celebración y ya constituye toda una tradición y por cierto, el pan de referencia es ‘exquisito’.

Aunque Gerónimo no es partícipe de la ‘glorificación’ de los indígenas muertos que ocupan vitales páginas de nuestra historia, no podemos dejar que la obra de Fray Bernardino quede relegada al olvido o a la ocasional consulta de algún estudiante en nuestras Bibliotecas.

Entender la mitad de nuestras raíces es una obligación, o debería ser una obligación y a la vez, es el vehículo para –en definitiva- darles su lugar a las comunidades indígenas mexicana ahora, en nuestro Siglo y no seguir posponiendo esta tarea dejándola a cargo de futuras generaciones.

Si bien tenemos un atraso importante, nunca es tarde para comenzar.

Lo que se refiere a la otra mitad, es mucho más problemático porque encontraremos un gran obstáculo constituido por ‘la historia oficial’ en la que en una forma sistemática se ha proporcionado una versión distorsionada de los hechos, distorsión que puede apreciarse en tres grandes apartados: el primero el que se refiere a La Conquista en donde se exaltan las virtudes y la resistencia de los aztecas y se minimiza el actuar y las obras de los españoles que la realizaron, el segundo, el periodo colonial hasta la Independencia en donde igualmente se destaca la oposición al dominio español y se desfiguran personajes claves de nuestra historia, (como Iturbide, Santa Anna, Juarez), y el tercer periodo comprendido desde la consumación de la Independencia (hecho que se minimiza) hasta la denominada Revolución en la que se glorifica con gruesa falsedad y exceso de elogios a ciertos personajes a quienes se pretende catalogar como héroes patrios ignorando la realidad de los acontecimientos.

Gerónimo cree que ha hecho una pequeña contribución hacia la corrección de estas falsedades exponiendo algunas en su escrito México Lindo y Queeeerido que con base en esta popular canción, pretende que el amable lector reflexiones sobre estos acontecimientos y les sitúe en su dimensión real.

Empero, de cualquiera de las maneras el escrito de referencia indica solamente algunas de esas falsedades y Gerónimo cree que no es suficiente solo escribir al respecto y es necesaria, indispensable diría él, la acción cotidiana de aquellos a quienes afectan estas situaciones pues está claro que ni la Virgencita de Guadalupe ni Papá Gobierno van a encargarse de corregir estas situaciones, una porque no es su terreno de acción, el otro porque consciente o inconsciente es la causa directa de ellas.

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Y ya que se menciona el tema, veamos brevemente este muy espectacular acontecimiento sobre el que Fray Bernardino muestra escepticismo y ha sido objeto de posteriores críticas.

Yendo un poco más atrás, un suceso trascendental en el aspecto social, cultural y religioso -con gran trascendencia en la vida de los mexicanos- ocurre el sábado 9 de diciembre de 1531 en las cercanías de una ermita que sacerdotes franciscanos conservaron en el Cerro del Tepeyac, lugar en donde se ubicaba uno de los templos paganos más grandes e importantes de los aztecas, el templo a Tonantzin, Coatlicue, diosa de la tierra y la fertilidad – templo destrozado hasta sus cimientos por los conquistadores españoles-, y sobre cuyos restos se construyó la ermita mencionada.

En ese día y en ese ‘cerro’ tiene lugar la primera de las 5 apariciones de la que después sería llamada Virgen de Guadalupe ante el indígena Juan Diego Cuauhtatoatzin.

Estas apariciones -según los historiadores- fueron cinco y culminan el martes 12 de Diciembre con el ‘descubrimiento’ de la imagen ‘estampada’ en el ayate del propio Juan Diego.

Cuentan los historiadores y enterados que durante la cuarta aparición (el martes 12 de Diciembre muy de madrugada) la ‘Virgen’ solicita a Juan Diego que recoja en su ayate unas rosas que debía llevar ante el Arzobispo que en aquel entonces se dice era Fray Juan de Zumárraga.

Resulta relevante mencionar que el Cerro del Tepeyacac o Tepeyac no es lugar en donde florezcan rosas silvestres, hecho que obviamente, el indio Juan Diego ignoraba, y obediente a los deseos de ‘la aparición’ encuentra y recoge las flores y las envuelve en su ayate.

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Al desplegar el ayate (ese mismo día, un poco más tarde) para mostrar y entregar las flores al Arzobispo, una imagen, la imagen de la Virgen Morena aparece en el trozo de tela (lo que es considerada como la 5a aparición y un ‘milagro’).

