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UNA MARCO ANALÍTICO PARA EL ESTUDIO DEL CAMBIO Y DESARROLLO ORGANIZATIVO EN PARTIDOS POLÍTICOS Salvador Santiuste Cué ∗∗ RESUMEN ________________ El objetivo central del presente trabajo es extraer de las diversas conceptualizaciones y teorías propias del estudio de los partidos políticos los instrumentos conceptuales más idóneos para estudiar el cambio organizativo en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y, desde un punto de vista más general, en aquellos partidos que dejaron de ejercer el monopolio del poder para transitar a la competencia electoral. En este sentido, este trabajo desarrolla un marco teórico para el estudio de las causas, las formas y las pautas de los procesos de cambio de los partidos en lo que afecta a su organización. Asimismo, se expone un modelo hipotético general para el análisis del cambio organizacional en partidos hegemónicos. ________________ PALABRAS CLAVE: Cambio, adaptación, entorno, organización, partidos poshegemónicos. PREFACIO La década de los noventa en Nicaragua trajo consigo, después de la transformación de la institucionalidad del régimen político, otra importante y muy significativa transformación: la conversión del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en una plataforma política que concurre a procesos electorales competitivos. Y ello en tanto el partido sandinista –a diferencia de otros partidos únicos o hegemónicos que fueron desbancados del poder– no se desintegró tras ser removido del gobierno de Nicaragua en 1990. De hecho, el Frente Sandinista emprendió un complicado proceso de cambio organizativo dirigido a transformar y adaptar al partido, que bajo la concepción leninista El presente trabajo forma parte del marco teórico de la tesis doctoral en curso “Cambio y adaptación organizativa en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (1990-2001)”. ∗∗ Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Salamanca. Campus Miguel de Unamuno Edificio FES. 37007 Salamanca. Tel.: 923294400 (ext. 3118) E-mail: [email protected]

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UNA MARCO ANALÍTICO PARA EL ESTUDIO DEL CAMBIO Y DESARROLLO ORGANIZATIVO EN PARTIDOS POLÍTICOS∗∗∗∗

Salvador Santiuste Cué∗∗

RESUMEN ________________

El objetivo central del presente trabajo es extraer de las diversas conceptualizaciones y teorías propias del estudio de los partidos políticos los instrumentos conceptuales más idóneos para estudiar el cambio organizativo en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y, desde un punto de vista más general, en aquellos partidos que dejaron de ejercer el monopolio del poder para transitar a la competencia electoral. En este sentido, este trabajo desarrolla un marco teórico para el estudio de las causas, las formas y las pautas de los procesos de cambio de los partidos en lo que afecta a su organización. Asimismo, se expone un modelo hipotético general para el análisis del cambio organizacional en partidos hegemónicos.

________________ PALABRAS CLAVE: Cambio, adaptación, entorno, organización, partidos poshegemónicos. PREFACIO

La década de los noventa en Nicaragua trajo consigo, después de la transformación de la institucionalidad del régimen político, otra importante y muy significativa transformación: la conversión del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en una plataforma política que concurre a procesos electorales competitivos. Y ello en tanto el partido sandinista –a diferencia de otros partidos únicos o hegemónicos que fueron desbancados del poder– no se desintegró tras ser removido del gobierno de Nicaragua en 1990. De hecho, el Frente Sandinista emprendió un complicado proceso de cambio organizativo dirigido a transformar y adaptar al partido, que bajo la concepción leninista

∗ El presente trabajo forma parte del marco teórico de la tesis doctoral en curso “Cambio y adaptación organizativa en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (1990-2001)”.

∗∗ Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Salamanca. Campus Miguel de Unamuno Edificio FES. 37007 Salamanca. Tel.: 923294400 (ext. 3118) E-mail: [email protected]

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de partido de vanguardia se había convertido en un partido-Estado, en un partido capaz de competir dentro de un marco democrático supeditado al método electoral y a la lucha parlamentaria.

Desde entonces, esto es, desde que el FSLN perdió las elecciones de 1990 y, por ende, el poder político en Nicaragua, ha transcurrido más de una década que ha dado justamente como resultado la transformación organizativa del Frente Sandinista. ¿Qué variables o factores explican esa transformación? ¿Cómo ha cambiado efectivamente la organización del FSLN?

Para ofrecer una explicación satisfactoria a estas preguntas, debemos interrogarnos por una cuestión crecientemente central para la ciencia política y que es básica para el problema de investigación aquí planteado: cómo y por qué cambian los partidos políticos, a través de qué factores, de qué circunstancias. Las siguientes páginas responden a esta cuestión, que remite obviamente a la identificación y a la elaboración de los instrumentos conceptuales necesarios para comprender el cambio en los partidos y, finalmente, en el FSLN.

INTRODUCCIÓN

La investigación sobre partidos ha sido central en el estudio de la política. Sin duda, porque la política moderna es difícil de entender sin partidos políticos. Con la excepción de algunas sociedades tradicionales y regímenes políticos asentados en un poder militar o autoritario, la vida del resto de los sistemas políticos se estructura a través de partidos (Ware, 1996: 1). Hasta tal punto esto es así, que “no es concebible el Estado contemporáneo sin los partidos políticos” (Cotarelo, 1996: 12). Por eso, quizá no es de extrañar que la “Estasiología” o ciencia de los partidos, como propuso denominar Duverger en 1951 el campo de estudio referido a los partidos políticos, sea precisamente una de las áreas de la ciencia política a la que se ha prestado mayor atención. De hecho, los partidos políticos han sido uno de los pocos temas en donde los politólogos han podido desarrollar una cierta exclusividad (Von Beyme, 1986: 1).

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No es casual, por tanto, que cualquier investigador que se acerque al estudio de los partidos se encuentre con una extensísima literatura sobre el tema y que, incluso, advierta que los primeros libros originalmente politológicos fueron escritos justamente sobre los partidos políticos. Su sorpresa, sin embargo, llegará en el momento en que se percate de que, a pesar de la enorme cantidad de trabajos que existen sobre partidos, se conoce curiosamente muy poco sobre cómo éstos cambian. Siendo más preciso, la revisión de la literatura teórica sobre partidos políticos que llevase a cabo le presentaría una situación cuanto menos paradójica: “mientras existe un extenso conocimiento y estudio sobre los partidos y sus votantes, sobre los partidos y sus gobiernos, y sobre los partidos y sus competidores, subsisten, en cambio, serios límites a la hora de entender cómo los partidos trabajan, cambian y se adaptan en tanto organizaciones” (Mair, 1994: 2).

¿Por qué este desconocimiento? ¿A qué se debe esta insuficiencia en el análisis de los partidos? La respuesta a estas preguntas se halla en el escaso desarrollo que con respecto al estudio de la organización interna de los partidos se ha originado en la ciencia política y, en general, en las ciencias sociales. Pues, aunque es cierto que el estudio de los partidos ha sido amplio y profuso, al mismo tiempo, sin embargo, el análisis de su organización per se, desvinculado de otros fenómenos, ha sido exiguo y, parcialmente, un asunto secundario. De manera que el estudio de la organización de los partidos ha permanecido supeditado a un ámbito teórico imperfecto e inconcluso; lo que ha obstaculizado, en último término, que se hayan resuelto muchos de los dilemas organizativos que surgen de la problemática partidista: entre ellos el que se refiere genuinamente al cambio y adaptación de los partidos políticos.

Conviene, no obstante, tener presente que el problema aquí apuntado, adquiere entidad, no tanto por lo que se refiere a la descripción y clasificación de modelos organizativos de partido―ciertamente confrontados en la literatura―sino sobre todo por la falta de conocimientos relativos a los procesos organizativos internos que tienen lugar en los partidos. El estudio del aspecto organizativo se convierte en un área oscura a la hora de adentrarse en los procesos estructurales y de toma de decisiones que acontecen en los partidos políticos (Bartolini, 1996: 254). Por ello, es necesario subrayar que la falta de respuestas precisas acerca de la organización de los partidos se relaciona principalmente con la ausencia de un cuerpo acabado de teorías que dé cuenta de las decisiones y acciones que determinan su dinámica organizativa.

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Este “estado de atraso” prescrito en el estudio de las organizaciones partidistas no significa que no hayan existido, empero, trabajos e investigaciones―primordialmente de carácter teórico― muy sobresalientes. No se ha de obviar que éste fue un tema clásico en los inicios de la investigación sobre partidos a principios del siglo XX. Las obras de Ostrogorski (1903), Weber (1922) y, muy especialmente, de Michels (1911) pusieron su centro de atención precisamente en las características organizativas que definen a los partidos. El problema surge, en verdad, cuando este esfuerzo inicial no tiene después continuidad y el análisis de las organizaciones de partido pasa a ser un campo menor: hasta tal punto, que es notable, lo poco que desde aquellos autores se ha desarrollado el estudio de la organización de los partidos como un tema específico (Katz y Mair, 1994). En efecto, gran parte del pensamiento sobre esta materia permanece aún ligado a un conjunto de conceptos de referencia que fueron establecidos en los inicios del siglo pasado o, en todo caso, hace al menos una generación. Un claro síntoma de la larga incuria a que se ha visto sometida esta área de la investigación en ciencia política.

En realidad, otros núcleos de interés, sobre todo relacionados con la competencia y comportamiento electoral, sustituyeron el impulso original que tuvo el análisis del aspecto propiamente organizativo. De ahí, por ejemplo, que el estudio del cambio en la mayoría de los escritos sobre partidos se haya referido casi exclusivamente a los sistemas de partidos y no a los partidos considerados individualmente (Daalder y Mair, 1983; Wolinetz, 1988; Mair y Smith, 1990). En general, se ha prestado más atención a las fluctuaciones en el apoyo electoral de los partidos que a las variaciones acaecidas en la forma organizativa de los mismos. De igual modo, parte de la literatura contemporánea ha centrado su análisis en las bases sociológicas y de apoyo popular que caracterizan a los sistemas de partidos, sin tener en cuenta su eco en la dinámica organizativa interna de las unidades que finalmente componen esos sistemas (Lipset y Rokkan, 1967; Rose, 1974; Dalton et al., 1984).

