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ANDRÉS ACOSTA- OLFATO Lo indudable es que la ballena no tiene olfato. ¿Para qué lo necesita? Bajo las aguas del mar no hay rosas, ni violetas, ni agua de colonia." HERMÁN MELVILLE en Moby Dick "Manchas de sangre en tus dientes. Muerde, mastica, succiona lejos de las partes tiernas..." TRENT REZNOR (NINE INCH NAILS) en The Downward Spiral Prólogo Hoy, 10:04 PM Mi nombre es Fulvio, tengo diecisiete años y soy un vampiro. Esto mis papas no lo saben. Hay muchas cosas de mí que ellos no saben. Mi papá es diplomático y mi mamá es académica. O lo que es lo mismo: mientras mi papá arregla asuntos consulares en Berlín, mi mamá está en un congreso de bioética en Helsinki y yo finjo que llevo una vida normal en la ciudad de México. —Wie geht's, Fuivio? —saluda mi papá por Skype; no logra desprenderse del alemán fácilmente—. Te veo un poco pálido, ¿seguro estás comiendo bien? —Sí, papá, no te preocupes. Es tu monitor, que está mal calibrado. En cambio, su cara se ve roja y grande en la pantalla de mi laptop. Debe de ser por tanta salchicha y cerveza. Si mi papá supiera lo que sucede aquí, se le acabaría de caer el pelo. — ¿Mal calibrado? ¡La tecnología alemana es la mejor!

Andres Acosta-Olfato

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gran novela sobre vampiros que vale la pena leer(no es tipo crepúsculo esta si es una novela de vampiros seria)

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Page 1: Andres Acosta-Olfato

ANDRÉS ACOSTA- OLFATO

Lo indudable es que la ballena no tiene olfato. ¿Para qué lo necesita? Bajo las aguas

del mar no hay rosas, ni violetas, ni agua de colonia."

HERMÁN MELVILLE en Moby Dick

"Manchas de sangre en tus dientes. Muerde, mastica, succiona lejos de las partes

tiernas..."

TRENT REZNOR (NINE INCH NAILS) en The Downward Spiral

Prólogo

Hoy, 10:04 PM

Mi nombre es Fulvio, tengo diecisiete años y soy un vampiro. Esto mis papas no lo

saben. Hay muchas cosas de mí que ellos no saben. Mi papá es diplomático y mi mamá

es académica. O lo que es lo mismo: mientras mi papá arregla asuntos consulares en

Berlín, mi mamá está en un congreso de bioética en Helsinki y yo finjo que llevo una

vida normal en la ciudad de México.

—Wie geht's, Fuivio? —saluda mi papá por Skype; no logra desprenderse del alemán

fácilmente—. Te veo un poco pálido, ¿seguro estás comiendo bien?

—Sí, papá, no te preocupes. Es tu monitor, que está mal calibrado.

En cambio, su cara se ve roja y grande en la pantalla de mi laptop. Debe de ser por

tanta salchicha y cerveza. Si mi papá supiera lo que sucede aquí, se le acabaría de

caer el pelo.

— ¿Mal calibrado? ¡La tecnología alemana es la mejor!

—Después de la japonesa, papá.

Cada semana nos conectamos sin falta para platicar quince minutos. Es todo lo que su

agenda le permite. La charla generalmente acaba con alguna llamada que le hace su

secretaria privada o con una discusión sobre tecnología.

Antes de terminar le pido que me envíe por valija diplomática la edición especial del

último disco de Rammstein. Él protesta diciendo que cómo pueden gustarme esos tipos

asquerosos, pero, como siempre, acabara por enviármelo. Eso es mas fácil que venir

hasta acá a pasar un fin de semana conmigo.

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A veces extraño a mis papas. Pero justo en estos momentos me alegro de que no estén

aquí.

Ah, mi nombre es de origen latino y significa «el de cabellos rojos», por aquello de que

a los romanos les daba por ponerle apodos a la gente según su apariencia. Nunca supe

porqué me pusieron así: por supuesto que yo no tengo el cabello rojo. Aunque no deja

de parecerme irónico, porque el rojo es el color al cual yo estaba predestinado de una

manera muy distinta.

Ahora estoy en apuros y a la media noche debo enfrentar mi destino. Acabo de hacer

un pacto que no puedo romper...

Capitulo I Primera Parte: Como Me Hice Vampiro

pfulwio

Faltaban menos de 3 semanas para que cumpliera 17 años y había llegado del

aeropuerto de Berlín después de viajar 18 horas con todo y escala a Fráncfort. Una

mujer de traje sastre, alta, de cabello negro y ojos verdes, sostenía un cartel que trate

unos segundos de comprender.

Así le había sonado mi nombre. Me acerqué a ella con mi mejor sonrisa, a pesar de las

horas de vuelo y del interrogatorio del agente aduanal, convencido de que yo trataría de

quedarme a vivir en la Unión Europea porque mi papá vivía ahí. Lo bueno fue que el

asunto se aclaró cuando le dije que él era diplomático, y entonces no dudó en

estamparme el sello de entrada.

Mi papá no tenía tiempo ni para ir a recogerme al aeropuerto a pesar de no habernos

visto desde hacía meses. En vez de eso mandó a su secretaria particular, Katherine. A

ella le chocaba tener que ir por un desconocido cuando tenía tanto trabajo, o

normalmente era así de seria; a cada rato sonaba su BlackBerry y ella ladraba algunas

palabras.

Fuimos al estacionamiento por su automóvil, un Mercedes Benz negro. Cuando le

pregunté el modelo me contestó que si me interesaban los Mercedes, ella podía

agendarme una visita a Stuttgart, la ciudad alemana donde los fabrican. Yo sólo le

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había preguntado el modelo para hacer plática, pero ella ya quería llenar mi agenda

inexistente de visitas guiadas. No, gracias. Permanecí callado el resto del viaje.

Me depositó en la residencia adjunta de la embajada para que me refrescara un poco

mientras llegaba la hora de comer con mi papá. La residencia es un pequeño edificio de

departamentos donde se alojan algunos funcionarios, una especie de hotel con

acabados minimalistas. Me di un regaderazo y me cambié de ropa. Al salir del baño,

sonó el teléfono y contesté. Era mi papá. Dijo que nos veríamos en el restaurante

donde Herbert von Karajan, el famoso director de orquesta, solía comer cuando estaba

en Berlín. Mi papá, siempre tratando de llevarme por el camino de la buena música.

El restaurante resultó tan tradicional como lo había imaginado. En las paredes colgaban

fotos autografiadas de Karajan, Kiri Te Kanawa (la soprano de Nueva Zelanda) y

Pavarotti, entre muchos otros.

— ¿Qué te parece? —dijo mi papá señalando las fotos.

—No veo la de Nina Hagen.

— ¿Quién es Nina Hagen?

—Una alemana, ex cantante de ópera, que se volvió punk. —Mira, Fulvio, en este país

sí se hace música de verdad. — ¿Sabías que Karajan era austríaco?

—Por supuesto.

— ¿Y que Mozart también?

— ¡Claro, Fulvio, estuve en su casa natal, en Salzburgo! ¿Pero qué dices de Bach y de

Beethoven? ¿Qué pero les pones? ¿Te parecen poca cosa?

—Beethoven murió en Viena.

A mi papá no le hicieron mucha gracia mis comentarios y llamó al mesero para

preguntar por la especialidad del día. Escogió para mí el pescado que solía pedir su

admirado Karajan y yo acepté a regañadientes. El cocinero se acercó con un fogón

para preparar el pescado frente a nosotros. Mi papá estaba rojo y decidí no hacerlo

rabiar más. Después de todo, él se estaba esforzando, y yo también debía poner algo

de mi parte, como me aconsejó mi mamá por teléfono la noche anterior: «Te conviene,

te tiene preparada una sorpresa». ¿A qué se referiría? Tenía que ser algo bueno. Mi

papá, a su manera es esplendido solo esperaba que la sorpresa no fuera ese pescado

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que ya me estaban preparando frente a la mesa; era tan fresco que haya lo sacaban de

una enorme pecera que había en el fondo del restaurante.

Mira, Fulvio, le tengo un regalo sorpresa para tu cumpleaños. Lo estuve pensando

mucho tiempo. Me acorde de cuando yo cumplí 17 años y, bueno, en realidad me

asesore con gente mas joven para no fallarte.

Hice cara de sorprendido mientras masticaba mi pescado. No me gustó esa carne

blanca y salada tan sin chiste, yo deseaba más bien un buen trozo de carne. Un buen

pedazo, poco delicado, poco culto, de res sangrante. Ahora que lo recuerdo, no sé si

sería una especie de premonición de lo que ocurriría tan solo una semana después.

A una indicación de mi papá, el mesero le trajo una caja bastante grande y me la dio.

Yo la abrí preguntándome que cosa podía ser. ¡Una mochila! ¿Una mochila era la gran

sorpresa? ¿Acaso mi papá se había vuelto loco? ¿Pensaba que había ido hasta

Alemania para impresionarme por una mugrosa mochila?

—Eeeh, ah, gracias, papá, no te hubieras molestado; está muy bien para acampar.

—Fulvio, te regalo medio mes de mochilero. La experiencia deberá servirte de algo.

Katherine te está haciendo un itinerario para que regreses aquí el día de tu cumpleaños

y te celebremos antes de que vuelvas a México.

—Das ist wunderbar!, como dicen aquí, ¡de pelos! Pero, papá, un solo favor: yo puedo

hacer mi propio itinerario.

—Bueno, ya lo veremos. Ya lo veremos.

Capítulo 2 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

¡TENÍA quince días para viajar a mi gusto por Europa! De veras que el regalo de mi

papá prometía ser el mejor de toda mi vida. Lo único que debía conseguir era

deshacerme de Katherine. La busqué temprano al día siguiente y, por la cara que puso,

no le gustó nada que quisiera insurreccionarme: ya me había organizado buena parte

del itinerario. Le dije que yo quería escoger mi propia ruta, que no me interesaba ir a

Francia sino a la Europa del Este.

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— ¿Qué vas a hacer en e) este cuando puedes recorrer Alemania, Austria, Suiza y

Francia? Si acaso, puedes ir a Praga, pero... ¿el este?

Para ella era una locura que yo desperdiciara el tiempo en esos países en los que solo

me esperaba la decadencia, aunque, por otro lado, noté que la aliviaba la posibilidad de

olvidarse de mí. Llegamos a un acuerdo: yo cumpliría al menos con los primeros días

de su itinerario y los demás iría a donde quisiera.

A mediodía Katherine me dejó en la estación de trenes y se fue lo más rápido que pudo.

¡Al fin solo! Los primeros días estuve en Leipzig, Viena y Zúrich. Ella me había

reservado tres hoteles demasiado lujosos para mi gusto y me dio coraje pensar que

habría podido gastar ese dinero en algo mejor. Es cierto que en Viena me deleité con el

Museo Criminal y su exposición de asesinos seriales, y que en la universidad de Zúrich

contemplé de cerca un antiguo maletín de ojos de vidrio y un maletín de instrumentos

para operar del siglo XIX, que más parecían herramientas de tortura, pero finalmente

era un tipo de viaje que yo no quería hacer.

En vez de quedarme a dormir en Zúrich y continuar a la mañana siguiente hacia

Francia, como Katherine quería y mandaba, fui derechito a un café internet para hacer

las cancelaciones necesarias, y de paso también compré un boleto para un concierto de

Lacrimosa en Budapest para el día siguiente. Así de fácil cambié mi destino, aunque no

me imaginaba adónde iba a ir a parar.

Del café salí volando a la estación de trenes y tomé el nocturno a Budapest. Dormí

mejor y más profundo que las noches anteriores en los dichosos hoteles de lujo. Dentro

de la cabina me quité las botas y pude estirar los pies hasta el asiento de enfrente

porque estaba vacío. Tuve una cama casi perfecta, y sin pago extra.

Al llegar a Budapest una abuela me despertó a gritos, pero yo le contesté con una

sonrisa porque empezaba a sentirme libre, como un verdadero mochilero, sin

reservaciones, sin ruta definida. Después de todo, mi papá era un genio. Fui a la

ventanilla de la casa de cambio y compré algunos florines y un mapa.

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Cuando salí a la calle, de inmediato me atrapó la atmósfera un poco lúgubre de la

ciudad y decidí ir a pie hacia el lugar donde más tarde iba a ser el concierto, el Szimpla

Kert, en la calle Kazinczy, en el Centro. Paseé por la avenida Andrássy y me detuve en

un café llenísimo, donde desayuné pan y un capuchino señalándoselos a la cajera,

pues ella no entendía inglés. Era la primera vez que de piano recurría al dedo para

comunicarme, y fue divertido. Encontré un hostal barato y dejé mi mochila en uno de los

casilleros. Al llegar a la dirección del Szimpla creí que me había equivocado: el lugar

parecía una fábrica abandonada Pensé que me habían estafado por internet y no tenía

ni a quién reclamarle mi dinero.

La carcomida puerta del edificio se abrió y salieron algunos chavos hablando a gritos.

Antes de que se cerrara la puerta alcancé a ver gente y me metí.

Adentro descubrí una nave industrial dividida en ambientes distintos con un gran jardín

al centro. Había para escoger y me decidí por la Elektricjungle, una cafetería con viejos

aparatos amontonados junto a las paredes: radios como de la época de la Segunda

Guerra Mundial, televisores de bulbos y grabadoras de carrete; aparatos enormes, pero

que se veían pequeños dentro de la antigua fábrica.

Un grito me hizo voltear hacia el jardín.

—Besh O Drom, Besh O Drom ¡Fantasztikuss!— exclamaba un chavo como de

dieciocho o diecinueve años, de chamarra negra de cuero, acompañado de otro con

corte de príncipe valiente y una chica muy blanca y ojos oscuros que vestía una

camiseta con el arlequín en blanco y negro de Lacrimosa.

Ellos habían llegado tan temprano como yo al concierto. Se sentaron en una mesa

cercana a la mía (en realidad era una consola de grabación con un cristal encima), y el

chavo de chamarra negra se me quedó viendo. Una mesera se acercó a tomar mi orden

y traté de explicarle que quería comer algo con carne, pero no me entendía. Estaba

muerto de hambre y ni el inglés ni el alemán me sirvieron de nada. No había una res

cercana para señalar con el dedo.

De pronto el chavo de chamarra negra se levantó de su mesa y caminó hacia mí:

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— ¿Come vai, ragazzo? ¿Parli italiano?

Capítulo 3 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

NO ERA la primera vez que me confundían con Italia no. Edin, que así se llamaba el

chavo, sirvió de intérprete con la mesera; cuando supo que era mexicano y estaba en

Budapest por el concierto de Lacrimosa, me invitó a sentarme a su mesa. Nos

comunicamos en inglés.

—Mira, te presento a Draga y a Kemal.

Draga saludó un poco seria, en cambio Kemal fue muy expresivo.

— ¿Ustedes son de aquí? —pregunté.

No, Kemal y yo somos bosnios y Draga es croata, pero los lies vivimos en

Sarajevo.

— ¡Huy, Sarajevo! —dije sin querer, porque me sonó como uno de esos lugares de los

que solo se escuchan noticias truculentas.

—Está a la vuelta de la esquina —dijo Edin con toda naturalidad.

— ¿Qué era eso de besito... beshodrom que gritabas hace rato?

—Es una frase de los gitanos húngaros. Se refiere a cuando, después de varios

intentos, consigues controlar las riendas de tu brioso caballo y puedes seguir tu propio

camino, el camino que tú quieres seguir —dijo Edin con un tono de voz emocionado—.

Ah, la sabiduría de los gitanos. ¡Ellos sí que saben cómo vivir!

Eso me gustó, Edin era bueno para platicar y tenía un inglés fluido. En cambio a Kemal

le costaba trabajo construir bien sus oraciones y las remataba siempre con un ¿Yunó

guaramín?; era medio chistoso verlo con su peinado de príncipe valiente, repitiendo a

cada rato ¿Yunó guaramín?, ¿yunó guaramín?

Draga era otra cosa. Al principio me dio la impresión de que no hablaba mucho porque

Edin era el líder de su grupo. Ella se limitaba a asentir cuando él hablaba y nunca lo

contradecía, igual que Kemal.

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Como Edin insistió en pagar mi comida, les propuse ir por una cerveza para

corresponder a su hospitalidad. Nos cambiamos a otro de los espacios del Szimpla, con

un ambiente distinto, de paredes descascaradas y luz negra.

En ese bar pasamos una tarde memorable. Fue llegando más y más gente que iba al

concierto y aquello se convirtió en un verdadero desfile de moda gótica. Entre más

tarde, más extravagante era la gente que llegaba: chavos luciendo incrustaciones de

titanio en la cabeza, debajo de la pid y con forma de cuernos o de picos de cocodrilo;

chavas con peinados de hasta treinta centímetros de altura; gente con sombreros de

copa y uno que otro con piercings hasta en el cerebro. Sí, piercings que se insertan a

través del cráneo y hacen contacto con una zona de la masa encefálica, de manera que

cuando mueves la punta del piercing con el dedo, se produce una sensación de euforia

sin necesidad de consumir ninguna droga.

A diferencia de México, en Europa no había tenido ningún problema para que, como

menor de edad, me sirvieran una cerveza, pero tampoco había visto a nadie ponerse

estúpido. Las prohibiciones solo sirven para que se te antojen más las cosas. Ahora

que tenía la libertad de hacer lo que quisiera, no me apetecía emborracharme, al

contrario, quería saborear cada trago, porque si hay una cerveza que valga la pena

saborear es la europea. Además, prefería disfrutar el concierto en mis cinco sentidos

para no perder detalle.

Por fin llegó la hora y, sin hacer más introducción que aparecer en silencio en el

escenario, bajo una luz tenebrosa, Tilo Wollí, con su voz de lija, y Anne Nurmi, en su

papel de belleza helada, abrieron con Copycat:

Come a little bit closer/ Acércate un poco más

And hear what I' ve got to say / Y escucha lo que tengo que decir

Burniny words of anger/ Ardientes palabras de cólera

Ofhate and desperation / De odio y desesperación

Como si Draga despertara de un sueño, como si todo el tiempo anterior hubiera estado

dormida, la vi cargarse de energía. No era solo que la música la poseyera, sino que la

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combinación entre la música y la noche la volvían a tu vida: una vida que estaba dentro

de ella de manera latente. Draga era otra y bailaba junto a mí agitando arriba y abajo su

cabellera negra. Se veía verdaderamente preciosa. Creo que me quedé viéndola como

tonto durante una eternidad.

Edin y Kernal sonreían y gritaban exageradamente. Eran los más escandalosos del

público. Me dio un poco de vergüenza estar con ellos, pero gracias a su habilidad

habíamos conseguido un lugar hasta adelante, así que valía la pena. Incluso alcanzaba

a ver las costuras de las botas de látex de Anne Nurmi y las patas de las arañas de los

tatuajes de Tilo, De vez en cuando volteaba a ver a Draga y en una de esas quedamos

mirándonos frente a frente. Era como si nos viéramos por primera vez. Antes ella era un

maniquí y ahora estaba viva. Me sonrió y yo correspondí con una sonrisa de bobo. De

pronto, escuché la penetrante voz de Edin en mi oído izquierdo:

—Ella solo vive en la música. Esta es tu oportunidad.

No sentí cuando Edin se puso detrás de mí. Como no había butacas sino sillas

plegables y todos estábamos de pie, ni si quiera noté que Edin me había visto

babeando por Draga.

Su actitud me confundió. Yo pensaba que Draga era su novia. Tal vez no lo era, o tal

vez me estaba tendiendo una trampa para acabar moliéndome a palos. Debía irme con

cuidado si en algo apreciaba mi trasero. No conocía a Edin lo suficiente para saber si

no resultaba un tipo violento. Quién sabe qué clase de chavos eran en realidad esos

bosnios.

En el escenario, Tilo Wolff comenzó a cantar a cápela

«Alleine zu Zweit» / «Solos los dos»:

Am Ende der Wahrheit / Al final de la verdad

Am Ende des Lichls / Al final de la luz

Am Ende der Liebe/ Al final del amor

Am Ende —da stehst Du / Al final, estás tú

Y entonces Draga me tomó de la mano. Se me erizó el cuello y por un momento no

supe qué hacer. ¿Nunca has deseado algo tanto que cuando de pronto se cumple ya

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no sabes nada de nada? Dejé de pensar si ella era o no la novia de Edin y simplemente

gocé el momento.

Tilo llegó a la parte del estribillo:

Tanz —meine Liebe— tanz / Baila, mi vida, baila

Tanz mit mir / Baila conmigo

Tanz mit mir noch einmal / Baila conmigo una vez más

El concierto alcanzó su cima y Draga y yo bailábamos como locos, agitando la cabeza

como si quisiéramos que se nos zafara, igual que todos los headbangers que nos

rodeaban. De veras que había valido la pena ir a Budapest para ver a Lacrimosa. De

pronto, en el momento menos oportuno, recordé que debía llamar a mi papá para

avisarle de mi cambio de planes.

Bueno, eso podía esperar.

Capítulo 4 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

—EL INFIERNO del Metal está en la escena subterránea de los Balcanes, no en

Escandinavia, Alemania, ni Estados Unidos, Fulvio. Nunca antes existieron grupos de

tanta calidad dedicados a sacarles ese brillo plomizo a los infinitos matices del Metal —

dijo Edin—. La diferencia es que no se conocen en Europa del Oeste y mucho menos

en otras partes del mundo. Olvídate de Lacrimosa y de Therion, en Bosnia vas a

conocer lo que es el Metal.

Habíamos estado discutiendo en dónde se daba el mejor Metal y llegamos a un callejón

sin salida. Yo decía que en Escandinavia, Edin insistía en algo que yo ni siquiera había

escuchado nunca.

— ¿Metal en Bosnia?

—Claro, Fulvio, ¿tú también eres de los que creen que solo en el oeste tienen derecho

a hacer buen Metal? —Edin se había puesto serio. Vi una gota de sudor en su frente—.

¿Vas o te quedas?

—El problema es que no tengo visa para Bosnia.

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—No creo que la necesites. Además, no les vamos a preguntar. ¿Para qué? Si vienes

con nosotros nadie se va a imaginar que eres mexicano, mientras no hables. Si alguien

nos llega a parar, que lo dudo mucho, nosotros hablamos por ti.

Si mi papá hubiera sabido que yo tan siquiera pensaba en poner un pie dentro los

Balcanes, seguro se infartaba. En Alemania ya están acostumbrados a los turcos

(aunque todavía hay quienes los miran de reojo), pero muchos de plano no toleran a los

serbios ni a los bosnios, en especial si son musulmanes.

Por otro lado, aunque creía que Edin y Kemal exageraban al ubicar el Metal bosnio

como el mejor del mundo (¿mejor que el escandinavo?, ¡cómo, cómo!), sabía que

jamás tendría otra oportunidad de penetrar en las entrañas de algo tan exótico para mí.

Bastó una mirada de Draga para que me decidiera a ir por mi mochila al hostal. Cinco

minutos después ya viajaba en la camioneta de mis nuevos amigos, con Therion a todo

volumen interpretando Carmina Burana y oyendo el ¿yuná guaramín? de Kemal.

Edin iba al volante. Kemal era el copiloto, y cada vez que se reía golpeaba la guantera.

Atrás íbamos Draga y yo. Ella tenía el control de la música a través de su iPod de 80

gigas, en el que traía una verdadera enciclopedia del Metal.

Por la carretera fuimos escuchando su tesoro. Solo Draga sabía distinguir las, a veces

muy sutiles, diferencias entre Heavy Metal, Trash Metal, Gothic Metal, Doom Metal,

Sym-phonic Metal, Black Metal, Dark Metal, Death Metal, Epic Metal, Suicidal Metal,

Avantgarde Metal y Pagan Metal. O algunos subgéneros, fusiones propias de

conocedores, como Folk Atmospheric Dark Metal, Melodic Black Metal o Black Speed

Metal. Aunque también había Nu, Industrial y Groove. ¡Un mundo de Metal en su

reproductor!

Capítulo 5 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

Y PENSAR que mi papá siempre quiso llevarme por el camino del bien musical. De

bebé me ponía a Mozart, en la primaria a Haydn y en la secundaria a su adorado

Schubert. Ah, porque cada vez que mi papá conseguía un disco nuevo de Schubert la

casa retumbaba con la voz del barítono desgajando El canto del cisne o El viaje de

invierno.

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Su error fue haberme presentado un día a un músico que me sacudió con su potencia,

sus riffs... ¡Perdón!, en la música clásica no se dice riff, sino ostinato, o sea, la

repetición necia, testaruda, de una frase musical. Su gravísimo en ni lúe ponerme una

tarde a escuchar los trítonos que muchos años después Black Sabbath retomaría para

forjar el Metal» el Metal original. Me refiero a ese polémico músico acusado de ideas

nazis llamado Richard Wagner, autor del ciclo de óperas El anillo de los nibelungos, que

narra la lucha, llena de codicia y traiciones, por obtener un «millo con poderes mágicos.

Así fue como esa tarde, mientras escuchaba sus óperas, tomé la decisión más

importante de mi vida.

Cuando le dije a mi papá que terminando la prepa iba a estudiar música, primero se

puso serio; no era difícil ver en su cara lo que pensaba: «Yo quería que fueras abogado

0 diplomático, Fulvio. Te he puesto tanta música para que tengas cultura, no para que

te dediques a ella». Pero haciendo de tripas corazón dijo:

—Muy bien, Fulvio. Si ya decidiste ser músico, entonces sé el mejor músico.

