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Literatura hispanoamericana Glosario bucolismo: Evocación idealizada de la vida campestre o pastoril y sus personajes. esperpento: Género literario creado por Valle-Inclán, caracterizado por la deformación de la realidad mediante sus rasgos más grotescos. parnasianismo: Corriente literaria que apareció en Francia durante la segunda mitad del s. XIX. Su premisa era "el arte por el arte" y se caracterizó por dar la primacía a la belleza formal. Los albores de la literatura hispanoamericana Hasta la aparición de la primera generación de criollos nacidos en América en la segunda mitad del s. XVI, no hubo autores propiamente hispanoamericanos. Aún entonces los escritores se movían entre los dos mundos: algunos nacidos en la metrópoli escribían desde América (Mateo Alemán) o sobre América, mientras otros, como el Inca Garcilaso de la Vega, historiador nacido en Perú, o Juan Ruiz de Alarcón, dramaturgo nacido en México, vivieron buena parte de su vida en la Península. La literatura se cultivó sobre todo en las cortes virreinales (México y Lima en los ss. XVI y XVII, a los que se añadieron en el s. XVIII Bogotá, Caracas, Quito y Buenos Aires como centros políticos y de cultura), donde se imitaba a los autores metropolitanos y los estilos literarios europeos. Con todo, a pesar de los inseparables lazos con Europa, existía una idiosincrasia propia, tanto por el origen de los autores (criollos y algunos mestizos) como por algunos de los temas tratados, en los que se refleja la nueva realidad americana. De las crónicas al Inca Garcilaso Algunos autores consideran Las cartas de relación (1519-26) de Hernán Cortés sobre la conquista de México la primera obra literaria hispanoamericana. Sin embargo, durante el s. XVI la mayoría de la producción escrita en América pertenece al género de la crónica histórica o etnográfica, debida a los agentes coloniales (civiles o eclesiásticos), y, por tanto, no es, estrictamente hablando, ni literatura ni hispanoamericana. Sólo puede considerarse autor plenamente hispanoamericano en este género histórico, al Inca Garcilaso de la Vega, hijo de un pariente del poeta español del mismo apellido y de una prima del inca

Literatura Hispanoamericana I Enciclopedia

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Descripción de la literatura hispanoamericana desde el siglo XVI hasta la contemporaneidad.

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Literatura hispanoamericanaGlosario

bucolismo: Evocación idealizada de la vida campestre o pastoril y sus personajes.

esperpento: Género literario creado por Valle-Inclán, caracterizado por la deformación de la

realidad mediante sus rasgos más grotescos.

parnasianismo: Corriente literaria que apareció en Francia durante la segunda mitad del s. XIX.

Su premisa era "el arte por el arte" y se caracterizó por dar la primacía a la belleza formal.

Los albores de la literatura hispanoamericana

Hasta la aparición de la primera generación de criollos nacidos en América en la

segunda mitad del s. XVI, no hubo autores propiamente hispanoamericanos. Aún

entonces los escritores se movían entre los dos mundos: algunos nacidos en la

metrópoli escribían desde América (Mateo Alemán) o sobre América, mientras

otros, como el Inca Garcilaso de la Vega, historiador nacido en Perú, o Juan Ruiz

de Alarcón, dramaturgo nacido en México, vivieron buena parte de su vida en la

Península.

La literatura se cultivó sobre todo en las cortes virreinales (México y Lima en los

ss. XVI y XVII, a los que se añadieron en el s. XVIII Bogotá, Caracas, Quito y

Buenos Aires como centros políticos y de cultura), donde se imitaba a los autores

metropolitanos y los estilos literarios europeos. Con todo, a pesar de los

inseparables lazos con Europa, existía una idiosincrasia propia, tanto por el origen

de los autores (criollos y algunos mestizos) como por algunos de los temas

tratados, en los que se refleja la nueva realidad americana.

• De las crónicas al Inca Garcilaso

Algunos autores consideran Las cartas de relación (1519-26) de Hernán Cortés

sobre la conquista de México la primera obra literaria hispanoamericana. Sin

embargo, durante el s. XVI la mayoría de la producción escrita en América

pertenece al género de la crónica histórica o etnográfica, debida a los agentes

coloniales (civiles o eclesiásticos), y, por tanto, no es, estrictamente hablando, ni

literatura ni hispanoamericana.