Es una imagen nueva, una Virgen con facciones indígenas, totalmente diferente a las acostumbradas reproducciones religiosas de la Virgen María.

A pesar de las controversias y de algunas inconsistencias en cuanto a las fechas, y del hecho de que Fray Juan de Zumárraga es consagrado en 1533 y nombrado o confirmado como Arzobispo de Méjico hasta 1547, la imagen del ayate recibe el nombre de Virgen de Guadalupe y se afirma que el primero en verla fue Zumárraga.

No viene al caso discutir si el Arzobispo fue Fray Juan de Zumárraga u otro, el caso es que Juan Diego presenta su ayate y sus flores a un jerarca religioso ante quien ‘aparece’ la imagen de la Virgen Morena ese 12 de Diciembre.

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Fray Bernardino de Sahagún, gran defensor de los indígenas, fue uno de los más celebrados opositores de la ‘autenticidad’ de las apariciones del Cerro del Tepeyac y llega incluso a mencionar a otro Prelado -cuyo nombre Gerónimo no recuerda- como ante quien se presento el ayate.

Se cita este hecho solo como una referencia pues los escritos de Sahagún tienen origen en las tradiciones nahuatl y es probable que ellos no supieran ante quien se presentó y no reconocieran a la Virgen como tal, sino la siguieran identificando con Tonantzin y al hecho de que anteriormente a ‘las apariciones’ en ese templo ‘pagano’ (o la ermita que los franciscanos conservaron) había una imagen de la diosa Tonantzin Coatlicue que era venerada por los indígenas.

Hay quienes dicen que las apariciones fueron en el año 1555, otros las sitúan en el 1556, pero sea como sea, hoy por hoy, los deseos de la Virgen transmitidos por Juan Diego fueron ‘obedecidos’ y la Basílica de Guadalupe es la segunda ’iglesia’ más venerada y visitada del mundo católico, solo detrás de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.

Un hecho singular debe mencionarse:

Hasta 1648 no se había tomado en serio la leyenda de las apariciones ocurridas 117 años atrás; la misma Iglesia Católica mexicana desmentía la creencia popular, considerando los relatos como expresión del viejo culto pagano a la diosa Tonantzin, mezclado con elementos de ignorancia y superstición tal como lo relata Fray Bernardino.

El 8 de septiembre de 1556, ante la Real Audiencia y el Virrey, el provincial de la orden franciscana Fray Francisco de Bustamante pronunció un enojado discurso en contra del Arzobispo de Méjico pues “la devoción que esta ciudad ha tomado en una ermita e casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe, es en gran perjuicio de los naturales pues les da a entender que hace milagros aquella imagen “….

Conviene aclarar que Fray Francisco de Bustamante se refería concretamente a una imagen de la diosa pagana Tonantzin pintada por el ‘indio Marcos’ y no a la imagen del ayate. Como aún vivía el indio, buen pintor, conocido como Marcos Cipac de Aquino se le interrogó y ‘no negó la autoría de la imagen’.

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Sin embargo, el Arzobispo, Fray Alonso de Montúfar se defendió en términos que en nada favorece la leyenda de las apariciones y/o la autenticidad del ‘milagro’ de la imagen del ayate.

Dijo que las celebraciones se hacían hacia la imagen de Nuestra Señora por ‘la razón de lo que representa’ y que no se hacía reverencia a la tabla o a la pintura sino a la imagen.

Según los historiadores esta defensa acalorada del Superior de la Orden Franciscana representa que aún no se había difundido la leyenda de las apariciones y nunca se hizo, en esas fechas, referencia a que fuera un estampado milagroso o una obra divina, sino que se le seguía denominando ‘pintura’ o imagen’.

La antigua y original Basílica de Guadalupe se comienza a construir en 1695, es decir 139 años después de las apariciones, terminándose en 1709 y abriendo sus puertas al culto guadalupano el 1° de Mayo de ese mismo año.

La nueva Basílica de Guadalupe fue abierta al culto público en el 2001.

Sin embargo, para los mexicanos de esa época y en particular para los indígenas de origen nahuatl, la imagen del ayate de Juan Diego seguía siendo denominada Tonantzin (que sustituyó a la imagen pagana previa que ahí se veneraba, pintada sobre una tabla por el indio Marcos).