Ahora mismo te voy a buscar unas clases particulares en lo que entras al Conservatorio

Nacional de Música... No, creo que ahí no te vayan a admitir porque ya estás muy

grande. ¡Tendrías que haber empezado desde niño!

—Se puede hacer un propedéutico para entrar. Pero yo quiero ir a la Nacional de

Música. Está bien para empezar.

—Bueno, y luego te vas a Europa a especializarte... No, pensándolo bien, tengo un

amigo que te puede recomendar con el director del conservatorio.

Déjame encontrar su teléfono... Mmmb, por aquí está.

Antes de que mi papá se fuera a Berlín con su nuevo nombramiento, comí con él y

tuvimos otra conversación:

— ¿Y cómo va la música?

—Tengo que confesarte que a mí me lo que me gusta es el Metal

— ¿La trompeta o la tuba?

—No, papá. No me has entendido.

—No me digas que el trombón.

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—No, papá. Me gustan el Metal gótico, el atmosférico y el sintónico.

—No te entiendo.

—Escucha —le di a mi papá mis audífonos y apreté el play.

— ¿Qué cosa es esto? —dijo él después de escuchar menos de un minuto.

—Metal sinfónico.

—No me hagas reír, Fulvio. Esto es música clásica abaratada. Un poco de Bach

trasnochado, guitarrazos, una voz guarra y ya.

— ¡No, papá! Si Wagner hubiera nacido hoy tal vez tocaría en uno de esos grupos.

— ¡Wagner!, no me digas. ¿Sabes cuántos años tardó en componer El anillo de los

nibelungos? —Lo sé perfectamente, — ¡Diez más de los que tú has vivido sobre la

Tierra!

Capítulo 6 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

RECORDÉ aquella conversación mientras escuchaba la música que Draga escogía

ahora: un Metal cada vez más lento y oscuro. De las bocinas de la camioneta salían

puro piano y chelo. La música terminó por esfumarse sin que me diera cuenta, como si

nunca hubiera sonado.

Ya era de madrugada y Edin reclinó la cabeza sobre el volante. Kemal le gritó al oído

algo en bosnio, él levantó la cabeza bruscamente y volanteó riéndose.

Draga estaba dormida y ni se dio cuenta. Yo miraba por la ventanilla medio hipnotizado

por el movimiento y no reaccioné tan rápido como Kemal cuando vi de reojo que Edin

se había acostado en el volante. Edin siguió manejando muy risueño y platicados

aunque su voz se escuchaba un poco ronca» No me enteré si había sido una broma o

si estuvimos a punto de matarnos, con Edin no se sabía bien.

Pasamos frente a un motel y propuse que descansáramos ahí. Edin dijo que estaba

bien y casi tuvimos que bajar cargando a Draga. Tomamos una sola habitación. Mis tres

amigos se dejaron caer sobre la misma cama sin quitarse ni los zapatos y yo tomé un

sillón.

En algún momento tenía que hablar con mi papá y decirle que no estaba recorriendo los

Campos Elíseos ni tomando café en la torre Eiffel. Sino que compartía cuarto con unos

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semidesconocidos en un motel perdido de una carretera de Croacia. Sí, seguramente al

día siguiente le llamaría a mi papá para contarle mi imprevisto cambio de planes y

platicarle de mis nuevos amigos bosnios. Seguro que sí. Él lo tomaría de lo más natural.

Pensando esto me quedé dormido y soné con una escena de lo que parecía una ópera

de Wagner.

En el sueño, lucho contra un enemigo a quien no logro verle la cara. Tengo una espada

larga y con poco filo, mientras mi adversario usa una corta y muy filosa, como daga.

¿Cuál de las dos armas será la mejor?, pienso. Pero no hay tiempo para reflexionar,

debo actuar al instante. Traigo tanta furia dentro de mí que me lanzo con todo a pelear

y consigo sacarle el mejor provecho a mi espada, acorralando a mi enemigo. Cuando

estoy a punto de herirlo en el cuello, veo al fin su rostro y... no lo puedo creer: ¡soy yo

mismo!

Capítulo 7 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

PARA el desayuno solo conseguimos unos huevos duros tríos, no muy frescos, y

comencé a pensar que tal vez había cometido un error al ir con mis amigos nuevos a

perseguir algo que no existía; el mejor Metal del mundo, ¡ja, sí, cómo no! Nadie estaba

de buen humor, excepto Edin, que ya fumaba su primer cigarro del día. Por un

momento pensé dar las gracias y regresar a Budapest para tomar el tren a Paría, Tal

vez Katherine y mi papá tenían razón y en el este no había nada que ver.

Edin pareció adivinar mis pensamientos porque dijo:

—Espera un poco, Fulvio, aún no has visto nada. No hemos llegado a

Sarajevo. Tienes que verlo con los ojos bien abiertos —y me tendió una taza de café

exprés que por lo menos me despejó la cabeza.

Subimos de nuevo a la camioneta y Draga animó el camino con algo de Melodic Metal

bosnio, para que se me fuera antojando: unas piezas a cargo de Ormus y Morlipher.

Draga estaba despierta y sonriente de nuevo. Era verdad lo que Edin había dicho

acerca de ella, que solo vivía en la música. Y yo también. Gracias a la música, las

cosas comenzaron a fluir de nuevo con ligereza, a rodar como las llantas de la

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camioneta en la que avanzábamos entre la espesura verde del camino, al lado del río

Miljacka.

No exagero, la entrada a Sarajevo fue espectacular. La carretera se elevó por una

ladera y rodeamos una montaña; poco después apareció la ciudad abajo, en el valle,

llena de casas con techos de dos aguas y de tumbas blancas. Sí, una cantidad increíble

de sepulcros radiantes bajo el sol, porque durante los años noventa un estadios de

fútbol y muchos parques se convirtieron en cementerios para alojar a tantos muertos.

—Todos tenemos al menos un muerto en la familia gracias a la guerra del noventa y

dos —dijo Edin.

—Lo siento.

—No te preocupes, Fulvio, ¿quién no se muere?, ja, ja. Solo los lampires.

— ¿Los qué?

—Los mullos,

— ¿Qué son mullos?

—Los vampiros gitanos se llaman mullos.

—Y los vampiros bosnios son lampires, ¿yunó guara-mín? —terció Kemal volteando la

cabeza hacia mí desde su asiento de copiloto.

—Mira, Fulvio, los lampires son una leyenda en Bosnia —explicó Edin—. En el campo

aparecía una vaca muerta, desgarrada y seca de sangre, y los campesinos decían que

se la había chupado un lampir. Eso es algo muy antiguo. Vino la Primera Guerra

Mundial y murió mucha gente, luego empezó la Segunda Guerra Mundial y luego hubo

más y más guerras. Como se suponía que los lampires del campo no mueren, la

leyenda terminó por emigrar a Sarajevo: algunas personas de la ciudad iban al campo,

buscaban a un lampir para que las mordiera, ¡y así ya no se morían!

—Parece el tema de una ópera Metal.

Draga manipuló su iPod y empezamos a escuchar The Metal Opera, de Avantasia,

mientras bajábamos a Sarajevo por la avenida Mese Selimovica.

A esta Je llaman la Avenida de los Francotiradores. Le pusieron así porque en la guerra

del noventa y dos los si-i bios le disparaban a cualquier persona que se atreviera a

cruzar por aquí, aunque fuera civil; incluso hubo muchos niños muertos. Imagínate,

Page 16: Andres Acosta-Olfato

desde estos edificios que ves y desde las montañas te disparaba el monstruo de las

cumbres: los francotiradores. ¡Puní, pum, puml — Era mejor no cruzar.

—Había que hacerlo si no querías morirte de hambre, de sed o de frío. Si tenías suerte,

pasaban unos Cascos Azules de la ONU y te dejaban subir a su carro blindado para ir a

onseguh leña o comida.

—Pero también tenías que correr cuando ibas de una casa a otra y atravesabas una de

las llamadas esquinas de la muerte. De hecho, murió más gente baleada que

bombardeada. Te tiraban como a los conejos, ¡pum! Había gente que corría con una

cacerola o un sartén en la cabeza contó Draga.

—O hasta con cartones, como si eso fuera a detener a las balas, ja, ja — remató Edin.

—Yo tengo una tía que guarda un abanico que le perforó una bala, ja, ja, ja.

Las balas entraban por las ventanas de la casa de cualquiera sin avisar. Mi tía estaba

sentada en su sala abanicándose y, ¡pum!, una bala atravesó su abanico, ¿yunó

guaramín? —dijo Kemal.

Edin contó que durante la guerra del noventa y dos a alguien se le ocurrió publicar una

guía para sobrevivir (y también para morir) en Sarajevo. En ella proponían a la capital ilr

Bosnia como escenario de la quinta parte de Mad Max y decían que el souvenir más

popular para los turistas era un poco de metralla. La guía, que resultó todo un éxito,

también traía mapas que señalaban las esquinas donde era más probable ser baleado

y consejos para conseguir agua y comida sin acabar como coladera.

¿Qué tipo de gente es esta, pensé, capaz de producir en plena guerra un libro tan

irónico y a la vez tan práctico?

Pasamos frente una tienda que exhibía en la vitrina una camiseta: «Yo sobreviví a

Sarajevo», y Kemal la señaló gritando « ¡Hey!, ¿yunó guaramín? ››, y los cuatro nos

carcajeamos. Nos estábamos riendo de algo tan terrible y me sentí tomo en casa. En

México hay una tragedia y al día siguiente oyes diez chistes diferentes sobre el tema.

Parece que a los hacedores mexicanos de Chistes les pagan no nada más para que

sean ingeniosos, sino para trabajar rapidísimo. El humor negro de mis amigos bosnios

era muy parecido al mexicano. En cambio, a los alemanes no les hubiera resultado

nada simpático burlarse de un asunto tan serio como la guerra.

Page 17: Andres Acosta-Olfato

Atravesamos el Nuevo Sarajevo, con edificios altos y modernos; bajamos al centro por

Obala Kulina y así llegamos a la parte antigua de la ciudad, que para mí tenía más

atractivo. Entramos por ía calle Kovaci y cuando nos apeamos me alegré de que mis

amigos vivieran allí: un hernio so edificio neoclásico. Edin me enseñó las marcas de las

balas, repartidas a lo largo y ancho de la fachada. El recibidor era amplio y oscuro. Me

pareció tan acogedor como si hubiera llegado a mi propia casa.

Capítulo 8 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

DRAGA, Edin y Kemal compartían un departamento en la azotea del edificio.

A pesar de que no era muy grande, los techos eran altos y lo mejor de todo, había para

ellos solos una terraza con un asador. Edin y Draga cocinaron para mí mientras Kemal

sólo hablaba y hablaba en bosnio, abrazando a cada rato a sus amigos, y cuando se

acordaba de mí repetía su ¿yunó guaramín?y también me abrazaba.

Probé el cevapcici, que son unos molotes de carne molida de cordero a las brasas; el

djuvec, arroz con verduras, y un pan plano llamado lepinja. No nada más los probé sino

que me serví un segundo plato y hasta un I ir cero. No había comido así desde que pisé

Europa. Ni siquiera el pescado favorito de Karajan estuvo tan exquisito. Edin estaba

decidido a quitarme el mal sabor de boca del desayuno.

Para complementar el banquete escuchábamos un demo, una primicia de un grupo

turco de Melodic Folk Black Metal: Sorg Uten Tarer.

—Te tengo una gran noticia, Fulvio —dijo Edin.

— ¿Me van a cocinar una cena tan buena como esta comida?

—Algo mejor: ¡hoy empieza el Bosnian Metal Fest en Mostar!

— ¿Dónde es Mostar?

—No te preocupes, queda solo a tres horas al sur, y el paisaje de la carretera te quita el

aliento: ríos, lagos y montañas en medio de un bosque lleno de niebla. Pero antes te

vamos a regalar un paseo por Sarajevo.

Terminamos de comer y fuimos caminando al barrio turco de Bascarsija, hasta la puerta

de una mezquita con una torre altísima. Yo nunca había entrado en una mezquita. Edin

preguntó si quería conocerla y por supuesto que acepté.

Page 18: Andres Acosta-Olfato

Primero nos quitamos los zapatos. Ya adentro me impresionaron el colorido, la

luminosidad y el trabajo a detalle de los mosaicos. Nos sentamos y poco después llegó

un hombre muy amable a ofrecernos té y dulces. Era un sitio apacible en el que solo se

escuchaban los rezos.

Salimos y desde cierta esquina se alcanzaban a ver el campanario de una iglesia, la

torre de la mezquita y una sinagoga. En Sarajevo conviven templos católicos,

ortodoxos, sinagogas y mezquitas, todos en una misma ciudad. Y no es de extrañar,

estábamos en una de las puertas de Occidente hacia el Medio

Oriente.

Luego caminamos hacia un lugar que no me podía perder por nada del mundo.

Llegamos frente al Puente Principal, que antes se llamaba Puente Latino, y nos

detuvimos en el lugar exacto en el que el archiduque Francisco

Fernando de Austria fue asesinado de un balazo. Y cualquiera sabe lo que pasó

después: ¡nada menos que el principio de la Primera Guerra Mundial! ¡Sarajevo,

siempre bajo las balas!, pensé. Parecía que el destino de mucha gente era morir

baleada en aquellas calles que ahora lucían tan tranquilas.

Cuando me lancé de mochilero por Europa del Este nunca pensé internarme tanto en

los Balcanes. En ese momento ya no era una región peligrosa, ya no estaba en guerra,

como pude comprobar caminando por sus calles apacibles, pero llenas de historia. Y

sin embargo había una atmósfera excitante. Tuve la sensación de que Sarajevo estaba

construida sobre una mina, una bomba de tiempo. No era miedo lo que experimentaba,

sino una corriente electrizante.

Aquello me hizo sentir vivo y que el viaje valiera la pena. Y eso que todavía no tenía

idea de lo que sucedería más tarde.

Capítulo 9 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

Page 19: Andres Acosta-Olfato

LLEGAMOS de noche a Mostar y así me convencí de que la mejor... la única forma de

llegar a esa ciudad, es precisamente de noche. Edin me prestó una camiseta de KRV y

me la puse para que los cuatro fuéramos al concierto con camisetas de grupos bosnios.

Caminamos hacia el puente turco Stari Most, original mente del siglo XVI y reconstruido

en 2004 porque en los noventa los croatas lo hicieron estallar.

Debajo corría con furia el río Neretva muy crecido, ya que había estado lloviendo los

días anteriores. Su espuma parecía fosforescente. Edin me explicó que la

reconstrucción del puente simboli-zaba la reunificación de dos culturas, dos religiones

que habían estado divididas desde que los croatas lo volaron: la católica (al oeste) y la

musulmana (al este).

Cruzamos hacia el lado este, donde está el barrio turco Kujundziluk, doblamos en una

esquina y caminamos varias calles hasta alejarnos de la zona turística.

De pronto apareció frente a nosotros un edificio de piedra, de aspecto medieval. A la

entrada había un cartel negro con una orquídea de color morado eléctrico anunciando a

Emir Hot, After Oblivion y KRV. Una fila de chavos forrados de estoperoles avanzaba

lentamente hacia el interior. En las ventanas sin cristales del edificio crecía la yerba.

Al lado del edificio vi un cementerio con sus blancas lápidas. En realidad era un parque

convertido en cementerio durante la guerra del noventa y dos.

—Se rumora que muchas de esas tumbas están vacías —dijo Edin con un tono de voz

extraño señalando hacia allá. ¿Cómo que están vacías?

—En una ocasión alguien quiso exhumar el cadáver de un familiar y al cavar no

encontró nada. Eso podría ser una leyenda urbana, pero hay investigaciones más

serias. En un principio el gobierno calculó que en los noventa murieron unas doscientas

cincuenta mil personas; luego empezaron a investigar más a fondo y la cifra bajó a la

mitad: unas ciento veinte mil. ¿Cómo se explica este fenómeno?

—No tengo idea.

Se dice que la gente, cansada de tanta matanza, ya no moría sino que desaparecía.

— ¿Cómo?

—Se iba.

— ¿Adónde?

—Lejos. Lejos de la muerte y de su tierra. ¿Sabes quién es Radovan

Page 20: Andres Acosta-Olfato

Karadzic?

—No... Nunca he oído hablar de él.

—Es el Carnicero de Sarajevo y están a punto de atrapar al muy maldito. Es un ex

psiquiatra que al principio se especializaba en la cura de la paranoia y la depresión,

pero luego le dio por escribir poesía y libros para niños y le fue mal.

Frustrado por su escaso éxito como artista, se metió en la política y ascendió

meteóricamente, hasta proclamarse presidente y jefe militar de la llamada República

Serbia, pero aquí dentro de nuestro territorio, en Bosnia y Herzegovina.

Él controlaba el ejército que durante la guerra del noventa y dos llevó a cabo la limpieza

étnica, el exterminio de los bosnios, especialmente de los bosnios musulmanes. lis un

criminal de guerra, un genocida que dice cínicamente: «No soy un monstruo, soy

escritor». ¡Es la reencarnación de Hitler, eso es lo que es! Por primera vez noté una

mirada en Edin que me dejó frío. Ya no se reía de la tragedia que a él también le había

tocado vivir. Sus ojos reflejaban un dolor profundo y a la vez una gran furia. Edin se dio

cuenta de mi sorpresa y de inmediato sonrió:

— ¿Tienes miedo a la muerte?

—La verdad, no me gusta nada ia idea de morir. ¿Por qué me preguntas eso?

—Fulvio, ¿alguna vez has pensado en vivir para siempre, o por lo menos durante miles

de años?

—Sí, pero eso es imposible,

Cuando Edin me hizo la pregunta tuve la sensación de haber vivido ya ese momento.

Como si acabara de soñarlo o de ver la misma escena en una película que no podía

ubicar bien, y me puse un poco paranoico. Edin continuó:

—No te creas, Fulvio. Mira, si alguien muy querido para ti estuviera a punto de morir,

¿no harías cualquier cosa para salvarlo?

—Claro que sí. Si yo pudiera salvarlo, lo haría.

— ¿Aunque para salvarlo tuvieras que... herirlo?

— ¿Herirlo?

—Como... como cuando tus papas tuvieron que inyectarte antibióticos muy potentes y

dolorosos a pesar de tu terror a las agujas, con tal de sacarte de una crisis de

neumonía.

Page 21: Andres Acosta-Olfato

Creo que me puse pálido. ¿Cómo sabía Edin que de niño estuve a punto de morir de

neumonía?

— ¿Y tú cómo...?

— ¡Porque todavía apestas a antibióticos!

Lo dijo muy serio y luego se carcajeó. Debía de ser un simple cálculo suyo. ¿A qué niño

no le han inyectado alguna vez penicilina para combatir una infección?, ¡por favor! Lo

que él no sabía era que a mí me pasó a los doce años: imposible que quedaran rastros

de antibiótico en mi cuerpo... Al menos eso creía yo en ese momento. Llegamos a la

puerta del edificio. Edin entregó unos boletos que ya traía y le pregunté cuánto había

costado el mío, para pagárselo, pero insistió en que él me invitaba. Le di las gracias y

dije que la comida del día siguiente correría por mi cuenta. Él y sus amigos estaban

siendo muy hospitalarios conmigo y yo quería corresponder.

—Claro, Fulvio, no te preocupes. Tendrás oportunidad de agradecer, no te preocupes.

El edificio no tenía techo, solo quedaban algunas vigas, y la luz de la luna, llena y

enorme, entraba con libertad. El piso estalla invadido por el pasto y las hierbas que

crecían entre las grietas. De verdad, no había escenario más privilegiado para un

concierto de Metal. Bueno, ya llevaban un punto a su favor los metaleros bosnios, pero

a ver qué tan bien tocaban. ¿Mejor que Los escandinavos? Lo dudaba.

Capítulo 10 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

ARBRIÓ After Oblivion con The Carnal Form; es un grupo de Technical Death Metal

originario de Tuzla, al norte de Sarajevo. No estaba nada mal, pero no me gustó que su

vocalista cantara en inglés. Sirvió para calentar el ambiente y crear expectativas de algo

mejor. Los músicos se despidieron en medio de un público más interesado en saludar

conocidos y tomar cerveza. Sin llamar mucho la atención llegaron el guitarrista Emir Hot

y su grupo. Apenas Emir conectó su instrumento demostró ser un prodigio tocando

Metal progresivo; logró que entre el público brotaran las primeras guitarras de aire y

algunos headbangers pusieran sus largas cabelleras en movimiento.

No estaba mal, pero cuando KRV, un grupo de Black Metal, tomó posesión del

escenario, el ambiente cambió, KRV demostró una potencia tan oscura y demoledora

Page 22: Andres Acosta-Olfato

que de inmediato me atrapó. Su cantante no traía camisa y enseñaba un tatuaje que

hacía ver su torso como si estuviera abierto en canal, con las tripas de fuera. Edin me

dijo que la palabra krv significa sangre en varias lenguas eslavas. Además me tradujo

algunos fragmentos de las letras de las canciones, que versaban sobre mitología

eslava. A diferencia del primer grupo, este sí cantaba en bosnio. Su música era densa y

fluía como un río de sangre a punto de coagularse; siempre pesada, pero sin

estancarse nunca.

Escuchando a KRV tuve una sensación pétrea, algo así como estar fuera del tiempo,

que ningún otro grupo me había producido jamás.

Edin y Kemal se habían ido por cerveza y Draga estaba junto a mí. Ella se veía de

nuevo tan viva como la noche anterior. Agitábamos nuestras cabezas al mismo ritmo,

provocándonos una especie de trance, igual que los derviches que giran sin descanso

hasta llegar al éxtasis. Cuando agitas tu cabeza de arriba abajo tanto tiempo, algo

sucede con tu conciencia. Será que la sangre lleva más oxígeno al cerebro, o quién

sabe...

A la mitad de una pieza, KRV hizo silencio por un instante, un silencio como estaca

clavada en plena noche, en medio de ese edificio medieval sin techo.

De pronto, y sin ponernos de acuerdo, Draga y yo volteamos a vernos y nos besamos.

Fue inevitable. KRV atacó de nuevo y sentí que Draga tenía un piercing en la lengua

que me estaba cortando hasta sangrar. El beso era muy agradable pero al mismo

tiempo empezaba a dolerme. Draga succionó mi lengua y la sangre fluyó hacia su boca.

Traté de separarme y forcejeamos un poco; ella se abrazaba a mí con fuerza y sujetaba

mi nuca con su mano tan firmemente que me costó trabajo apartarme,

—Me cortaste con tu piercing. -Lo siento, no era mi intención hacerte daño.

—Tienes un piercing muy filoso, ¿eh?

—No es un piercing...

— ¿Entonces qué traes ahí? ¿Una Gillette?

Edin y Kemal se acercaron con unas cervezas y ya no pude preguntarle más a Draga

sobre su extraño piercing. Mientras ella abría la boca para beber cerveza me fijé en su

Page 23: Andres Acosta-Olfato

lengua y no descubrí ningún brillo metálico, tan solo una pequeña mancha de sangre en

el labio inferior.

El beso de Draga fue estupendo aunque a cambio sacara una buena herida en la

lengua. Le di un trago a la cerveza que me pasaron y al principio la cebada calmó el

dolor de mí boca, pero luego me ardió con tal fuerza que sentía fuego corriendo dentro

de mí. Ya no era un dolor sino un efecto intenso y fluido lo que me abrumaba. Me

mareé y primero creí que la cerveza bosnia debía de ser demasiado fuerte porque

apenas empezaba a beber la segunda.

Lo raro era que había comido hasta reventar y el alcohol no podía afectarme tanto. ¿Y

si no era la cerveza, entonces qué? Tal vez había agitado demasiado la cabeza, o era

la emoción de besar a Draga. Eso debía de ser: un exceso de emoción. Dejé la cerveza

en el suelo y vi la cara de Edin deformada y hasta de color verde; Kemal sonreía con

cara de tonto, y Draga me miraba como si estuviera a punto de decirme algo pero se

quedaba callada.

La música de KRV sonó cada vez más oscura y densa y los ojos se me empezaron a

cerrar. Tuve que sentarme y Edin me preguntó si me sentía bien.

Le respondí que estaba mareado y tenía que descansar un rato, nada más, que no se

preocupara. Sentí que se me estaba bajando la presión y todo me daba vueltas.

—Te voy a traer un cevapi para que te alivianes. Espérame.

Edin se puso a hablar frente a mí con sus amigos en bosnio, a pesar de que nunca

antes lo había hecho. Además tenía cara de afligido. Kemal sonrió como a fuerzas, con

esa sonrisa que me parecía cada vez más estúpida.

Luego Edin y Kemal se fueron caminando hacia una esquina del edificio y los perdí de

vista entre la multitud. Draga estaba junto a mí, me tomó de la mano y habló:

—Lo siento, Fulvio, al principio puedes pasarlo mal, hasta que aprendes y te das cuenta

de que es un don. Tendrás tiempo suficiente.

A continuación hizo que me parara y me dio un abrazo. Yo también la abracé, pero no

tenía fuerza en los brazos. Estaba desguanzado, como si hubiera hecho demasiado

esfuerzo y no me quedara energía. Bostecé para jalar aire porque no podía respirar

bien.