Por supuesto que lo expresado hasta aquí, no debe tampoco llevar a entender que el análisis de las organizaciones de partido ha sido un área de estudio completamente yerma, desde que los clásicos tomaran ésta como foco de interés. Se han producido obras muy valiosas como, por ejemplo, fueron los trabajos de Duverger (1951), Key (1955), Eldersveld (1964), Neumann (1956), Kirchheimer (1966) y Epstein (1967); por citar, sin duda, los más relevantes. Trabajos que, caracterizados por el estudio de la estructura

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partidista, destacaron la importancia de analizar el funcionamiento interno de los partidos. Pero no es menos cierto también que estas importantes aportaciones han constituido, de suyo, excepciones dentro de un ámbito de investigación que durante largos períodos de tiempo ha sido, por lo demás, poco fértil.

¿Qué explica, por consiguiente, la escasez de trabajos sobre la faceta organizativa de los partidos? Se pueden esgrimir varias razones. Una primera razón que explica esta carencia de estudios sobre las organizaciones de partido como unidades de análisis se encuentra en la dificultad de establecer una teoría general sobre la organización de los partidos políticos. Ya la propia definición de lo que es un ‘partido político’ presenta problemas. Problemas que surgen incluso si la categoría es restringida a aquellas asociaciones que participan en elecciones en democracias liberales1. Como afirma Alan Ware, “... cualquier definición de partido lo suficientemente amplia para comprender a todas las organizaciones que se autodenominan partidos, no es una construcción analítica muy útil, debido a que muchas de las organizaciones comprendidas por ésta, tienen poco en común” (Ware, 1987: 16).

La realidad efectivamente nos presenta un sin número de organizaciones que se reclaman como partidos políticos. Organizaciones que varían considerablemente en su forma y estructura organizativas, tanto a través del tiempo como a lo largo de las naciones. Esta variabilidad en la organización de los partidos ha imposibilitado en buena medida el surgimiento de un marco de análisis comparativo más o menos integral. Muy pocos estudios han medido las características organizativas de los partidos con el fin de elaborar conceptos organizacionales que permitiesen comparaciones transnacionales sobre la estructura interna de los mismos. Por lo que ha predominado, en muchos casos, un conocimiento disperso y unidimensional en referencia a este tema.

En segundo lugar, se debe señalar un problema práctico relacionado con lo que podríamos llamar la “invisibilidad de los partidos”. Las organizaciones de los partidos son como criaturas invisibles (Janda, 1983: 319), que difícilmente dicen algo sobre ellas mismas. Son formaciones políticas muy complicadas de investigar. Penetrar en la

1 Con respecto a la discusión del problema de definición, ver los trabajos de Downs (1957: 24-

27), Lawson (1976: 2-4), Schlesinger (1984: 373-378) y también la excelente historia del término que recoge Sartori (1992: 17-77).

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organización interna de un partido se convierte habitualmente para un investigador en una empresa incierta, que presenta más obstáculos que facilidades. De modo que la mayoría de los trabajos empíricos sobre partidos se han mantenido en el exterior de su organización sin introducirse en su estructura interna. Por ello, no es de extrañar que la desatención en el plano empírico haya sido todavía mayor. La carencia de información sistemática concerniente a la dimensión organizativa es una de las mayores lagunas en la investigación sobre partidos. Una falta de datos si cabe mayor en lo que se refiere a los procesos de cambio y adaptación organizativos y a los factores que alientan o desalientan la adaptación.

Otra de las razones del escaso crecimiento en el estudio de las organizaciones de partido ha de ser vinculada también a la literatura sobre teoría organizacional, en la que el estudio de las organizaciones partidistas ha sido prolongadamente omitido. Frente a otro tipo de organizaciones (sindicatos, empresas, industrias, colegios y universidades) el examen de los partidos políticos dentro de la teoría organizacional se ha mantenido como un objeto de estudio periférico, apenas utilizado como referente empírico (Janda, 1983: 321-322)2.

Este conjunto de problemas y dificultades reseñado ha impedido durante largo tiempo la recopilación de datos sistemáticos sobre la estructura interna de los partidos, así como el desarrollo de un conocimiento efectivo a cerca del funcionamiento que éstos despliegan al interior de sus organizaciones. Las limitaciones señaladas han entorpecido lo que Dittrich (1983: 266) reclamaba, en definitiva, como “to get inside the parties”: es decir, la investigación de la actividad organizativa que encierran los partidos mediante fuentes de datos empíricas. Pero este déficit, desde hace algunos años parece estar revirtiéndose.

Desde la década de 1980, pero muy especialmente desde principios de 1990, ha surgido toda una amplia gama de trabajos que ha recuperado como objeto de estudio el análisis de las organizaciones partidistas. De suerte que los estudiosos de los partidos han comenzado a desplazar su atención desde los aspectos de políticas y apoyo popular al de

2 Esta omisión de los partidos, como objeto de estudio de la teoría organizacional, no puede desligarse tampoco del hecho de que politólogos y sociólogos, que han tomado en consideración los aspectos organizativos de los partidos, han ignorado, a su vez, muchos de los resultados y desarrollos de las ciencias de la organización.

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la organización. Tal desplazamiento ha quedado reflejado en una serie de trabajos que van desde el análisis de modelos de organización partidista al estudio comparativo de organizaciones de partido, pasando también por el examen de organizaciones en sistemas de partidos emergentes (Janda y Colman, 1998: 611-612)3. Esto ha llevado a algunos autores a afirmar que “the trend among studies of political parties in recent years has been

to bring organization back in” (Appleton y Ward ,1997: 342)∗ .

Este renovado interés ha intentado cubrir, en principio, alguna de las numerosas zonas de sombra lamentadas en la investigación sobre la organización de los partidos. Pero, sin duda, ha respondido también a la necesidad de llevar a cabo explicaciones satisfactorias que permitan comprender e interpretar las considerables transformaciones funcionales y orgánicas que desde finales del siglo pasado se vienen observando en los partidos políticos (Katz y Mair, 1992)4. Por esta razón, este “reencuentro” con el estudio organizativo de los partidos políticos ha estado ligado fundamentalmente a cuestiones relacionadas con el cambio y la adaptación.

En este sentido, la investigación se ha apoyado en la extensa literatura existente sobre teoría organizacional con el fin de esclarecer las causas y consecuencias de la dinámica organizacional de los partidos políticos. Conceptos tales como “entorno”, “ambiente” y “adaptación” han sido incorporados, de esta manera, al léxico de los estudios sobre partidos (Appleton y Ward, 1997: 342). Los análisis realizados, desde esta perspectiva, han vuelto a poner el acento en la naturaleza cambiante de las estructuras partidistas y su probable conexión con los cambios que ocurren en su entorno (Eldersveld, 1998: 319). Se ha estudiado a los partidos no como organizaciones aisladas, sino vinculadas a un determinado entorno (Lawson, 1994), entendiendo por éste; todos aquellos elementos que desde el exterior de la organización, influyen o pueden influir (no sólo potencialmente) en

3 Uno de los trabajos más sobresalientes y que mejor ha mostrado este cambio en el estudio de

los partidos ha sido la obra de Katz y Mair (1992), Party Organizations: a Data Handbook on Party Organizations in Western Democracies, 1960-1990.

∗ La traducción al castellano de la frase tomada de Appleton y Ward es la siguiente: “en años recientes la corriente dentro del estudio de los partidos políticos ha reincorporado la organización como objeto de estudio” (N. del A).

4 Para muchos estudiosos contemporáneos las transformaciones observadas en los partidos en las últimas décadas se relacionan con el denominado “declive” o “crisis” de los partidos de masas.

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su funcionamiento interno5. Como resultado, la relación entre los partidos y los entornos ambientales en los cuales éstos operan ha sido usada como el principal elemento interpretativo del cambio de los partidos.

Pero este renacimiento del análisis de las organizaciones de partido no ha supuesto la generación de un consenso académico, ya anteriormente ausente, sobre el marco de análisis que debe aplicarse al estudio del cambio y desarrollo organizativo en partidos políticos. La mayoría de los autores vinculan los cambios de los partidos al tipo de relación que se da entre el ambiente que los rodea y su organización. Pero no hay acuerdo a la hora de explicar de qué manera se reproduce dicha relación y, en consecuencia, cómo los cambios tienen lugar al interior de los partidos. El problema, ciertamente retomado de la sociología organizacional, está en determinar cuál es la variable crítica o conjunto de variables que explica el cambio partidista.

Uno de los postulados básicos de la teoría de las organizaciones (incluidos los partidos) consiste en afirmar la existencia de una relación de influjo mutuo entre éstas y su entorno. Sin embargo, a la hora de considerar esa interdependencia, uno puede enfatizar, como más significativa, la influencia que el ambiente ejerce sobre la organización. En este caso, los cambios de la organización obedecen a las características del entorno, ya que ésta debe adaptarse a las condiciones del mismo, si no quiere debilitarse y a la larga desaparecer. Pero, del mismo modo, puede entenderse que la organización tiene la facultad de condicionar y altear su propio entorno, en tanto controla y domina aspectos relevantes del mismo. De modo que el cambio no está sujeto a una “simple adaptación”, sino a procesos internos de toma de decisiones relacionados con el liderazgo, la asignación de recursos o la estructura interna de la organización. Lo que supone prestar atención a las acciones específicas tomadas por la organización y particularmente por sus líderes, ya que la fuente última del cambio se encuentra en la política interna que tiene lugar dentro de la misma.

5 Este conjunto de elementos puede ser analizado en dos niveles. Uno macro, en el que se

estudian los influjos provenientes de los sistemas institucionales legales, económicos, culturales, políticos, educativos, etc. Y otro micro, en donde el foco de análisis está referido a los individuos, grupos y organizaciones concretas relacionados con la organización. En el presente trabajo se utilizarán indistintamente como sinónimos de entorno, los términos de ambiente y contexto.

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La contraposición descrita ha dado lugar a una cantidad considerable de perspectivas y orientaciones. Ahora, la misma puede ser sistematizada, con cierto afán de disciplina y rigor, en dos enfoques sobre el problema del cambio en los partidos políticos: el denominado “enfoque ambiental” (Müller, 1997: 294), que refiere el cambio a causas ambientales y supone que los partidos son organizaciones que tienden a adaptar sus estructuras y tipo de funcionamiento a las condiciones que el ambiente les impone; y el enfoque que aquí llamaremos “histórico-institucional”, que refiere el cambio a mutaciones en la distribución del poder dentro de un partido, como resultado de decisiones y/o acciones políticas internas que dependen fundamentalmente de factores organizativos relacionados con su estructura y legado histórico6.