Sólo puede considerarse autor plenamente hispanoamericano en este género

histórico, al Inca Garcilaso de la Vega, hijo de un pariente del poeta español del

mismo apellido y de una prima del inca Atahualpa. En sus obras históricas se

refleja la problemática de la identidad mestiza, a caballo entre dos tradiciones.

Garcilaso, heredero de dos mundos, defendió su mestizaje con orgullo a través de

su obra y lo saludó como una nueva realidad a la que pertenecía el futuro de

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América. La Florida del Inca (1605) narra el descubrimiento de Florida, un tributo

a su sangre española conquistadora, mientras que el objetivo de los Comentarios

reales de los incas (1606) es rescatar la grandeza y dignidad de sus antepasados

quechuas, constructores de una gran civilización.

• De la épica a sor Juana Inés

Influidos por la poesía épica de Ariosto y Tasso, muchos poetas renacentistas se

lanzaron a versificar la epopeya de la conquista. De entre las muchas obras

escritas destacan La Araucana (1569, 1578 y 1589), del soldado y poeta español

Alonso de Ercilla, y el Arauco Domado (1596), de inferior calidad, obra del criollo

chileno Pedro de Oña, ambas sobre la conquista del pueblo araucano.

Las primeras obras teatrales escritas en Latinoamérica son de autores religiosos,

que recogían el tema evangélico, al estilo de los autos sacramentales utilizados

como vehículo literario para la conversión de los nativos.

Durante el s. XVII los criollos asimilaron perfectamente el estilo barroco: lenguaje

culto y recargado, profusión de imágenes, metáforas y conceptos, temas

metafísicos como la fugacidad y el sentido de la vida. La influencia del dramaturgo

Pedro Calderón de la Barca y los poetas Luis de Góngora y Francisco de Quevedo

generaron numerosos discípulos en América.

La gran figura del barroco colonial fue la monja mexicana sor Juana Inés de la

Cruz (1651-1695). Son destacables sus sonetos de amor y el poema Primero sueño,

una notable muestra de estilo barroco pleno de imaginación y alusiones mitológicas. Sor

Juana, adelantada a su tiempo, desafió el rol tradicional de la mujer en la sociedad

colonial y su incipiente feminismo le costó ser condenada al ostracismo social. Escribió

también autos sacramentales y comedias.

Los poemas de amor de sor

Juana Inés de la Cruz alcanzan

altas cotas de plasticidad y una

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inusitada belleza. Retrato de la

religiosa, 1772, por Andrés de

Islas (Museo de América,

Madrid, España).

El influjo quevediano se observa en autores como Juan del Valle y Caviedes.

• Del barroco al neoclasicismo

Durante buena parte del s. XVIII la poesía y la narrativa continuaron siendo

barrocas y el teatro se nutrió bastante tiempo de imitaciones de Lope de Vega y

Calderón. Conforme avanzaba el siglo, sin embargo, aparecieron más y más

traducciones y adaptaciones de autores extranjeros, en especial franceses como

resultado de la llegada de los Borbones al trono de España que abrió las colonias a

las influencias de Francia. Ello se manifestó en una tímida aceptación del

neoclasicismo con su claridad expresiva y sus rígidas reglas de composición, sobre

todo en el teatro.

A finales del s. XVIII se extendieron las ideas ilustradas, con hombres como Santa

Cruz y Espejo y Antonio Nariño. Entre los eruditos ilustrados pueden citarse el

jesuita José Mariano Vallarta, el naturalista José Celestino Mutis y el

enciclopedista Francisco José de Caldas. Paulatinamente el monopolio intelectual

de las metrópoli entró en decadencia y el movimiento emancipador, que era

ilustrado, trajo como consecuencia el nacimiento de la primera literatura

independiente latinoamericana en Brasil.