Page 24: Andres Acosta-Olfato

—No te preocupes, pronto vas a estar mejor.

Esas fueron sus últimas palabras. Luego todo se oscureció y ya no supe nada.

Capítulo 11 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

DESPERTÉ de un sueño tan profundo como la muerte. Me levantó una música que ya

había escuchado en alguna vieja película, pero no tenía humor para hacer memoria.

Estaba solo y con una especie de cruda espantosa, aunque eso no era posible con

apenas haber empezado una según da cerveza la noche anterior. No recordaba cómo

terminó el concierto, ni cómo había llegado a esa habitación. Seguía vestido, no me

había quitado ni las botas.

¿Dónde estaban Edin, Kemal y Draga? Les grité y nadie contestó. Seguro me habían

dejado ahí en calidad de bulto y por la mañana salieron a conseguir algo para el

desayuno. Al menos eso supuse.

Estaba en una habitación con tres literas. Creí que se trataba de un hostal. Me levanté

para darme un regaderazo y así salir de ese estado de somnolencia que no lograba

sacudirme. Al estirarme, pensé que más bien debía de ser un caso de influenza, porque

me sentía mareado y con el cuerpo cortado. No me había vacunado antes de salir de

México. Si me enfermaba en ese momento la iba a pasar muy mal. Mis amigos no iban

a cargar conmigo, simplemente para que no los contagiara.

La música que sonaba salía de unas minibocinas conectadas al iPod morado de Draga.

Leí en la pantalla: Goran Bregovic. Claro, de vina película de Kusturica que había visto

cuando tenía como trece años: gente que vivía engañada en un sótano fabricando

armas mucho tiempo después de que la guerra terminara. Apagué el iPod porque, a

pesar de que la música me gustaba, me sonó estridente. Tuve que recorrer un largo

pasillo para encontrar el baño. Puesto que a esa hora no había ninguna cola para

usarlo y el sol entraba casi vertical por una ventana, calculé que eran cerca de las once.

Abrí la regadera y el agua me quemó. ¡Qué diablos!, no podía regular bien la

temperatura: o estaba muy fría o muy caliente. De cualquier manera, el baño me caía

estupendo. Era como si me bañara por pri-mera vez.

Page 25: Andres Acosta-Olfato

Lo malo fue que la sensación de estar enfermo no se iba del todo. Tenía calentura y

veía las cosas medio raras. Siempre que me da calentura veo la luz un poco amarilla y

los objetos alargados, no tengo idea de por qué. Ya me quería ir de allí, pero si mis

amigos no regresaban, ¿entonces qué hacer? Busqué a alguien a quien preguntarle por

ellos.

Empecé a recorrer el lugar y me di cuenta de que eso no era un hostal; en otro cuarto

había una máquina de coser y trebejos acumulados: más bien era una casa. Bueno, en

muchas casas particulares también alojaban a mochileros como yo. ¡Mi mochila! Ah, la

había dejado en Sarajevo, en el depa de Edin.

Jalé la manija de una puerta y de inmediato me encontré en la calle; una calle

completamente vacía, a excepción de un coche destartalado y sin llantas.

Seguro se habían ido en la camioneta a comprar algo. Entré de nuevo y encontré la

cocina, Al menos podría desayunar algo, porque me entró un hambre fenomenal.

A punto de morder una lepinja vi a una anciana que venía hacia mí con un cuchillo en la

mano. Me habló en bosnio agitando el arma y no entendí una palabra, aunque era

evidente que estaba furiosa. Señalaba el pan que yo tenía en la mano y decidí

devolverlo a la mesa donde lo encontré. A la anciana le faltaban los dientes de arriba

pero no las fuerzas ni la velocidad suficiente para casi clavarme el cuchillo en la mano,

de no ser porque la retiré a tiempo.

El cuchillo quedó ensartado en la mesa.

— ¡Oiga, qué le pasa! —grité.

¿Con qué tipo de loca me habían dejado mis amigos! La anciana se carcajeó, desclavó

el cuchillo y luego se puso roja, rabiosa, mientras gritaba algo que sonaba muy feo y me

apuntaba con el cuchillo hacia la salida. Esa seña la podía entender cualquiera. A lo

mejor pensaba que no le iba a pagar por mi cama, así que le ofrecí dinero.

— ¿Cuánto es, señora?

La anciana me vio como si la estuviera insultando. Traté de calmarla habiéndole en un

alemán atropellado y elemental. Ella solo me respondió:

— ¡Blutsauger, Blutsauger!

Qué mujer tan loca, yo le ofrecía dinero a cambio del alojamiento y ella me respondía

en alemán que era un chupasangre. Saqué un par de billetes que cubrirían de sobra la

cama y el baño, y salí rápido a la calle. Era mejor esperar a mis amigos afuera.

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Capítulo 12 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

PERO ellos no regresaron nunca. Pasaron las primeras horas y pensé que estaban

jugando conmigo, que me observaban muertos de risa desde una de las casas de

enfrente. Cuando empezó a oscurecer tuve que aceptarlo, mis amigos me habían

abandonado. La pregunta era: ¿por qué? Tal vez Edin y Draga habían disentido por el

beso que, nos dimos ella y yo.

Nunca entendí si eran novios o no. Un momento... Edin mismo me había animado a

acercarme a Draga durante el concierto de Lacrimosa, cuando me dijo al oído «Ella solo

vive en la música, es tu oportunidad». Pero quién sabe si estaba probándonos a Draga

o a mí. Hay tipos así, a los que les fascina provocar malentendidos para ponerse

celosos: « ¡Ahí está!, ¿ya ves cómo sí andas de ofrecida con cualquiera?» Aunque Edin

era muy fresco y no parecía nada celoso, pero ¿quién sabe?, ¿quién puede conocer de

veras a la gente? Todo esto cruzaba por mi cabeza y ya no tenía remedio. Lo que debía

hacer era ponerme las pilas, comer algo, buscar cómo regresar a Sarajevo por mi

mochila y seguir el viaje por mi cuenta. Todavía me quedaba una semana de mochilero.

Caminé unas calles. Afuera de una casa había un abuelo sentado. Fumaba un puro

delgado en forma de espiral. La caja de puros a su lado decía Cigara Zmije, con la

imagen de una serpiente echando humo por la boca. Le pregunté por la estación de

trenes y nada más se me quedó viendo. No me entendió o no le dio la gana responder.

En cambio, me ofreció uno de esos puros retorcidos, pero no estaba como para fumar

la pipa de la paz con el viejito. Al ver que no lo tomaba, se encogió de hombros y siguió

fumando tranquilamente.

Encontré el camino hacia el barrio turco y atravesé el Stari Most bajo un sol que me

estaba cociendo los sesos, Me quedaba poco dinero porque había cometido el error de

dejar la mayor parle de mis euros en la mochila, creyendo que así estarían más

seguros. Nunca me imaginé que tendría que regresar por mi cuenta a Sarajevo.

Había edificios modernos en ruinas, con letreros que, supongo, advertían sobre el

peligro de un derrumbe. Su imagen era desoladora. No fue lo mismo ir a un concierto

de Metal, de noche, en un edificio medieval en ruinas, que buscar el camino de regreso

Page 27: Andres Acosta-Olfato

a solas, a medio día, entre edificios modernos semi-destruidos. De pronto caí en la

cuenta de que cuando llegamos en la camioneta a Mostar primero habíamos cruzado

un puente en dirección al oeste para buscar estacionamiento, de manera que lo más

probable era que la estación de trenes estuviera en el lado este, el lado que acababa de

dejar.

¡Qué idiota!

Desanduve el camino con un dolor de cabeza bárbaro. La luz del sol me lastimaba los

ojos. Compré por dos euros unos lentes oscuros que me hubieran salido más baratos

de haber tenido marcos convertibles, pero aún no había cambiado moneda en Bosnia.

Me metí en un buregdzinica donde vendían unos bureks de carne que olían riquísimo,

pero cuando probé uno sentí asco y casi vomito. Era como si tratara de comerme el

plato de cartón en vez del burek. Me vi en el espejo de la pared y de tan pálido que

lucía pensé que ahí mismo iba a azotar como tabla. Fue cuando me preocupé de veras.

Me sentía enfermo y no sabía ni de qué. A lo mejor había pescado uno de esos

extraños males que les dan a los viajeros. ¿Y ahora qué? Para colmo tenía que hablarle

a mi papá, no me había comunicado con él desde hacía días.

Cuando estaba a punto de rendirme vi un letrero que señalaba la estación de trenes.

Llegué como zombi a la taquilla y pedí la primera salida a Sarajevo. La anciana que me

atendió parecía ver en mí a un fantasma. ¿Adónde se había ido toda la gente joven?

Desde la mañana sólo había encontrado gente. Todavía tuve que esperar tres horas

para que pasara el tren, que venía desde un lugar llamado Ploce por la costa de

Croacia. Averigüe que había otras salidas mas temprano por camino a Sarajevo, pero

no tenia fuerzas para caminar hasta la terminal, a pesar de lo cerca que estaba, Preferí

quedarme hundido en una butaca.

Me fui quedando dormido mientras por las destartaladas bocinas de la estación salía la

voz de Frank Sinatra, el favorito de mi mamá, cantando Fue un año muy bueno, una

canción que habla de cuando él tenía diecisiete años y fue una época excelente para

conseguir novias en el pueblo; luego cumple veintiuno y tiene chicas en la ciudad; luego

treinta y cinco y sube de categoría; ahora, de pronto ha envejecido, todo quedó en el

recuerdo y su vida es como un vino añejo, Justo así me sentía, como alguien que

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apenas va a cumplir diecisiete años y de pronto, sin darse cuenta, ya es viejo. Yo

estaba tan solo a una semana de cumplir diecisiete y me sentía terriblemente viejo, y

Sinatra sonaba terriblemente nostálgico.

Capítulo 13 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

EL TREN avanzaba al lado del río Neretva y su deslumbrante azul turquesa me

hipnotizó. Por momentos me quedaba dormido y soñaba que hablaba por teléfono con

mi mamá. Yo le decía: «Por fin entendí por qué te fascina Sinatra, suena igualito a

Dead Can Dance». Luego despertaba a medias y pensaba que era absurdo decir que

un cantante de los cincuenta se pareciera a un grupo de los noventa. No había hablado

con mi mamá en muchos días y ya la extrañaba.

El viaje transcurrió de modo confuso para mí. Quiero decir, el tiempo del viaje, porque

sin darme cuenta ya estaba en Sarajevo y tuve que bajarme corriendo para no

seguirme hasta Visoko, la siguiente estación.

Tomé un taxi y le pedí al chofer que fuera por la calle Kovaci y manejara despacio.

¡Bingo!, sí reconocí el edificio de mis amigos. Subí las escaleras con el corazón en la

boca, tenía un mal presentimiento. Cuando toqué a la puerta del último piso nadie abrió.

Seguí tocando hasta que una señora del piso de abajo subió en camisón a ver qué

sucedía. La vecina chismosa preguntó algo y yo sólo puede decirle en alemán:

—Ich suche mein Freund Edin.

Ella gritó en bosnio alzando los hombros. Señalaba la puerta y repetía sus palabras. Vio

que no había ningún caso conmigo y exclamó algo agitando los brazos. Luego dio

media vuelta y bajó de nuevo; escuché cómo azotó la puerta. Mejor así, ¡qué señora tan

metiche!, pensé.

Me senté en el suelo a esperar. Quién sabe adonde habían ido mis amigos (ex amigos,

después de su pequeña broma de irme a tirar a la casa de una loca), pero tarde o

temprano tenían que regresar. Cuando llegaran no les reclamaría nada, sólo les iba a

pedir mi mochila y ¡Auf Wieder-sehen!, o lo que es lo mismo: ¡Ahí nos vidrios!, y a

seguir mi camino.

Page 29: Andres Acosta-Olfato

La cosa era que no llegaba nadie. Se hizo de noche y me puse a ver si había alguna

forma de alcanzar la terraza. Encontré una puerta que daba a una escalera empotrada

en la pared y que conducía al techo del edificio. Subí por ella, caminé sobre el techo del

departamento de Edin hacia la terraza y de un brinco bajé. Había una puerta de cristal,

pero cerrada. Miré hacia dentro y pude darme cuenta de que el departamento estaba

perfectamente... ¡vacío!

No puede ser, pensé, a lo mejor me equivoqué de edificio. En esa calle había varios

parecidos, pero algo me decía que no me había equivocado. Ahí estaban el mismo

asador y las mismas sillas que usamos el día anterior. La puerta de cristal tenía el

seguro puesto. Eso no me iba a detener. Me quité una bota y con el tacón rompí el

cristal para meter la mano y quitar el seguro.

Al entrar vi que sí era el mismo departamento, solo faltaban los muebles. Fui directo a

la recámara donde había puesto mi mochila y ahí estaba, recargada en la pared.

Intacta. Y también los euros que mi papá me había dado; incluso un par de cheques de

viajero para emergencias, que debí haber traído siempre conmigo y no dejarlos

olvidados en la mochila. Mis ex amigos no eran unos vulgares ladrones, ¿pero entonces

por qué me habían abandonado tan de repente? ¿Por qué tanto misterio?

Debajo de la mochila había una revista National Geographic, de papel amarillento, con

la fecha en la portada: noviembre de 1941. Era lo único que quedaba en el lugar.

Revisé de arriba abajo: ni una lata de atún, ni un papel, ni un zapato. Guardé la revista

en mi mochila por puro impulso. Era lo único que me quedaba de mis ex amigos, aparte

de la camiseta de K.RV, porque hasta el iPod de Draga lo había dejado en la casa de la

señora loca cuando salí huyendo. Antes de irme del departamento dejé una nota para

Draga con mi correo electrónico por si acaso ella volvía.

Esa misma noche me despedí de Sarajevo. Había llegado más lejos hacia el este de lo

planeado. Demasiado lejos, hasta los Balcanes. Ahora estaba de regreso. Solo.

Capítulo 14 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

Page 30: Andres Acosta-Olfato

VIAJÉ toda la noche hacia Viena vía Budapest. Quería quedarme en esa ciudad

tranquila y de cielo gris antes de regresar a Berlín a mi fiesta de cumpleaños con papá.

Tal vez si descansaba algunos días me recuperaría de lo que fuera que hubiera

pescado, influenza o un rotavirus.

Salí de la estación de trenes, crucé la avenida y caminé por Mariahilfer, una avenida

con muchas tiendas. Cuando me cansé de la gente doblé a la derecha en

Stumpergasse porque me atrajo la atmósfera de esa calle. Seguí caminando un par de

cuadras y me detuve frente a Yummy, una tienda de discos ¡lardeare punk y de

patinetas, en el número 31. En el aparador, sobre una tela de satín rojo y negro

exhibían una reliquia: un disco de vinilo de Sepultura, grabado a finales de los ochenta,

muy difícil de conseguir. Entré a la tienda dispuesto a regatear el precio del disco de los

músicos brasileños que tocaban un Trash Metal prodigioso. Christian, así se llamaba el

dueño, me vendió el disco en solo diez euros porque le pareció un poco folclórico que

un mexicano fuera hasta a Viena a comprar Metal sudamericano. Pagué con gusto,

aunque no iba a poder escuchar aquel LP muy pronto.

Ya en la plática, Christian me recomendó mucho el bed and brereakfast de al lado, en el

número 29, y fui a ver si el hospedaje me convencía. En la planta baja de ese edificio

tenían una tienda de reptiles: World of Reptils. Tras el cristal rondaban, entre ramas de

árboles y rocas, cantidad de camaleones, serpientes, salamandras, gecos y hasta

iguanas. Era fascinante observar sus colores y su forma lenta de moverse. Me pareció

el lugar ideal para descansar. Renté un cuarto que estaba libre en el segundo piso y

esa noche dormí tan profundo que no desperté para el desayuno. Llevaba días sin

comer casi nada. Me moría de hambre, pero cada que probaba algo terminaba

vomitándolo.

Me gustó el cielo cerrado de Viena, podía caminar por la calle en la tarde sin que me

doliera la cabeza, aunque lo mejor era cuando oscurecía por completo. La segunda

noche se apoderó de mí el insomnio y estaba tan inquieto que salí a vagar por ahí. Bajé

por Stumpergasse hacia Wienziele, la avenida que acompaña al río Viena, guiado por

una inexplicable sensación de urgencia. Noté que estaba caminando más rápido de lo

normal y que saliva ba como perro. Era un poco asqueroso, se me juntó mucha saliva

Page 31: Andres Acosta-Olfato

sin querer y ya me escurría por la boca. ¿Qué demonios me pasa?, pensé. Pero no

podía parar. Seguí caminando rápido y a la vez con sigilo, cuidando que nadie me

descubriera.

Más adelante vi unos cajones de fruta vacíos al lado de unos puestos de techo verde y

deduje que se trataba de un mercado. Sí, era el Naschmarkt, según un letrero decorado

con dibujos de personajes formados por salchichas, De pronto oí unas voces y me

oculté entre el primero y el segundo puestos. Las voces eran de unos chavos que no

hablaban alemán sino algún idioma árabe.

Yo no entendía nada, pero capté que estaban concentrados en una tarea importante.

Alguien dictaba unas instrucciones en voz baja y los otros obedecían sin chistar.

Escuché también un balido que fue ahogado de inmediato. En ese momento quien daba

órdenes dijo algo en forma tajante y me asomé sacando apenas la cabeza. Lo que vi

fue esto:

Dos chavos sostenían por el lomo y la cabeza a un animal de pelo blanco y gesto de

inocencia, mientras que un tercero lo degollaba de un corte limpio.

Cuando la sangre brotó del animal (era un cordero, sí, ¡un cordero!), sentí un impulso

demasiado poderoso para resistirlo. Avancé como demonio hacia ellos y, con una

tuerza que desconocía en mí, aparté al chavo del cuchillo, tomé al cordero y bebí

directo de su cuello como si se tratara de un elíxir maravilloso. Bebí la sangre caliente

sin que nada más me importara en el mundo.

Los que sostenían al cordero me miraron con ojos muy abiertos. Algo decían entre sí,

no sabían si golpearme o echarse a correr, pero el del cuchillo los calmó. Cuando sacié

mi sed, mi apetito, él preguntó:

— ¿Kanak Sprak?

Yo le contesté que no hablaba el Kanak Sprak, que según mi papá y sus rollos

consulares es una mezcla rudimentaria entre alemán y turco que muchos inmigrantes

usan para comunicarse entre sí.

— ¿Kanaker?

—No, soy mexicano

Page 32: Andres Acosta-Olfato

— ¡Ah, tú también Kanaker!

Lo que para alemanes y austriacos significa despectivamente ser un extranjero del

tercer mundo, posiblemente ilegal, ser un Kanaker, para esos chavos era un orgullo.

Nos entendimos con palabras sueltas: «Yo, Tarzán; tú, Cheeta», pero suficientes para

disculparme por la locura que acababa de cometer.

En vez de molestarse conmigo, dijeron que entendían mi hambre y se alegraban de

conocer a otro Kanaker; un Kanaker latinoamericano que bebía sangre caliente como a

veces ellos hacían en sus países de origen para fortificarse, en especial en las zonas

rurales, en tiempos de escasez de comida. Ellos también sabían lo que eran el hambre

y la necesidad.

El del cuchillo era afgano y los otros de Sri Lanka y Pakistán. Tendrían entre diecisiete y

diecinueve años. Cuando los sorprendí estaban preparando un platillo llamado Kala

Pacha, cuyo ingrediente principal era el cordero que estaban degollando. Ya era el

segundo que sacrificaban esa noche y cada vez que lo hacían tenían que llevar a cabo

pi i mero un ritual de desagravio.

Me invitaron a pasar a un puesto iluminado con velas. El afgano era el que se sabía la

receta y me enseñó la enorme olla en la que echaron la carne del animal: algo muy

parecido a una típica barbacoa mexicana pero en caldo. La olla hirvió durante dos o tres

horas, tiempo en el que platicamos con palabras sueltas y mucha mímica. Ellos

trabajaban de día en el mercado, y de noche sus patrones, inmigrantes también pero

con estancia legal, les daban permiso de quedarse a dormir a discreción en las casetas.

Fueron juntándose más kanakes dispuestos a disfrutar del guisado. Había iraníes,

iraquíes, turcos y un par de mujeres indias. Llegaban sin hacer ruido al puesto porque la

matanza debía ser clandestina; no tenían permiso para sacrificar animales por su

cuenta, y parte de cocinar un buen Kala Pacha consistía en malar a los corderos al

momento de cocinarlos.

Los kanakes recordaron cómo habían llegado a Austria en busca de una vida mejor,

cómo dejaron a sus familias para que, una vez establecidos, pudieran traerlas a esas

Page 33: Andres Acosta-Olfato

tierras. Por turnos, actuaban sus relatos: aventuras llenas de episodios conmovedores y

peligrosos. Escuchando sus historias me di cuenta de que yo solo era un pobre júnior

que no había vivido ni la décima parte de lo que ellos.

Compartieron conmigo sus panes pita, una bebida a base de yogurt y platos

abundantes de Kala Pacha. También me ofrecieron trabajo y hasta alojamiento. No me

creyeron cuando les dije que solo estaba de paso y no planeaba quedarme como ilegal

en Viena.

Fue una gran fiesta, por primera vez en varios días me sentí sano, más que sano:

eufórico, y además feliz de estar entre gente tan hospitalaria. Mí debilidad desapareció,

así como los demás síntomas desagradables, y hasta pude comer un poco de Kala

Pacha sin volver el estómago.

Capitulo 15 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

YA DE REGRESO, en mi habitación, miraba por la ventana abierta hacia la calle vacía.

Había un viento helado. El frío, lejos de ser molesto, me producía la sensación de estar

vivo; entraba en mis pulmones refrescando mi interior como si fuera la primera vez que

respirara. Si de verdad había tenido influenza, ahora estaba curado y en excelente

forma, y todo a partir de que bebí la sangre del cordero. ¿Por qué sería?

Definitivamente algo estaba cambiando en mí. Había comenzado después del beso con

Draga, cuando me desmayé. Para empezar, ahora mi vista era más aguda que antes.

Al principio creí que era porque en Viena había un buen alumbrado público; después

me di cuenta de que al menos un par de veces había atravesado un parque sin luz y yo

veía perfectamente. Luego, si acaso había una hora de sol durante la mañana, me

parecía un suplicio, no lo soportaba sin mis lentes oscuros, mientras que las noches se

estaban volviendo lo que más ansiaba. No es que antes no las disfrutara, sino que

ahora la oscuridad, en vez de inquietarme, me hacía sentir en mi elemento.

Más insólito aún fue mi desesperado impulso por beber la sangre de un animal vivo. Me

senté en el marco de la ventana con las piernas hacia fuera y me entró miedo, miedo de

volver a comportarme como un desquiciado. No podía ir por la vida arrebatando

Page 34: Andres Acosta-Olfato

animales a los carniceros. Pensé: «Me he de estar volviendo loco. He oído de gente

que se chifla cuando viaja por lugares muy remotos y con costumbres tan distintas... O

a lo mejor ya me trastorné por escuchar puro Metal, pura música con temas morbosos,

de sangre y muertos».

A pesar del miedo, estaba fascinado por los cambios en mí y no quería tomar el

teléfono para pedirle ayuda a mi papá. Le hablaría para decirle que me estaba yendo

bien y que pronto regresaría a Berlín para celebrar mi cumpleaños.

Antes me hubiera dado asco beber sangre. No habría podido ni aunque me apuntaran

con una pistola. Ahora, en vez de vomitar frente a los kanakes, el sabor no me molestó

para nada: ¡hasta me agradó! Esa era la verdad, por bizarra que fuera. Después de

chuparle el cuello al pobre cordero me sentí fenomenal, a pesar del sentimiento de

culpa por ayudar a quitarle la vida a ese inocente, por robarle sus últimos segundos de

existencia.

Me sentía más fuerte que nunca, radiante, en mi habitación de Viena sobre Un Mundo

de Reptiles, y con los sentidos muy despiertos. ¡Ah, pero en especial el olfato! El

cambio más importante desde aquel beso con Draga fue mi olfato.

Era como si nunca antes me hubiera dado cuenta de que tenía nariz. Ahora olía las

cosas a una gran distancia. Así fue como rastreé la sangre fresca del primer cordero

que degollaron y llegué justo a tiempo para beber del cuello del segundo. Mientras la olí

de lejos no estaba consciente de que se trataba de sangre, solo sufrí una necesidad

maniática de acercarme. Ni siquiera yo mismo sabía lo que iba a hacer una vez que

descubriera lo que producía semejante olor.

Si mi capacidad de olfatear las cosas a distancia ya era de llamar la atención, esa

noche descubrí algo todavía mejor: supe lo que significan ciertos olores. Se despertó en

mí un instinto que me decía, sin necesidad de pensar, qué mensaje contenían los

olores de las personas; una inteligencia olfativa que me hacía pasar de analfabeto con

nariz a un sabio del olfato.

Page 35: Andres Acosta-Olfato

Puede sonar increíble, pero cuando salté para beber la sangre del cordero supe cómo

controlar la situación gracias al olor que despidieron los kanakes.

Los que sostenían al animal tuvieron miedo, un miedo que los aturdió. Su olor decía:

«Tengo miedo y no soy capaz de hacer nada coherente». En cambio, el afgano del

cuchillo sintió admiración y compasión al mismo tiempo; tampoco era capaz de

atacarme. Y todo eso lo supe en apenas una fracción de segundo.