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Posteriormente, con el transcurso de los años y la veneración católica que se dedicaba a la imagen del ayate, la denominación Tonantzin se fue perdiendo.

Es un hecho comprobado y fácilmente comprobable que primero en la Ermita, después en la primera Basílica y hoy en la actual, el mexicano sigue acudiendo ‘en romería’ a venerar la imagen de la Virgen Morena en el ayate de Juan Diego a la que se conoce y venera como Santa María de Guadalupe.

Por ser un tema extremadamente delicado Gerónimo ha decidido transcribir dos fragmentos de lo escrito por Fray Bernardino al respecto con la única intención de que ustedes, amables lectores, formen su propia opinión:

"Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejanas tierras”.

“El uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeacac, y los españoles llaman Tepeaquilla y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir Nuestra Madre; allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejanas tierras, de más de veinte leguas, de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas; venían hombres y mujeres, y mozos y mozas a estas fiestas: era grande el concurso de gente en estos días, y todos decían vamos a la Fiesta de Tonantzin; y ahora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe también la llaman Tonantzin tomada ocasión de los predicadores que a Nuestra Señora la Madre de Dios la llaman Tonantzin.”

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“De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto, pero esto sabemos de cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin sino Dios y Nantzin; parece esta invención satánica para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonantzin y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin como antiguamente."

"La 3a. dissimulación es tomada de los nombres de los ydolos que allí se celebraban que los nombres con que se nombran en latín o en español significan lo mismo que significaba el nombre de el ydolo que allí adorababn antiguamente”.

“Como en esta Ciudad de México en el lugar donde está Sta. María de Guadalupe, se adoraba un ydolo que antiguamente se llamaba Tonantzin y con este mismo nombre adoran ahora a Nuestra Señora la Virgen María, diziendo que van a Tonantzin, o que hacen fiesta a Tonantzin, y entendiéndolo por lo antiguo y no por lo moderno."

La primera cita proviene del apéndice "Adición sobre supersticiones" del Libro XI de La Historia General de las Cosas de la Nueva España, escrito por Fray Bernardino de Sahagún en 1576.

Este notable franciscano, dedicó su vida a la comprensión de las idolatrías de los indios y se convirtió en uno de los más importantes conocedores de la lengua náhuatl como lo hemos venido mencionando. Su método de investigación mediante la aplicación de cuestionarios a viejos informantes sentó las bases de la moderna antropología mexicana.

Sahagún hace notar en su obra que el culto en el cerro Tepeyacac le parecía sospechoso debido a que -a su parecer- la Virgen solamente había sustituido a la antigua diosa Tonantzin, adorada por los indios precisamente en ese lugar antes de la conquista.

Lo mismo sucede con la segunda cita de la obra de Sahagún, referida al santuario de Guadalupe.

Esta fue tomada de un libro escrito presuntamente por él hacia 1585 y cuyo nombre es Kalendario mexicano, latino y castellano, que forma parte del Manuscrito de Cantares Mexicanos que puede consultarse en la Biblioteca Nacional de México.

En este segundo fragmento el franciscano insiste en que el culto guadalupano es, como otros semejantes (Santa Ana Chiauhtempan en Tlaxcala y San Juan Bautista en Tianquizmanalco, Puebla), "una dissimulación" o antiguo culto pagano vivo.

Por lo mismo Gerónimo insiste que este asunto es algo que compete al ciudadano, a todos nosotros en forma profundamente individual y nuestra base o

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fundamentación para opinar es la educación y conocimiento de nuestras propias creencias y la documentación que al respecto existe, pero de una u otra forma, para Germán constituye una ‘cuestión de fe’ (no una obligación) y como tal la ha aceptado.

Sin embargo.

Sin embargo Gerónimo no puede dejar de considerar que en todo este asunto de los milagros y de las apariciones hay elementos que son poco ‘racionales’ o poco ‘convincentes’ desde un punto de vista práctico y mundano, como por ejemplo el que casi todos los casos que se conocen tienen algunas características específicas –que se conocen por los relatos que sobre ellas se hacen-que los presentan envueltos en misterio y en los que el católico ‘recurre’ a la fe porque racional o científicamente no tienen ‘explicación’.

Con frecuencia ‘las apariciones’ o ‘la aparición’ se presentan ante niños de corta edad, analfabetos o semi letrados (prevalecen los denominados ‘pastores’) en regiones aisladas o subdesarrolladas, aunque también se han presentado ante mujeres y hombres adultos.