El romanticismo hispanoamericano

La lucha por la independencia y la aparición de los estados iberoamericanos fue

paralela al surgimiento de una primera literatura nacional que adoptó los moldes

del romanticismo imperante en Europa: la moderación y la regulación neoclásicas

dejaron paso a la individualidad, al poder creador y a la expresión de una nueva

sensibilidad. La pasión romántica por la naturaleza, los héroes nacionales y la

idealización del pasado como forma de exaltación del Volkgeist o espíritu nacional

convirtió a la literatura iberoamericana en un vehículo de construcción y expresión

del naciente sentimiento de identidad nacional, y le confirió toques muy distintivos:

los autores plasmaron en sus obras la vasta y maravillosa naturaleza americana,

cantaron a los héroes libertadores y a los forjadores de las nuevas naciones, y el

interés europeo por la edad media como fuente de identidad se vio sustituido por

la fascinación por el indio y las civilizaciones precolombinas. Fue un tiempo de

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escritores-políticos, hombres de la burguesía gobernante involucrados en los

asuntos públicos de las nuevas naciones.

Las primeras décadas del s. XIX hasta la independencia fueron prerrománticas. La

literatura se encontraba todavía dentro de marcos neoclásicos, si bien influida por

Young, Ossián y Chateaubriand. Así Periquillo Sarniento (1816), del mexicano

Fernández de Lizardi, considerada la primera novela de Hispanoamérica, o La

victoria de Junín (1825), del ecuatoriano José Joaquín de Olmedo y Maruri, un

canto exaltado de los triunfos de Bolívar. El venezolano Andrés Bello reveló su

sólida formación clásica en sus poemas e introdujo en ellos elementos indianistas,

al igual que el cubano José María Heredia, que vivió casi siempre en el exilio

mexicano cantando a las antiguas ruinas aztecas (En el teocalli de Cholula, 1820).

• La literatura gauchesca

Por razones de índole histórica, ante todo por la falta de tradición colonial

arraigada, el romanticismo prendió en la región del Río de la Plata antes que en el

resto del continente. La dictadura de Rosas provocó el destierro de buen número

de jóvenes escritores argentinos. Uno de ellos, Esteban Echeverría, vivió unos años

en Francia empapándose del romanticismo y con la intención de crear una

literatura nacional, fundó en 1838 la Joven Argentina, o Asociación de Mayo, entre

cuyos miembros estaban figuras como Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino

Sarmiento, encarnizado enemigo de Rosas y, luego, presidente de la República

Argentina entre 1868 y 1874. Su obra más famosa, Facundo. Civilización y

barbarie (1845), inauguró la literatura de género gauchesco, una corriente

original, que no se basa en prototipo europeo, que floreció en Argentina y en

Uruguay.

En ella, el gaucho, habitante de La Pampa, dedicado sobre todo a la cría de

ganado, su forma de vida, su particular habla, son convertidos por la literatura en

símbolos idealizados de la nacionalidad en los poemas de Hilario Ascasubi y

adquieren tonos épicos en el Martín Fierro (1872-1879), de José Hernández,

considerado el poema nacional argentino y una de las creaciones más destacadas

del s. XIX hispanoamericano.

• El indianismo romántico

Además de la literatura gauchesca, los géneros más cultivados fueron el poema

épico y, especialmente, la novela. En cuanto a los temas más tratados fueron la

independencia y el indianismo. Así, Grito de gloria (1893), del uruguayo Eduardo

Acevedo Díaz, y Durante la Reconquista (1897), del chileno Alberto Blest Gana. El

llamado indianismo romántico fue muy distinto a la literatura indigenista del s. XX.

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El indio del romanticismo es un nativo idealizado y ennoblecido, un indio del

pasado, que sirve a los criollos como referente simbólico para crear artificialmente

una nueva identidad, diferente de la española. Destacan Tabaré (1886), del

uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, poema épico sobre la extinción de los indios

charrúas de su tierra; Cumandá (1879), del ecuatoriano Juan León Mera, con

descripciones de los indios jíbaros; Enriquillo (1879 y 1882), del dominicano

Manuel de Jesús Galván, cuya acción se sitúa en el primer tercio del s. XVI; y

Tradiciones peruanas, de Ricardo Palma, publicadas en seis series, de 1872 a

1883, que presentan un vasto cuadro de la historia del Perú.

No hay que olvidar a otros autores románticos como Jorge Isaacs, en Colombia, e

Ignacio Manuel Altamirano, en México.

En cuanto al teatro, siempre ha sido el género menos cultivado de la literatura

latinoamericana.