Esa noche traía puesta mi playera de KRV. La verdad era que extrañaba a Draga,

¡Vaya!, me dije viéndome en un espejo: krv, ¡sangre en bosnio!

Capítulo 16 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

PASÉ dos días más en Viena y me hice amigo de Christian, el de la tienda de discos

hardcore punk y de patinetas. Por cierto que el nombre de su tienda, Yummy, era una

especie de declaración de principios en contra de la moda vegan, muy fuerte en Viena:

un tipo de activismo vegetariano (a veces extremo, al grado de poner bombas en

rastros y fábricas) que propone eliminar cualquier artículo animal de la industria de la

comida, del vestido y de cualquier otra. Yummy, en cambio, se refería al gusto por la

carne y los demás productos animales, como las botas y las chamarras de cuero,

esenciales para cualquier punk.

La última noche que pasé en Viena tuve un sueño muy vivido: caminaba por unas calles

oscuras que cada vez se hacían más estrechas buscando algo, aunque no podía

recordar qué. Trataba de mostrarme seguro porque sentí que alguien me observaba y

no debía revelar mi miedo. Avancé con rapidez ¡i pesar de que no sabía adónde iba.

Ahora las calles eran tan cerradas que apenas podía dar otro paso caminando de lado.

Intenté regresar, pero era tarde, estaba perdido. De repente sentí un arañazo en la

espalda. Miré atrás: era una pared llena de clavos con la punta hacia fuera. En la

oscuridad distinguí frente a mí a un hombre sin rostro que tenía una swástica tatuada

en el pecho. El hombre avanzaba hacia mí, y al tratar de huir de él, yo mismo me

encajé los clavos en la espalda. Entre más intentaba escapar del hombre» más

atrapado quedaba.

Page 36: Andres Acosta-Olfato

Por la mañana desperté adolorido. Parecía que toda la noche hubiera estado luchando

con una fiera. Bajé por mi desayuno de café y un cuerno con jamón y queso, aunque ni

siquiera lo probé. Regresé a mi cuarto, tomé la mochila y antes de caminar a la estación

de trenes fui a despedirme de Christian en Yummy. Tenía tiempo para platicar y

escuchar música un rato con él. Al verme preguntó si había tenido una mala noche o

qué me pasaba. Por lo visto mi estado era obvio; entonces le conté la pesadilla.

Christian sonrió levantando las cejas.

— ¿Por qué te ríes?, de veras la pasé mal.

—Me río porque te creo absolutamente. ¿No sabes quién vivió en el segundo piso de

este edificio, en el departamento que colinda con el cuarto en el que te quedaste?

—Ni idea, y seguro que no lo conozco.

— ¡Seguro que sí lo conoces!

— ¿Quién?

—Hitler.

— ¡¿Quién?!

—El mismísimo Hitler. Nosotros, los austríacos, quisiéramos olvidar que él nació aquí,

no en Alemania como muchos creen. Bueno, pues en 1908, ¡hace cien años

exactamente!, cuando él tenía dieciocho, vino de su pueblo y compartió ese cuarto con

su amigo el estudiante de música August Kubizek.

Quería ser aceptado en la Academia de Bellas Artes, pero fue rechazado dos veces

porque los examinadores consideraron que no tenía aptitudes como pintor. Por cierto

que entre los profesores que lo reprobaron había algunos judíos y él juró venganza. En

cambio, su amigo Kubizek sí se ganó un lugar en el Conservatorio de Música y hasta

rentaba un piano, que ocupaba buena parte de la habitación que alquilaban. Hitier y

Kubizek admiraban a Wagner, y como podían juntaban dinero para ver sus óperas. A

Hitler incluso se le ocurrió el proyecto de escribir el libreto de una ópera al estilo de

Wagner: Wieland, el herrero. Hasta compuso parte de la música, pero nunca terminó la

obra.

— ¿Es cierto lo que acabas de contar?

—Pero naturalmente, lo dicen los historiadores, no yo. Hay una pequeña polémica

acerca del número exacto en el que vivió. Algunos dicen que fue en el 29, donde tú

Page 37: Andres Acosta-Olfato

estabas hospedado, pero los más enterados opinan que aquí, en el 31, justo arriba de

Yummy. ¿Te gustaría ver la habitación? —preguntó

Christian mientras sacaba unas llaves de un cajón y las agitaba frente a mí—.

Los dueños me las dejan para que la señora de la limpieza entre cada semana. Ellos

nunca están. A mí se me hace que tienen miedo de vivir aquí.

— ¿Y no hay una placa que diga «Aquí vivió Hitler» o algo así?

—En un museo de cera en Berlín se les ocurrió poner una figura de Hitler y apenas lo

abrieron, un visitante entró corriendo, forcejeó con un guardia de seguridad, se saltó el

cordón de terciopelo y le arrancó la cabeza a la estatua.

¿Te imaginas lo que pasaría si ponen una placa anuncian do que él vivió aquí?

La mayoría de la gente de esta calle lo sabe, pero finge no hacerlo. A veces es mejor

olvidar. Además de que nos romperían las ventanas a cada rato.

Por la puerta trasera de Yummy llegamos a unas escaleras sin luz y subimos un piso.

Christian abrió la puerta de un departamento y entramos. Ahí el tiempo parecía

detenido, había muebles antiguos y al fondo estaba el cuarto de la duda. Nomás con

poner un pie adentro percibí una atmosfera idéntica a la de mi pesadilla y tuve que salir

corriendo al baño a vomitar. Me dio vergüenza con Christian, pero él ni se inmutó.

Según mi amigo, ese podía ser el cuarto del mismísimo Hitler a los dieciocho años,

cuando quiso ser pintor y luego músico porque admiraba a Richard Wagner.

¡La cabeza me dio vueltas pensando que yo también me decidí a estudiar música por

Wagner! Y luego até algunos cabos ya de plano muy paranoicos recordando que Black

Sabbath se inspiró en Wagner para introducir el trítono, mejor conocido como la nota

del diablo, en el Heavy Metal, génesis a su vez del Metal moderno. Dice la leyenda que

el carisma que algunos grupos de Metal tienen se debe a esa nota: un carisma como el

que Wagner tuvo en su tiempo.

Edin me había contado acerca del psiquiatra Radovan Karadzic, que al principio quiso

ser autor de literatura infantil, y después de su fracaso y su me teórica carrera política

acabó convirtiéndose en un genocida que consumó una limpieza racial contra los

bosnios musulmanes. Edin tenía razón: Hitler y Radovan eran demasiado parecidos.

— ¿Cuándo murió Hitler? —pregunté a Christian.

Page 38: Andres Acosta-Olfato

—En 1945, por supuesto, al final de la Segunda Guerra Mundial.

Salimos de aquel lugar que me asfixiaba y bajamos de nuevo a Yummy, Me despedí de

Christian y camino a la estación de trenes iba pensando que de veras en aquel cuarto

había vivido Hitler un siglo antes. Para mí no había duda: todavía olía a él.

Capítulo 17 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

EN LA ESTACIÓN no pude resistir el impulso de meterme a un café internet antes de

subir al tren. Tenía que resolver un par de dudas que me quedaron flotando en la

cabeza. Googleé a Radovan Karadzic y, como lo sospechaba, nació en 1945,

¡exactamente cincuenta días después de que Hitler muriera! Adolf Hitler murió el 30 de

abril, mientras que Karadzic nació el 19 de junio del mismo año. Por eso Edin decía que

Hitler había reencarnado en él. ¡Qué cosas tan extrañas suceden!, pensé.

En el tren nocturno a Berlín dormí a ratos y con pesadillas; mi nariz no se podía librar

de la peste de ese personaje tan oscuro que había olido sin querer. Al llegar sentí

tristeza, mis días de mochilero habían terminado. Tocaba cenar con papá y regresar a

México al día siguiente para comenzar mi curso propedéutico en la Escuela de Música.

Tomé el UBahn y me dejó a unas cuadras de la residencia de los funcionarios de la

embajada. Para mi mala suerte, Kalherine, con su cara de estresada, abrió la puerta del

departamento de papá. Me pregunté qué hacía ella ahí en horas de oficina. Antes de

que dijera yo cualquier cosa aclaró que cuidaba los detalles de la cena de mi

cumpleaños para que saliera perlería. Además, había una sorpresa. No podía decirme

de qué se trataba, ya lo sabría yo en la noche.

Por un momento pensé que la sorpresa era que, como mi papá se había enredado con

Katherine, ahora tenía que anunciar en plena cena de mi cumpleaños que se divorciaba

de mamá para casarse con su secretaria alemana. No sé por qué se me ocurrió eso.

Estaba pensando tonterías, pensando mal de mi papá en forma injusta. Él se había

visto tan generoso conmigo y a mí sólo se me ocurrían cosas malas acerca de él. Era

mejor salir a caminar un rato. Para mi fortuna, el cielo de Berlín estaba tan gris como

una plancha de plomo.

Page 39: Andres Acosta-Olfato

Regresé por la tarde y vi una maleta roja a la entrada del departamento; entonces supe

cuál era la sorpresa. ¡Había llegado mamá! Yo que la hacía en Kioto, en uno de sus

congresos de bioética muy quitada de la pena, y ella que había viajado no sé cuántos

miles de kilómetros para ir a verme, aunque fuera solo por unas horas.

Durante la cena platiqué algunas de mis experiencias de mochilero: nada más las que

eran aptas para los oídos de mis papas; quería evitarles un trauma a toda costa.

Cuando llegué a la parte de los conciertos empezó, como siempre, el pique entre mi

papá y yo.

-¡Eso ni es música, Fulvio! Junta a tres greñudos, ponles un Guitar Hero en las manos y

ya tienes una banda de rock.

Ese sí era un golpe bajo. Mi papá sabía perfectamente cuánto quise mi Guitar Hero. Sí,

era un tonto videojuego, pero cómo gocé tocando El número de la bestia de Iron

Maiden o Sol negro de White Zombie, a mi papá le constaba.

—No, papá, lo que dices es pura mentira. Ir a un concierto de Metal hoy es como haber

ido a una ópera de Wagner hace un siglo. Es más, si Liszt y Chopin vivieran serían los

Richard Clayderman o los Raúl di Blasio de esta época, igual de cursis.

¡Tómala!, eso sí le dolió a mi papá, que casi se cae de la silla atragantándose con su

salchicha. Hasta se puso morado.

—Sí, Fulvio, nada más que en aquel tiempo los muchachos no se pintaban como

payasos, ni berreaban como animales... Deberían prohibir esa música que sólo habla

de sangre y violencia.

—Bueno, entonces también tendrían que prohibir las obras de Shakespeare, llenas de

asesinatos y de incestos. ¿Sabías que en la Edad Media la Iglesia prohibió el trítono

porque decía que con esa nota se invocaba al diablo? Así de ignorantes eran.

Mi mamá se levantó con una cesta de pan y se nos atravesó:

— ¿Alguien quiere más pan? Ay, este pan negro es excelente. ¿Dónde lo compraron?

Por cierto, Fulvio, estuviste comiendo mal, ¿verdad? Te veo más flaco.

Así como mi mamá cortó el pan con un gran cuchillo, también cortó la discusión y

desvió la plática hacia su congreso de bioética. Después de que nos adormeció

Page 40: Andres Acosta-Olfato

hablando como quince minutos del Protocolo de Kioto y el cambio climático, se me pasó

el enojo y reuní valor para agradecer a mi papá.

La verdad era que él se lo merecía.

—Por nada, hijo, qué bueno que te gustó.

Katherine llegó con el pastel y tuve que aventarme el numerazo de escuchar las

mañanitas con cara de bobo y de soplar las velas como si todavía fuera un niño.

Mientras comíamos pastel, Katherine trajo a la mesa una serie de objetos que me

llamaron la atención:

—Bleigiessen! Es ist ein Orakel —dijo ella.

— ¿Un oráculo?

—Sí, un antiguo oráculo germano.

Por primera vez Katherine quitó su cara de estresada y bajó la intensidad de las luces

del departamento. Entre ella y mi mamá limpiaron la mesa para que solo quedaran un

recipiente de acero con agua fría, una cuchara también de acero, una vela en un

candelabro y cuatro pequeños lingotes de plomo.

Se trataba de lo siguiente: cada quien debía hacer una pregunta en silencio, después

tomar uno de los lingotes, ponerlo en la cuchara encima de la llama de la vela hasta

que el plomo se derritiera y dejarlo caer en el agua fría, en la que se formaría una

figura. Katherine tenía un diccionario con el significado de la mayoría de las figuras que

podían salir.

Tomé mi lingote y, cerrando los ojos, pregunté si volvería a ver alguna vez a Draga o si

por lo menos sabría algo de ella en el futuro. Seguí las instrucciones y el plomo de mi

cuchara cayó en el agua y de inmediato se formó una figura que Katherine sacó para

ver bien qué era.

—Es un... ¿colmillo? —dijo ella, y se la pasó a mi papá.

— ¡Sí, es un colmillo! Eso significa, Fulvio, que eres un tipo colmilludo — payaseó mi

papá.

Katherine buscó rápidamente en su diccionario de figuras y dijo;

—Stosszahn: Du wirdst ein Missverstandnis aufklären! Mi papá tradujo:

—Colmillo: ¡aclararás un malentendido!

¿Qué tiene que ver un colmillo con aclarar un malentendido?, pensé.

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Y no lo sabría hasta tiempo después, aunque dentro de mí ya se estaba formando una

idea que era demasiado extraña para que pareciera cierta. Mi intuición se estaba de-

sarrollando a pasos agigantados, como mi olfato, solo que me costaba mucho trabajo

hacerle caso. Empezaba a ver el mundo muy distinto y no era fácil aceptar que las

cosas no siempre son como creemos... Como nos enseñan a creer que son.

Capítulo 18 Primera parte: Continuación de Cómo me hice vampiro

MIENTRAS hacía mi maleta, la vieja National Geographic que había tomado del

departamento de mis ex amigos cayó al suelo, abierta a la mitad, y me quedé mirando

una fotografía. Era la imagen en blanco y negro de una mujer que corría bajo la

amenaza de un soldado alemán que le apuntaba con su arma. El pie de foto decía que

durante la ocupación nazi de 1941 Sarajevo vivía días violentos.

« ¡Pero si esa cara tan linda yo la conozco bien, no hay duda!», casi grité. « ¡No puede

ser! La conozco perfectamente porque hasta la besé. ¡Es Draga!» Y por si fuera poco, a

sólo a unos pasos de ella había otras figuras. Fui corriendo al cuarto de mi papá a

conseguir una lupa. También reconocí sus caras. Eran las de Edin y Kemal. Sí, el

mismo Edin con quien había compartido la comida, la música y hasta la novia, hacía

solo unos días. El mismo Kemal que repetía « ¿Yunó guaramín?» a cada rato. Eran

ellos tres, y lo más asombroso era que se veían de la misma edad. No habían

envejecido.

Tenía la revista en las manos y ya no podía evadir más tiempo la verdad. Algo terrible

habían hecho conmigo Edin y Draga. Desde que ella me besó y me hirió con lo que yo

creí que era su filoso piercing, las cosas empezaron a ponerse raras.

Fui corriendo a mirarme en el espejo del baño. Estaba un poco pálido, como decía mi

mamá, pero nada más. No tenía los ojos rojos ni nada anormal. Abrí la boca y revisé

mis colmillos. Tampoco me habían crecido. Lo único nuevo era que otra vez tenía

hambre, un hambre atroz, exactamente igual a la que sentí cuando me lancé sobre el

cuello del cordero.

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Levanté mucho la lengua para ver debajo y algo sucedió: una especie de garra o de

colmillo apareció moviéndose hacia el frente. Entre más levantaba la lengua, más salía

el colmillo. En cambio, si bajaba la lengua, el colmillo se retraía. Y no estaba soñando,

el colmillo seguía ahí cada vez que levantaba la lengua con fuerza.

El colmillo era igual a la figura de plomo que se había formado en el oráculo Bleigiessen

de Katherine.

Capítulo 19 Segunda parte: Ladrones de olfatos

Pero en otro momento y en otra geografía, alguien más consulta un oráculo distinto al

de Fulvio...

—ESTO es Dilogún, el oráculo sagrado —dijo la macumbera con los ojos (errados, y

aventó una mano de cara coles sobre un tablero de madera.

Los caracoles cayeron formando su constelación única, irrepetible; algunos con la

abertura hacia arriba y oíros hacia abajo; algunos apuntaban hacia el sur y otros hacia

el este... La macumbera los observaba repasándolos una y otra vez como si leyera un

libro.

Al Coronel, hombre de cabello blanco, barba de chivo y lentes pasados de moda (de ahí

el apodo de autor de receta secreta de pollo colesteroso que sus compañeros de

trabajo le pusieron), le pareció difícil creer que unas cuantas Conchitas dijeran algo

sobre él, sobre su futuro. Era tarde para arrepentirse, había viajado hasta la Costa

Chica de Guerrero porque estaba harto de su vida y buscaba un cambio. Su compañero

de trabajo, el operador de la grúa que lo ayudaba a sumergirse cada semana en el

drenaje profundo de la ciudad de México, le había hablado de la macumbera de

Marquelia, a dos horas de Acapulco en dirección a Oaxaca. El Coronel entró en la

casucha de techo de palma con desconfianza. La gente del pueblo no parecía nada

amigable cuando preguntó por ella.

— ¡Obaxá! Te salió Obaxá. Por lo tanto tú eres el que encuentra —dijo ella,

despertándolo de sus pensamientos—.

Cuando tú buscas no encuentras. Cuando tú no buscas, encuentras. Así es.

—No entiendo.

—A veces no entender es una forma de entender. Mira, hijo, deja de buscar.

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En menos de tres días tendrás tu primer regalo. Sabrás a lo que me refiero cuando

llegue a ti. Luego llegará el segundo, muy distinto al primero. Tendrás que darle su

tiempo a este segundo regalo para conocerlo, como a... ¿qué te diré?, como a una

persona. En menos de tres años obtendrás tu verdadero tesoro, pero ten cuidado.

— ¿Cuidado con qué?

—Un tesoro también puede acabar contigo. Veo complicaciones: un cruce de caminos.

Desear es peligroso. Tú encuentras. Y cada vez que encuentras deseas más y más.

Eso no es bueno, así solo apresuras el final y pierdes tu mejor regalo en manos de

alguien que también lo desea.

Eso fue lo que dijo la macumbera, y el Coronel ya no pudo arrancarle más palabras.

Ella simplemente le aconsejó aguardar a que se cumpliera su destino, no había nada

más que hacer. Comprendió que era tiempo de pagar y despedirse, y salió de la

casucha. Le esperaba un taxi que lo llevaría de regreso a Acapulco antes de que se

hiciera tarde. No era bueno andar de noche por la carretera, te atraviesan un tronco en

el camino y te bajan a machetazos nada más para quitarte unos pesos.

Mejor se hubiera quedado en Pie de la Cuesta tomando un coco con ginebra en vez de

meterse en ese pueblucho. Al día siguiente tenía que regresar a la ciudad porque había

trabajo pendiente: sumergirse una vez más en la mierda.

Estaba harto.

Por el camino el Coronel recordó a su padre, gracias a quien había llegado a ser lo que

era: un apestado. El viejo se había ido cuando él era solo un niño, sin dejarle nada ni a

él ni a su madre. Desapareció una noche y al otro día llegaron a la casa unos tipos de

negro que destrozaron los escasos muebles buscando algo que, según ellos, el viejo

les había esquilmado. Cuando los tipos se fueron, él y su madre también buscaron y

buscaron hasta en el último rincón, pero jamás apareció nada.

El Coronel creció con miedo de que los tipos regresaran. Creció abonado por la

amargura de tener que dedicarse a trabajos miserables con tal de ganarse la vida. Un

tiempo cargó bultos de cemento, hasta que se lastimó la espalda y el ingeniero de la

constructora, con tal de deshacerse de él, lo recomendó en el club deportivo donde

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nadaba los fines de semana. Le dieron el trabajo de mozo de alberca, una tarea menos

ruda que las anteriores y bastante apacible. Vigilaba los niveles de cloro, retiraba los

pelos de los filtros y removía las hojas secas con una red, trabajo solitario que realizaba

una vez que las clases de natación y de buceo habían terminado. Eso era todo:

acariciar la superficie del agua y mantenerla limpia. Nada más. Aquella tranquilidad

inducía constantemente al Coronel a tener momentos de reflexión como nunca antes

conoció. Los trabajos sencillos y apacibles a veces provocan en la gente pensamientos

ociosos, filosofías extravagantes. El Coronel soñaba despierto con otra vida, una vida

como la de la gente que acudía a remojarse en la alberca: sin problemas, con tiempo

para nadar, bucear y pasársela bien. ¿Y cómo se ganaría el Coronel una vida así?

Dedicándose a una actividad lucrativa que no le quitara mucho tiempo: explotar a los

demás, exprimirlos hasta que sudaran trabajando para él: ¡vamos!, lo mismo que hacía

la gente del club.

Mientras fingía trabajar en la caldera, el Coronel aprovechaba para observar las clases

de buceo que se impartían en la fosa. Especuló que el proceso no tenía nada de difícil,

así que un día decidió intentarlo por su cuenta. Ya la gente se había retirado y fue a la

caseta a buscar un traje de neopreno a su medida, se colocó las aletas, el visor y el

tanque para sumergirse. La primera vez casi se ahoga por desconocer la manera

correcta de aspirar el aire por la boca y por dejar que el visor se le llenara de agua. La

segunda vez tuvo más suerte y ya no lo traicionaron esos contratiempos.

En pocos meses el Coronel ya era todo un buzo aficionado con varias horas de

inmersión; difíciles de comprobar, pero eso a él le tenía sin cuidado. Un día vio un

anuncio en el tablero del deportivo: «Se solicita buzo para trabajos especiales.

Experiencia no necesaria». Sonaba demasiado bueno para ser verdad: ¿quién contrata

a un buzo sin experiencia para un trabajo especial?

Por pura curiosidad se presentó en la dirección indicada. Cuando llegó vio salir al

aspirante anterior con gesto desencajado. No le dio buena espina, ¿pero él qué podía

perder?, ni siquiera era un buzo de verdad.

Page 45: Andres Acosta-Olfato

Contrario a lo que imaginaba, la gente de la oficina del gobierno de la ciudad intentó

persuadirlo en todo momento de que tomara el trabajo, que, por otro lado, no quedaba

muy claro en qué consistía: técnico especializado en mantenimiento de aguas

residuales. El salario era el triple de lo que ganaba en el club: ahora podría ganar tres

salarios mi nirnos.

El trabajo resultó peor de lo que creía. Infame, por decir lo menos: nadar en un mar de

mierda para retirar cualquier objeto que obstruyera los conductos secundarios del

drenaje. Allá abajo había desde llantas hasta refrigeradores, pasando por alguno que

otro perro muerto hinchado. Aceptó por ignorancia y no renunció de inmediato porque al

fin y al cabo él los había engañado a ellos.

La ventaja era que no tenía que sumergirse a diario, hubiera sido demasiado, sino cada

semana, normalmente, y dos o tres veces a la semana en época de lluvia Con el

tiempo, sumergirse en esas aguas densas y completamente oscuras empezó a cobrar

un atractivo morboso para el Coronel. Los extremos acaban por tocarse. Así como unos

cuantos buzos privilegiados penetran en los arrecifes más hermosos del mundo,

observando paisajes indescriptibles, el Corone se ocupaba del lado opuesto: la

dimensión del detritus, de los deshechos, privilegio a su vez de unos pocos que se

atrevían a semejante labor.

Ahí abajo existía un universo desconocido, en el que ni la vista servía para nada. Por

potentes que fueran las luces, no era posible distinguir nada en ese mar negro,

desolado, tan parecido a la muerte. Ciada vez que el Coronel emergía del fango, volvía

a nacer. Había que pasar algunas horas negras allá abajo para ver la luz con ojos

distintos.

El Coronel profundizó en este sucio trabajo y llegó hasta donde otros no se atrevían: lo

más profundo de) drena je profundo de la ciudad que más porquería produce en el

mundo. Acostumbrado a olores asquerosos, ya no los percibía. Su olfato, una vez

rebasado, se selló herméticamente. Y mientras él se quedaba sin capacidad para

olfatear, al mismo tiempo se convirtió en el olor ambulante, en la peste.

Page 46: Andres Acosta-Olfato

Porque eso era el Coronel: un apestado. Por más que se bañara y se tallara con

estropajo, el olor no desaparecía. Oler así asfixiaba sus relaciones humanas, las

reducía a un núcleo de gente capaz de soportar el hedor sin echarse a correr. ¿Y quién

era esa gente? Aquella que se reunía por las noches en un bar clandestino e itinerante

llamado II Rasguño. Ahí solo los apestados se atrevían: sordomudos, macrocéfalos,

enanos, jorobados, quemados, paralíticos; gente que pedía dinero por el rumbo del

centro de la ciudad; criaturas imposibles a la luz del día... Además de uno que otro

matón de poca monta.

La vida del Coronel transcurría dentro de esas aguas putrefactas, de amargura, de

estancamiento; maldiciendo su suerte, acechando la oportunidad en sitios marginados,

yendo hasta Marquelia a buscar a la macumbera para que le dijera su suerte.