El enfoque ambientalista: cambio por adaptación

El enfoque ambientalista entiende a los partidos como organizaciones abiertas que operan en un contexto con el que establecen relaciones de dependencia, constituyendo las variaciones de éste el factor principal de cambio. El influjo que mantiene el ambiente sobre la organización de los partidos es considerado como la variable independiente que condiciona la subsistencia y la evolución de los mismos. Luego, el cambio tiene un origen exclusivamente exógeno, promovido desde fuera de la organización; son las transformaciones que se producen en el entorno de los partidos las que determinan las características estructurales y operativas de éstos y, por tanto, sirven de predictoras de estas últimas (Katz y Mair, 1995: 10)7. ¿Por qué? Porque es el entorno el que selecciona las dimensiones organizacionales que son más congruentes con él, en tanto la propia supervivencia y fortalecimiento de los partidos depende fundamentalmente de su nivel de acomodación a las exigencias particulares de su entorno.

6 Ambos enfoques están relacionados con dos teorías diferentes de la sociología organizacional.

Así, el primero, el enfoque ambiental, está vinculado a la teoría de la contingencia estructural, que entiende el cambio de las organizaciones en términos de adaptación. Por su parte, el segundo enfoque es afín a la teoría de la dependencia de recursos, la cual presta atención a los procesos internos de toma de decisiones de la organización (Child y Kieser, 1981: 28-30; Pfeffer, 1992).

7 Hay que destacar que las transformaciones que se originan en el entono y determinan a los partidos, no sólo se refieren a cambios en el contexto nacional del partido, sino también a cambios que puedan producirse en el ámbito internacional.

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Dada esta concepción de la relación existente entre el entorno y la organización de los partidos, el cambio refiere a un proceso de adaptación. Los partidos son organizaciones que, con más o menos inercia, tienden a adaptar sus estructuras y tipo de funcionamiento a las condiciones que el entorno les impone (Cotter et al., 1989; Katz y Mair, 1992; Mendilow, 1992). El argumento consiste en entender que los partidos que no se adaptan suficientemente bien al ambiente no consiguen buenos resultados, lo que les impulsa a emprender cambios para adaptarse y de esa forma obtener mejores réditos8. Así las cosas, el cambio organizativo es visto como producto del deseo de los partidos de sobrevivir electoralmente, puesto que su objetivo principal es ganar elecciones o, como mínimo, posicionarse electoralmente de la manera eficiente posible (Downs, 1957; Janda, 1980).

Evidentemente, existe la posibilidad también de que un partido no sea capaz de adaptarse satisfactoriamente a los requerimientos de su entorno, como han mostrado con numerosos ejemplos Lawson y Merkl (1988). Pero, en tal caso, el partido corre el riesgo de obtener malos resultados y sufrir un deterioro, que con el tiempo le puede llevar a su desaparición, o bien a ser absorbido por otros partidos. De aquí, en definitiva, que los partidos busquen en general la concordancia con las características que presenta su entorno.

En conformidad con lo señalado, la adaptación es entendida como un fenómeno necesario: si la misma es estratégicamente bien concebida llevará al éxito electoral, y si es estratégicamente equivocada llevará al declive, e incluso al fracaso y posterior desaparición (Eldersveld, 1998: 324). Esto supone establecer como hipótesis que las organizaciones partidistas que tienen estructuras más acordes con los requerimientos del entorno son más eficientes, en el sentido de su rendimiento (especialmente, electoral), que aquellas que no las tienen. La FIGURA 1.1 que se presenta seguidamente muestra el modelo de cambio organizativo que sugiere el enfoque ambiental como un proceso de adaptación organizacional.

8 Una variante de este tipo de explicación del cambio por adaptación, es la “teoría del contagió”,

según la cual la dimensión del ambiente más relevante para un partido dado son los otros partidos.

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FIGURA 1.1.

MODELO DE ADAPTACIÓN ORGANIZACIONAL

=

FUENTE: Adaptado de Eldersveld (1998: 327)

Este énfasis en hacer depender la organización de un partido de los elementos del entorno se basa en asumir, como mínimo, dos supuestos básicos. El primero establece que las acciones que lleva a cabo un partido frente a los cambios en el entorno son adaptativas, en tanto prevalece la racionalidad como criterio supremo de actuación9. Se afirma, pues, que los individuos de la organización, especialmente los líderes, son sujetos racionales que saben que si no se adaptan al cambiante entorno no alcanzarán sus fines e incluso podrán desaparecer, razón por la cual modificarán sus posiciones políticas e ideológicas o elevarán a un nuevo liderazgo que haga atractivo a su partido (Müller, 1997: 294). Los partidos son entendidos de esta forma como organizaciones dependientes de sus fines; esto es, como instrumentos para la realización de fines corporativos específicos. El segundo supuesto considera que los partidos no tienen la capacidad para controlar o manipular los cambios de su entorno. De manera que el cambio no es arbitrario ni improcedente, sino un proceso prioritariamente funcional que responde a una opción deliberada por adaptarse.

9 Se reconoce que también existen comportamientos irracionales que no son adaptativos. No

obstante, éstos se plantean como estrategias no conscientes (March, 1988: 168).

Cambios sistémicos (políticos, sociales,

económicos)

Cambio organizacional del

partido

Adaptación organizacional del

partido

Rendimiento electoral del partido

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Desde esta perspectiva, el cambio de los partidos políticos se considera entonces acumulativo y gradual, o sea, como un proceso continuo (Duverger, 1951; Epstein, 1967). Dado que el entorno se entiende como una realidad en continuo cambio, se asume, lógicamente, que la mayor parte de los cambios en las organizaciones partidistas son relativamente estables y reiterados en el tiempo.

Este tipo de visión del cambio como un proceso continuo está ligado a lo que Panebianco (1995: 448) ha denominado las “teorías evolucionistas” del desarrollo de los partidos políticos. Según estas teorías, el cambio en un partido está determinado por tendencias naturales por las que la organización pasa de un estadio a otro, siendo tales estadios comunes a todas las organizaciones políticas. De ahí que los procesos de cambio organizativo sean una consecuencia necesaria de las transformaciones del entorno.

Los diferentes modelos organizacionales de los partidos han sido entendidos, en este sentido, como resultado de procesos de adaptación a nuevos contextos políticos y socioeconómicos. El surgimiento y desarrollo del llamado “partido de masas” se vincula con el crecimiento de las sociedades industriales y la expansión del sufragio. Un modelo de partido que vendría a reemplazar como forma dominante al denominado “partido de cuadros” (o caucus party) nacido a finales del siglo XIX (Duverger, 1951)10. Por su parte, el modelo de partido atrapalotodo (cath-all party) definido por Kirchheimer (1966) sería el modelo organizativo que vendría a superar al partido de masas tras la expansión, después de la II Guerra mundial, de orientaciones cada vez más laicas, de consumo de masas y de desdibujamiento de las líneas de división de clase.

De igual modo, y en función del surgimiento de nuevas realidades sociales, políticas y económicas, tales como: la intensificación de los procesos de internacionalización, la diversificación de las líneas de división social, la importancia creciente de los medios de comunicación y de propaganda, la tendencia a una mayor profesionalización de las élites políticas o una mayor volatilidad electoral; se justifica actualmente la emergencia de un

10 La distinción de partidos de cuadros y partidos de masas es similar a la de partidos de

notables/partidos de masa de Weber (1922) y a la de partidos de representación individual/partidos de integración social de Neuman (1956)

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nuevo modelo de partido, que Katz y Mair (1992: 4 y ss.) definen como “partido cártel” y que, específicamente, vinculan a un cambio en las relaciones partido-estado11.

FIGURA 1.2. EVOLUCIÓN ORGANIZATIVA DE LOS PARTIDOS

Partido de cuadros →→→→ Partido de masas →→→→ Partido atrápalotodo →→→→ Partido cartel

Sociedad preindustrial Auge de la sociedad industrial Desarrollo de la sociedad postindustrial

Todos estos autores tienen en común pensar la evolución de los partidos como una sucesión de nuevo tipos de modelos organizativos que se corresponden con cambios en el desarrollo de las sociedades modernas. Así, cada tipo de partido responde mejor a las nuevas exigencias de su entorno; exigencias que se reflejan en una modificación estructural de su organización. Por eso, cada nuevo modelo organizativo es visto como una forma más moderna, más avanzada: existe la noción de que hay una organización partidista superior o mejor para cada época (Sferza, 1994: 1). Además, se considera que las presiones externas guían a todos los partidos a seguir de modo similar las características del nuevo modelo organizativo imperante (Heidar y Saglie, 2001: 2), por lo que el cambio en los partidos tiende a ser unidireccional. Es decir, todos los partidos deben adaptarse de igual forma si quieren sobrevivir y no fracasar.

Con el fin de identificar los cambios organizativos acaecidos en los partidos como resultado de su adaptación a nuevas condiciones ambientales, algunos autores, no obstante, han diferenciado en los partidos diversas partes, o caras: el partido en el electorado, la organización del partido y el partido en el gobierno (Key, 1964; Schlesinger, 1984), o como sugieren Katz y Mair (1994), el partido como organización de afiliados, el partido como organización de gobierno y el partido como organización burocrática. Bajo estas distinciones subyace la idea de que históricamente las

11 Desde otra perspectiva, Panebianco (1995: 487-512) arguye también que los partidos en

Europa occidental están adoptando un nuevo modelo de partido, que define “como partido profesional-electoral”. Otros autores hablan del surgimiento de “modernos partidos de cuadros” (Koole; 1994), “postmodernos partidos de cuadros” (Bäck y Möller, 1997) y de “network parties” (Heidar y Saglie, 2001), para referirse al nuevo tipo organizativo que estaría desarrollándose en la actualidad.

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organizaciones de partido se han caracterizado por tener diferentes tipos de relación entre sus partes o dimensiones (Koole, 1994; Ignazi, 1996). En concreto, varios indicadores han sido usados con el propósito de medir estas tres “caras”: el tamaño o número de miembros del partido, la relación entre los dirigentes locales y nacionales, así como la relación entre los dirigentes ubicados en la dirección interna del partido y los activistas del partido que se desempeñan en el gobierno (Ishiyama, 1999: 3).