El realismo y el naturalismo

A mediados del s. XIX la prosa evolucionó hacia las características propias del

realismo y naturalismo franceses, aunque conservó elementos románticos. El

interés romántico por lo pintoresco y lo idiosincrático desarrolló el llamado cuadro

de costumbres, descripciones de la vida cotidiana local, que acabaron

desembocando en la novela realista costumbrista, despojada de los tonos heroicos

e idealizantes del romanticismo. La evolución se puede observar en el chileno

Alberto Blest Gana, quien, influido por Balzac, escribió novelas, como Martín Rivas

(1862), en las que presentó una especie de comedia humana de la vida chilena.

La influencia del naturalismo también se hizo sentir. Cualquier hecho observable

era válido como objeto de observación, pero hubo una atracción hacia lo marginal

y lo sórdido como testimonio ideal de los desajustes sociales y psicológicos que

habían provocado las rápidas mutaciones sociales experimentadas en el último

tercio del s. XIX.

El naturalismo latinoamericano compartió el gusto por la sordidez y el feísmo

estético premeditado, pero los autores no siguieron el determinismo del

movimiento europeo.

Por el contrario, en Hispanoamérica el naturalismo se inclinó hacia la crítica

social, con lo que se dejó al desnudo todas las lacras de la explotación oligárquica.

Surgió así, por ejemplo, en países como Cuba, la literatura antiesclavista, que

refleja y critica la vida de los esclavos negros. El alcance del naturalismo fue largo

pues su herencia se continuó en el s. XX a través de la literatura indigenista.

El modernismo como autonomía literaria

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El modernismo fue la primera expresión de autonomía literaria de

Hispanoamérica. Escritores como Rubén Darío o Amado Nervo supieron combinar

dos movimientos líricos surgidos en Francia en la segunda mitad del s. XIX, el

parnasianismo y el simbolismo, creando un estilo y un lenguaje propios.

Representa la inquietud de la intelectualidad finisecular que pretende alejarse de

la mentalidad burguesa y de su materialismo por medio de un arte refinado y

estetizante.

El nuevo escritor es exclusivamente un artista y puede dedicarse a la búsqueda de

la belleza. Reacciona tanto contra el retoricismo y el descuido formal del

romanticismo como contra la vulgaridad del realismo y naturalismo, aportando un

cambio definitivo en el manejo expresivo del idioma y construyendo un lenguaje

hispanoamericano propio, reconocido como distinto por los mismos españoles. Por

eso, el modernismo es la base sobre la que se desarrolló la literatura

hispanoamericana del s. XX.

• Características del modernismo hispanoamericano

De la escuela parnasiana el modernismo heredó el sentido aristocrático, el rechazo

de la vulgaridad, la valoración de la estética, el cosmopolitismo, la literatura

gauchesca y los temas exquisitos y exóticos. Esto alejó a la corriente mayoritaria

del modernismo de la crítica social que había predominado en décadas anteriores:

el autor no se comprometía con el medio sino que se encerraba en su metafórica

torre de marfil. Así, por ejemplo, los escritores cultivaron el tema del indio o del

negro pero tan solo en lo que tienen de representaciones exóticas, con el único

objetivo de generar composiciones preciosistas de alcance puramente estético.

Del simbolismo se tomó el subjetivismo y la concepción del mundo como una trama

misteriosa que presenta correspondencias entre los objetos que lo forman. La

misión del poeta es sugerir esas alianzas por las que un objeto evoca a otro, con un

lenguaje imaginativo lleno de símbolos. Para mejorar esas evocaciones, los

modernistas practicaron el acercamiento a otras artes, dándole al verso efectos

musicales, de color y de plasticidad; utilizando el impresionismo descriptivo

(descripción de las impresiones que causan las cosas y no las cosas mismas), y

decantándose por palabras exóticas y neologismos.

• El padre del modernismo: Rubén Darío

El cubano José Martí, prócer del movimiento independentista en la isla, el

mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el colombiano José Asunción Silva

constituyen la generación premodernista (1882-1896), que inició el trabajo de

actualización de la lengua, sobre todo en la prosa. El padre del modernismo fue el

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poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), uno de los grandes autores de la

literatura en lengua española de todos los tiempos. Su labor como periodista y

diplomático en Chile, Argentina, Francia y España le convirtió en un auténtico

divulgador de la nueva revolución estética, de la que fue su principal impulsor. Su

poemario Azul (1888) es el punto de partida del modernismo como movimiento

continental y la publicación en 1896 de Prosas profanas, significó su consolidación.

