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A leer, como a casi todo, se aprende varias veces y algunas nos cambian. Aprendí, una de esas veces, a leer con Juan Carlos Rodríguez. Fue después de haber escrito tres novelas. Y lo que aprendí iba a cam- biar todas las que vinieron luego. A menudo los intérpretes de la literatura recurren a los párrafos en donde el escritor o la escritora se metaescriben, párrafos como cebos pues quienes escriben eso que dice ser literatura parecen necesitar a sus intérpretes y lanzan migas, y dejan rastros, pie- dras blancas. Los cebos se muerden; las pistas, las referencias, se siguen; se citan mil veces esas líneas en las que alguien dentro de la novela describe lo que la novela pretendió, el durmiente se despierta pero va a dar a otro sueño, el del narrador narrado, etcétera. Oír a Constantino Bértolo formular la pregunta “qué es lo que cuenta una historia con lo que cuenta” me había permitido despegarme de esas trampas, aprendí pronto con sus apéndices de la colección Tus Libros a abandonar las dos dimensiones en la lectura. Lo que un personaje declara o lo que dice el narrador, o en torno a qué guarda silencio es parte del escena- rio entero en donde no sólo caben, por ejemplo, las acciones de los personajes, sino las consecuencias de que sus acciones hayan sido ésas y no otras. Después empecé a escribir y luego a publicar. Y después, varios años y tres novelas después leí tres libros de Juan Carlos Rodríguez, Teoría e historia de la producción ideológica, La literatura del pobre, diversos artículos y el prólogo a Brecht siglo XX. Yo había comenzado escribiendo sobre el sustantivo, novelas nombre, novelas que trataban de que alguien nom- bra el mundo, un trozo de mundo. Poco a poco había ido descubriendo que no, que es el mundo quien nos nombra. No podíamos designar sino que nos desig- naban, Rimbaud tenía razón y nos equivocábamos al decir: Yo pienso, pues deberíamos decir: me piensan. Fue cuando pasé al verbo, como si en cambio sí pudiéramos actuar el mundo, hacerlo en parte o siquiera, lo que era aún menos, actuar en él. Pero tampoco. Este mundo nos actuaba. El dinero, el capi- tal, sus leyes. Con Juan Carlos Rodríguez comprendí que en el intento de mis personajes por decir soy libre no había un lugar alcanzado sino un punto de parti- da. No bastaba con contar sus modos de sofocar la libertad, ni siquiera su tranquila -porque a veces, en el mundo que tenemos, es tranquila- constatación de que no la tenían. Narrar, fui sabiendo, no trataba -como sí tantas novelas- del sujeto, de ese yo ilusorio que está asolan- do las estanterías. Narrar tampoco trataba del verbo aunque pudiese parecerlo, aunque el ir y venir por caminos marcados nos distraiga del peso de la vida. No. Narrar, en estos días, en este tiempo histórico, trata del predicado. Narrar es terminar la frase por- que no hay yo sino un yo soy, pero sucede que tanto el sujeto que dice yo soy libre, como el que se aventu- ra a decir, yo no lo soy, dejan la frase a medias, yerran sin querer. Juan Carlos Rodríguez nos enseña el pre- dicado ausente y para llegar a él, para hacérnoslo ver, para enunciar una frase que estaba delante pero en la que ninguno ni ninguna reparamos, nos entrega sus libros leídos, los escritos, sus horas sin final en la par- ticular mesa de biblioteca de un museo británico marxista invisible, sito en Granada o en cualquier lugar del mundo. Dice Juan Carlos Rodríguez que el predicado no es “libre”: yo soy “libre”; el predicado está después, libre es sólo la calle de dirección única que nos obli- gan a cruzar y a la salida espera el predicado comple- ISBN: 1885-477X YOUKALI, 15 página 49 JUAN CARLOS RODRÍGUEZ EL PREDICADO por Belén Gopegui

EL PREDICADO EZ - Youkali, revista crítica de las artes y ...sibilidad posible, ahora, en Deseo de ser punk. El pre - dicado que, una vez más, deniega el capitalismo, el Acceso no

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Page 1: EL PREDICADO EZ - Youkali, revista crítica de las artes y ...sibilidad posible, ahora, en Deseo de ser punk. El pre - dicado que, una vez más, deniega el capitalismo, el Acceso no

A leer, como a casi todo, se aprende varias veces yalgunas nos cambian. Aprendí, una de esas veces, aleer con Juan Carlos Rodríguez. Fue después dehaber escrito tres novelas. Y lo que aprendí iba a cam-biar todas las que vinieron luego.