Llegados a este punto, y teniendo en cuenta todo lo señalado, la estrategia de investigación más adecuada para medir el cambio en la organización de un partido, consiste en explicar éste a través de los cambios que se producen en el ambiente del indicado partido. Por ello, el objetivo que persiguen las investigaciones que toman este enfoque, consiste en evaluar la incidencia que tienen en la organización interna de los partidos, tanto los factores particulares de cada sistema político individualmente considerado (competencia electoral, configuración parlamentaria, federalismo, relaciones ejecutivo-legislativo, etc.) como los comunes a todos los países (cambios tecnológicos y económicos, difusión de los medios de comunicación, desarrollo de las ideologías, etc.)12.

El enfoque histórico-institucional: el cambio como proceso político interno

El segundo enfoque no es totalmente contradictorio con respecto al primero, pero claramente difiere en su énfasis explicativo. Así, aunque reconoce la importancia de los cambios en el entorno, no cree que éstos constituyan por sí solos una condición necesaria y suficiente para el cambio en un partido político. En realidad, los partidos son percibidos aquí como organizaciones fundamentalmente conservadoras que tienden a resistir el cambio (Wilson, 1980: 542; Harmel y Janda, 1994: 278). No son vistos como organizaciones pasivas que se adaptan automáticamente a los cambios de su entorno. Para que un partido se cuestione a sí mismo o ponga en entredicho su propia idiosincrasia deben de existir muy buenas razones. Ningún partido evalúa la eficacia de su estructura organizativa, de su liderazgo o incluso revisa los principios que rigen sus orientaciones ideológicas por “capricho”. Más bien están inclinados a negar cualquier tipo de duda o vacilación respecto a su configuración organizativa, sobre todo si se refiere a cómo se distribuye el poder internamente (Panebianco, 1995: 450).

12 Este tipo de aproximación tiene como máxima virtud su carácter parsimonioso, así como su clara vocación comparativa (Müller, 1997: 294).

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Los autores que se sitúan dentro de este enfoque no niegan la influencia ambiental, pero sugieren la incidencia de otras variables. Más concretamente, apelan a la intervención de factores internos en el proceso de cambio organizativo de los partidos. Reclaman una mayor atención a los procesos internos de toma de decisiones que tienen lugar dentro de la organización, así como a la capacidad de los partidos de manejar su entorno y adaptarse estratégicamente a él. A diferencia del enfoque ambientalista que ve el cambio como un proceso de adaptación funcional, este enfoque subraya especialmente la acción de los individuos y grupos de la organización a la hora de determinar el desarrollo se su partido. Así, por ejemplo, se destaca el papel del liderazgo de los partidos en su proceso de adaptación al entorno. Se entiende que todo cambio requiere como mínimo que los líderes reconozcan, primero, la necesidad de cambiar y, segundo, que tengan la habilidad para superar la resistencia interna que pueda surgir al interior de la organización (Wilson, 1994).

Frente a aquellos, en definitiva, que hacen depender mayoritariamente la estructura y funcionamiento de los partidos de las condiciones del entorno y de factores “estructurales”, este enfoque resalta la acción de los miembros del partido; esto es, la “agencia” frente a los constreñimientos externos. Se pone el acento en el rol que juega la organización de un partido y, en concreto, la posesión de determinados instrumentos y recursos organizativos a la hora de responder, particularmente, a los cambios en el entorno. En contraste, con el enfoque ambiental él ahora discutido reflexiona acerca del proceso interno de cambio organizativo de los partidos, por lo que se pregunta por la manera en que los activistas perciben, evalúan y responden a los cambios ambientales. De ahí que el presente enfoque esté ligado a la perspectiva del neoinstitucionalismo; según la cual, los partidos deben ser entendidos como “instituciones endógenas”: eso es, que las acciones y decisiones de los actores políticos que operan dentro de la organización partidista son indispensables para entender el proceso de desarrollo de los partidos políticos en tanto instituciones.

Tres supuestos implícitos están detrás de esta visión del cambio. En primer lugar, la limitada racionalidad de los procesos decisorios de los partidos. Es decir, si bien los individuos de una organización partidista pueden ser totalmente racionales, la organización no tiene porqué serlo, puesto que ésta no dispone de un objetivo o una jerarquía de objetivos única con la que todo el mundo esté de acuerdo. La presencia

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simultánea de múltiples intereses y objetivos hace imposible aplicar la racionalidad a la organización. En segundo lugar, los partidos incluyen intereses contrapuestos, difícilmente coinciden los intereses de los que toman las decisiones con los de la organización como un todo, lo que implica que el resultado final de una decisión no sea la óptima, sino una que resulte satisfactoria. Y, en tercer lugar, los partidos están constituidos por grupos de individuos tanto formales como informales, con sus respectivos intereses y sus estrategias, lo que conlleva inevitablemente luchas por el poder.

Esto desplaza el enfoque del nivel del sistema al nivel de la organización del partido individualmente considerado y de una visión gradual a una visión discontinua del cambio. De hecho, este enfoque se ubica dentro de las llamadas “teorías del desarrollo político” (Panebianco, 1995: 448) según las cuáles, la dirección del cambio no es susceptible de proposiciones apriorísticas: un partido puede transformarse en las más diversas direcciones13. El cambio es contingente, producto de mutaciones en la distribución del poder dentro de la organización, como resultado no tanto de decisiones organizativas racionales sino de procesos políticos internos caracterizados por juegos, alianzas y conflictos de poder.

El entorno pasa a ser un elemento inductor de cambios dentro de la organización de un partido, cambios que, sin embargo, sólo tendrán lugar si existen factores de carácter endógeno―internos al partido―que involucren una modificación de la estructura de autoridad de la organización, o lo que es lo mismo: cambios en el liderazgo y en la coalición partidista dominante. El cambio no hace, pues, referencia a cualquier modificación, alteración o variación de la forma en que están organizados los partidos, sino a un cambio relativo a la distribución de poder dentro de la organización que transforme al grupo de dirigentes que controlan la misma. Tal y como señala Panebianco: “el cambio que nos interesa es un cambio fundamental, o sea, una modificación del orden organizativo, un cambio en la estructura de autoridad de la organización. (...) Para mí, un cambio del orden organizativo es un cambio de la coalición dominante del partido” (1995: 454). En otras palabras, un cambio en el grupo de dirigentes que mantienen facultades

13 Esta visión idiosincrásica e impredecible del cambio partidista dificulta, como ha lamentado

Wilson (1994: 264), la posibilidad de desarrollar teorías probabilísticas para explicar la transformación de los partidos políticos.

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discrecionales sobre las actividades de la organización y que, por ende, controlan y distribuyen el poder dentro de la misma. En términos similares, Harmel y Janda (1994) refieren también la transformación de los partidos a cambios en la coalición dominante, aunque incluyen explícitamente también como variable interna el cambio en el liderazgo de la organización.

Ahora bien, aunque tanto Panebianco (1995) como Harmel y Janda (1994)―cuyos trabajos constituyen las dos aportaciones teóricas más sobresalientes dentro de este enfoque―llegan a implicar, explícitamente Harmel y Janda (1994: 265), que algunos cambios en los partidos pueden ser explicados sólo por factores internos, juzgan también necesaria la presencia de una modificación ambiental para que el cambio en los partidos no sea limitado14. No obstante, a diferencia del enfoque ambientalista que tiende a comprender los cambios ambientales como cambios incrementales y agregados en el tiempo, estos autores prestan atención a lo que denominan “estímulos externos”: cambios ambientales discretos que alteran en un momento concreto el entorno en el que opera un partido (Harmel y Janda, 1994: 277; Panebianco, 1995: 455). Estos estímulos externos representarían el papel de “catalizadores” del cambio, al desatar una crisis organizativa (véase, FIGURA 1.3)15.

La posibilidad de considerar el cambio no de una manera continua sino discontinua, pone de manifiesto cómo circunstancias particulares pueden explicar el desarrollo organizativo de los partidos dentro de cada país. No sólo grandes cambios estructurales de carácter socio-político tienen la facultad de influir en la organización de los partidos políticos. Los partidos son también relativamente sensibles a cambios en sus contextos institucionales.

De esta forma, por ejemplo, varios estudios han explicado la transformación del partido laborista británico en la década de 1990: como resultado de repetidas derrotas electorales y de la selección de líderes comprometidos con la reforma y modificación del

14 Existen algunos trabajos de investigación que han sugerido la posibilidad del cambio incluso

con la ausencia de factores externos (Harmel, Heo, Tan y Janda, 1995; Harmel y Tan, 1998). 15 Aunque no se limita explícitamente la noción de estímulos con resultados electorales, dado que

en los sistemas democráticos el principal objetivo de la mayoría de los partidos es obtener poder institucional mediante buenos resultados electorales, éstos parecen ser considerados el tipo fundamental (Deschouwer, 1992).

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balance interno de poder en la organización del partido (Shaw, 1994; Richards, 1997). De modo similar, la transformación de los partidos estadounidenses en la era post-Watergate se ha vinculado a reformas legales concretas relacionadas, por ejemplo, con la financiación de las campañas electorales o el uso generalizado de primarias para la selección de candidatos (Aldrich, 1995). En otros países, escándalos de corrupción, cambios constitucionales específicos, conflictos legislativos y de gobierno u otros cambios de similar grado han originado del mismo modo que muchos partidos modificaran su organización.

FIGURA 1.3. MODELO DE CAMBIO ORGANIZACIONAL BAJO INTERVENCIÓN PARTIDISTA

FUENTE: Elaboración propia.

Con todo, para Harmel y Janda cualquier cambio externo no tiene por necesidad que condicionar a un partido, sólo determinados estímulos externos se convierten en una fuerte presión capaz de canalizar un cambio organizativo. Con el fin de solventar este

Entorno (estímulos externos)

Surgimiento de una crisis organizativa

Remoción del liderazgo y coalición dominante

Cambio organizacional del partido

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problema introducen el concepto de “shock externo”, para denominar aquel estímulo que, efectivamente, impacta sobre el fin primario de un partido (Harmel y Janda, 1994: 267-268). Los shocks externos son estímulos más poderosos, ya que llevan a reevaluar la efectividad de los partidos, en tanto lo enfrentan con su fin primario, ya sea éste maximizar votos, alcanzar el mayor número de cargos o mantener determinadas posiciones políticas e ideológicas16. Sólo estos impactos inducidos externamente pueden canalizar un proceso de cambio más amplio y profundo que otros estímulos externos17.