Desde el punto de vista de la temática la obra de Darío marcó dos etapas en el

desarrollo del modernismo:

— la preciosista, representada por Prosas profanas, en la que predominan

los temas exóticos, los símbolos de la antigüedad clásica y la estética de

evasión;

— la mundonovista, en que se valorizan las raíces hispánicas de América y

reaparece el interés por los temas sociales y políticos, representada por el

Darío de Cantos de vida y esperanza (1905) y seguida por Lugones en Odas

seculares (1910).

• Los continuadores del modernismo

Consagrado Darío como líder de la escuela, cuando los precursores ya habían

muerto prematuramente, los escritores de la segunda generación modernista

continuaron el desarrollo del movimiento con sus aportaciones personales. Ellos

fueron, entre otros, el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, el uruguayo Julio Herrera y

Reissig o el peruano José Santos Chocano, pero, sobre todos, sobresalieron dos

figuras: el argentino Leopoldo Lugones y el mexicano Amado Nervo, que durante

algún tiempo fue el escritor más admirado en el mundo hispánico, autor de cuentos

fantásticos y de poemas como Perlas negras (1898).

El s. XX hasta la década de 1960

Los escritores hispanoamericanos del s. XX continuaron la obra iniciada por el

modernismo: renovaron la lengua literaria, acabaron por desterrar definitivamente

el lenguaje grave y afectado propio de la prosa romántica depurando el idioma

hasta aproximarlo al lenguaje hablado.

• La poesía

La poesía de la primera mitad del s. XX bebe de una forma u otra de la tradición

modernista. Casi todos los poetas comenzaron su andadura como epígonos de este

movimiento. Posteriormente, algunos recurrieron a una expresión más íntima,

sencilla y humana, y muchos otros fueron modelados durante el período de

entreguerras por las vanguardias europeas, los ismos, y por el clima mundial

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general de compromiso de la literatura con las injusticias y luchas sociales. Hacia

1925 predominaban en la poesía la influencia del surrealismo al estilo de

Apollinaire y Breton; la de la poesía pura y desnuda de Paul Valéry, que cuajó

sobre todo por mediación de Juan Ramón Jiménez; y la del ultraísmo de Jorge Luis

Borges. Pero los autores se multiplicaron y las direcciones se entrecruzaron hasta

el punto de que resulta difícil establecer clasificaciones precisas, tanto más cuanto

que en su larga andadura literaria manifestaron tendencias muy diversas.

Las vanguardias

En lo que respecta a las vanguardias más reconocibles, Borges lanzó en 1921 el

denominado ultraísmo, movimiento iniciado en España y que él llevó a Argentina,

donde tuvo entre otros seguidores a Ricardo E. Molinari. Según sus palabras, se

trata de la «reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora». Sin

embargo, la poesía de Borges no se limita a esto, sino que también muestra una

grave inquietud metafísica: el hombre y su destino, la finalidad del Universo y el

tiempo.

El chileno Vicente Huidobro viajó a Francia y se incorporó al grupo poético de

Apollinaire, postulando en Altazor (1931) el llamado creacionismo, que propugnaba

la creación por parte del poeta de un mundo autónomo de la naturaleza a través de

la metáfora sin referencia alguna a la realidad, e incluso escapando de la tipografía

mediante los caligramas.

Los poetas comprometidos con la realidad social

La introducción de la preocupación social la ejemplificó el peruano César Vallejo,

que la mezcló con el surrealismo y una total renovación del lenguaje. Perteneció a

la generación de intelectuales hispanoamericanos de izquierdas que participó en la

Guerra Civil española, y que recuperó el lazo de solidaridad histórica con España

que había iniciado Darío. En Trilce (1922), escrito en versos libres, de gran

audacia imaginativa y gramatical, expresa su interpretación amarga y desesperada

de la vida. La Guerra Civil española le inspiró Poemas humanos (1939).

El chileno Pablo Neruda fue otro autor de militancia comunista que pasó del

modernismo (Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 1924) al

surrealismo (Residencia en la tierra, 1933) para acabar en la poesía comprometida

(España en el corazón, 1937; Canto general, 1950).