El taxista, al ver que su pasajero de cabellos blancos no respondía, se volteó para

gritarle con acento costeño:

— ¡Que ya llegamos, pues, jefe!

El Coronel se apeó del taxi y pagó. Se quedó solo mientras anochecía. Como hombre

no tenía nada, no podía hacer nada, excepto aferrarse a las palabras que la

macumbera pronunciara horas antes: «Cuando tú no buscas, encuentras. Así es».

Capítulo 20 Segunda parte: Continuación de Ladrones de olfatos

EL CORONEL emergió de la masa fangosa, ayudado por el brazo de la grúa, y caminó

dificultosamente con su traje de neopreno extra grueso hacia donde su compañero lo

esperaba con la manguera. El chorro de agua a presión empezó a remover la nata de

inmundicia que cubría su traje mientras sus manos enguantadas ayudaban al fango a

deslizarse hacia el suelo. De repente, a través del visor de la escafandra, un destello

dorado llamó la atención del Coronel y su corazón dio un vuelco. El tono del destello

había sido inconfundible. Antes de que la limpieza concluyera, el Coronel se quitó

apresuradamente la escafandra, operación harto difícil debido a la rigidez de su traje.

Poco le importó al Coronel el riesgo de contaminarse con la mierda, quería atrapar el

objeto dorado antes de que regresara al drenaje y se perdiera para siempre.

Page 47: Andres Acosta-Olfato

Lo tomó con los dedos. Era un anillo macizo. ¡De oro, sin duda! Debió de haber

pertenecido a alguno de esos ricos que suelen quitárselos antes de lavarse las manos

en restaurantes lujosos, pensó el Coronel.

Invocando lo que la macumbera le vaticinó, supo que ese era su primer regalo.

También le pareció que podía ser una señal, una señal excelente para cambiar de vida.

Con el anillo de oro en la mano, revuelto aún entre la nata negra de los detritus, se

terminó de quitar el traje que durante tanto tiempo lo había aprisionado y se marchó

para no volver nunca. Estaba convencido de que la macumbera no se había

equivocado. Solo le había hecho falta esa señal, ese empujón del destino, para

decidirse.

Por la noche, ser nado a su mesa y bajo la luz de un foco de 60 watts, el Coronel

observó con detenimiento el grueso anillo. Tenía una inscripción grabada en el interior,

algo incomprensible en quién sabe qué idioma. Ni siquiera reconocía ese alfabeto, si es

que lo era. Raro que no estuviera quintado, pero nadie dudaría que se trataba de un oro

bastante puro: ese amarillo encandilaba a cualquiera. ¿Cuánto le darían por él? Con el

dinero podría comenzar un pequeño negocio propio.

Claro que antes de venderlo podía darse el lujo de usarlo unos días. Nunca antes había

llevado anillos porque le parecía propio de afeminados, pero este modelo sí era

masculino, digno de un hombre.

El Coronel miró en la superficie bruñida del anillo su propio reflejo, su rostro

resplandeciente, y sonrió con gesto bovino. Al momento de deslizarlo por su dedo

cordial, algo fluyó hasta el centro de su ser y supo que ya no se desprendería de él, al

menos no voluntariamente.

Capítulo 21 Segunda parte: Ni se las olía, I Continuación de Ladrones de olfatos.

UN SUJETO gordo, de rostro aniñado, sale de un elevador, camina por un pasillo y

golpea con los nudillos una puerta. De su brazo izquierdo cuelga una pequeña hielera

azul. — ¡Ya sabes que está abierto! —se escucha una voz desde adentro.

Page 48: Andres Acosta-Olfato

Avanza con la mirada baja y se detiene detrás de un hombre de cabello blanco que,

sentado de espaldas a él, trabaja en silencio inclinado sobre una mesa. A su derecha,

una lámpara verde ilumina una colección de instrumentos de acero inoxidable y de

frascos de distintos tamaños y colores.

— ¿Lo consiguieron?

—Aquí está.

Se acerca y entrega titubeante la hielera. El hombre la recibe y la coloca frente a él, se

escucha cómo abre el cierre de la funda de tela y luego se alcanza a ver que levanta

una tapa de plástico, pero no se distingue el contenida. El gordo presencia la operación

parpadeando repetidamente mientras se limpia el sudor de la frente con la manga del

saco.

Ahora el hombre se coloca unos guantes de látex, estira el brazo hacia un refrigerador,

lo abre y saca una botella con una etiqueta que dice «Solución de Berzel, 4°C». A

continuación escoge un frasco y vierte parte del líquido en él; toma unas pinzas de

acero quirúrgico y extrae de la hielera algo que deja caer dentro del frasco. Aproxima el

recipiente a la luz de la lámpara y observa su contenido: una pequeña masa

sanguinolenta tan fresca que aún parece palpitar flota en el líquido.

—Espero que esta vez no lo hayan arruinado.

—Solo tomamos justo lo queee... lo que usted nos indicó —contesta el gordo.

El hombre de cabello blanco mete de nuevo las pinzas en el frasco y extrae el tejido

cuidadosamente para seccionarlo con un escalpelo. Nada más corta una oblea casi

translúcida. Mientras la coloca sobre el portaobjetos de un microscopio electrónico que

está a su izquierda, la escena se desvanece.

Capítulo 22 Segunda parte: Continuación de Ladrones de olfatos.

DESDE que el Coronel empezó a usar el anillo, algo había cambiado en su mirada,

hasta él lo notó. Verse al espejo era contemplar los ojos de otro: un desconocido muy

familiar. Usar el anillo que atenazaba su dedo del corazón era como pertenecer a

alguien más, como haber hecho los votos con una esposa invisible.

Page 49: Andres Acosta-Olfato

Aunque no vendió el anillo para obtener un dinero que le habría facilitado las cosas, de

todas formas decidió dejar su inmundo trabajo y dedicarse a pensar cuál podría ser su

propio negocio.

El Coronel pasó una temporada en el limbo, desarraigado de cualquier obligación; para

él no había diferencia entre día y noche. Su único deber era concebir la nueva etapa de

su vida, mientras las palabras de la macumbera resonaban en su cabeza una y otra

vez: «Habrá un segundo regalo... Cuando tú no buscas, encuentras».

Y puesto que para hallar el regalo debía olvidarse del asunto, lo olvidó por completo,

tanto que cuando el regalo llegó le costó trabajo reconocerlo.

El regalo tenía un aspecto poco llamativo, disperso como estaba en una serie de

manchas de tinta: signos que por separado no representaban nada, absolutamente

nada... ¡Ahí, pero que dispuestos en el orden correcto daban forma a una invocación, a

una novela.

El Coronel nunca había leído una novela, le tenían sin cuidado esas cosas de

intelectuales o de amas de casa, hasta que un día una novela lo mordió a él.

Era de noche y sólo quería llegar a casa a dormir. Estaba en el último vagón del metro,

en la última estación, a la última hora, con la mente en blanco, y entonces la miró en el

suelo, olvidada y pisoteada. La carátula tenía la imagen de una mujer desnuda dormida,

¿o muerta?, sobre un lecho. Se llamaba El perfume. La recogió porque sí; en un acto

reflejo le quitó el polvo con la manga de su chamarra y la guardó en el bolsillo trasero

del pantalón.

Ya en casa quiso dormir y se metió en la cama, pero el sueño no llegaba, así que se

levantó y fue por el librito aquel. Pensó que tan solo con leer las primeras hojas se

quedaría dormido con facilidad. Abrió el libro y al instante quedó atrapado por la historia

del niño que nace en un apestoso muladar, pero dueño del olfato más prodigioso de

cuantos se tuviera noticia en la historia de la humanidad.

Page 50: Andres Acosta-Olfato

Lo que se desplegó ante a los ojos del Coronel no fue una simple novela, fue una

invocación, un conjuro al que el Coronel no pudo renunciar antes de llegar i la última

página, cuando la luz del sol clareaba por la ventana de su habitación. El personaje de

la novela, Jean-Baptiste Grenouille, tenía el olfato y buscaba la belleza en el perfume;

para ello no le importó llegar al asesinato.

¡Fascinante!, pero al fin y al cabo Jean-Baptiste era solo un personaje de mentiras,

mientras que él, el Coronel, era de carne y hueso. Si alguien sabía lo que era estar

hundido en la mierda, nadar en ella, en sus aguas más profundas y ciegas, era él. Si

alguien había ahondado en la porquería del mundo, era él. Sí alguien sabía lo que era

someter su olfato a las más crueles torturas hasta perderlo por completo, era él.

Cuando el Coronel cerró el libro, y mientras le daba vueltas a su anillo de oro, sonrió

siniestramente y supo con exactitud cuál iba a ser su negocio de ahora en adelante.

Capítulo 24 Segunda parte: Ni se las olía, II Continuación de Ladrones de olfatos.

EL TIPO se despierta a medias con frío y esa sensación tan desagradable en la nariz.

Murmura algo. Su cara, hundida en una bandeja con una bolsa de hielos que le queman

la piel, se revuelve buscando salida. Está demasiado débil y adormilado como para

levantarse. Haciendo esfuerzo con los brazos, consigue sacar la cabeza y se tumba de

lado, Abre los ojos y trata de enfocar. Yace sobre una cama que no es suya, en un

cuarto que no es suyo. Sigue junto a él la bandeja con hielos. Se toca la cara, fría,

mojada, adormecida. Su nariz, hinchada como una pelota de béisbol, apenas le permite

respirar. Siente una presión insoportable en la cabeza, a la altura de la nariz, como si

algo fuera a explotarle adentro.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué está ahí?... Ahora recuerda: hablaba con el Pinocho García

de ir a tomar algo después de la semana tan pesada que tuvieron. El Pinocho dijo que

no podía ir, que su hijo tenía fiebre, pero al final aceptó tomar un trago, solo uno. Al

cuarto tequila le entró la lloradera: «¿Aquí estoy, mano, reventándome la quincena

contigo mientras mi hijo se anda muriendo!» Se limpió los mocos con la manga de la

camisa y dejó en la mesa un par de billetes mugrosos antes de salir tambaleándose.

Page 51: Andres Acosta-Olfato

Entonces él pagó la cuenta y se fue a acomodar a la barra. Ese pinche Pinocho,

siempre con sus culpas, pensó, agarrando un puñado de cacahuates con mucha sal.

Pidió otra copa y miró los resultados del fútbol en la televisión.

Había trabajado tanto que se merecía al menos un par de tragos más.

Una mujer de vestido azul se sentó junto a él y pidió un coctel margarita. Al pagar su

bebida una agenda rosa cayó de su bolso al suelo y ambos se agacharon a recogerla.

El choque de cabezas fue inevitable. Era una situación ridícula y a la vez lo

suficientemente cómica para romper el hielo, aunque fuera a cabezazos, como dijo él,

invitando le otra copa.

— ¡Pero si todavía ni me tomo esta, cariño!

—Bueno, no tenemos prisa, ¿o sí? Es viernes. ¿Esperas a alguien?

—No, no que yo sepa. ¡Ja, ja!

Debió haber sospechado desde el principio, pero el asunto se veía y se oía creíble.

Después de todo, no se trataba de una mujer demasiado atractiva. Dijo que era recién

divorciada y que tenía derecho a ir al bar para relajarse un poco.

Platicaron animadamente, en algún momento se tomaron de la mano y decidieron ir a

un lugar más tranquilo. El bar comenzaba a llenarse de gente joven y ruidosa.

—No sé si te parezca muy atrevida, pero podríamos ir a tomar una copa a mi

departamento. Te juro que nunca hago esto, pero me caíste de variedad y creo que

eres un tipo muy decente.

Ni siquiera dudó en tomarle la palabra. Fueron directo al estaciona miento a buscar el

coche de él porque ella había llegado, supuestamente, en taxi. Ya iban sobre la avenida

cuando la mujer lo volteó a ver muy seria:

—Tengo que confesarte algo: tengo un hijo. Ya está dormido. Pero igual no creo que

sea conveniente para mi niño que lleve a un hombre a casa. Se me hace que mejor lo

de-jamos para otra ocasión. ¡Perdóname! Cuando ella termina la frase, la imagen se

desvanece.

Capítulo 25 Segunda parte: Continuación de Ladrones de olfatos.

— ¿TÚ CREES que venga, Dick?

—Habrá que esperar otro rato.

Page 52: Andres Acosta-Olfato

— ¿Y si no viene?

—Ya veremos, Moby.

—Yo creo que no va a venir.

—Moby...

-¿Qué?

— ¡Cállate de una vez!

—Pero es que si no viene...

— ¿Le hablaste a su celular?

—No contesta.

— ¿Seguro que era aquí?

—Sí. Me dijo que la esperáramos en la esquina de siempre, y como ves, esta es la

esquina de siempre.

—Ya ha de venir.

—Esto está muy raro. Ella siempre es puntual.

— ¡Pues llámale otra vez!

—No contesta.

—Si no viene tú tienes la culpa, Moby.

— ¿Y yo por qué?

—Porque... porque alguien debe tener la culpa, Moby, y si yo no la tengo, entonces la

tienes tú.

— ¡Siempre tengo yo la culpa, Dick!

—Eso es lo que estoy diciendo, Moby.

— ¿Y yo por qué?

—Porque... porque alguien debe tener la culpa, Moby, y si yo no la tengo, entonces la

tienes tú.

— ¡Siempre tengo yo la culpa, Dick!

—Eso es lo que estoy diciendo, Moby.

— ¡Ay, Dick!

—Ahí viene alguien.

— ¿Dónde?

—Atrás de ti... No, no es ella.

—No, no es ella.

—Es lo que acabo de decir.

Page 53: Andres Acosta-Olfato

—Esto está mal, Dick.

— ¿Te dijo dónde vive?

—Tú sabes que no. Silvia es una profesional y tú mismo has dicho que un profesional

no maneja información esencial ni personal para no poner en riesgo a...

—Ya cállate, algo vamos a tener que hacer.

— ¿Qué piensas, Dick? No me gusta cuando pones esa cara.

De acuerdo, un par de profesionales no podían confiar en una diletante, ¿para qué

necesitaban a esa mujer, una carnada tan caprichosa como ella? Todo había salido

bien hasta ese momento, pero no gracias a Silvia, sino a pesar de ella.

Moby y Dick estaban estacionados frente a una casa con una barda que era pan

comido, en una zona donde la oscuridad los cobijaba: la esquina de siempre. No había

que pensarlo más, se dijo Dick; también se lo dijo a Moby. Moby y Dick entraron como

Pedro por su casa y encontraron lista una flor para cortar. Pan comido, excepto porque

durante la operación Moby se llevó una buena alcancía en la cabeza. Aunque eso a

Dick le tenía sin cuidado ya que a Moby lo protegía una buena capa de grasa hasta en

la mollera.

Capítulo 26 Segunda parte: Ni se las olía, III Continuación de Ladrones de olfatos.

ERA el momento de tomar la iniciativa antes de que la presa escapara; había

que apretar a fondo:

—Yo creo que eres muy buena madre. Te admiro por eso. Coincido contigo,

pero ¿por qué no vamos a un hotel?

—¿Un hotel? Fíjate, no lo había pensado. Eeeh, bueno. Con dos condiciones.

—¿Cuáles?

—Primero, que me creas que nunca antes lo había hecho, Segundo, que yo te

digo qué hotel me parece bien.

Antes de llegar compraron una botella de tequila, dos vasos desechables y

sal. Estacionaron el coche frente a la habitación y entraron. Desde el principio

ella se apoderó de la botella para servir el tequila en el baño. ¡Ahí debió haber

sospechado él, cuando emparejó la puerta para que no la viera! Lo único que

se le ocurrió fue que tal vez ella quería echarle un poco de agua a su vaso.

Brindaron, él ya sin saco y recargado en la cabecera de la cama; ella, sin

zapatos y con las piernas recogidas de lado. A partir de entonces la confusión

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se instaló en su cerebro. El tequila de su vaso parecía turbio, ¿o así lo veía

porque ya estaba borracho? Debí haber cenado cualquier cosa, alcanzó a

pensar en ese momento.

Antes de que los ojos se le cerraran por completo y ya no pudiera abrirlos

creyó ver una mueca de cinismo en la mujer. Oyó que abrían una puerta, luego

algunos pasos sobre la alfombra y murmullos. Se dejó caer lentamente, pero

no terminaba de caer de lado. El colchón estaba lejos, muy lejos. Al final, un

negro absoluto.

Y ahora esto, despertar molido, con la cara húmeda y helada; la nariz como

pelota de béisbol pegada a la bolsa de hielo que, está seguro, él nunca

compró; no la necesitaban para el tequila.

Ni rastro de la mujer de azul por la habitación. ¿Cómo 16 llamaba? Además

del dolor de cabe/a no puede oler nada, no tiene olfato. Se toca la nariz. A

pesar del mareo y los ojos empanados se levanta de la cama, va a! baño

tambaleando se y no puede creer que esa máscara de carne machacada sea

su rostro. Se lleva las manos a la cabeza y aúlla.

En el espejo hay una nota escrita: «¡Gracias por tu amable donación!»

Carta de Draga. Tercera parte. En busca del olfato perdido.

Hoy, 10:39 PM

Querido Fulvio

A estas alturas ya sabrás que eres uno de nosotros. Y no es algo tan extraño como

puedas creer. Vampiros hay en todo el mundo, pero de distintas razas.

Ahora tú eres un lampir. Debes estar orgulloso de serlo. A través de los siglos, los

lampires hemos demostrado ser fuertes y muy valerosos. De ahora en adelante tú y yo,

Fulvio, estamos unidos por la sangre, por una cepa común. No te escribí antes porque

me fue imposible. A continuación trataré de resolver algunas de las cosas que

seguramente te estarás preguntado.

Tómalo como unas FAQ (Frequently Asked Questions) o unas Breves

Instrucciones para ser un Buen Vampiro:

1) ¿Por qué no te dijimos Edin y yo que éramos vampiros?

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Los vampiros no deseamos publicidad. La gente no suele respetar la vida íntima de los

demás; no viviríamos en paz si los paparazzi nos persiguieran hasta para ir al baño. Y

sobre todo, Fulvio, habrías pensado que estábamos locos. Ahora no hay forma de que

nos creas unos alienados.

2) ¿Somos los vampiros seres diabólicos?

Para nada, todo lo contrario. Los lampires no tenemos ningún pacto con el diablo ni

somos monstruos, aunque ya no seamos tampoco humanos. Los primeros días debes

de haberte sentido enfermo: tu cuerpo se defendía contra el virus vampírico, pero al

final tuvo que cederle terreno a la infección (que te inoculé con el beso) para que te

transformaras. La condición vampírica es, aunque pueda sonar raro, producto de un

fenómeno natural, no de una intervención diabólica.

3) ¿Puede alguien darse cuenta de lo que eres?

No te preocupes, prácticamente ninguna persona normal puede reconocer a un vampiro

a simple vista; solo otro vampiro o alguien que nos ha tratado de cerca es capaz de

reconocernos. Debido a que nuestra sangre muta desde que el virus vampírico ha

corrido por nuestras venas, ío que sí te recomiendo es que evites los análisis de

laboratorio, porque así cualquiera se daría cuenta de que ya no eres humano.

4) ¿Somos los vampiros muertos vivientes?

Eso es una tontería, ¿ok? Se está vivo o se está muerto. Lo que sucede es que, de

alguna manera, mueres como ser humano, para luego convertirte en una especie

distinta. ¿Difícil de entender? Solo piensa en la oruga y la mariposa. ¿Muere la oruga...

o se transforma?

5) ¿Son inmortales los vampiros?

¡No! No somos inmortales, como la gente piensa. Eso es bueno para las películas. La

verdad es que un vampiro puede llegar a vivir miles de años, de ahí proviene la

creencia popular de que nunca morimos, pero la inmortalidad no existe. Es rarísimo que

un vampiro muera de viejo, pero sí ha llegado a suceder. Todo tiene un ciclo de vida.

Resulta que, como tenemos una fuerza y un poder de recuperación increíbles, somos

Page 56: Andres Acosta-Olfato

capaces de sobrevivir a casi cualquier tipo de accidente que para cualquier humano

común y corriente resultaría mortal.

Te recomiendo que no abuses de tu condición, ya que, eso sí, puedes llegar a sentir

mucho dolor.

Sobre todo, témele al fuego, porque puede destruir a un lampir; no sé si a otro tipo de

vampiros, pero a un lampir seguro que sí.

6) ¿Nos hace daño la luz del sol?

No. Esto tiene que ver con la antigua creencia de que un vampiro, como supuesto ser

diabólico, le tendría que temer a la luz del día. Sucede que somos criaturas mejor

adaptadas para la noche. Vemos mejor en lo oscuro y nos sentimos más a gusto en la

sombra. A mí el sol me da dolor de cabeza, y a veces ando como zombi en el día, pero

nada más.

7) ¿Las cruces nos afectan?

No siento particular atracción por las cruces, pero tampoco me molestan. La mayoría de

los lampires no somos católicos, somos musulmanes, aunque respetamos cualquier

culto, así que las cruces no son ningún problema. Para ti tampoco lo será si alguien te

quiere asustar con una, a pesar de que seas católico, a menos que al verla te acuerdes

de que hace mucho no vas a misa.

8) ¿Tenemos poderes especiales?

La condición vampírica modifica tu organismo; de hecho, lo mejora. Nosotros solemos

hablar de virus y de infección cuando hablamos de vampirismo, pero solo es una forma

de bromear, la verdad es que se trata de una mutación. La sangre vampírica es más

fuerte que la humana y, gracias a que ambas tienen una estructura genética parecida,

lo que hace la sangre vampírica es dominar a la humana en pocos días, hasta que

termina por imponerse, y es así como finalmente te vuelves vampiro. Ya te habrás dado

cuenta, Fulvio, de que al convertirte en vampiro te volviste más fuerte y más veloz.

Ahora tu ADN es distinto, pero aquí viene lo bueno. Lo que sigue es medio complicado

y trataré de simplificarlo. Hablo en especial de la cepa lampir, a la que pertenecemos.

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Cada cepa tiene sus diferencias y tal vez sólo los expertos sepan distinguir bien, por

ejemplo, entre un lampir y un mullo (el vampiro gitano).

Pues bien, para nuestra fortuna, la cepa lampir tiene la característica de que desarrolla

los sentidos a un grado altísimo; en especial el día que debes alimentarte, que es

cuando tus sentidos alcanzan su grado máximo.

Hay más de cinco sentidos, pero no nos metamos en eso. Lo interesante es que cada

lampir tiene un sentido favorito: el mío es el oído. Yo vivo en la música. No es que

durante el resto del tiempo no viva, sino que me es más o menos indiferente. i Ah, pero

cuando escucho buena música soy realmente yo!... Creo que te diste cuenta, ¿verdad?

Eso de que tenemos un sentido favorito es un decir, porque en realidad es el sentido el

que te escoge a ti. Una vez que hayas descubierto cuál es el tuyo, podrás desarrollarlo

a niveles inimaginables; y al mismo tiempo ese será tu don particular, lo que te hará un

ser único. Porque aunque existan solo unos cuantos sentidos, no hay un lampir igual a

otro. ¿Por qué? Porque se dice que un lampir es él y su sentido favorito. Yo, Draga, soy

yo y mi oído: una combinación especial. El oído no solo me produce placer sino que me

índica aquello que necesito saber para sobrevivir. Soy capaz de escuchar el más

pequeño cambio dentro de los órganos del cuerpo de una persona, un animal o un

insecto, incluso de las plantas. Para mi hasta las plantas hablan. Sé que un árbol

necesita agua por la manera como sus anillos crujen dentro del tronco.

Por eso mismo pude escuchar, Fulvio, tu corazón latiendo como un tambor cuando

estuviste tan cerca de mí, a pesar del escándalo del concierto en Mostar. La verdad es

que yo escuchaba la música que había dentro de ti, no la que tocaban esa noche...

¡Odio ponerme romántica, pero me encanta! Una cosa sí te voy a decir: debes detectar

cuál es tu sentido y cuidarlo, porque al mismo tiempo este puede convertirse en tu

punto débil, tu talón de Aquiles.

Un lampir nunca confiesa cuál es su sentido especial porque lo vuelve vulnerable y un

demonio cualquiera podría hacerle daño. Te ofrezco el mío como una demostración de

amor, como ofrecerte mi cuello sabiendo que tú no me harás daño nunca. Pero no me

atrevo a decirte cuáles son los sentidos especiales de Edin y de Kemal porque no tengo

derecho a hacerlo.

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9) ¿Los vampiros tenemos telepatía?

Eso es un mito, pero en cierta forma sí se cumple. ¿Por qué? Volvemos al tema de los

sentidos: uno de ellos se te desarrollará al grado de ofrecerte información que de otra

manera no podrías obtener. Con un poco de intuición o instinto (que también se te

desarrolla automáticamente) puedes saber lo que piensan las personas si aprendes a

escucharlas, como yo, o a verlas o a olerías, ¿entiendes? Y no te creas, con el tacto

también puedes detectar los más mínimos cambios de temperatura de una persona sin

necesidad de tocarla. No es necesario que pruebes a alguien para sentir sus cambios:

lo percibes con la lengua desde lejos. Y bueno, tal vez a eso le puedas llamar telepatía,

pero no tiene un origen mágico sino sensorial Aunque debo confesarte: para un lampir,

los sentidos son magia.