De igual forma, Panebianco pone en tela de juicio que toda modificación ambiental pueda insertar una crisis organizativa en un partido. Así, aunque asume la necesidad de una fuerte presión ambiental para que se desate una crisis organizacional, condiciona su repercusión a la existencia de una serie de precondiciones organizativas (recambios generacionales, rendimientos decrecientes, rigideces organizativas, etc.) que hagan que el cambio exterior sea visto como un lance con capacidad de alterar el orden partidista interno (1995: 455). Es decir, para Panebianco el cambio organizativo exige la presencia no sólo de presiones ambientales, sino también de previos desequilibrios organizativos internos.

En términos generales, no obstante, el argumento básico de este enfoque consiste en postular que, si bien el cambio organizativo dentro de los partidos está inducido por cambios ambientales (entendidos como estímulos externos), que vienen a jugar el rol de una coyuntura crítica que es favorable a una cierta constelación de intereses dentro de la organización, las acciones específicas tomadas por el partido y específicamente por aquellos que controlan el poder constituyen el instrumento necesario para el logro del cambio interno. Por consiguiente, este enfoque del cambio en partidos lleva a la consideración de quién genera el cambio y quién lo resiste, lo que a su vez induce a considerar quién controla la organización y cómo la controla.

16 Aunque los partidos pueden tener diversos fines, para algunos autores (Budge y Keman, 1990; Strom, 1990) se puede hablar de la presencia en cada partido―individualmente considerado―de un “fin primario” que difiere según los partidos, así como dentro de un mismo partido a lo largo del tiempo.

17 Andrew Richards partiendo de un enfoque similar, ha puesto en cuestión este argumento de Harmel y Janda acerca de los shocks externos. Según este autor, Harmel y Janda no explican de forma transparente por qué los partidos adoptan diferentes objetivos primarios, ni el proceso por el cual una concreta meta organizativa emerge como prioritaria, ni cómo el objetivo primario de un partido puede cambiar a lo largo del tiempo (Andrew Richards, 1997: 48).

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Si el cambio y la adaptación de los partidos dependen de los procesos internos que definen las estrategias y decisiones de toda organización partidista, se vuelve necesario en entonces analizar los aspectos internos que influyen en cómo se resuelvan esos procesos. En efecto, es más que presumible que diversos rasgos internos de los partidos tercien en la realización del cambio partidista. De otra manera no se podría entender cómo diferentes tipos de partidos son más proclives a adaptarse a los cambios en su entorno que otros18.

Así pues, el presente enfoque ha examinado las características organizativas de los partidos. Por un lado, ha centrado su interés en el balance de poder interno de la organización partidista. En concreto, ha estudiado las coaliciones de intereses en competencia dentro de un partido, prestando especial atención a aspectos como la estabilidad y cohesión de las coaliciones dominantes (Panebianco, 1995; Harmel y Janda, 1944). Por otro lado, ha examinado el papel de las instituciones internas como factores de constreñimiento incluso dentro de los partidos. En particular, ha otorgado especial consideración a la estructura organizativa y a las reglas formales e informales que filtran la selección de los liderazgos y otras decisiones llevadas a cabo dentro de la organización. No en vano estos mecanismos internos pueden ser la clave para aislar a los líderes de las presiones del interior de la organización, o ser, alternativamente la fuente de los cambios en el liderazgo y orientación del partido (Shirk, 2001).

En este sentido, muchos de los trabajos desarrollados han estado basados en el concepto de institucionalización (Janda, 1980; Panebianco, 1995; Harmel y Svasand, 1993). La institucionalización definida por Huntington (1972: 23) como “el proceso por el cual adquieren valor y estabilidad las organizaciones y procedimientos” ha sido considerada como una variable crucial en el desarrollo de los partidos; entendiéndose, que una organización partidista con un elevado grado de institucionalización posee más instrumentos para controlar el entorno y adaptarse estratégicamente a él, que una débilmente institucionalizada.

En esta misma dirección, este enfoque ha subrayado, asimismo, la influencia que ejerce la trayectoria histórica de los partidos en sus transformaciones organizativas.

18 Por ejemplo, Epstein (1968), en particular, considera que la habilidad de los partidos de masas

para cambiar su organización es menor que la de aquellos partidos organizados inicialmente sólo con el objetivo de ganar elecciones, como son los partidos de cuadros.

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Mediante la incorporación de una perspectiva de “path-dependency”, según la cual, el desarrollo de los partidos está influido por su origen y pasado organizativo, la evolución de los partidos políticos ha sido también observada como producto de un determinado legado histórico. De tal suerte que el cambio y la adaptación en organizaciones de partido se ha relacionado con experiencias históricas particulares.

Panebianco (1995) es el autor que más ha desarrollado este tipo de aproximación al estudio de los partidos. Según este autor, la manera en que se constituye la organización de un partido político en su fase originaria y en los momentos inmediatamente posteriores condicionan su futuro desarrollo. Para Panebianco (1995: 17) “las opciones políticas cruciales puestas en práctica por los padres fundadores, las modalidades de los primeros conflictos por el control de la organización y la manera en que ésta se consolida, dejan una huella indeleble en el partido”. La inclusión de la dimensión histórica en el análisis de la organización de los partidos la realiza Panebianco (1995:108) mediante el concepto de “modelo originario”, según el cual, diversos factores del período de formación de un partido, combinándose de distintas maneras, ejercen una influencia sobre las características organizativas de aquél a lo largo de toda su vida.

¿De qué depende el cambio en los partidos?

Frente a los enfoques aquí discutidos, la hipótesis más plausible consiste en entender el cambio como resultado de la combinación tanto de factores ambientales como de factores internos. Tal combinación es producto de reconocer una interdependencia entre entorno y organización, admitiendo que la organización de un partido existe y depende en gran medida del intercambio que establezca con su ambiente externo; lo que le impone ciertas constricciones que no son necesariamente inferiores a las que ella misma introduce en aquél. ¿Qué significa esto? Pues que se debe de admitir el cambio organizacional como un proceso dinámico dentro del cual los partidos interactúan con su ambiente externo.

El inconveniente en el que caen los partidarios de prestar una atención casi exclusiva al contexto partidista, es el de ofrecer un modelo de cambio excesivamente fijo y determinista, en el que los partidos son como un espejo de su entorno, que refleja más o menos automáticamente los cambios de éste: imaginan un esquema tipo estímulo-respuesta (Mella Márquez, 1997: 9). No tienen en cuenta que la adaptación de las

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organizaciones ante el cambio de su entorno es con frecuencia lenta, y que en algunos casos ésta no se produce o es simplemente muy limitada. La mayoría de estos autores conciben la organización partidista como una suerte de “caja negra” que meramente responde a factores ambientales (Shirk, 2001). Al considerar a los partidos como organizaciones pasivas que se acomodan a su entorno, las explicaciones ambientalistas no contemplan la posibilidad de que los partidos puedan al mismo tiempo influir en su propio entorno variándolo.

Sin embargo, como ha puesto de manifiesto Robbins (1988) las estrategias que una organización puede adoptar frente a su entorno pueden ir dirigidas a adaptarse a las exigencias de éste; pero también pueden estar destinadas a influir en él alterándolo para acomodarlo mejor a las propias capacidades organizativas. Por lo tanto, aunque el entorno priva a los partidos de una total autonomía y dependencia, esto no significa que éstos no funcionen bajo un cierto grado de autosuficiencia. Éstos disponen y utilizan mecanismos de regulación y de control que determinan en buena parte cómo se ajusten a los cambios en su entorno. De esta manera, si bien es posible admitir el entorno como elemento de explicación, esto no disuelve lo que de específico y concreto tienen las realidades organizacionales de los partidos.

La FIGURA 1.4, que se expone a continuación, representa un intento de construir teóricamente un modelo de relación entre organización y entorno en partidos, teniendo en cuenta lo expresado anteriormente. Dicho modelo asume que la respuesta de los partidos a los cambios o retos ambientales de su entorno implica la adopción de estrategias de clarificación y de garantía de seguridad frente al mismo, que pueden estar tanto dirigidas a adaptarse a las exigencias de él, como a poder controlarlo y modificarlo. El cambio organizativo depende, de esta suerte, del influjo mutuo que se dé entre la organización y el entorno; esto es, de los términos de intercambio del partido con su ambiente. Un intercambio que, por otro lado, está determinado por la aparición de cambios ambientales y por el papel que desempeñan las estrategias de control y dominio que lleva a cabo la organización de un partido con el fin de afectar al entorno. De esta forma, si surgen modificaciones ambientales capaces de empeorar significativamente el intercambio del partido con su entorno, dadas determinadas estrategias de control y dominio, se producirá la posibilidad de cambio en la organización, siempre y cuando se perciba por parte de los miembros del partido la necesidad de introducir transformaciones para que éste funcione

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mejor. De la misma forma, si esas modificaciones ambientales no desequilibran la relación entre la organización y el entorno, bien porque su fuerza es menor o bien por el efecto de las estrategias de control y dominio puestas en marcha, es de esperar que se inhiba cualquier tipo de cambio y se favorezca la inercia organizativa.

FIGURA 1.4. MODELO DE RELACIÓN ENTRE ENTORNO Y ORGANIZACIÓN PARTIDISTA

FUENTE: Elaboración propia.

Teniendo presente este modelo de relación entre el entorno y la organización de un partido, queda claro que los partidos pueden adoptar y combinar diferentes estrategias con respecto a su ambiente externo. La interacción de los partidos con su entorno no es univoca ni determinista: “todo partido se ve sometido en sus relaciones con el mundo exterior, a dos presiones simultáneas y de sentido contrario: sentirá la tentación de colonizar su entorno a través de una estrategia de dominio, pero también de llegar a pactos con aquél mediante una estrategia de adaptación” (Panebianco, 1995: 46).