En México destacó especialmente Octavio Paz, cuya participación en la Guerra

Civil española le inspiró versos de circunstancias como ¡No pasarán! (1936). Los

volúmenes posteriores, Entre la piedra y la flor (1941) y Libertad bajo palabra

(1960), resultan más significativos. Su larga y prolifica carrera (Ladera Este; 1969;

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Vuelta, 1976; árbol adentro, 1987) fue coronada con la obtención del Nobel de

Literatura en 1990.

Un género poético original hispanoamericano que surgió en este período es el de

la poesía de tema afrocaribeño, de la mano sobre todo del poeta cubano Nicolás

Guillén: Sóngoro cosongo (1931), de carácter folclorista, con ritmo de danza

afrocubana; en West Indies, Ltd. (1934) donde denunció las ínfimas condiciones de

vida de los negros cubanos con acentos antiimperialistas. También en Cuba

destacó la figura de José Lezama Lima, creador de una poesía hermética y barroca.

La lírica interior

La poesía lírica, interior y sensible, enfocada a la expresión de sentimientos

amorosos, también alcanzó grandes cimas en este período gracias sobre todo a la

obra de varias mujeres, como la uruguaya Juana de Ibarbourou, la chilena Gabriela

Mistral y la argentina Alfonsina Storni.

Gabriela Mistral se convirtió en 1945 en el primer premio Nobel de Literatura

hispanoamericano. Su poesía, sincera y tierna, intensamente humana, se separa

del retoricismo y emplea provincialismos y vulgarismos en su afán de dotar de

autenticidad al lenguaje.

• La prosa y el teatro

En cuanto a la prosa no experimentó transformaciones tan tajantes como la poesía.

Se cultivó el relato subjetivo y preciosista, pero el peso fundamental recayó sobre

la novela realista y naturalista, enriquecida por la novela psicológica introducida

por influencia de autores franceses e ingleses, y por la renovación modernista del

lenguaje.

En teatro merece destacarse la fundación del Teatro del Pueblo en Buenos Aires en

1931 por Leónidas Barletta, entre cuyos integrantes descolló Roberto Arlt por su

originalidad, que mezcla en sus obras lo fantástico con la farsa y lo grotesco.

La novela de la revolución

En México surgió la novela centrada temáticamente en la revolución, iniciada por

Mariano Azuela (Los de abajo, 1916) y al que siguió Martín Luis Guzmán (La

sombra del caudillo, 1930). Al venezolano Rómulo Gallegosse debe Doña Bárbara

(1929), que relata la vida, áspera y brutal en una hacienda de la sabana.

También son muy destacables las figuras del argentino Ricardo Güiraldes (Don

Segundo Sombra, 1926), que retomó el tema del gaucho; del colombiano José

Eustasio Rivera (La vorágine, 1924), y del uruguayo Horacio Quiroga (Cuentos de

la selva, 1918). La vida en la selva es la temática central de estos dos últimos.

La novela indigenista

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Un género idiosincrático dentro de la corriente comprometida fue la literatura

indigenista. Escrita por criollos y mestizos, pretendía poner de manifiesto las

infrahumanas condiciones de explotación y marginación de los indígenas del

continente con el tremendismo propio de la estética naturalista. Floreció

fundamentalmente en los países con mayor porcentaje de población india,

paralelamente al indigenismo político y antropológico, esto es, en México,

Guatemala, Perú, Ecuador y Bolivia. Cabe diferenciar dos etapas:

— Indigenismo (1919-1950): En la que se aborda al indio desde una

perspectiva básicamente socioeconómica influida por el marxismo. El nativo

interesa como clase explotada, sin indagar en su psicología y universo

cultural. La novela seminal es Raza de bronce (1919), del boliviano Alcides

Arguedas. En la zona andina fue fundamental la influencia del pensador

marxista peruano José Carlos Mariátegui, y el problema indio se relacionó

con la posesión de la tierra, como en Huasipungo (1934), del ecuatoriano

Jorge Icaza, y en El mundo es ancho y ajeno (1941), del peruano Ciro

Alegría. En México, la narrativa indigenista, condicionada por la ideología

de la revolución, surgió durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, y fue

inaugurada por El indio (1935), de Gregorio López y Fuentes.