Yo soy capaz de escuchar los pensamientos de una persona, pero no aparecen en mi

mente como una voz, sino que llegan a mi cerebro directamente como impulsos

eléctricos que conectan ciertas neuronas. Ahora bien, la intuición se encarga de ia otra

parte: descifrarlos al instante y convertirlos a un lenguaje comprensible para mí. Mira, al

final el resultado es que sabes lo que piensa el otro de la misma manera en que te das

cuenta de qué es lo que piensas tú mismo. A lo mejor te estoy enredando, ino soy

neuróloga! , pero se parece a esto: cada vez que tú piensas en algo, simplemente lo

sabes, es instantáneo, no hay una voz que te diga « ¡Oh!, estoy cansado», o triste o

enojado: simplemente lo sabes al instante y ya. Es lo mismo.

10) ¿Cada cuánto hay que alimentarse?

Al menos una vez a la semana. Puesto que los lampires tenemos un origen rural,

podemos alimentarnos de sangre animal... o humana. Con respecto a esta última, te

sugiero que consigas aun donador voluntario, pero no bebas directamente de su herida,

a menos que desees vampirizarlo.

Los alimentos tradicionales podrás tolerarlos con el tiempo; gracias a esto nadie

sospechará de ti. Pero eso sí, la sangre es vital. Es difícil que un vampiro muera de

inanición, su organismo no lo permite. Tenemos un instinto de conservación

irrefrenable; es algo parecido a, ya sabes lo que dicen: nadie se puede morir

aguantando la respiración a voluntad. Si no te alimentas a tiempo te volverás irascible y

tu aspecto, déjame decirte, no será muy agradable, además de que te puedes debilitar

muchísimo.

Page 59: Andres Acosta-Olfato

11) Y ahora la pregunta difícil: ¿por qué nos fuimos sin avisarte?

Teníamos que hacerlo, los Balcanes siempre están en guerra, aunque en estos

momentos se trate de una guerra secreta. Edin te confió algo de lo que sucede. Hace

poco ubicamos al genocida Radovan Karadzic en Belgrado: se hacía pasar por médico

naturista y ocultaba su rostro tras una barba muy crecida. Es un enemigo muy

poderoso, más de lo que creerías. Antes de que pudiéramos hacer algo, agentes de la

BIA (el servicio secreto serbio) lo aprehendieron la noche del 21 de julio de 2008. ¡Sí, la

misma noche en que estábamos juntos en el concierto de Mostar! Por cierto que

todavía no se nos ha perdonado a Edin, Kemal y a mí por habernos comportado tan

frívolamente, descuidando nuestros deberes.

Ahora, el primer problema es que la policía serbia no sabe que Karadzic pertenece al

ejército del Enemigo, por lo que tenerlo preso como a cualquier otro delincuente es

sumamente peligroso. El segundo problema es que Karadzic cometió el genocidio

contra bosnios y croatas buscando la hegemonía serbia, y no sabemos si su gobierno lo

va a entregar al Tribunal Penal Internacional de la Haya o piensa juzgarlo él mismo, en

cuyo caso dudaríamos de su imparcialidad.

La lucha, Fulvio, lejos de terminar, apenas empieza. Esa noche en Mostar tuvimos que

salir con urgencia a apoyar a los demás compañeros lampires que pelean contra el

Enemigo. Era imposible llevarte con nosotros; primero, porque estabas recién

contagiado, y segundo, porque esta guerra no es tuya y no tenías por qué correr

riesgos por ella. Creo que esto es más de lo que debes saber sobre el tema Karadzic.

Fulvio, con el tiempo te darás cuenta de que el regalo que te di es muy valioso.

Piénsalo muy bien antes de transmitirlo a alguien. No te imaginas la discusión que tuve

con Edin antes de hacerte lampir; primero dudé yo y luego él. Al final ambos nos

convencimos de que serías digno de convertirte en uno de nosotros.

Estoy segura de que tarde o temprano tú también librarás tus propias batallas, y, ¿quién

sabe?, tal vez algún día nos encontraremos juntos luchando contra el Enemigo.

Page 60: Andres Acosta-Olfato

Fue un tiempo maravilloso el que pasamos juntos, a pesar de lo breve. Siempre te

recordaré. XOXOXOX, Draga

Al final del correo viene una foto de Draga tal y como la recuerdo, con su cabello oscuro

y sus enormes ojos; también está idéntica a la foto de la revista National Geographic,

sólo cambian la ropa y el peinado, que son de épocas tan distintas. Y sin embargo,

Draga será siempre Draga.

Cuando termino de leer el correo tengo sentimientos encontrados; por un lado, me

aterra terminar de confirmar lo que ya sospechaba, que irremediablemente soy un

vampiro; por otro, me da una gran alegría conocer los motivos que mis amigos tuvieron

para abandonarme en Mostar, sobre todo después de estos días tan difíciles que he

pasado desde que regresé a casa.

Vaya, el oráculo de Katherine resultó tan acertado: ¡ Aclararás un malentendido! Eso sin

olvidar el colmillo. En cambio, qué lástima que no leí el correo de Draga a tiempo, antes

de que un par de sombras me arrancaran mi sentido más preciado. Qué mala suerte

haberla leído hace solo unos minutos, a punto de comenzar mi día D. La carta de Draga

se filtró por error a la bandeja de correo no deseado porque proviene de una dirección

sospechosa según mí servidor.

¡Ja!, esta es la tecnología actual que hace tu vida más fácil, la que evita que una carta

importante llegue a ti en el momento justo. De haberla leído recién llegué de Berlín, que

es cuando ella me la envió, hubiera tenido más cuidado y no me habría dejado arrancar

mi tesoro tan fácilmente.

Un viejo oráculo que acierta, una tecnología moderna que falla. Así es la vida.

Aunque la verdad no sé si sea posible escapar del destino. Ahora tengo que enfrentarlo

y esta vez no habrá papas que me ayuden. Hace poco cumplí diecisiete años, es cierto,

pero según una de las maneras de contar el tiempo que los alemanes tienen (hay que

reconocerles su lucidez) yo ya estoy gastando mi año de vida número dieciocho.

Page 61: Andres Acosta-Olfato

Esto solo es el principio de mi vida como vampiro y estoy casi listo para enfrentar mi

destino junto al profesor Bilova.

Capítulo 27 Tercera parte. En busca del olfato perdido

RECIÉN aterrizado de Berlín llegué a casa y me encontré con la mesa puesta.

En la cocina doña Mari abría y cerraba con fuerza las puertas de la alacena.

No tuve que esperar para ver el gran plato de mole negro que traía a la mesa.

Además, ella había guisado arroz y conseguido tortillas de maíz azul. Era su mejor

recibimiento. Podía no sonreír ni hablar mucho, pero demostraba su alegría cocinando

mi comida favorita.

Vaya aprieto, mi hambre había regresado, pero no se me antojaba el mole de siempre,

sino uno muy distinto. Me hizo gracia pensar que la misma palabra podía referirse a dos

cosas tan distintas. Me senté a la mesa e hice mi mejor esfuerzo. Tomé una tortilla y

probé el mote:

— ¡Gracias, doña Mari! Si viera cómo extrañé su mole andando tan lejos.

No es que ya no me gustara el mole de doña Mari; de hecho, olía estupendamente,

pero era como tragar el relleno de un cojín para llenar mi estómago. Solo me hacía

bulto en la tripa y tuve que dejar el plato a medias, alegando que la comida del avión

me había sentado mal.

—Ya ve, doña Mari, que dan puras cochinadas en esas charolitas de plástico.

Y subí corriendo a mi cuarto. Tenía los nervios de punta. La verdad es que el deseo de

sangre se había apoderado de mí y ya no podía pensar claro. Era lo mismo que me

sucedió la noche en que bebí la sangre del cordero, ¿Pero cómo iba a resolverlo?, no

era capaz de salir a la calle a morder a la primera persona que me encontrara.

Pensé en Draga con coraje, sin saber que ya me había escrito un correo electrónico

que yo todavía no había leído gracias a que se encontraba en la bandeja de los no

deseados. Draga me había mordido con su colmillo y me había convertido en un

fenómeno, en un monstruo, y luego me había abandonado sin avisar. ¿Por qué había

desaparecido Draga?, me pregunté una y otra vez mientras me fui quedando dormido.

Page 62: Andres Acosta-Olfato

No recuerdo haber soñado nada, fue como si hubiera estado viendo negro algunas

horas.

Me desperté de un humor de los mil demonios, con la cabeza a punto de estallar e

hipersensible a la luz. No soportaba ni el tic tac del reloj. Ya iba reconociendo esos

síntomas, tenía que hacer algo. Me puse la primera ropa negra que encontré y salí de la

casa tratando de que doña Mari no se diera cuenta.

Era tarde y las calles estaban oscuras; desde hace años, si se funde un foco en mi

colonia, nunca ponen uno nuevo. Mejor para mí Aspiré el aire y algo me dijo que lo que

buscaba con tanta ansia estaba a unas cuadras. ¡Ese olor! Había una lucha dentro de

mí: por un lado, necesitaba la sangre, salivaba nada más de olería a la distancia; por el

otro, no quería lastimar a nadie. No dejaba de pensar en mi mamá y sus congresos de

bioética, su cruzada contra la crueldad innecesaria hacia las personas y los animales.

Si ella hubiera estado conmigo en ese momento, seguro me hubiera recitado los

principios bioéticos universales. Si hasta escuché su coz con claridad: «¡No, Fulvio, no

puedes andar buscando gente inocente o animalitos inofensivos para morderlos y

exprimirles la sangre como si fueran naranjas!»

La voz de mi mamá se desvaneció, se la llevó el viento. Yo caminaba rapidísimo, como

si no me costara trabajo. ¿Adónde me conduciría el olfato esta vez? De pronto me

detuve a la entrada trasera de un edificio. No fue difícil reconocer el otro olor, siempre lo

he odiado. ¡Ah!, de eso se halaba. Subí por unas escaleras, pasé dos niveles de

estacionamientos y al llegar al primer piso me asomé por una puerta entreabierta.

Varias personas con gesto compungido se hallaban en una sala de espera; algunas

bebían café, otras daban vueltas y un par de mujeres lloraban tratando de consolarse

mutuamente.

Sentí la urgencia del llamado interior. Me deslicé un par de pisos arriba. Mi olfato me

guiaba sin tener que pensar, sin planear nada. Abrí una puerta y di con el olor desnudo

frente a mí. Me lancé de un solo impulso sobre una bolsa de sangre que empezaba a

fluir hacia el brazo de un chavo que estaba lodo entubado. A punto de perforar la bolsa

de sangre con mi colmillo, escuché que el chavo suspiraba entre sueños. Tal vez

Page 63: Andres Acosta-Olfato

estaba sedado. ¿Y si se moría por no recibir la sangre que yo estaba a punto de beber?

No pude evitar que la voz de mi mamá interfiriera: «¡Detente, Fulvio! Por muy vampiro

que seas, hijo, y por mucho que desees esa sangre, no se la puedes quitar a un

muchacho indefenso que la necesita más que tú.»

Luché conmigo mismo, contra mi instinto; ya mi colmillo esperaba bajo la lengua,

dispuesto a rasgar y ser bañado por la sangre. l-'ero lo dejé esperando. Yo era como

dos seres metidos en un solo cuerpo peleando entre sí. Recordé aquel sueño que tuve

en el motel de la carretera de Croacia hacia Sarajevo, ese sueño donde descubrí que la

cara del que peleaba contra mí con una filosa daga era idéntica a la mía.

La pelea conmigo mismo me provocó un dolor espantoso en el cuello, que fue bajando

hasta el pecho. De repente una enfermera entró al cuarto y me escondí bajo la cama.

Checó cada uno de los tubos y aparatos a los que estaba conectado su paciente. Luego

salió del cuarto y pude levantarme. No me sentía nada bien, pero seguro me

encontraba mejor que el chavo; lo habían atropellado o algo así y quién sabe si iba a

sobrevivir. Miré un segundo su cara (parecía la de un cadáver) y salí rápido del cuarto y

del edificio.

Al regresar a casa noté que la luz del cuarto de doña Mari estaba encendida a esas

horas: ella no puede dormir si no he llegado. Siempre sabe cuando no estoy. Me dolía

tanto el cuerpo que sólo pude ir a tirarme directo a la cama sin siquiera darle las buenas

noches.

Capítulo 28 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

NO ME PODÍA levantar. Parecía que alguien me hubiera puesto una paliza de aquellas.

Con trabajos me bañé y bajé al comedor. ¡Qué bruto! Era mi primer día de clases y

estaba hecha una desgracia. Doña Mari ya tenía preparado el desayuno.

— ¡Ay joven! Lo veo medio mal.

—No, no se preocupe, doña Mari, es el jet lag.

—Será lo que quiera, pero nunca le había visto esa cara.

Lo bueno fue que ningún maestro decía nada Importante, pero si así iba a estar todo el

curso, pues vaya... El maestro de armonía me pidió que me quitara los lentes oscuros

Page 64: Andres Acosta-Olfato

en su clase porque no estábamos en la playa. Por su culpa la cabeza me dolió horrores.

Qué mal la pasé. Los demás me miraban como si fuera un fantasma... y no andaban

tan errados.

Decidí dejar en paz las clases por el momento y me fui a dormir a casa. Doña

Mari llegó a mi cuarto con un plato de pancita bien picoso.

—Gracias, doña Mari, ahorita no se me antoja.

—No se haga, joven, si está crudísimo. Ayer llegó bien tarde, no crea que no

me di cuenta.

— ¡Ah, qué doña Mari! Ya me descubrió. Déjeme el plato y luego yo lo bajo.

— ¿Y qué, hoy va a salir también?

—Sí, yo creo que sí. Me invitaron a otra fiesta.

—Uy, nada más no se me vaya a empezar a descarrilar.

Doña Mari salió del cuarto y de inmediato fui al baño a echar por la taza la pancita, no

aguantaba el olor, Necesitaba dormir. Tal vez en la noche me sentiría mejor y podría

pensar con más claridad cómo resolver mi problema.

Pero por la noche me seguí de largo y ya no pude despertarme. O bueno, solo a

medias, cuando sentí que alguien estaba en mi cuarto. Escuché unas pisadas y creí ver

dos siluetas, una gorda y otra flaca, rondando por mi cuarto.

Al principio pensé que estaba soñando, pero de repente la silueta gorda, que resultó ser

una masa tan real como pesada, se aventó sobre mí. Luché con todas mis fuerzas por

quitármela de encima y lo logré, fue a estrellarse contra la pared y se escuchó un iPod,

pero para entonces el brazo de la silueta flaca ya me había puesto en la nariz un

pañuelo que olía a cloroformo y me desmayé. Simplemente me dormí de nuevo. No

supe nada de nada sino hasta que dieron las ocho de la mañana y entre sueños

escuché la voz de doña Mari:

— ¡Joven Fulvio, despiértese, despiértese! ¿No va a ir a escuela?... ¡Ay, Dios mío!, ¿y

ahora qué le pasó?

Doña Mari tenía razón para asustarse. Mi nariz estaba tan hinchada que casi no podía

abrir los ojos y me dolía nada más de hablar. Y, ¡pues eso!: no supe qué me había

Page 65: Andres Acosta-Olfato

pasado, pero era mejor dar una versión más simple para no complicar las cosas. Piensa

rápido, Fulvio, me dije.

—Ayer me peleé en la fiesta y me alcanzaron a acomodar un buen puñetazo.

— ¿Y por qué no me habló, joven?

—No, ya era muy tarde y no quería despertarla.

—Ni siquiera supe a qué horas regresó.

—Tarde, tarde.

—Sí que le dieron un buen tortazo, ¿eh? Hasta le reventaron el labio. Tiene sangre

seca. ¿No le habrán roto el huesito de la nariz?

—No, no se preocupe, doña Mari. Tráigame unos hielos y ya para la tarde va a ver que

se me quita.

—Se me hace que va a tener que ir al doctor.

—No, no es para tanto.

— ¿Y por qué anda de revoltoso usted?

—Fue una tontería. Ya pasó.

Doña Mari me trajo una bolsa de hielo ¡unto con unas aspirinas.

Mientras me ponía la bolsa sobre la nariz, trataba de entender qué había sucedido. No

parecía que se hubieran robado nada del cuarto: todo se veía igual. Y si algo hubiera

pasado en cualquier otra parte de la casa, doña Mari se habría dado cuenta.

Lo único anormal era que la ventana estuviera abierta. Seguro que por ahí habían

entrado. ¿Pero si no se robaron nada, entonces para qué habían entrado?

Capítulo 29 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

¡SI TE DESCUIDAS, en la ciudad de México hasta el olfato te roban! Estuve la mañana

entera tratando de oler objetos, y nada. Probé con una manzana y no sentí ni el menor

rastro de olor. Luego le pedí a doña Mari que me trajera un poco (le queso roquefort, y

tampoco (solo conseguí que me viera raro). Al principio creí que no podía oler por tener

tapada la nariz, pero conforme pasaron las horas empecé a recuperarme y mi nariz se

destapó y mi cara se desinflamó, Era increíble, después de haber amanecido con la

cara hinchada ahora me veía como si nada más me hubiera dado un golpe leve contra

la puerta. Eso sí, estaba toda vía más pálido que los días anteriores y me sentía débil y

adolorido.

Page 66: Andres Acosta-Olfato

Me alegró estarme recuperando rápido, pero entonces empezó a preocuparme el

hambre, que sentía de nuevo, ahora con más fuerza, y sobre todo mi falta de olfato. Si

no era capaz de oler un queso tan fuerte, ¿cómo demonios iba a encontrar mi alimento

la próxima vez?

La situación era muy extraña y al mismo tiempo me recordaba algo que ya había visto

antes; alguien pierde el conocimiento debido a una trampa, por ejemplo un somnífero

en la bebida; siente presencias extrañas en su habitación; despierta adolorido, con la

nariz como pelota, y no puede oler nada. Sí, la historia me sonaba sospechosamente

conocida. Mmmh...

¡De pronto me cayó el veinte! Antes de viajar a Berlín, una noche de insomnio había

visto en la tele un documental sobre el supuesto robo de olfatos que se estaba dando

en algunas zonas de la ciudad. Era uno de esos programas chafas que transmiten por

cable en el canal Iluminado. A pesar de que un señor con sombrero de cazador del arca

perdida y barba canosa presentaba sus investigaciones muy en serio, la verdad es que

me reí como loco. El documental se llamaba Ladrones de olfatos y también incluía una

de esas reconstrucciones dramatizadas con actores improvisados y mucha salsa

cátsup: Ni se las olía.

Había olvidado el asunto creyendo que se trataba de una de esas leyendas urbanas

que circulan por ahí. Tuvo que pasarme a mí para que empezara a creerlo. Googleé el

tema del robo de olfatos y en YouTube encontré algunos fragmentos del programa que

había visto aquella noche. Por suerte conseguí la parte final, que incluía los créditos.

Resultó que el escritor, el director y el editor eran la misma persona, y que a su vez esa

persona también era el productor y conductor: el tipo de sombrero y barba canosa, el

profesor Marcos Bilova. Googleé a Bilova y encontré el teléfono y la dirección de su

productora independiente de documentales; Bilova Investigation Films. Llamé al número

y una grabación me contestó que el teléfono estaba fuera de servicio, pero que no era

necesario reportarlo.

Page 67: Andres Acosta-Olfato

La dirección de la productora no estaba demasiado lejos. ¿Qué podía perder?... Digo,

¿qué más podía perder, aparte del olfato y de las clases que me había volado? Era

apenas el segundo día en mi escuela de música y ya estaba faltando.

Me puse un parche en la nariz y los lentes oscuros, y salí a la calle.

Capítulo 30 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

LLEGUÉ a una casa vieja, de paredes cuarteadas, y toqué la puerta pensando que

llevaba mal la dirección. No vi ningún letrero que indicara que ahí hubiera una

productora de documentales, pero abrió la puerta el profesor Bilova en persona, en

bata, con la barba canosa revuelta y peina do con cola de caballo.

Su bata era de un púrpura desteñido y tenía quemaduras de cigarro.

—Hoy no hay tour —dijo, y volvió a cerrar la puerta.

Toqué otra vez. Cuando abrió, metí el pie como todo un vendedor de enciclopedias

profesional.

—Oiga, no sé qué es eso del tour. ¿Qué no es aquí donde producen los documentales?

Yo vengo a... ¿Cuál tour?

—El de la casa embrujada. ¿No venías al tour? A eso vienen todos. Oleadas de gente

que quiere conocer una auténtica casa embrujada.

La verdad es que la calle estaba vacía. No había colas de gente ni nada por el estilo.

Desde la puerta, más que embrujada, la casa parecía una ruina también por dentro; el

yeso del techo cayéndose a pedazos, la duela podrida.

—Yo vengo a...

—No me digas —casi gritó el profesor cerrando los lijos—, déjame adivinarlo.

Mmmmmh, tú vienes porque necesitas mi ayuda.

—Pues sí.

—Ya sé. A ti se te perdió algo.

—Ah, sí.

—Te lo robaron, más bien.

— ¡Oiga, sí!

—Unos niños malvados te quitaron tu bicicleta y te pegaron en la nariz.

— ¡No, cómo cree!

—Bueno, pásale y me cuentas —-antes de cerrar la puerta, el profesor Bilova volteó a

ambos lados de la calle.

Page 68: Andres Acosta-Olfato

Entramos y me llevó a su oficina, un cuarto al fondo de un corredor, con un escritorio de

lámina oxidada y cajas de cartón y revistas apiladas por todas partes. Además el

profesor no limpiaba muy seguido: la silla que señaló para que me sentara tenía una

caja de pizzas vacía y unas latas de refresco. Si esa era su casa embrujada o su

despacho de la productora independiente, ¡ja!, yo era Supermán. Bueno, yo era un

vampiro al que le habían robado el olfato, que tampoco sonaba muy cuerdo que

digamos.

Pensé que tal vez me había equivocado yendo a parar con ese fracasado en vez de

buscar una solución más razonable a mis líos.

— ¿Sabe qué?, ya me tengo que ir. Me están esperando unos amigos.

Gracias por su amabilidad —le mentí mientras me acercaba a la pared para ver un

recorte de periódico con una foto del profesor de perfil, mirando hacia el horizonte; el

pie de foto decía: «investigador de lo oculto».

El profesor Bilova subió los pies al escritorio y cambió el tono de su voz. Ya no parecía

el de un fracasado en bata, sino el de alguien muy seguro de sí mismo, por ejemplo: un

investigador de lo oculto...

—Siéntate, no te acerques a la ventana. Lo sé todo. Pero allá afuera no es seguro. Es

necesario disimular. Tú entiendes, darle su hueso al sabueso, O, pensándolo bien, tal

vez era el tono de voz de un paranoico de primera.

—De veras, ya me tengo que ir, profesor. Otro día vengo con más calma, incluso me

enseña su casa embrujada, —Siéntate —y luego bajó un poco la voz pero manoteó

para decir—: Mira, aquí entre nos, ¡yo sé quién tiene tu olfato!

A continuación me desplomé en la silla.

Capítulo 31 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

ME QUEDÉ atontado un momento y luego reaccioné. Bueno, a lo mejor simplemente

vio mi parche en la nariz, y como él era el experto en el tema del robo de olfatos, solo lo

dijo para ver si era chicle y pegaba.

— Cuéntame los detalles y de una vez quítate esos malditos lentes oscuros, que ya me

tienen de nervios.

Page 69: Andres Acosta-Olfato

En cuanto me los quité, al profesor se le saltaron los ojos y bajó bruscamente los pies

del escritorio:

— ¡Pero, vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¡Un chupasangre de verdad!

Eso sí me dejó frío. Así que el profesor Bilova no era ningún fracasado, solo fingía.

— ¿Cómo sabe usted que soy un vampiro?

—Muchacho, ¡es mi trabajo! Tengo toda una vida dedicado a la investigación de lo

oculto. Esto se está poniendo interesante: normalmente los de tu especie son más

escurridizos. Debes de ser muy joven todavía —el profesor entrecerró los ojos—: ¡Eres

un novato! Pero cuéntame los detalles del robo, me interesan. Hasta la fecha no he

tenido acceso a un testimonio directo.

— ¿Quiere decir que su documental está basado en historias urbanas nada más?

—No, para nada. Es una investigación seria, lo único que me hacía falta era un

testimonio de primera mano: encontrar alguien a quien le hubiera pasado en carne

propia... digo, en nariz propia.

Le conté lo que sucedió desde que las dos sombras entraron a mi recámara hasta que

encontré sus datos en internet.

—Qué extraño, tu caso es un poco distinto a los que conocía: a los otros los pescaron

siempre en bares. A menos que... ¡Ya veo cómo fue! Aunque en esencia es lo mismo.

Te anestesian y te extirpan el epitelio olfativo.

— ¿El qué?

—Ese grupo de células que con unos pelitos microscópicos detecta los olores, y que

está situado detrás de la nariz, en la cavidad nasal.

—Con razón se me inflamó la cara y todavía me duele.

—Sí, porque te meten unas pinzas por la nariz. O sea que no les alcanzaste a ver la

cara a los que te arrancaron el epitelio.

—No, todo fue muy rápido y a oscuras, además de que estoy débil porque no he bebido

sangre. Solo sé que uno era gordo y el otro flaco.

—Ya, ya. Esos ladrones suelen ser violentos, pero no lo suficiente para vencer a un

vampiro. Un vampiro bien comido —meneó la cabeza—: ¡Todavía eres un inexperto!