A menudo los intérpretes de la literatura recurrena los párrafos en donde el escritor o la escritora semetaescriben, párrafos como cebos pues quienesescriben eso que dice ser literatura parecen necesitara sus intérpretes y lanzan migas, y dejan rastros, pie-dras blancas. Los cebos se muerden; las pistas, lasreferencias, se siguen; se citan mil veces esas líneas enlas que alguien dentro de la novela describe lo que lanovela pretendió, el durmiente se despierta pero va adar a otro sueño, el del narrador narrado, etcétera.

Oír a Constantino Bértolo formular la pregunta“qué es lo que cuenta una historia con lo que cuenta”me había permitido despegarme de esas trampas,aprendí pronto con sus apéndices de la colección TusLibros a abandonar las dos dimensiones en la lectura.Lo que un personaje declara o lo que dice el narrador,o en torno a qué guarda silencio es parte del escena-rio entero en donde no sólo caben, por ejemplo, lasacciones de los personajes, sino las consecuencias deque sus acciones hayan sido ésas y no otras.

Después empecé a escribir y luego a publicar. Ydespués, varios años y tres novelas después leí tres

libros de Juan Carlos Rodríguez, Teoría e historia de laproducción ideológica, La literatura del pobre, diversosartículos y el prólogo a Brecht siglo XX. Yo habíacomenzado escribiendo sobre el sustantivo, novelasnombre, novelas que trataban de que alguien nom-bra el mundo, un trozo de mundo. Poco a poco habíaido descubriendo que no, que es el mundo quien nosnombra. No podíamos designar sino que nos desig-naban, Rimbaud tenía razón y nos equivocábamos aldecir: Yo pienso, pues deberíamos decir: me piensan.Fue cuando pasé al verbo, como si en cambio sípudiéramos actuar el mundo, hacerlo en parte osiquiera, lo que era aún menos, actuar en él. Perotampoco. Este mundo nos actuaba. El dinero, el capi-tal, sus leyes. Con Juan Carlos Rodríguez comprendíque en el intento de mis personajes por decir soy libreno había un lugar alcanzado sino un punto de parti-da. No bastaba con contar sus modos de sofocar lalibertad, ni siquiera su tranquila -porque a veces, enel mundo que tenemos, es tranquila- constatación deque no la tenían.

Narrar, fui sabiendo, no trataba -como sí tantasnovelas- del sujeto, de ese yo ilusorio que está asolan-do las estanterías. Narrar tampoco trataba del verboaunque pudiese parecerlo, aunque el ir y venir porcaminos marcados nos distraiga del peso de la vida.No. Narrar, en estos días, en este tiempo histórico,trata del predicado. Narrar es terminar la frase por-que no hay yo sino un yo soy, pero sucede que tantoel sujeto que dice yo soy libre, como el que se aventu-ra a decir, yo no lo soy, dejan la frase a medias, yerransin querer. Juan Carlos Rodríguez nos enseña el pre-dicado ausente y para llegar a él, para hacérnoslo ver,para enunciar una frase que estaba delante pero en laque ninguno ni ninguna reparamos, nos entrega suslibros leídos, los escritos, sus horas sin final en la par-ticular mesa de biblioteca de un museo británicomarxista invisible, sito en Granada o en cualquierlugar del mundo.

Dice Juan Carlos Rodríguez que el predicado noes “libre”: yo soy “libre”; el predicado está después,libre es sólo la calle de dirección única que nos obli-gan a cruzar y a la salida espera el predicado comple- IS

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por Belén Gopegui

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to: libre para ser explotado, o explotada. No pode-mos, porque somos sujetos en y de la historia, saltar-nos esa calle, romper el predicado y decir solamenteyo soy madre, trabajadora, hijo, marginal o capataz.En la hendidura que se abre entre el “yo soy” y elpredicado, empieza un acto de narrar distinto. Parallegar a un nuevo predicado, tanto como para llegara un nuevo sistema del que esté ausente la libertad deexplotar, se fue fraguando otra literatura, la que meimporta, la que nos cuenta.

Aún estoy en el camino pero sé que desde enton-ces, desde Juan Carlos Rodríguez, comenzaron misnovelas del predicado. Lo real, esto es, ausencia aquíde un lugar intermedio donde alguien pueda nooprimir pero no ser oprimido. El lado frío de la almoha-da, intensidad contradictoria de quienes están hoy, yno pueden ser, en revolución. La colectividad indivi-dual que en El padre de Blancanieves vislumbra un pre-dicado diferente. La actitud y su adjetivo como impo-sibilidad posible, ahora, en Deseo de ser punk. El pre-dicado que, una vez más, deniega el capitalismo, el

Acceso no autorizado a la política o libre para hacer loque le hacen hacer, sólo donde esa libertad es vulne-rable el personaje se mueve.

Y seguir tratando de narrar ese yo soy que nopuede decirse porque, todavía, no puede ser.

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