— Neoindigenismo: A partir de la década de 1950 se trataba de ir más allá

de los problemas sociales del indio para adentrarse en su visión del mundo

como en Los ríos profundos (1959) y Todas las sangres (1965), del peruano

José María Arguedas, o en Oficio de Tinieblas (1962), de la mexicana

Rosario Castellanos.

Miguel ángel Asturias

La figura más sobresaliente de la primera mitad del s. XX, cultivador de la novela

pero también de otros géneros, entre ellos la poesía y el teatro, es el guatemalteco

Miguel ángel Asturias. En la colección de relatos Leyendas de Guatemala (1933)

presentó el mundo de los mayas. En El señor Presidente (1946), obra en que se

mezcla la influencia del surrealismo y del esperpento de Valle-Inclán,

especialmente de Tirano Banderas, describió un país imaginario explotado por un

dictador, y en Hombres de maíz (1949), el enfrentamiento de los indios y los

criollos.

Desde el boom hasta la actualidad

Page 11: Literatura Hispanoamericana I Enciclopedia

La década de los sesenta marcó un hito en el devenir de la literatura

hispanoamericana. El surgimiento de una serie de autores de talento, el ascenso en

Europa y América de un público lector de clase media, el relativo agotamiento de

ideas que presentaba la literatura en las metrópolis –desde donde procedían

siempre las vanguardias literarias–, la preocupación mundial por el desarrollo del

Tercer Mundo, muy particularmente por América Latina, así como el proceso

cubano como experimento autónomo antiimperialista, fueron factores que

manejados de forma inteligente por las casas editoriales y los agentes de

escritores, desembocaron en el llamado boom de la década de 1960. Este

emergente movimiento literario de América Latina se comprometió,

mayoritariamente, con las causas libertarias, democráticas y antidictatoriales y

también contra el imperialismo de EUA.

El éxito fue protagonizado fundamentalmente por la narrativa y por el enfoque del

realismo mágico, la última aportación original de Latinoamérica a la literatura

universal. El símbolo de este boom es el colombiano Gabriel García Márquez y su

obra Cien años de soledad, publicada en 1967, aunque existen muchos autores y

obras anteriores a esa fecha que se han vinculado al fenómeno: el guatemalteco

Miguel ángel Asturias, el cubano Alejo Carpentier, el mexicano Juan Rulfo o el

argentino Julio Cortázar, ya estaban consagrados como escritores pero no eran

ampliamente conocidos, lo que solo ocurrió a partir de la década de 1960. El boom

vino refrendado por la concesión de varios premios Nobel: Asturias (1967), Neruda

(1971), García Márquez (1982) y Octavio Paz (1990).

• El realismo mágico

El término realismo mágico define una tendencia bastante extendida en la

narrativa hispanoamericana desde 1950: el interés en mostrar lo irreal o extraño

como algo común y cotidiano. La estrategia del escritor consiste en sugerir un

clima sobrenatural sin apartarse de lo natural. Lo maravilloso no es algo fuera de

lo normal sino natural. Lo insólito deja de ser lo desconocido para incorporarse a lo

real. A fin de introducir el elemento mágico en la realidad se recurre a las

impresionantes dimensiones de la naturaleza americana, a una cierta cosmovisión,

creencias y leyendas de origen indígena o afroamericano, y al mismo acervo de

imágenes, metáforas y símbolos creados por el modernismo y la subsiguiente

revolución estética del lenguaje hispanoamericano en el s. XX.

Escritores como Asturias pueden considerarse precursores de esta tendencia, pero

el patriarca del realismo mágico fue, sin duda, el cubano Alejo Carpentier, que lo

utilizó para describir el mundo maravilloso de las Antillas. La prosa de Carpentier

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está entre las más eruditas de la literatura en lengua española contemporánea,

caracterizada por un léxico barroco prodigiosamente extenso. El reino de este

mundo (1949) describe la naturaleza antillana, y El siglo de las luces (1962) narra

la historia de un comerciante antillano que implanta en la isla de Guadalupe las

ideas de la revolución francesa. En Colombia, Gabriel García Márquez es el otro

gran nombre del realismo mágico, con obras que se ambientan en Macondo,

población imaginaria situada en el Caribe colombiano: La hojarasca (1955), Los

funerales de Mamá Grande (1962), culminan en Cien años de soledad (1967), su

obra maestra. Más joven es el peruano Mario Vargas Llosa, que introduce los

ambientes urbanos en La ciudad y los perros (1962) y en Conversación en La

Catedral (1969) o describe el mundo de los milenarismos sudamericanos en La

guerra del fin del mundo (1981).