—Hace muy poco que soy vampiro y ahora no puedo oler nada.

—Claro, ¿y qué es un vampiro como tú sin su olfato?

Page 70: Andres Acosta-Olfato

—Me siento como ciego sin él. Antes mi sentido favorito era el oído. Nunca creí que la

nariz llegara a ser tan importante para mí. Si me hubieran puesto a escoger mi favorito

entre los sentidos, al olfato lo hubiera puesto hasta el último lugar.

—Pues sí, muchacho, eres la prueba viviente que necesito para terminar de

documentar el tráfico demoniaco de olfatos que azota esta ciudad, pero ¡oh, desgracia,

eres un vampiro! Tu testimonio no me sirve para nada, cuando te quiera examinar algún

médico tus análisis de laboratorio lo van a enloquecer y se va a dar cuenta de que no

eres humano.

—Lo siento, profesor. Lo que yo necesito es recuperar mi olfato. Mi olfato me guiaba

para encontrar mi alimento.

—Bueno, eso de alimentarte tiene remedio, y por lo pronto es lo que urge. Te voy a

conseguir un donador.

— ¿Un donador de sangre?

—Alguien que voluntariamente te dé su sangre sin necesidad de que lo muerdas.

—La gente dona para transfusiones, eso lo entiendo, pero ¿quién le va a querer hacer

una donación a un vampiro debilitado como yo?

—Te falta mucho por aprender. Pero se me está ocurriendo algo. Mira, vamos a hacer

un pacto tú y yo... Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—Fulvio.

—A ver, ¿qué te parece, Fulvio? Tú y yo podemos hacer un pacto para ayudarnos el

uno al otro, A los dos nos va a convenir porque cada quien va a conseguir lo que más

desea —el profesor se hizo para atrás—. Eso sí, me perdonarás que esta vez no sea

un pacto sellado con sangre, ¿verdad que sí?, ja, ja.

Capítulo 32 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

DES PUÉS de que el profesor Bilova y yo hicimos nuestro pacto, regresé a casa a

prepararme para esta noche. El profesor me ofreció una solución a mis problemas a

cambio de que lo ayude. Me pareció justo aceptar el pacto, a pesar de los peligros que

tendremos que enfrentar.

La verdad era que no tenía opción, sin olfato no iba a ser capaz de encontrar mi

alimento yo solo sin lastimar a nadie. No tengo derecho a dañar a un ser vivo; la voz de

mi mamá siempre me lo reprocharía.

Page 71: Andres Acosta-Olfato

Antes de encontrarme a medianoche con el profesor Bilova, tenía tiempo de sobra para

cumplir mi cita virtual por Skype con mi papá. Por más que intenté, no dejé de provocar

otra de nuestras tontas discusiones sobre lo de siempre: música y tecnología. Estoy

seguro de que, en el fondo, los dos sabemos muy bien cuánto nos queremos el uno al

otro, solo que nos gusta hacernos la vida de cuadritos.

Cuando terminé de hablar con él me puse a googlear in formación sobre vampiros y sin

querer activé el buscador también dentro de mi equipo.

¡Bendita equivocación! Fue cuando encontré un resultado dentro de mi propia cuenta

de correo electrónico, que incluía un FAQ y unas Breves Instrucciones para ser un

Buen Vampiro. ¡Era el correo de Draga, Filtrado por error en la bandeja del correo

basural La carta de Draga, a pesar de no haberla leído a tiempo para evitar

descuidarme y que me robaran el olfato, ha sido lo mejor que me pudo pasar en este

momento. Sabía que ella no podía haberme abandonado sin una razón. Y vaya que era

una razón importante: la lucha contra ese demonio de Karadzic, el asesino de los

bosnios.

Le he contestado a Draga que su carta no solo es mi reconciliación con ella y mis otros

ex amigos, sino un arma para la batalla de esta noche, sobre la que le he contado a

medias y atropelladamente.

Decidido a salir, me puse las botas y mi chamarra de cuero preferida, la que más odia

mi papá, por estar forrada de estoperoles.

—Vengo más tarde, doña Mari.

— ¡Ay, joven!, no se me vaya a desbalagar, ¿si no luego qué cuentas les doy a sus

papas?

—Usted no deje de preocuparse, doña Mari, Yo me cuido solo.

Y justo antes de que pudiera salir a la calle, hace solo unos minutos, sonó el teléfono.

Ya veo por qué la gente grande dice que no hay dos sin tres. Había hablado con mi

papá, luego había leído la carta de Draga, ¡y ahora era mi mamá! Un trío perfecto.

Mi mamá es capaz de llamar a las horas más locas: le cuesta trabajo hacer las cuentas

de las diferencias de horario. Platicamos un rato.

Page 72: Andres Acosta-Olfato

—Mañana voy a tomar el barco nocturno a Estocolmo y de ahí me llevan a los fiordos,

así que no te puedo hablar hasta la próxima semana. Le dices a doña Mari que te

cocine algo rico. Y no te desveles, ¿en?

—Mamá, tú eres la que me desvela.

— ¿Por qué yo?

— ¡Son las once y media de la noche! Mañana me levanto a las seis porque tengo

clase a las siete —mentí.

—Ah, bueno, pues ya duérmete. Nada más te quería avisar. ¿Qué quieres que te lleve?

—Me traes una nieve de por allá.

— ¡Qué chistoso!

A pesar de que quería seguir hablando con ella, tuve que cortarla porque se acercaba

la hora de mi cita con el profesor Bilova. Y ahora sí ya estaba listo.

Qué buena suerte que antes de salir de la casa haya tenido contacto con las tres

personas que más me importan en el mundo: mi papá, mi mamá y Draga.

Estaba tan contento, hasta que de repente se me ocurrió que podía ser la última vez

que me comunicara con ellos...

Hoy, 11:32PM

Pongo adrede el pie derecho al salir de la casa y entrar en la oscuridad de la calle. No

es que sea supersticioso, pero quiero alejar mis pensamientos negativos sobre la

posibilidad de no volver a encontrarme con mis papas y con Draga. Doy unos pasos y

mejor me regreso, entro a la cochera y prendo la luz. Ahí está mi motocicleta,

esperándome como un fantasma con su funda blanca para que no se empolve. Mis

papas no quieren que la use cuando ellos no están. El único problema es que ellos

nunca están y ahora es una ocasión especial. Lo siento, tengo que usarla.

Avanzando por las calles vacías a esta hora, mi moto me hace sentir más seguro.

Comienza a lloviznar. Lo bueno es que el casco y la chamarra me protegen. Tomo la

avenida y me enfilo hacia la glorieta del metro Insurgentes.

Al llegar echo un vistazo desde arriba; no veo nada en particular, excepto un grupo de

muchachos vestidos de negro en el lado contrario. Rodeo la glorieta y bajo por la rampa

Page 73: Andres Acosta-Olfato

de la calle de Puebla. Atravieso el túnel que desciende y me acerco al grupo de

darketos, que están como en una reunión; parecen cuervos alrededor de la carroña. La

mayoría tienen la cara blanca y los labios negros o morados.

No termino de bajar de la moto cuando ya una avanzada de darketos se me acerca.

Son tres. El más grande y fornido me pregunta, pasando revista a mi chamarra y a lo

que se alcanza a ver de mi camiseta de KVR:

— ¿Qué quieres por aquí, pinche metalero? —y me empuja por el pecho.

—Nada, Me quedé de ver con alguien.

— ¿Ah, sí?, ¿con quién?

—Oye, ¿y a ti qué te importa?

—Después de las doce es nuestro territorio. Aquí solo darketos y góticos. No queremos

metaleros ni punketos y mucho menos emos. Se escuchan unos pasos detrás de mí;

los tres darketos miran por encima de mis hombros y volteo. Es el profesor Bilova,

aunque tardo en reconocerlo. Se ve menos viejo sin su bata agujerada. Es más, vestido

de negro y con el pelo suelto en vez de la cola de caballo, hasta parece solo un treintón.

—Hola, Marcos, ¿qué haciendo? —lo saludan los darketos con voz amistosa.

—Dejen a Fulvio, es aliado. Venimos por Justine. ¿No la han visto?

—Creo que por ahí anda, profesor.

Marcos Bilova y yo caminamos hacia la reunión de los darketos. Él es muy popular

aquí: todos lo saludan al pasar y en mí ni se fijan. No sé para qué necesitamos a la tal

Justine, pero él sigue preguntando por ella. Un chavo con mangas de encajes

larguísimos le dice que anda por el árbol que hay unos metros adelante.

Nos acercamos a una jardinera con muchas plantas y un gran árbol. Bajo las ramas

está oscuro, pero se alcanza a ver un resplandor metálico. Es el filo de un bisturí que

una chava sostiene en sus manos, mirándolo como si fuera de otro planeta.

— ¡Espérate, Justine, ya llegamos, no te cortes todavía!

—grita el profesor Bilova y se abalanza hacia ella.

Empiezo a salivar nada más de saber que estoy cerca de la sangre, la sangre que tanto

ansío. Mi colmillo roza la lengua por debajo y se apodera de mí un deseo de oler la

sangre de cerca, pero no tengo olfato y además no es el momento, así que lucho

Page 74: Andres Acosta-Olfato

conmigo mismo y eso me duele tanto como si me arrancaran las muelas. Es demasiado

fuerte. Me volteo para no ver más.

El profesor me habla. Logró detener a Justine a tiempo y me llama para que me

acerque a ellos. Justine es en verdad linda y melancólica a la vez; creo que no habría

podido ser otra cosa en la vida que una chava gótica. Sus ojos son increíblemente

tristes y hermosos.

—Ella va a ser tu donadora, Fulvio.

— ¿De veras? —digo, y no puedo evitar ponerme rojo. No sé porqué. Bueno, sí sé:

todavía me avergüenza tener que beber sangre como un animal. Me da pena ya no ser

humano. Justine parece adivinar lo que pienso, su mirada y su sonrisa son

comprensivos, aunque en el fondo de sus ojos no deja de haber tristeza, una tristeza

infinita. Me pregunto por qué.

El profesor Bilova dice que es mejor que vayamos a un lugar más privado, así que los

tres nos despedimos de la convención de darketos y góticos. Miro por última vez a esos

ilusos, enamorados de la vida vampírica. Con su ropa tan llena de encajes y bordados,

sin saber lo difícil que es ser un vampiro de verdad. ¡Solo son unos pósers!

Salimos de la glorieta caminando por la rampa hacia la calle de Puebla. De paso le

pongo el candado a mi motocicleta. Nos detenemos a media cuadra, frente a una casa

antigua, típica de la colonia Roma, que parece abandonada.

Justine mira hacia a todos lados antes de insertar una llave en la puerta.

—Mejor los espero afuera —dice el profesor, mientras Justine me toma de la mano y

me jala hacia dentro de la casa.

Capítulo 33 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

LA casa parece abandonada también por dentro, excepto por unas botellas de cerveza

que demuestran lo contrario y una colchoneta que no se ve muy higiénica. Justine sube

por unas escaleras de madera que crujen a cada escalón, sube muy segura de sí

misma y yo la sigo. Es un poco como de sueño estar aquí, a estas horas de la noche,

con una chica a la que ni conozco y que trae un bisturí en la bolsa. Pero confío en ella,

Page 75: Andres Acosta-Olfato

no porque el profesor me la haya presentado sino por su tristeza: no la creo capaz de

hacerle daño a nadie... excepto a sí misma.

Arriba hay una habitación limpia, silenciosa, y con una ventana que deja ver la luna y el

campanario de la iglesia de enfrente. Nos sentamos sobre la duela y Justine saca de

nuevo su bisturí. El filo de la hoja brilla con la luz de la luna. Sin pensarlo más, se

levanta la manga del vestido y acerca el bisturí a su brazo.

Tiene varias cicatrices horizontales, en paralelo, desde el hombro hasta el codo.

—Espérate, ¿qué vas a hacer?

— ¿A qué crees que vinimos?

— ¿Pero no te duele?

— ¡Claro que me duele!, por eso lo hago.

—No te entiendo.

— ¿Has escuchado Hurí, de Nine Inch Nails?

—Claro, me la sé de memoria: «I hurt myself today, to see if I still feel. I focus on the

pain, the only thing that's real»: «Hoy me hiero a mí mismo, para ver si todavía siento

algo. Me concentro en el dolor, la única cosa que es real».

—Soy una cúter, por si no te habías dado cuenta.

Nunca había conocido a una. Sabía que hay gente a la que le gusta cortarse, pero es

algo que yo no entiendo: ¿cómo puede alguien disfrutar lastimándose?

Tomo la mano de Justine y le digo:

—Quiero que sepas que te agradezco lo que vas a hacer por mí.

Ella suelta mi mano y contesta, con voz fría y mirándome fijamente a los ojos:

—No te preocupes. No es un sacrificio. De cualquier manera mi sangre se iba a

desperdiciar.

No sé cómo tomar lo que Justine dice, si alegrarme porque ella no sufrirá por mi culpa

(¡pero claro que sí le dolerá!, pienso al mismo tiempo) u ofenderme porque no lo hace

por mí.

De repente escucho la voz de mi mamá: « ¿Cómo puedes ser tan egoísta, Fulvio?

Piensas solo en ti y no te conmueves con el sufrimiento de esta pobre chica. No

deberías dejar que se haga daño. Tú eres el que está alterando nuestro ecosistema al

Page 76: Andres Acosta-Olfato

introducir una nueva especie: ¡tú mismo, un vampiro! Eres una especie que antes no

existía en este ecosistema y que llega para alterarlo, para interferir con su ciclo

natural...»

Pero ya es tarde para evitarlo. Justine se está cortando y yo me salgo de control al ver

su sangre... y eso que no la puedo oler. Estoy fuera de mí, con estas ganas

insoportables de lanzarme con fiereza sobre su herida y chuparla como el vampiro que

soy. Es terrible luchar contra la propia naturaleza, el instinto. ¡Cuánta razón tenía ese

sueño que tuve antes de llegar a Sarajevo, en el que la peor batalla era contra mí

mismo! Antes de que la sangre se derrame al piso, comienzo a bebería del brazo

cuidando no tocar la herida de Justine; no debo infectarla a ella con el virus vampírico,

no tengo derecho a hacerlo. Me siento como un cachorro alimentándose, pero un

cachorro extremadamente peligroso. El instinto es tan potente que siento el colmillo,

oculto bajo mi lengua, dispuesto a perforar y rasgar ante la menor provocación.

Poco a poco voy recuperando mis fuerzas. La sangre de Justine me nutre y me ayuda a

ser yo de nuevo. Gracias a su sangre ahora puedo seguir adelante con mi vida, aunque

no dejo de avergonzarme. ¿Pero no somos todos en este mundo unos vampiros,

siempre viviendo unos de los otros, chupándonos la sangre de distintas maneras?

Justine se acerca a la ventana, mira su nueva herida, repasa los bordes con su dedo y

ahí se queda, en silencio, bajo el rayo de la luna. Antes de que me vaya me da d

número de su celular; dice que puede ser mi donadora, que así su sangre ya no

manchará el piso. Me gustaría quedarme otro rato con ella, pero tengo que ir con el

profesor.

Me levanto con una agilidad que ya extrañaba. ¡Ah, qué satisfacción!, el profesor Bilova

está cumpliendo a la perfección con su parte del pacto.

Capítulo 34 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

—TENEMOS que ir por Silvia —dice el profesor en cuanto salgo de la casa.

— ¿Quién es Silvia? —Aunque no la conoces todavía, ya sabes quién es.

—No le entiendo, profesor.

—No importa. Ella nos va a contactar con las sombras.

Page 77: Andres Acosta-Olfato

Bueno, el profesor sabrá. Tengo que confiar en él. La verdad es que ya me siento como

nuevo, excepto porque me hace falta mi olfato. Vamos por mi motocicleta y él sube

atrás.

—Nada más no vayas muy rápido —apenas alcanza a decir, pero ya estamos sobre

Insurgentes a toda velocidad.

— ¿Adónde vamos? —En busca del olfato perdido, bueno, robado.

El profesor me va guiando por la ciudad. Dejamos Insurgentes y tomamos una avenida

que no se ve muy amigable a estas horas. Las paredes de las casas y de los negocios

están tan grafiteadas que ya no se distingue su color original, si es que alguna vez lo

tuvieron. Hay montones gigantescos de basura en cada esquina. Aquí lo único

agradable son los nombres de las calles, suenan bien: Bach, Schubert, Berlioz. Nos

metemos por un callejón y llegamos a Pedro Mascagni esquina con... ¡Richard Wagner!

Dicen que las coincidencias no existen.

Dejamos la moto y nos acercamos a una ventana rota. Antes de que el profesor toque,

se asoma un niño con una metralleta y nos acribilla- Lo bueno es que sus balas todavía

no dejan de ser de juguete.

— ¿Qué quieren? —nos interroga el niño apretando su arma contra el pecho.

Antes de que el profesor conteste, una mujer abre la puerta y nos hace pasar.

El profesor nos presenta y sigue con sus misterios; seguro es una deformación de su

oficio de investigador de lo oculto.

—Ya conoces a Silvia, aunque su cara sea Otra —me dice y luego se voltea hacia ella

señalándome con el pulgar—: él es Fulvio, otra víctima.

Silvia se pone roja y baja la mirada; le pide al profesor que no hable de eso frente a su

hijo, luego toma de la mano al niño y lo lleva a un cuarto para encender le la tele. El

profesor aprovecha para hablarme en privado.

—Ella es la carnada, Fulvio, solo que en la dramatización su papel lo interpreta una

actriz.

Ahora entiendo, el profesor se refiere a su documental Ladrones de olfatos, más

precisamente a la reconstrucción dramatizada Ni Se las olía. Silvia es la mujer que

Page 78: Andres Acosta-Olfato

engancha a los incautos en un bar para luego llevarlos a un hotel, drogarlos y dejarlos

listos para que les arranquen el olfato.

— ¡Entonces ella nos puede decir quién tiene mi olfato!

—Bueno, ella no sabe quién está detrás. Mejor dicho, no lo sabía mientras trabajó para

las sombras. Silvia solo trataba con los intermediarios. Se enteró de qué iba la cosa el

día que vio mi documental en la tele y entonces renunció porque no quería seguir

metiéndose en algo tan gordo; creía que solo se trataba de dejar a las víctimas sin

cartera y sin reloj, no de arrancarles un pedazo de carne. Tiempo después me contacto

para saber más sobre el asunto; estaba preocupada por ella y por su hijo. No sabía si

esos dementes iban a venir por ellos.

Silvia, que en la vida real no se llama así, sale del cuarto apresuradamente y le mete

llave a la puerta. Su hijo grita y patalea desde el otro lado pidiendo que no lo encierre.

—Tienes que hacer la llamada —le dice el profesor cogiendo un teléfono inalámbrico

que está sobre la mesa.

—Es que desde que los dejé plantados la otra noche que íbamos a hacer un trabajo, no

he hablado con ellos. Ya le conté a usted todo lo que sabía.

—Está bien, no tengas miedo. No andan sobre ti, porque se supone que no sabes lo

que ellos hacen; eso te protege. Simplemente diles que estabas enferma y como

necesitas dinero, vas a seguir trabajando para ellos; que te esperen en la esquina de

siempre.

Silvia duda un momento y luego marca. Mientras lo hace, el profesor vuelve a hablar

conmigo.

—De alguna manera, ella es la culpable de que te hayan robado el olfato.

—Pero si yo ni la conozco, nunca la había visto. Yo no voy a ningún bar, profesor.

—Lo que pasó fue que esa noche en que dormías en tu cuarto ya medio debilitado,

ellos tenían un robo pendiente, y como Silvia acababa de ver la repetición de mi

documental, pues los plantó. Entonces ellos, desesperados porque no tenían carnada

para cumplir el encargo del Coronel, decidieron entrar en la primera casa que

encontraron: la tuya. ¡Sí!, lo deduje en la tarde, cuando hablaba contigo: la oscura

esquina en la que siempre recogen a Silvia es la de tu casa

Page 79: Andres Acosta-Olfato

Me quedo pensando en lo que dice el profesor. Pero en todo caso la culpable no fue

Silvia, sino el profesor Bilova mismo. Si él no hubiera hecho su documental, ella hubiera

seguido levantando borrachos en algún bar y yo estaría muy quitado de la pena, en mi

casa, con la nariz entera.

Bueno, y lo que son las cosas, esos ladrones ni siquiera sabían que se estaban

llevando un tesoro de olfato: el súper olfato de un vampiro y no el de un simple ser

humano.

Capítulo 35 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

SILVIA habló por teléfono con sus cómplices y los citó donde siempre se ven, en la

esquina de mi casa, porque supuestamente los va a ayudar a poner a otro ingenuo en

sus garras. Pero esta vez, en lugar de encontrarla a ella se las verán con nosotros.

Y hacia allá vamos el profesor y yo montados en mi motocicleta, a seguirle la pista a mi

olfato. Por el camino, el profesor Bilova me cuenta cómo fue que se le ocurrió hacer un

documental sobre el robo de olfatos.

Resulta que existe un bar subterráneo donde se reúnen los seres más oscuros de la

ciudad; un bar de mala muerte, llamado El Rasguño, que seguido cambia de ubicación

para no ser descubierto por la policía, puesta que es ilegal. Como el trabajo del profesor

Bilova es investigar lo oculto, mediante sus contactos consiguió el pitazo de dónde iba a

estar cierta noche el misterioso bar. Así el profesor tuvo, por primera y única vez,

acceso al mítico recinto itinerante. Y la experiencia no lo decepcionó; una mujer ciega le

reveló, por unos cuantos pesos, las historias que se contaban alrededor de uno de los

personajes más siniestros que ahí se reunían: el Coronel, un tipo de cabello blanco,

lentes de pasta y barba de chivo, igualito a la caricatura de las cajas del pollo Kentucky.

Según la ciega, a ese tipo «se le metió el diablo» una vez que se encontró un anillo de

oro en las aguas negras y se lo puso. Dicen que el anillo le da poderes al que lo posee.

¿Qué tipo de poderes? ¡Quién sabe! El caso es que el Coronel, después de

desaparecer por un tiempo, regresó transformado y contrató a dos matones, uno gordo

Page 80: Andres Acosta-Olfato

y otro flaco, que se hacen llamar Moby y Dick, y a través de ellos empezó a traficar

olfatos humanos, arrancándoselos a personas vivas.

Al mismo profesor la historia le sonó increíble, pero se puso a averiguar y encontró un

par de reportes de víctimas de ese delito a las que la policía nunca tomó en serio, las

tiraron de a locas. Nunca hubo investigación oficial. Si normalmente la policía no

investiga los robos comunes, mucho menos lo hace tratándose del robo de olfatos.

— ¿O sea que estamos a punto de enfrentarnos con un monstruo blanco, como la

ballena Moby Dick? —le pregunto al profesor.

Según Herman Melville, el color blanco, que en muchas culturas se asocia a la pureza y

a la bondad, también es el símbolo de la maldad y del perfecto terror.

El blanco puede infundir más pánico que el rojo de la sangre, porque es un color elusivo

y espectral. Es el color del ectoplasma y los fantasmas; del polo norte y de la niebla. ¡Es

el color de la vejez! —dice el profesor agarrando sus barbas canosas—. Nos

enfrentaremos a tres monstruos, Fulvio. Tres monstruos que son uno: El Coronel, de

cabello blanquísimo, y Moby y Dick, quienes juntos son como la ballena blanca.

¿Sabes?, este monstruo es como una cebolla, vamos de afuera hacia dentro, desde la

capa más superficial, que era Silvia, hacia el centro. Ahora toca enfrentarnos contra

Moby y Dick. La batalla final se disputará en el centro, con el Coronel mismo.

—Todo esto es muy extraño, profesor. Pero lo más extraño es cómo les dio por robar

olfatos, ¿no cree?

—Sucede que el par de matones, el gordo y el flaco, fueron contratados por el Coronel

después de que leyó El perfume. Esa novela de Patrick Süskind disparó su locura, su

obsesión por el olfato. Les dijo a los matones cómo arrancarles a sus víctimas el

pedazo de piel de la parte trasera de la nariz y conservarlo en hielo, pero sin ponerlos al

tanto de qué iba a hacer con esos pedacitos de carne del tamaño de la uña de un

pulgar. Al principio echaron a perder uno que otro epitelio olfativo por no arrancarlo

correctamente, pero pronto se perfeccionaron.

—Lo que no entiendo es qué puede hacer ese tal Coronel con los olfatos.

¿Para qué los usa?

— ¡Tú no sabes el precio que un olfato puede alcanzar en el mercado negro

internacional! Imagínate que hay gente que paga millones de pesos a empresas

Page 81: Andres Acosta-Olfato

privadas por un simple viaje al espacio de dos horas, nada más para ver la Tierra desde

fuera y estar sin gravedad durante siete minutos; millones de pesos con tal de ver y

sentir algo especial, algo que no cualquier persona puede experimentar.

»E1 mundo del placer sólo es accesible a través de nuestros sentidos. Fíjate, Fulvio,

que el hombre siempre ha construido artefactos que compensen su cortedad ante la

naturaleza, sus límites sensoriales; el hombre construye telescopios, microscopios,

telégrafos, teléfonos, televisores, aviones, naves espaciales, aparatos que lo acerquen

a la verdad o a la belleza. La tecnología es eso, tratar de mejorar el hardware, el equipo

con que viene dotado el ser humano. Pero quién mejor que la naturaleza misma para

construir dispositivos compactos y eficientes. Solo que al hombre nunca le basta con lo

que tiene, nunca se conforma. Entonces la solución, según el Coronel, fue arrancar las

flores que la naturaleza cultiva, aunque esas flores estuviesen dentro de la nariz del

otro y hubiera que lastimarlo para obtenerlas.