Cambios ambiéntales

Estrategias de Control y Dominio

Estrategias Adaptativas ENTORNO ORGANIZACIÓN

PARTIDISTA

CAMBIO ORGANIZATIVO

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El problema del enfoque ambiental, en esta cuestión, se encuentra estrechamente vinculado a una concepción simplista sobre el curso de acción de los partidos políticos. Su visión del desarrollo organizativo adolece de un énfasis crítico en la agencia por medio de la cual los partidos pueden formular estrategias para tomar ventaja de su contexto exterior (Shirk, 2001). Asimismo, los defensores de las tesis ambientalistas tienden a considerar el entorno como un ambiente uniforme. Y el entorno en el que operan los partidos está lejos de ser uniforme.

Como ha destacado Sferza (1994: 6), los contextos nacionales en los que se desenvuelven los partidos incorporan a menudo variaciones regionales y locales que justifican la coexistencia dentro de los partidos de modelos organizativos diversos. Pero, además, el entorno es en realidad, como expresa Panebianco (1995: 44), “una metáfora para indicar una pluralidad de ambientes”. Los partidos establecen relaciones de intercambio con múltiples ambientes que, aunque en general están interconectados, son estrictamente distintos. De lo que cabe deducir que una misma organización partidista puede desarrollar estrategias de dominio y control en ciertas áreas y de adaptación en otras. Además, la relevancia de cada uno de los diferentes ambientes que conforman el entorno no tiene que porque ser similar para cualquier partido. Es evidente que, sin excluir ninguna característica del entorno, la relevancia de determinadas partes o aspectos del mismo depende del tipo de organización partidista que tengamos en cuenta, así como de su perfil o rol dentro del sistema político.

En función de lo expresado hasta aquí, el cambio en los partidos depende de que prevalezcan estrategias adaptativas destinadas a cambiar la organización y no estrategias dirigidas a controlar y dominar el entorno. La preponderancia de unas u otras, y he aquí de nuevo la tesis que se sigue en este trabajo, vendrá determinada por las características del entorno (o conjunto de ambientes) y también por las características internas de la organización de los partidos.

Dada esta aproximación al estudio del cambio en los partidos políticos, hemos de tener en cuenta, en primer lugar, los factores ambientales que se producen en el entorno de los partidos. La razón de su inclusión estriba en que su presencia es necesaria para que al menos exista la posibilidad del cambio en la organización de un partido. El cambio, pues, requiere la concurrencia de cambios ambientales. Un hecho que es coherente con el

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carácter conservador de las organizaciones partidistas, pues si éstas se resisten a introducir cambios bajo la presión del entorno, más difícil parece que éstas modifiquen su configuración organizativa sin presiones externas. En consecuencia, al igual que postula el enfoque ambiental, debemos considerar que los cambios organizativos de un partido son externamente inducidos por los cambios en el entorno en que opera dicho partido.

Ahora bien, a diferencia de la perspectiva que toman los “ambientalistas”, desde la postura que aquí se adopta, el cambio en el contexto exterior, aunque puede influir directamente sobre la constitución partidista, tiene efectos indirectos sobre la mutación final del partido. ¿Por qué? Porque los partidos frente a los cambios de su entorno no se limitan a reaccionar única y exclusivamente de una manera adaptativa. Los mecanismos de percepción, decisión y adaptación de los partidos generan una dinámica propia que interactúa con su entorno. Por eso, no existe una relación directa entre la variación externa y la variación interna de las estructuras organizativas (Appleton y Ward, 1997).

En realidad, los factores ambientales deben ser entendidos como una oportunidad para el cambio, pero eso no significa que éste sea automático y finalmente se produzca. Se podría afirmar que lo que crean es, como sugieren Cortell y Peterson (1999), un “punctuated equilibrium”, es decir, una situación en la cual hay un desajuste entre los retos y desafíos de la organización y la forma tradicional de resolver sus problemas. Este desajuste abre la posibilidad de que cambie la organización partidista. La cuestión es que ese cambio no sólo va a depender del surgimiento de modificaciones ambientales significativas, sino también de cómo los partidos reaccionen a las estructuras externas de incentivos a las que dan lugar dichas modificaciones en el entorno. Así, aunque los factores externos son necesarios, no son suficientes para inducir la transformación de los partidos. Se deben de tener en cuenta de la misma manera los factores internos a la organización.

Desde este punto de vista, este trabajo se aproxima teóricamente al problema del cambio en los partidos desde las propuestas avanzadas por el segundo enfoque anteriormente discutido. De este modo, y sin dejar de lado los factores ambientales que se originan en el entorno de los partidos, se debe prestar atención a los factores endógenos que afectan el desarrollo de los partidos. Si el cambio depende de cómo los partidos responden a las presiones de su entorno, cobra especial relevancia el estudio de los

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aspectos internos de la vida partidista que filtran esas presiones. Y esto, finalmente, supone introducir en el análisis la vida interna de los partidos políticos.

Una concepción particular de los partidos presente en la literatura es la que abre paso a este análisis. Según esta concepción, los partidos no son formaciones unitarias, sino cuerpos o unidades de elección colectiva, al interior de los cuales los actores cooperan y compiten con el propósito de alcanzar sus respectivas metas. Como afirma Kitschelt (1989: 47), los partidos son “sistemas de conflicto con sub-coaliciones de activistas que abogan por diversas estrategias y objetivos”. Por eso, como sugiere acertadamente Richards (1997: 52), a la hora de explicar el cambio partidista hemos de entenderlo no necesariamente como algo irracional, sino como el producto de lo que él denomina “competing rationalities”; esto es, como el resultado de la competencia entre distintas racionalidades que abogan por diferentes objetivos y formas de ser del partido.

Por consiguiente, las estrategias y acciones de los actores internos de la organización partidista pueden ser explicadas en función de un tipo de juego “anidado” (nested game) que afecta el comportamiento y decisiones colectivas del partido con respecto a su ambiente externo (Tsebelis, 1990). Esto da una especial relevancia a los procesos políticos de la organización que surgen a partir de determinados cambios ambientales19. Procesos políticos definidos por luchas internas de poder, en donde entran en juego la confrontación, la transacción y la asociación o coalición entre grupos e individuos que representan diferentes intereses y que, por lo tanto, apoyan o se oponen a las disposiciones, reglas y objetivos cuyas consecuencias puedan afectarles.

El significado proporcionado a la vida interna de los partidos lleva a que el estudio del cambio en organizaciones de partido deba incluir un análisis de los factores endógenos que facilitan o dificultan la decisión final hacia el cambio. La variación en el nivel de cambio organizativo de los partidos no puede ser explicada únicamente por factores externos, ya que las oportunidades presentes para el cambio pueden ser impulsadas o no por aspectos relacionados con la organización interna partidista. Las estructuras y reglas internas que establece un partido, por ejemplo, regulan la interacción

19 Esta idea, según la cual, el cambio organizativo puede ser entendido como un proceso político

interno de la organización, está presente en dos clásicos del estudio de las organizaciones como son Burns (1961) y Crozier (1974).

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entre los diferentes actores que los componen, afectando de esta manera las estrategias a emprender por éste frente a los estímulos recibidos del contexto exterior. De igual forma, los partidos manejan también recursos e instrumentos organizativos que pueden utilizar con el fin de moderar o filtrar presiones ambientales. La constatación, en síntesis, de la influencia de la dinámica interna de los partidos en su transformación organizativa lleva a la consideración de que el cambio partidista depende tanto de factores endógenos como de factores exógenos a la organización.

Más adelante, y de acuerdo con la exposición teórica del cambio en partidos poshegemónicos, como el FSLN, se ilustrarán concretamente los factores explicativos del cambio aquí aducidos. Ahora bien, antes de seguir con otro asunto conviene dejar claro que los factores endógenos serán en el presente trabajo considerados de dos tipos principales: “internos”, referidos a las características organizativas internas que dan forma a la toma de decisiones dentro de un partido; e “históricos”, relacionados con el pasado organizativo previo del partido. La inclusión de estos últimos parte de asumir la historia previa como una variable importante que incide en el proceso de transformación de los partidos políticos. No en vano la vida interna de los partidos, siguiendo los planteamientos de Panebianco (1995), es en gran medida producto de la particular historia organizativa de los mismos y, por ende, de una forma tradicional de funcionamiento a lo interno de la organización.

Llegados a este punto, queda, empero, una cuestión por resolver: ¿cuándo podemos hablar de la existencia efectiva de un cambio organizativo en un partido político? La literatura sobre organizaciones partidistas no explica con claridad la forma distintiva del cambio en la organización de los partidos. Y la cuestión es que el cambio (en un sentido amplio) remite a cualquier transformación que acontezca en un partido político. Es, pues, un concepto excesivamente general, que no aporta demasiada información. Quizá por ello la mejor forma de aprehender el cambio es entendiendo éste desde su “relatividad” o, si se prefiere, como una categoría de relación. Es decir, que sólo es observable en relación a un antes y un después (Morlino, 1985: 47). Por lo tanto, el cambio organizativo en un partido puede ser definido en relación a una forma o a un estado suyo precedente. La diferencia entre dos puntos en el tiempo con respecto a la forma organizativa de un partido determina el cambio: si la diferencia es más grande que cero (asumiendo la posibilidad de medición), podemos afirmar que el partido ha cambiado. Tres ideas básicas reúne este

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concepto de cambio: (1) una diferencia observable y/o medible (2) en un espacio de tiempo (3) y entre estados organizativos de la misma formación partidista (Van de Ven, 1995: 366).

Como esta definición sugiere, el cambio organizativo en un partido puede tomar entonces diversas formas y afectar a diferentes dimensiones y partes de la organización. Así, éste puede ser radical o incremental y ocurrir en diferentes niveles organizacionales: puede afectar a la estructura y las reglas que rigen el partido: al liderazgo de la organización; a las estrategias y objetivos formales: a las prácticas informales; a la relación entre las diferentes unidades organizacionales; a la composición del personal del partido; a la ideología y línea política, etc. Y también puede impactar, bien en la organización de gobierno del partido, en la organización de afiliados, o bien en la organización burocrática. Ahora, ¿cómo evaluar la amplitud del cambio?