De entre las mujeres, predominan ‘las monjas’ o religiosas de alguna orden reconocida por la jerarquía católica ante cuya presencia se realizan las apariciones.

Estas, generalmente son súbitas y en serie, es decir, ‘aparecen’ de la nada, tienen varias sesiones, expresan sus deseos, convierten al o la vidente en mensajero y generalmente dejan algunas ‘instrucciones’ y solicitan la construcción de una iglesia para ‘recordar’ o conmemorar el suceso, y así como aparecieron cesan de aparecer.

Las ‘apariciones’ generalmente son ‘exteriores’ a las personas a quienes se ‘aparecen’ y estas personas son elegidas por la aparición para entregar un mensaje a la comunidad católica, principal y habitualmente a los jerarcas eclesiásticos a los que se ‘conmina’ a ‘hacer algo’.

Algunos mensajes no son ‘revelados’ en su totalidad, permaneciendo envueltos en un velo de misterio durante muchos años, y quedando al criterio de la jerarquía católica el darlo a conocer o no (lo cual contradice o se contrapone con lo que la ‘aparición’ expuso).

Las apariciones tiene una entidad: se presentan con o en un cuerpo perceptible a los sentidos del ‘vidente’ (una figura humana realzada y embellecida, claramente percibida o claramente perceptible por el o la vidente), radiante de luz, de aspecto juvenil; conversan, dan mensajes, frecuentemente suspendidas sobre un árbol, o una roca, o bien, ‘flotando’ en el espacio mostrando un comportamiento asimilable al humano y comprensible para la o el vidente.

En todos los mensajes hay recomendaciones sobre la oración y el ‘poder’ de la oración, la observancia de ‘buenas conductas’, la práctica asidua y constante de ritos católicos e instrucciones específicas a la jerarquía eclesiástica.

Cuando se presentan ante ‘grupos’ hay un elevado factor de ‘selectividad’, es decir, no todos los miembros del grupo ‘ven’ la aparición o escuchan los mensajes.

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La noticia de la aparición se difunde de inmediato y en un principio, las autoridades eclesiásticas o no hacen caso o dudan de la misma ‘aparición’ y/o de su mensaje.

A consecuencia de la difusión de la noticia sobre la aparición, de todas partes de la región acuden multitudes a ‘ver’ el árbol, la roca, o el sitio en donde se dice ‘apareció’ la ‘aparición’.

En forma paralela y casi simultánea ‘aparecen’ los ‘milagros’ relacionados con la aparición, enfermos que sanan, heridas que cicatrizan, gente que vuelve a caminar, etc., lo que intensifica la afluencia de personas desde remotos lugares y ese fenómeno se continúa por siglos.

La ‘piedad’ o ‘religión popular’ se intensifica y el sitio se convierte en ‘lugar de culto’ en donde con rapidez se organizan festividades y celebraciones periódicas y conmemorativas y un lucrativo ‘negocio’.

Después de algún tiempo, la alta jerarquía católica, ‘reconoce’ la aparición como ‘milagro’ y otorga la ‘aprobación oficial’ y mucho tiempo después, el, la o los videntes, reciben la ‘beatificación’ y posteriormente ‘la santificación’.

Es muy obvio, demasiado obvio, que en la educación de cada uno de nosotrosreside la aceptación o rechazo a lo que estas apariciones representan así como la solución a cualquiera de las interrogantes que surgen en nuestro diario devenir y de los que se ha hecho mención en este y otros escritos y que nosotros individualmente somos los únicos que podemos aplicar las diarias soluciones para remediarlas y establecer firmemente el ejemplo que queremos para nuestros hijos y nietos.

En el ‘caso mexicano’, el de la Virgen de Guadalupe, aún, 479 años después de su aparición en la tilma de Juan Diego, quedan interrogantes sin resolver.

Un punto que no ha sido aclarado o explicado cabalmente es el porqué del nombre ‘Guadalupe’.

La explicación más aceptada es que durante la aparición de la Virgen al tío de Juan Diego, Juan Bernardino la aparición utilizó el termino náhuatl de Coatlaxopeuh, el que era pronunciado como “quatlasupe”, que tiene una fonética extremadamente parecida a la palabra castellano Guadalupe.

Y se complementa por la explicación dada por Juan Bernardino en el sentido que la ‘aparición’ se refirió a si misma como ‘la que aplasta a la serpiente de la enfermedad’. (coa = serpiente, tla = la, xopeuh = aplastar).