»Así es como el Coronel, obsesionado con el tema del olfato, y ayudado por libros de

medicina y viejos tratados ocultistas que rastreó en librerías de segunda mano, un día

se convirtió en una especie de doctor Frankenstein que supo descubrir la forma de

implantar varios olfatos en una sola persona; los conectó en paralelo al bulbo olfativo y

consiguió elevar el promedio normal, que es de unas veinte millones de células

receptoras en cada nariz, a cientos de millones, llevando de esta manera la experiencia

de la percepción a otro nivel. Un nivel inimaginable, que solo algunos insectos, como

las mariposas nocturnas, conocen, porque ni siquiera los perros tienen un olfato tan

poderoso romo ellas.

» Desde entonces, el Coronel trafica internacionalmente con los epitelios olfativos y sus

clientes son millonarios excéntricos que van en pos de placeres inauditos.

—Y pensar que yo tenía ese olfato maravilloso del que usted habla, y lo perdí.

—Perdiste tu tesoro, pero todavía estarnos a tiempo para recuperarlo

Capítulo 36 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

EL PROFESOR Bilova me dice que guarde silencio. Sin darme cuenta ya llegamos a mi

calle, o sea, la famosa esquina oscura de los encuentros entre Silvia, alias la Carnada,

y los matones. Qué raro es andar por aquí, tan cerca de mi casa y, en vez de meterme

Page 82: Andres Acosta-Olfato

y seguir con mi vida normal, ponerme a espiar. Ahora me doy cuenta de que a la barda

de mi casa nada más le falta un letrero de bienvenida para los ladrones. La ciudad se

ha vuelto tan insegura que todos los vecinos ya tienen bardas electrificadas o al menos

con alambre de navajas, como si fueran campos de concentración, menos nosotros.

Tengo que decirle a mi papá que deberíamos poner algo... Aunque, pensándolo bien, la

próxima vez que alguien se atreva a entrar, lo va a pagar caro.

Justo frente a mi casa hay un coche negro, con dos hombres. Está oscuro, pero sí les

alcanzo a ver la cara; en cambio el profesor no se las distingue bien.

—Deben de ser ellos, ¿los reconoces?

—No vi sus caras esa noche, pero sí han de ser: uno gordo y el otro flaco.

—Bueno, aquí es donde entramos en acción. Este es el plan: hay eme darle la vuelta a

la manzana, les salimos por detrás y caminamos hacia ellos como si nada.

El profesor ni me pregunta si estoy de acuerdo: baja de la moto y yo lo sigo.

Me parece un plan sin plan, pero su paso es tan seguro que pienso que debe de

guardar un as bajo la manga. Damos la vuelta a la manzana y vemos el coche de Moby

y Dick, ahora por atrás, a unos metros. Seguimos caminando y al pasar junto a ellos el

profesor se acerca a pedir un cigarro al tipo con la cara chupada, que está al volante, y

que imagino que es Dick. Él hace un gesto de que no entiende y le pregunta algo al

gordo cara de niño que está a su lado, que debe de ser Moby. El gordo nada más

encoge los hombros y Dick decide bajar la ventanilla.

—Que si tiene un cigarro —dice el profesor.

— ¡Ah, sí!, tome uno y lárguese con su chamaco a otra parte, estoy ocupado — dice

Dick sacando una cajetilla.

— ¿Va a estar todavía por aquí un rato? Dicen que hay mucho ratero de olfato suelto.

Cuídese —le revira el profesor.

— ¡Queeé! —grita Dick volteando a ver a Moby. ¿Qué carajos quiere este payaso?

El profesor aprovecha la distracción de Dick para meter un brazo por la ventana y

apretarle el cuello, mientras con la otra mano le quita el arma que trae en la sobaquera.

En un segundo Moby ya tiene una pistola plateada, y gorda como él, apuntando a la

cabeza del profesor.

Page 83: Andres Acosta-Olfato

Es la segunda vez que nos amenazan con un arma esta noche, solo que las balas de

Moby no son imaginarias Sin pensarlo, con el puro instinto de hacer lo que debo, y mu

una velocidad que hasta a mí me asombra, tomo la muñeca de Moby, la retuerzo y le

hago soltar la pistola. Todo en un segundo. Ha sido tan rápido que ni los ladrones ni la

prole sor alcanzan a ver más que una sombra. La pistola desaparece de la mano de

Moby y ahora la tengo yo mientras que él se queja de un dolor en la muñeca.

¡Si esto es ser un lampir, si esto es ser un vampiro y tener fuerza y velocidad increíbles,

entonces a lo mejor no es tan malo!

El profesor y yo hacemos bajar del auto a la pareja de maleantes. Dick, con una vena

saltada en la frente, no se cansa de insultar a su gordo compañero diciéndole hasta de

qué se va a morir; le reclama que se haya dejado desarmar por un escuincle como yo.

—Ya perdóname, Dick. Yo siempre tengo la culpa de todo lo que te pasa. Sí no puedes

dejar de fumar, dices que es por mi culpa. Si tienes agruras, es por mi culpa...

—Así es, Moby, no me voy a cansar de decírtelo: ¡tú tienes la culpa de todo!

Por ti nos agarraron este par de lunáticos.

Mientras les apunto y ellos siguen discutiendo como si hubieran estado casados veinte

años, el profesor abre la cajuela del coche y encuentra una pequeña hielera, una soga y

unas pelotas de esponja.

—Perfecto —dice el profesor—. A ver, tú, gordito, amarra a tu compañero,

Moby voltea a ver a Dick con los ojos llorosos y empieza a atarlo.

—Lo siento, me están obligando a hacerlo.

— ¡Pero si estás feliz, maldito cerdo, te voy a arrancar los ojos a mordiscos!

Dick insulta a Moby con groserías que yo nunca antes había oído y patalea como niño.

El profesor le encaja una pelota de esponja en la boca y al fin descansamos de los

gritos de ese energúmeno con cara de Agustín Lara; luego le ordena a Moby que lo

meta en la cajuela, y los tres subimos al coche.

El gordo Moby va al volante, con el profesor Bilova a su lado, apuntándole a las costillas

con la pistola, y yo atrás.

— ¿Qué es lo que quieren? —pregunta Moby.

—Nos vas a llevar a la guarida del Coronel —dice el profesor.

Page 84: Andres Acosta-Olfato

— ¿Qué Coronel?

—No te hagas. Sabemos lo que hacen y para quién. Tenemos que hablar con él.

A Moby, algo se le atora en la garganta:

—Esto no le va a gustar nada al Coronel. Odia las complicaciones.

—Nosotros también.

— ¿Quiénes son ustedes?

—Las preguntas las hacemos nosotros —el profesor me voltea a ver—.

Siempre quise decir esa frase, je, je.

— ¿A quién le venden los olfatos? ¡Contesta!.

— ¿Los qué? No le entiendo.

—Ese pedazo de carne que le arrancan a la gente cuando está inconsciente.

— ¡Ah, eso! Yo no sé nada. Soy un profesional. Un verdadero profesional no sabe nada

—y grita—: ¿Verdad, Dick?

Desde la cajuela se escuchan dos patadas en la lámina del coche.

—Bueno, empieza a manejar y ya veremos si sabes o no sabes.

Capítulo 37 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

—AQUÍ es.

Nos detenemos frente a una torre hexagonal de no sé cuántos pisos de altura, cerca de

un edificio que parece una lavadora gigante. Nunca me imagine que el Coronel tuviera

su guarida en una zona tan cara de la ciudad como Santa Fe. El tráfico de olfatos sí que

deja. A menos que...

—Oiga, profesor, ¿no será una trampa? —le susurro al oído.

—Más le vale a este par que no sea así.

— ¿Y cómo vamos a entrar? Debe de haber seguridad.

—Él va a ser nuestra llave.

— ¿Qué quieren del Coronel? —pregunta Moby con voz quebrada, volteándonos a ver.

—Eso no te incumbe, gordo. Nos vas a llevar con él —el profesor acerca el cañón de la

pistola a los ojos de Moby, que bizquean.

Estacionamos el coche un poco más adelante, donde las ramas de unos árboles nos

cubren. Antes de irnos, el prole sor le ordena a Moby que abra la cajuela y enganche

los pies a las manos de Dick por detrás, de manera que ya no pueda patear la lámina.

Page 85: Andres Acosta-Olfato

Dick queda amarrado como para enviarlo por correo; la vena de su frente parece a

punto de reventar.

Ahora sí, los tres caminamos hacia el edificio. Moby va en medio mientras el profesor y

yo le apuntamos a discreción. Nos detenemos frente a la puerta de cristal, un cristal

muy grueso que el profesor golpea con sus nudillos. Desde atrás del mueble de la

recepción se asoma el portero, con los pelos parados y la baba escurriéndole; reconoce

de inmediato a Moby y nos abre la puerta así nomás, sin preguntar nada. Parece que

Moby acostumbra hacer entregas a esta hora y el portero no sospecha; es más, se ve

que no solo no sospecha sino que le importa un cacahuate lo que hagamos; ni siquiera

cierra la puerta: tengo que hacerlo yo, que entro al último.

El profesor oprime un botón y las puertas de uno de los elevadores se abren de

inmediato. Luego encaja la pistola en el costado de Moby y este oprime con su ancho

dedo el botón del piso 33, el último. Observo al gordo mientras subimos, tiene una cara

de niño impresionante; no sé cómo puede ser al mismo tiempo tan violento y dedicarse

a arrancarles pedazos de nariz a las personas. Parece inofensivo, pero todavía

recuerdo cuando se lanzó sobre mí aquella noche y casi me asfixia, si no es porque me

lo quité de encima antes.

No debo olvidar que Moby y Dick son una pareja de desalmados.

Por fin las puertas del elevador se abren en el piso 33. Moby se rasca la cabeza y repite

su cantaleta de que al Coronel no le va a gustar.

— ¿Cuál es la puerta? - pregunta el profesor Bilova.

—Esta —Moby señala la segunda—. El Coronel la deja abierta cuando sabe que voy a

venir.

Estamos a punto de averiguar si de veras es la guarida del Coronel

— ¿Cuál es el plan, profesor? —le pregunto esperando que no me responda que no

hay plan.

—El gordo va primero y nosotros lo seguimos.

El profesor le pica el lomo a Moby con la pistola para que entre. Él no entiende o se

hace el loco, porque no se mueve ni un milímetro; en cambio empieza a sudar, las

gotas le escurren por los cachetes.

Page 86: Andres Acosta-Olfato

—No, no —murmura.

— ¡Avanza, gordo! ¡Abre esa puerta de una vez!

—Déjenme ir. Ya los traje hasta acá.

—Nada de eso. ¿Cómo sabemos que no es una trampa?

— El Coronel me va .1 matar,

— ¡Cállate, no llores, gordo! Tan grandote y tan miedoso.

El profesor Bilova empuja con fuerza a Moby y él apenas se balancea un poco, ha de

pesar unos 180 kilos; oigo cómo el profesor corta cartucho y encaja de nuevo el cañón

de la pistola en la espalda de la mole que tenemos delante. Moby acerca su mano a la

perilla y, apenas la roza, la puerta se abre lentamente y nos deja ver una habitación de

paredes y muebles blancos. Junto al ventanal hay una mesa de trabajo con una

computadora, un microscopio, una lámpara verde, un pequeño refrigerador, frascos dé

colores y todo tipo de instrumentos de acero; bisturíes, pinzas y sierras.

—Siempre que llego, el Coronel está sentado en su mesa, de espaldas a la puerta. Yo

solo le entrego la hielera y ya. Eso es todo.

Por el ventanal se ve un abismo negro perforado por las luces de la ciudad; quién sabe

adónde se habrá ido la luna.

Apenas entramos, se abre una puerta al fondo de la habitación y sale un hombre casi

albino apuntándonos con una especie de bazuca.

—Los estaba esperando —dice ese hombre de lentes y barba de chivo, y es cuando

noto que trae puesto un traje plateado—. No crean que no me las olía.

— ¿Ah, sí? Pues ya estamos aquí y venimos a ajustar cuentas —le responde el

profesor apuntándole con su pistola.

El Coronel mueve las aletas de su nariz y nos grita:

—Sé lo que están pensando. Conozco sus miedos —y luego se dirige a mí—: Sé quién

eres, muchachito. Gracias a este eficiente olfato que hiciste el favor de donarme, puedo

rastrear incluso a su antiguo dueño. ¡Imagínate: un olfato que se huele a sí mismo y

detecta de dónde proviene! ¿A poco no es precioso? Déjame decirte que desde que

examiné tú tejido bajo el microscopio supe que no era un epitelio olfativo cualquiera.

¡No, para nada!

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Fíjate que me ha sentado de maravilla. Lástima que no haya más tiempo para

conocernos mejor, para tener una agradable charla estilo donador-receptor...

Y sin decir fuego va, el Coronel acciona su arma y una explosión de llamas nos

sorprende y nos ciega por un instante. En una fracción de segundo me lanzo sobre el

profesor para derribarlo y así evitar juntos la llamarada. Antes de que toquemos el

suelo, escucho un disparo. El profesor debe de haber accionado su pistola a media

caída. Siento el calor en mi espalda, pero por suerte hemos quedado detrás de Moby y

su enorme tamaño nos protege.

Alzo la cara y veo que el fuego se extingue. Solo quedan pequeñas llamas aisladas

lamiendo la alfombra, algunos muebles y... ¡Moby! Él está de rodillas en el suelo, con

un agujero sangrante en la nuca; termina de derrumbarse como en cámara lenta, choca

contra el piso y rebota para quedar de lado. Yo creo que de esta no se levanta, se ha lie

vado la peor parle del encuentro; además del balazo en la nuca, tiene todo el frente tan

rostizado que yo creo que ni su mamá lo reconocería.

El profesor sufrió algunas quemaduras, pero nada comparado con Moby; solo tiene

chamuscados parte del cabello y una mano que el cuerpo de nuestro salvador

involuntario no le alcanzó a proteger.

— ¡No dejes que se salga con la suya! ¡Ve tras él, Fulvio! Yo estoy bien.

Sin pensarlo, corro hacia el Coronel y, al mismo tiempo que lo tacleo y queda boca

arriba, su lanzallamas arroja fuego hacia el techo. El Coronel resiste sin problema el

calor que rebota del techo porque su traje de aluminio lo protege; en cambio yo no

soporto tanto, y sin querer suelto sus piernas. Cuando logro reaccionar, el techo está en

llamas y el Coronel ha desaparecido. Se fue por la misma puerta por la que entró. La

puerta está atrancada, tengo que tomar impulso para derribarla. Me enorgullece lo

fuerte que ahora soy, aunque no es el mejor momento para ponerse a pensar en estas

cosas, La puerta conduce a un dormitorio, donde me esperan una ventana abierta y

unas cortinas azules revoloteando, A esta altura el viento es demasiado fuerte.

Page 88: Andres Acosta-Olfato

Asomo la cabeza por la ventana y veo que afuera hay unas escaleras metálicas de

emergencia. Miro hacia ahajo y ni rastro del Coronel. Es imposible que haya bajado

treinta y tres pisos tan rápido, así que debe de haber subido al techo del edificio.

Capítulo 38 Tercera parte: Continuación de En busca del olfato perdido

DESDE el último tramo de la escalera de emergencia, antes de llegar a la azotea del

edificio, doy un brinco y me cuelgo del borde para asomar la cabeza y ver lo que hay

arriba. De repente un resplandor viene hacia mí a gran velocidad y me suelto. Por

encima de mi cabeza cruza veloz una potente lengua de fuego que ilumina la noche. La

libré de milagro, pero mi pierna ha quedado atascada entre dos escalones. El metal de

la escalera se calienta muchísimo. Con las manos trato de separar las barras de metal

que aprisionan mi pierna, pero están muy calientes y son demasiado gruesos.

Apenas logro separarlas un poco. Unos minutos antes estaba yo feliz de mi nueva

fuerza, y en cambio ahora... ¡No cabe duda de que soy un novato! Recuerdo las

instrucciones de Draga: «témele al fuego porque puede llegar a destruir a un lampir».

La lengua de fuego deja de lamer el meta! de la escalera, pero ahora veo una cabeza

blanca que se asoma y se inclina hacia mí y luego el cañón del lanzallamas

apuntándome. No me puedo mover, mi pierna sigue atorada a pesar de mis esfuerzos

desesperados por zafarme. ¡Esto es el fin! Por mi mente pasa la imagen de Draga

durante el concierto de KRV y luego la de su fotografía en blanco y negro mientras

corre bajo la amenaza del soldado nazi.

—Adiós, mi querido donador. Fue un placer conocerte antes de que te convirtieras en

carbón. Te prometo que estarás en mi próxima parrillada, aunque no precisamente

comiendo hamburguesas, ja, ja.

A continuación se escucha un disparo y una bala pasa zumbando por mi oreja.

Me enconcho y cierro los ojos; cuando los abro veo caer el lanzallamas, que rebota en

la escalera y luego sigue su trayectoria en el vacío.

Page 89: Andres Acosta-Olfato

Volteo hacia arriba y el Coronel está convertido en un muñeco de trapo, con medio

cuerpo colgando de la azotea. Esta vez la puntería del profesor no ha fallado: el agujero

en plena nariz del Coronel así lo demuestra. ¡Lástima!, hasta aquí llegaron mis

posibilidades de recuperar el olfato. Des-pues de ese balazo no debe de quedar más

que un hueco donde estuvo mi epitelio trasplantado.

Además de la sangre que empieza a chorrear, cae junto a mí un anillo que ha de

haberse deslizado de uno de los dedos del Coronel. La sangre me excita y a la vez me

repugna por ser de quien proviene. Levanto el anillo por curiosidad y antes de que haga

cualquier cosa con él, la voz del profesor me advierte:

— ¡No te lo vayas a poner! Déjame verlo.

Libre ya de la amenaza del Coronel me doy cuenta de que bastaba con relajar mi pierna

para desatorarla. Me siento mal, como todo un novato que por su culpa se ensarta a sí

mismo, igual que en el sueño que tuve en Viena: aquel sueño en el que yo mismo me

encajaba los clavos de la pared por tratar de huir del hombre con la suástica en el

pecho.

Bajo a ayudar al profesor; por suerte no está tan mal. Él observa como hipnotizado el

anillo y luego lo guarda en el bolsillo de su camisa.

Regresamos por la ventana al cuarto y vemos cómo el laboratorio del Coronel se

incendia con todo y Moby y las evidencias del robo de los olfatos. El profesor duda unos

momentos:

— ¡Qué lástima que no podamos rescatar nada, pero tenemos que darnos prisa para

salir de aquí! Está sonando la alarma contra incendios y quién sabe si los balazos se

hayan escuchado allá abajo y ya venga la policía en camino.

Es imposible llegar hasta la puerta del laboratorio a través del fuego, así que bajamos

un piso más por las escaleras de emergencia. Con mi bota rompo un cristal para abrir

una ventana y meternos en una oficina con carteles que anuncian ropa interior en cada

pared.

Page 90: Andres Acosta-Olfato

Llegamos a los elevadores. En el tablero se ve que hay uno que ya viene subiendo.

Entonces apretamos la flecha de bajada y tomamos otro. Abajo no se ve al partero por

ningún lado y ganamos la calle. Vamos por el coche de Moby y Dick para dejar por fin

este rumbo de rascacielos y edificios inteligentes y regresar a la ciudad de a de veras:

la grafiteada y sucia ciudad.

Mientras conduzco, el profesor rezonga:

—Todavía tenemos un paquete en la cajuela.

— ¿Qué hacemos con él?

—No nos sirve para nada, no puede decirnos más de lo que el gordo sabía.

Vamos con los darketos. Todavía les debo su regalito de Navidad.

Al llegar a la altura de la glorieta de Insurgentes el profesor baja la ventanilla y chifla. De

inmediato sube corriendo por la rampa un chavo alto con un largo abrigo de terciopelo

negro.

—Profesor Bilova, ¿qué se le ofrece?

—Mira lo que traemos atrás. Es para ustedes.

El darketo va, abre la cajuela y de un solo jalón se echa a Dick al hombro.

Vemos pasar al darketo de regreso mientras Dick dobla el cuello y levanta la cabeza

hacia nosotros, con los ojos llenos de terror y tratando de gritar.

Apenas se escucha un murmullo apagado.

— ¡Gracias, profe! ¡Luego la vemos! —se despide el darketo.

Lo vemos bajar por la rampa de la glorieta, desde donde sus amigos ya se asoman con

interés y se acercan corriendo a ver qué es lo que lleva al hombro. Los demás darketos

y los góticos rodean al chavo, cada vez llegan más; son como cuervos que terminan por

cubrirlo a él y a Dick, hasta que se vuelven una masa confusa y oscura.

Y yo que los creía más inocentes. No tengo la menor idea de qué puedan hacer con

Dick, pero no me gustaría estar en sus zapatos.

Arranco rumbo a la casa embrujada del profesor, será mejor que lo lleve a descansar.

Se ve agotado, solo mira como hipnotizado el anillo que se le cayó al Coronel. Me

gustaría saber qué es lo que piensa, pero no puedo oler sus pensamientos.

—Lástima que para salvarme, usted haya tenido que darle justo en la nariz al

Coronel —suelto de pronto.

Page 91: Andres Acosta-Olfato

El profesor Bilova sólo dice;

—Fulvio, eras tú o tu olfato. Desde la posición en que estaba yo, lo mejor era apuntarle

al centro de la cara. Si te sirve de consuelo saberlo, yo también perdí algo importante

para mí: la oportunidad de tener un caso perfectamente documentado de robo de

olfatos. ¡Mira, así es la Vidal, unos ganan y otros pierden —remata el profesor Bilova

colocándose el anillo del Coronel en el dedo y mostrándome los dientes al sonreír.

Epílogo

Ayer fue uno de los días más largos de mi vida. Dormí menos de tres horas, pero

aprendí a ser un buen lampir, con ayuda de Justine y del profesor Bilova, desde luego.

Bajo a la sala y prendo la tele. En las noticias dicen que durante la madrugada hubo un

par de ejecuciones y un incendio en una torre de Santa Fe. Las víctimas, un sujeto

obeso y un hombre de cabello totalmente blanco, ambos de aproximadamente cuarenta

años, tenían los típicos tiros de gracia en la nuca y en la cara respectivamente. Lo más

probable es que sus ejecuciones sean resultado de un ajuste de cuentas entre

narcotraficantes. El cuerpo del hombre obeso, que además estaba calcinado, se halló

en un laboratorio clandestino en el que se procesaba algún tipo de droga que hasta el

momento no ha sido posible identificar.

Doña Mari llega con una charola, me la pone enfrente y se me queda viendo.

—No supe a qué horas llegó ayer, ¿eh joven Fulvio? ¡Otra vez se fue de parrandero! Lo

raro es que hoy sí se ve muy repuesto, qué bueno, hasta le regresó el color. Le traigo

sus chilaquiles para que se vaya a la escuela bien desayunado.

—Gracias, doña Mari. Qué rico, estos chilaquiles huelen espantosamente bien.

¡¿Huelen espantosamente bien?! Pienso. ¡¿Será posible?! Subo corriendo a mi cuarto

para llamar al profesor Bilova.

—Vaya, Fulvio, ¡considérate afortunado! Te salvaste. Lo que ha de haber sucedido es

que, cuando te arrancaron el epitelio, todavía quedaron por lo menos un par de células

receptoras en algún lugar escondido de tu nariz y ya se te empieza a regenerar el

tejido. Si no te hubieran dejado al menos una célula, hubieras perdido tu maravilloso

olfato para siempre. Agradece que a Moby y Dick no se les haya pasado la mano

contigo, como le sucedió a su primer donador: casi lo dejan sin nariz,

Page 92: Andres Acosta-Olfato

— ¿Y de veras cree que me esté regresando el olfato?

—Sí, sobre todo con el poder de recuperación que los vampiros suelen tener.

Qué bueno por ti, Fulvio...

— ¿Pero por qué no me dijo antes que eso podía pasar?

—Mira, era solo una posibilidad, no quería darte falsas esperanzas; además, si te lo

decía, ¿qué tal si no me acompañabas a ir tras el Coronel, eh? Pero me disculpas,

Fulvio, luego hablamos, estoy en medio de algo... muy importante...

Cuelgo y me quedo pensando que la voz del profesor Bilova se oye diferente, o serán

mis nervios. ¡Qué importa!

Prendo mi laptop empiezo a escribirle a Draga un correo larguísimo donde le platico lo

que me ha pasado desde que nos separamos, cómo perdí y recuperé mi olfato, y que

ya soy todo un lampir, orgulloso de nuestra cepa...

Además, le digo que en diciembre Nine Inch Nails va a tocar en Budapest, que mi papá

no me va a poder negar el concierto como regalo de fin de año y que sería fantástico

que nos encontráramos de nuevo, rodeados de música, en aquella majestuosa ciudad

donde nos conocimos.

PD: Es cierto, como lampir todavía soy un novato, pero con el tiempo aprenderé a hacer

mejor las cosas y, justamente, tiempo es lo que ahora me sobra.