Como se ha visto en anteriores páginas, Harmel y Janda (1994), así como Panebianco (1995), consideran que al menos un cambio de tipo fundamental o drástico necesariamente implica un cambio en la disposición de las relaciones de poder dentro de la organización; es decir, cambios en el liderazgo y la coalición dominante. En otras palabras, para estos autores los cambios abruptos, dramáticos y amplios se relacionan necesariamente con una mutación en la composición y configuración del grupo que controla y distribuye el poder internamente, por lo que el cambio incorpora la aparición de “nuevos” grupos en el interior del partido capaces de hacerse con el poder.

Ahora bien, ¿es posible hablar de cambio organizativo sin una renovación sustancial en la coalición de poder de un partido? Sí, pero reconociendo que existen diferentes tipos de cambios organizativos y centrando el análisis en uno de ellos: la innovación organizacional. La innovación organizacional no hace referencia a un cambio fundamental a través del cual surge un nuevo sistema organizativo esencialmente diferente del inmediatamente anterior o pasado. Hace referencia a un cambio de carácter cualitativo relacionado con el contenido de la organización. La innovación puede ser vista como el intento de introducir nuevas formas y prácticas organizativas sin precedente, sin que ello suponga la eliminación o reemplazo de prácticas y formas pasadas, aunque en algunos casos esto pueda ocurrir (Appleton y Ward, 1997: 342). Se trata, en este sentido, de características antes inexistentes en la organización, que son introducidas como

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respuesta a cambios en el entorno partidista. Toda innovación involucra, por ende, algún tipo de cambio organizativo, pero no cualquier cambio organizativo necesariamente lleva consigo la innovación.

Aunque la innovación organizativa puede producirse a través de un proceso de “contagio” a la luz del desarrollo organizativo de otros partidos, la misma incorpora habitualmente un proceso interno de elección, en tanto representa una fórmula de respuesta ante las presiones ambientales procedentes del entorno exterior (Wagemans, 2001; 3-6). De hecho, la innovación organizativa puede ser considerada como un tipo de cambio organizativo que tiene lugar cuando la respuesta partidista a las presiones del entorno no conlleva una suplantación o renovación sustancial de aquellos individuos y grupos que manejan y controlan el partido.

Frente a la urgencia de encarar cambios ambientales poderosos y la necesidad de mantener estables las jerarquías internas, los actores del partido pueden optar por una solución intermedia: incorporar innovaciones en diversos aspectos de la organización. Ciertamente ésta no es la solución más óptima, pero sí puede ser una satisfactoria, dados los intereses contrapuestos y en conflicto que existen en toda organización partidista. No sea de obviar el “viejo” pero todavía vigente argumento de Michels (1911), según el cual, el verdadero objetivo de los dirigentes de las organizaciones no es la consecución de los fines para los cuales se constituyó un partido sino, más bien, el mantenimiento de los objetivos particulares de los actores internos (y con ellos, la salvaguardia de sus propias posiciones de poder). Desde este punto de vista, se puede esperar que, en general, la innovación tienda a ser más de carácter incremental, puesto que tiene lugar de acuerdo con las normas y procedimientos de transformación previstos por la cúpula dirigente.

EL CAMBIO ORGANIZATIVO EN PARTIDOS POSHEGEMÓNICOS∗∗∗∗

De lo que se trata ahora es de aplicar el marco teórico discutido a partidos que habiéndose desarrollado en regímenes no democráticos20, mediante el control del poder político, pasan a funcionar como partidos de oposición dentro de un contexto poliárquico, como consecuencia de un proceso de democratización política. Expresado más

∗ Nota del autor: este último epígrafe está aún por desarrollarse más en profundidad. 20 Para una tipología de regímenes no democráticos, ver Juan Linz y Stepan (1996).

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sucintamente, me refiero a aquellos partidos que pasan del monopolio del poder a la competencia electoral. Ahora bien, por precisar con rigor el universo de análisis al que se hace referencia y las limitaciones a las que pretendo sujetarlo, conviene aclarar conceptualmente, a qué tipo de partidos se hace aquí, en principio, alusión.

En términos muy generales se pretende analizar la transformación organizativa de partidos que se constituyeron como el partido dominante en sistemas políticos no democráticos. Es decir, se presta atención a aquellos partidos que dominaron de forma incondicional la administración y manejo de las estructuras de poder estatales de un país, erigiéndose usualmente en los únicos representantes reales de toda una sociedad. Me refiero, por lo tanto, a partidos que tuvieron la característica de ser partidos-Estado capaces de aglutinar e incorporar en el proceso político a amplios y vastos sectores de la población, a partir de una legitimidad original que les permitió monopolizar la representación nacional (Crespo, 1999: 298-301).

Puntualizando aún más los límites de este estudio, se debe advertir que dentro de estos partidos, no se incluyen partidos dominantes en democracias consolidadas, aunque éstos también hubiesen ejercido un control en gran medida monopólico del poder político (Pempel, 1991). Concretamente, sólo se toman en cuenta partidos de sistemas no competitivos, en términos de Sartori (1997), partidos únicos y hegemónicos21.

Han existido y todavía se mantienen un número importante de partidos únicos o hegemónicos. Muchos de ellos han estado ligados al establecimiento del comunismo o socialismo real, como los partidos comunistas de Europa del Este antes de la caída del muro de Berlín, o de otras regiones normalmente pertenecientes al Tercer Mundo que abrazaron en su momento el socialismo. Pero no todos los partidos de este tipo son o han sido comunistas. También nos encontramos con partidos de este tipo en el mundo árabe y en África que no pertenecen al mundo socialista y que responden a otro tipo de acerbo ideológico. De igual forma en América Latina se pueden identificar partidos

21 En los sistemas de partido único el poder está controlado por un solo partido que es el único

que existe legalmente y excluye a los demás, mientras que en los sistemas de partido hegemónico se permite la actuación de otros partidos que no sean el principal, aunque los mismos suelen ser subalternos y nunca una opción política real de poder (Sartori, 1997)

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hegemónicos, como los casos del PRI en México y el Frente Sandinista en Nicaragua, y únicos, como el Partido Comunista de Cuba.

Es evidente que estos partidos difieren en sus orientaciones ideológicas, en el tipo de régimen sobre el que se conformaron, así como en su historia organizacional. El punto de encuentro es que todos ellos se desarrollaron como partidos-Estado capaces de controlar de manera absoluta, o casi absoluta, el poder y la representación política de su país durante un período de tiempo determinado. Esta es la peculiaridad que les diferencia de otros partidos. Lógicamente, esto no implica que se pueda extraer una norma común acerca de su desarrollo organizacional, pero sí como mínimo una pauta general en lo que respecta a la forma en que enfrentan su transformación organizativa cuando pierden el poder.

En este sentido, nuestro universo de análisis lo constituyen aquellos partidos que pierden el poder y pasan a competir electoralmente dentro de un régimen democrático, constituyéndose de esta manera en los herederos del régimen político previo. Este sería el caso, por ejemplo, de los llamados partidos sucesores (succesor parties), categoría asociada a los partidos postcomunistas de Europa del Este (Waller 1995). Pero también de algunos partidos llamados “postautoritarios” (Golosov, 1998), que son aquellos partidos que aparecen como la continuación del viejo régimen en las elecciones fundacionales de la democracia y mantienen al menos en parte el legado organizativo del régimen previo, así como su orientación ideológica. En todo caso, equivaldrían a los que algunos autores denominan como formely dominant parties (Shafqat, 1999; Tan, 2001)

Bajo este orden de cosas, la elaboración de un modelo de cambio organizacional para el caso de este tipo de partidos, debe ser relativamente diferente a los presentados anteriormente, pues éstos han sido pensados tomando como referencia partidos de sistemas políticos occidentales cuyas características y momento evolutivo son diferentes. ¿Qué significa esto? Estrictamente que al menos los factores de cambio señalados se prestan a una combinación particular.

Véase de la siguiente manera. Mientras la pérdida del gobierno (estímulo externo) para un partido en una democracia occidental, transforma, si acaso, el sistema de partidos (modificación ambiental); la pérdida del gobierno por parte del FSLN (estímulo externo),

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implica la sustitución del régimen vigente por otro esencialmente distinto (nuevo entorno político). En efecto, aunque el estímulo externo, en sí, puede ser el mismo para ambos tipos de partidos, la variabilidad de las características del entorno es diferente, ya que los elementos que constituyen el entorno de éstos se encuentran en condiciones substancialmente distintas.

El cambio organizacional se desarrolla en entornos cuyo “estado” ambiental es significativamente diferente, en cuanto al grado de similitud (homogeneidad) y permanencia (estabilidad) de sus elementos, así como con respecto al grado de incertidumbre22. De esta forma, la complejidad intrínseca a cualquier entorno en que se sitúa un partido, se complica aún más por el hecho de que no se encuentra ante “una simple alteración ambiental”, sino ante un inédito entorno político, que implica que la organización del partido esté condicionada por elementos ambientales anteriormente inexistentes o meramente intrascendentes. Se ha de comprender que la transformación del entorno lleva consigo implícitamente un cambio importante en el rol que desempeñan estos partidos en el sistema político: pasan de ostentar el poder en regímenes no democráticos a participar en el juego democrático desde la oposición. De aquí que se esperen cambios evidentes en el nivel organizativo, aunque éstos sólo fuesen en términos de conducta reactiva o adaptativa.

La Figura 1.5 presenta un esquema general a partir del cual se reconstruye teóricamente un modelo causal de cambio organizacional, teniendo en cuenta aquellos factores que intervienen propiamente desde el entorno y desde la organización en partidos como el FSLN. En este sentido, el modelo de cambio que se presenta a continuación está pensado principalmente para partidos hegemónicos. Un partido hegemónico a diferencia de un partido único es aquél que se desarrolla en un sistema de partidos en donde existe una periferia de pequeños partidos secundarios, que en ningún caso tienen la capacidad de sustituirle en el poder (Sartori, 1997). De manera que no está en tela de juicio su dominación, puesto que, de facto, no tiene lugar una competencia real con el partido hegemónico. Por ello, lo que se muestra seguidamente se entiende como un modelo de cambio organizacional en partidos poshegemónicos; haciendo referencia con este término

22 Con respecto a la variabilidad de las características del entorno y los tipos de “estados

ambientales” a que ésta da lugar, véase Jurkovich (1974).

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a aquellos partidos hegemónicos que dejaron de serlo para transitar a la democracia representativa.