Otra interpretación, muy diferente y no etimológica, la describe como “La que procede de la región de la Luz como un águila de fuego”.

Pió X la proclamó como “Patrona de América Latina”, Pío XI como “Patrona de toda América”, Pío XII, la nombró “Emperatriz de las Américas”, Juan XXIII “Misionera Celeste del Nuevo Mundo”.

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Gerónimo no quiere terminar este escrito sin considerar lo que se pueda concluir de todo lo anteriormente expuesto.

La religión indígena no necesitaba ser reanimada, ni sustituida.

Después de la Conquista inicia la evangelización ‘en serie’, y no es sino hasta 10 años después de la caída de Tenochtitlán y el inicio de la reconstrucción de la ciudad que aparece la Virgen de Guadalupe.

La Virgen de Guadalupe no simboliza ni representa el ‘retorno de Tonantzin’, sino al contrario para los indígenas es una forma de continuidad en la creencia de una ‘Madre’ ahora identificada con la imagen del ayate como antes lo fue con la pintura del indio Marcos.

Muchos indígenas fueron bautizados y los templos paganos habían sido reemplazados o sustituidos por las Iglesias.

Empero, la religión indígena sobrevivía a pesar de ellos, quizá ya no pura, quizá ‘contaminada’ pero aún impresa en el alma, en el espíritu de los indígenas, en una mezcla con las nuevas creencias religiosas impuestas por los misioneros españoles.

El mismo Fray Bernardino de Sahagún expone con claridad: “en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora y no van a ellas, vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin como antiguamente”.

En opinión de Gerónimo, independientemente de los métodos utilizados, los misioneros españoles no pudieron comunicar la esencia del catolicismo a los indígenas.

Los conceptos mas importantes no existían en el mundo indígena y no había palabras, signos o expresiones indígenas ‘correctas’ para comunicar estos conceptos, de donde se deriva que los indígenas aprendieron incorrectamente los conceptos fundamentales del catolicismo, los nuevos ‘dioses’ no sustituían a sus dioses propios, sino que eran añadidos a su plétora de deidades.

Así, resultaba hasta cierto punto ‘natural’ para el indígena mexicano aceptar la religión católica, pero sin abandonar a sus dioses tradicionales, y por lo mismo se puede afirmar que los indígenas no entendían (ni entienden) a la Virgen de Guadalupe en una manera totalmente católica, sino como un nuevo elemento que se incorporó a su bagaje religioso.

La traducción literal de Tonantzin es “Nuestra Madre” y no podemos olvidar que los religiosos franciscanos se referían a María como Nuestra Santa Madre, o la Santa Madre de Dios.

Guadalupe, (como Tonatzin) es una madre importante para los mexicanos y su imagen o centro de culto se ubica en el mismo lugar en que antes había estado Tonantzin, y fundamentalmente los indígenas conversos nunca entendieron o nunca quisieron abandonar su religión, sino optaron por incorporar la nueva religión y nueva advocación a sus tradiciones religiosas.

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Gerónimo opina que todavía se puede ver esta mezcla de creencias en las manifestaciones del catolicismo mexicano (que él considera diferente al catolicismo practicado en otras partes del mundo).

Una muestra de esta concepción es la importancia de la Virgen y de los santos en nuestras manifestaciones religiosas, y como ya vimos, la celebración del Día de los Muertos a lo largo y ancho del territorio nacional es un claro ejemplo de ello:

Además de otros adornos y decoraciones, se ponen varios altares con alimentos y bebidas por todo el Panteón (que generalmente es el sitio elegido para este Culto a los Muertos) y en los alrededores.

Hoy ya es imprescindible que junto a los altares se establezcan puestos de comida y bebida, venta de artesanías y demás objetos específicos de esta fecha: claveritas, máscaras, pintura, flores, (particularmente el cempasúchitl (flores amarillas, denominadas ‘flores de muertos’), velas, ofrendas, dulces, canastas de mimbre, trapos morados o negros, y mil cosas más.

Desgraciadamente por una de esas características tan propias de nuestro país, el culto guadalupano se ha convertido en un gran y floreciente negocio para muchas personas.

Esa es una tradición que no existe en otros países y que no es tradición enteramente católica, sino una amalgama especial con la religión pagana pre cortesiana y que solamente se ve en México.

Y así como la nueva raza originada por la Conquista representa el México actual, de la misma manera esa mezcla de paganismo y catolicismo específico representa la religión católica ‘a la mexicana’.