• Otras tendencias

Otro de los géneros cultivado de forma profunda y excelente, precedente al

realismo mágico, es la literatura fantástica. Destacan en este sentido los escritores

argentinos, cuyas producciones se remontan ya a la década de 1940: Jorge Luis

Borges, con Ficciones (1944) y El Aleph (1949); Adolfo Bioy Casares, con La

invención de Morel (1940), y Julio Cortázar, con los cuentos de Bestiario (1951) y

su novela Rayuela (1963).

Otros escritores han renovado la literatura hispanoamericana introduciendo en ella

algunas de las técnicas literarias surgidas en otros países. En México, Juan Rulfo

aplicó las técnicas de introspección psicológica de William Faulkner en El llano en

llamas (1953) y Pedro Páramo (1955); Carlos Fuentes también siguió al

estadounidense en La muerte de Artemio Cruz (1962).

• La literatura contemporánea

Entre los autores contemporáneos cabría citar a los chilenos Jorge Edwards (El

inútil de la familia, 2005), José Donoso, cuyo ensayo Historia personal del boom

(1972) analiza este fenómeno literario, Isabel Allende (La casa de los espíritus

1978; Hija de la fortuna, 1999; Mi país inventado, 2002), y Antonio Skármeta, cuya

novela Ardiente Paciencia (1985), toma al Neruda del exilio como protagonista; en

Perú, Alfredo Bryce Echenique (Permiso para sentir (Antimemorias), 2005); en

Colombia, álvaro Mutis (Ilona llega con la lluvia, 1987; Tríptico de mar y tierra,

1993); en México, Laura Esquivel (Como agua para chocolate, 1989), Elena

Poniatowska (La flor de lis, 1988) y ángeles Mastretta (Arráncame la vida, 1991;

Mujeres de ojos grandes, 2001); en Paraguay, Augusto Roa Bastos (Yo, el supremo,

1974); en Venezuela, Arturo Uslar Pietri, cultivador de la novela histórica sobre la

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época de la independencia; en Cuba, los opositores al castrismo Reinaldo Arenas y

Guillermo Cabrera Infante (Tres tristes tigres, 1967; Ella cantaba boleros; 1996);

en Argentina, Ernesto Sábato (Sobre héroes y tumbas, 1961; Antes del fin, 1996), y

en Uruguay, Juan Carlos Onetti (El astillero, 1961), y sobre todo, Mario Benedetti,

que adquirió trascendencia internacional con La tregua (1960), pero cuya vasta

producción literaria abarca todos los géneros y le convierte en uno de los grandes

de la literatura latinoamericana (Canciones del más acá, 2000; El mundo que

respiro, 2001).

La escritora cubana Zoé Valdés,

exiliada en París, se ha

distinguido por su militancia

anticastrista. En la primavera de

2003 fue galardonada con el

premio Fernando Lara de novela

por Lobas de mar.

Los nuevos temas y las realidades de la sociedad hispanoamericana urbana,

cosmopolita y posmoderna, no muy distinta a la europea, se ven reflejadas en El

beso de la mujer araña (1976), del argentino Manuel Puig, autor asimismo de

Boquitas pintadas (1969) y Los ojos de Greta Garbo (1993) entre otras, o No se lo

digas a nadie (1994) y La mujer de mi hermano (2002), de Jaime Bayly, que

introducen temas como la homosexualidad o las drogas. Junto a éstos cabría añadir

los nombres de la argentina Marcela Serrano (Hasta siempre, Mujercitas, 2004); la

cubana Zoé Valdés (Te di la vida entera, 1996 o Lobas de mar, 2003), el argentino

Alan Pauls (El pasado, 2003) o los mexicanos Jorge Volpi (Un viaje a Patmos,

2000), Carmen Boullosa (La otra mano de Lepanto, 2005), Ignacio Padilla (Espiral

de artillería, 2003) y Sergio Pitol (El mago de Viena, 2005).