FIGURA 1.5. MODELO DE CAMBIO ORGANIZACIONAL EN PARTIDOS POSHEGEMÓNICOS

FUENTE: Fuente elaboración propia.

Este modelo de cambio organizacional presenta como resultado final la posibilidad de dos tipos de cambios: el primero referido a la introducción de nuevas prácticas organizacionales; y el segundo, mucho más hondo, como resultado de cambios en el liderazgo y la coalición dominante. Ambos, sin embargo, surgen a partir de conflictos internos entre individuos o grupos que representan intereses divergentes23, en donde lo que subyace es un proceso político marcado por luchas de poder que pueden afectar o no

23 Normalmente, las tensiones entre diferentes grupos internos comprenden una lucha entre dos grupos principales: los que podríamos llamar “ortodoxos”, que se resisten a la transformación del partido, y los “renovadores”, que están a favor de un modelo de partido fundamentalmente diferente al existente.

ESTÍMULO EXTERNO (Derrota electoral y perdida del poder)

PASADO ORGANIZATIVO

(Factores Históricos)

PROCESO POLÍTICO INTERNO (Factores Internos)

- Estructura y reglas - Faccionalismo - Institucionalización - Integración territorial

NUEVO ENTORNO POLÍTICO-INSTITUCIONAL • Constricciones Institucionales (sistema de

gobierno y régimen electoral) • Escenario electoral (estructura de la

competencia y sistema de partidos) • Escenario parlamentario (política de

alianzas)

INNOVACIÓN ORGANIZATIVA (nuevas prácticas

organizativas)

CAMBIO ORGANIZATIVO

(cambios en el liderazgo y coalición dominante)

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el balance de poder interno de la organización. No obstante, para que dicho proceso político conflictivo tenga lugar, la primera condición que se señala en dicho modelo es la presencia de un estímulo externo.

Un estímulo externo es un modificación ambiental normalmente inesperada que desequilibra la relación que existe entre la organización y el entorno, debido al empeoramiento de los términos de intercambio del partido con su entorno (Scott, 1961). Luego, se trata de un cambio ambiental lo suficientemente importante como para inducir externamente cambios sobre el sistema interno de un partido político, ya que despierta la necesidad, al menos en una parte de los miembros de la organización, de llevar a cabo transformaciones organizativas para que el partido funcione mejor.

Los estímulos externos incluyen numerosos factores identificados en la literatura como cambios ambientales importantes, ya sean de carácter político, económico o social: reformas constitucionales relevantes, alteraciones en la provisión de fondos, nacimientos de nuevos partidos relevantes, etc., y, sobre todo, cambios en el nivel de apoyo electoral de los partidos.24 Ahora bien, puesto que se piensa el cambio para el caso de partidos hegemónicos que pierden el poder, aquí el estímulo externo se relaciona forzosamente con la contingencia política que lleva a la pérdida del mismo; la cual se refiere habitualmente a una derrota electoral que da paso al establecimiento de la democracia. Lo que a su vez implica tener en cuenta otras dimensiones del entorno, que directa o indirectamente influyen sobre el proceso de cambio partidista. Pues éste, como consecuencia del estímulo externo recibido, se enfrenta a un nuevo entorno político democrático conformado por nuevas constricciones institucionales, así como por nuevos escenarios políticos en donde debe participar.

Por último, pero no por ello menos importante, se tiene en cuenta el pasado organizativo del partido, ya que los conflictos dentro del mismo que siguen al abandono del poder están, en gran parte, relacionados y condicionados por su historia previa, es decir, por las singularidades que haya tenido su origen y su consolidación organizativa posterior. No se ha de obviar que se hace referencia a partidos, en muchos casos, con una larga tradición política y desarrollo organizativo. Por lo tanto, se ha de tener en cuenta si

24 Algunos de estos estímulos son “universales”, ya que afectan a todos los partidos por igual: por

ejemplo, una reforma constitucional.

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ese pasado organizativo, vinculado a su origen y desarrollo como organización, presenta una serie de precondiciones favorables o no al cambio.

El modelo descrito debe ser visto como un esquema general para el análisis del cambio organizativo en partidos poshegemónicos. Su nivel de generalidad es necesario para abarcar la multiforme realidad de los distintos partidos. Sólo estudios posteriores de los diferentes tipos y casos de cambio partidista permitirán formular un modelo de análisis mucho más refinado. En todo caso, el presente constituye ciertamente el marco analítico en el que se apoya el estudio concreto del FSLN.

Los factores del cambio y desarrollo organizativo en partidos poshegemónicos

La propuesta teórica sostenida en estas páginas asume que el cambio y desarrollo organizativo de los partidos depende de una serie de factores que pueden ser agrupados en dos tipos fundamentales: los factores exógenos, que hacen referencia a aquellas variables externas a los partidos que influyen en su desarrollo organizativo; y los factores endógenos, relativos a la propia organización interna partidista. Como es obvio, el modelo general de cambio en partidos poshegemónicos previamente descrito incorpora ambos tipos de factores.

Los factores exógenos

Los factores exógenos responden a aquellos elementos del entorno que inciden en la evolución de los partidos. Se trata, por lo tanto, de variables que desde fuera de la organización partidista ejercen una influencia sobre su conformación y desarrollo. Siendo esto así, la cuestión clave está en determinar qué factores son efectivamente los que incorporan esa influencia sobre los partidos. Potencialmente al menos, los elementos del entorno que pueden influir en la estructura organizativa de un partido son numerosos. Sin embargo, no es menos cierto que los partidos adquieren sentido en referencia a un determinado contexto más inclusivo y específico, que en su caso tiene que ver fundamentalmente con el sistema político (como “medio externo”) en el que se encuentran encuadrados. Por eso, para el caso de partidos poshegemónicos, cobran especial relevancia los factores exógenos que nacen como consecuencia de su tránsito hacia la competencia política democrática. Esto es, aquellos que surgen del nuevo entorno democrático que enfrentan tras su salida del poder.

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En este sentido, y siguiendo a Panebianco (1995: 390), desde una perspectiva analítica, se puede dividir el entorno de los partidos en función; por un lado, de las constricciones institucionales y, por otro lado, de los escenarios políticos en donde los partidos participan e intercambian recursos (Panebianco, 1995: 390). Así, en primer lugar, los partidos están condicionados por el tipo de características institucionales del régimen político en el que se insertan. Todo partido político está influido por aquellos métodos, reglas y procedimientos mediante los cuales se regula la lucha por el poder y el ejercicio del mismo: lo que habitualmente conocemos como instituciones políticas.

Las instituciones políticas afectan a los partidos en tanto estructuran y disciplinan procesos de acción política y de toma de decisiones. Esto es así, porque no constituyen meros preceptos, sino estructuras de incentivos particulares. En palabras de Sartori (1994: 218) constituyen “estructuras de recompensas y castigos, de buenos alicientes y terribles castigos”. Envuelven, en definitiva, un conjunto de sanciones y premios y, por ende, establecen constricciones y límites, así como oportunidades o posibilidades de acción. Las instituciones definen el marco en el que tiene lugar la política: son las normas subyacentes del juego político (North, 1995; March y Olsen, 1997). Por ello, el entramado institucional en el que se circunscribe un partido incide en la configuración organizativa de éste.

Tres son los rasgos institucionales básicos que, en todo caso, se consideran relevantes para el objeto de estudio de la presente investigación: la legislación electoral y de partidos, el sistema de gobierno (parlamentarismo/presidencialismo), y la articulación administrativa del Estado (federalismo/unitario). Cada uno de ellos será explorado detalladamente en el capítulo 5, tanto desde un punto de vista teórico como empírico.

Ahora bien, junto con las constricciones institucionales, los partidos enfrentan escenarios de intercambio político frente a los cuales la organización no es inmune. En palabras de Panebianco (1995: 394), participan en distintas “mesas de juego” en las que extraen o intercambian los recursos necesarios para su funcionamiento. Por un lado, y dado que nos referimos a un entorno democrático, los partidos se desenvuelven en un escenario electoral que es aquel en el que tiene lugar la competencia partidista por la consecución de los votos. Por otro lado, participan en un escenario parlamentario, fruto de la correlación de fuerzas salida de los resultados electorales, en el que confrontan

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diferentes opciones de acción política, que pueden abarcar desde una fuerte oposición y confrontación al partido en el gobierno, hasta el colaboracionismo y el apoyo parlamentario.

Ambos escenarios condicionan la vida de los partidos. El escenario electoral en tanto remite a dos dimensiones del entorno especialmente significativas: la estructura de la competición electoral, y el tipo de sistema de partidos. Y el escenario parlamentario porque se relaciona con el potencial de coalición y “chantaje” que tiene a disposición el partido. Los dos escenarios son analizados de forma más completa, y atendiendo al caso del FSLN, en el capítulo 6.

Los factores endógenos

Los factores endógenos hacen referencia a aquellos aspectos que desde el propio partido inciden sobre su desarrollo organizativo. Se trata, en este caso, de variables que actúan desde dentro de la organización o que se relacionan con las características de la misma. Su inclusión en el modelo de cambio organizacional anteriormente establecido, parte de considerar, como ya se explicó, su influencia en la relación que se da entre el entorno y la organización de los partidos. La varianza en el nivel de transformación de los partidos es explicada así, no sólo por factores externos, sino también por los rasgos que caracterizan su dinámica interna.

Se distinguen dos tipos de factores endógenos: “internos”, referidos a las características internas del partido que influyen sobre el comportamiento de la organización; e “históricos”, producto del origen y del legado organizativo pasado del partido. Los internos son, respectivamente, la estructura y las normas formales e informales, el faccionalismo, que apela a la cohesión interna de la organización, la institucionalización, y la integración territorial de las distintas unidades del partido. Los históricos, cuya relevancia ya fue discutida, refieren a las características organizativas establecidas en el momento de la fundación de un partido (origen territorial, procedencia organizativa, tipo de liderazgo, carácter revolucionario, reformista o reactivo de la organización), así como a las desarrolladas a lo largo de su evolución histórica (desarrollo de incentivos colectivos o selectivos, homogeneidad y heterogeneidad organizativa, configuración del poder interno, etc.). Todos estos factores se examinan específicamente en los próximos capítulos.

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