En lo que se refiere al ‘objeto’ en si, a la imagen impresa o pintada en la tilma de Juan Diego en el transcurso de los años se han desarrollado diversas teorías y realizado innumerables estudios científicos con resultados que en vez de aclarar crean nuevos interrogantes.

Las fibras de maguey que forman la tela tienen una ‘vida’ activa de 20 o 30 años y al paso de los años se va ‘desintegrando’, lo cual no ha ocurrido con la tela de la

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tilma sobre la que está la imagen que se conserva en inexplicable estado después de casi 500 años y se dice que se conserva a un sorprendente y constante temperatura de 36.6 ° (equivalente a la temperatura ‘normal’ de un ser humano).

Hace varios siglos, bajo estricta supervisión del entonces abad de la Basílica se permitió a un renombrado pintor hacer sobre una tela elaborada con fibras de maguey una reproducción de la pintura, que se conservó en la misma Basílica de Guadalupe; 30 años después, la tela estaba ‘desintegrandose’.

Dicen -quienes hicieron estudios sobre esa imagen- que al acercarse a 8 centímetros o menos, el ojo humano no percibe ninguna pintura y solamente se aprecian las fibras entretejidas de maguey ‘crudo’ y no se ha descubierto ningún rastro de pintura sobre la tela, no se han logrado detectar ‘pinceladas’ ni residuos correspondientes a cualquier otra técnica de pintura conocida, e incluso por medio de análisis químicos se afirma que los colores no corresponden a ninguno de los materiales de origen vegetal, mineral o animal que existen sobre el planeta.

Se afirma que la imagen ‘flota’ sobre la tela, a una distancia de dos o tres décimas de milímetro sobre el tejido, sin tocarlo y que no ha sido modificada a pesar de haber permanecido durante mucho tiempo sobre una pared con alto grado de humedad, recibiendo el humo y efluvios de miles de velas y millones de peregrinos y durante los primeros años, incluso soportó el ‘manoseo’ de fieles ansiosos de tocar con sus manos la imagen.

Solamente hace alguno años, la imagen fue cubierta con un vidrio y colocada en un ‘marco sellado’; durante siglos se exhibió tal cual estuvo, primero en la Capilla privada del Obispo, a continuación se pasó a la Ermita que conservaron los monjes franciscanos, después estuvo en varios templos de la ciudad de Méjico hasta que se colocó en la antigua Basílica de Guadalupe.

La imagen de la Virgen de Guadalupe ha sido un icono cultural mexicano desde hace mucho tiempo.

En cada calle, casa o negocio de la República se puede encontrar una imagen de la Virgen morena, es el único punto de unión entre los mexicanos, si bien estadísticamente se afirma que el 89% de la población es católica, se podría afirmar que el 95% de la población es ‘guadalupana.’

Miguel Hidalgo toma un estandarte de la Virgen de Guadalupe y lo utiliza para ondearlo frente a las tropas independentistas, el primer Presidente de la República Mexicana Félix Fernández, cambió su nombre por un simbolismo compuesto por las palabras Guadalupe y Victoria, el propio Emperador Agustín de Iturbide, creo la Orden de Guadalupe, y más recientemente, en 1970, el líder ‘chicano’ Cesar Chávez, cargó una bandera con la imagen de la Virgen de Guadalupe en su lucha en contra de las injusticias cometidas en suelo estadounidense a los campesinos mexicanos.

Según estudios astronómicos realizados sobre la imagen, las estrellas visibles en el Manto que cubre el cuerpo de la Virgen, corresponden con exactitud a la configuración y posición que el cielo de Méjico se presentaba ese 12 de diciembre.

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En los ojos de la imagen se encuentran ‘reflejos’ que analizados al microscopio revelan la presencia de 13 personas, trece testigos del milagro, más un conjunto de personas de las que se identifica claramente una familia indígena (hombre, mujer, y niños) además de otras personas que permanecen de pie detrás de la mujer.

Las conclusiones a que todos estos estudios han llegado es que, por métodos científicos, a pesar de que se han realizado ampliaciones a escala superior a 2,600 veces el tamaño de la imagen, no es posible descifrar lo que se aprecia en la imagen.

Hasta ahí ha llegado la ciencia.

El resto es, repetimos, ‘cuestión de fe’.

http://jeronimoelciudadano.wordpress.com

jeró[email protected]

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