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Entonces, no nos conocíamos. Los libros y las revis- tas circulaban lentamente a través del correo. La música popular tenía ventajas debido a la circula- ción del disco. Las artes visuales comenzaban a ser historiadas y las imágenes revelaban frag- mentos de una realidad en gran parte sumergida, a pesar de los extensos trayectos prehispánico, colonial y vanguardista. Efímero por naturaleza, el mundo de la escena permanecía oculto, per- didas las huellas de sus similitudes y diferencias. La Revolución cubana revitalizó el antiguo sueño latinoamericanista. Las relecturas de nuestro con- texto a la luz de las ideas que tomaban cuerpo en la segunda mitad del siglo XX hicieron evidente que, no solo el subdesarrollo sino también la balcaniza- ción eran resultante tangible del neocolonialismo. En uno y otro lugar, al margen de conexiones previas, los teatristas se planteaban la necesidad de refundar la escena mediante el rescate de su herencia popular, sobre bases alejadas de fórmulas paternalistas y populistas. Para lograr ese propó- sito había que recuperar el diálogo productivo con el público, renovar códigos periclitados. Conjunto surgió de la necesidad de conocer- nos, de tender puentes hacia un cambio creativo, a la vez teórico y práctico. Recorrer medio siglo de Conjunto es aleccionador. Hemos aprendido a conocernos a través de una prolongada espiral histórica que ilustra más que los manuales doctri- narios al uso, los estrechos vínculos entre cultura y sociedad. Por vía popular, la América Latina se expandió desde nuestras repúblicas hasta sus comunidades en los Estados Unidos, incluido el territorio colonial de Puerto Rico, mantuvo viva la resistencia ante las dictaduras que oprimieron gran parte del Continente. Establecimos nexos con el Brasil, cercano y distante. Compartimos festivales. Hemos asistido al resurgir de las prác- ticas mercantilistas. Pero seguimos estando allí, testigos y partícipes. Al evocar medio siglo, no puedo soslayar la presencia ejemplar de Manuel Galich, el fundador, ejemplo de la energía conjugada que dimana de la mente, el corazón y la carne de los individuos. Portador de una tradición indígena, víctima de la persecución desatada por las dictaduras guatemal- tecas, su compromiso de hombre y artista lo con- dujo a edificar un cauce de unidad prescindiendo de diferencias estéticas, abierto a la pluralidad renovadora, despejando caminos en favor de la auténtica emancipación de la América Latina. Graziella Pogolotti Ensayista y crítica cubana Presidenta de la Fundación Alejo Carpentier En el cumpleaños 50 de Conjunto , un relevo de opiniones en las voces de teatristas latinoamericanos y caribeños ha servido como pórtico a cada entrega. Para cerrar la celebración otros siete nos hacen llegar sus memorias y sus ideas acerca de la revista. HACE MEDIO SIGLO

Diego Sánchez - casadelasamericas.org fileLa cosa fue así: Corrían los años 60 y punta y ... como invitado del Festival de Teatro Latinoameri-cano, un evento en el corazón de

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Entonces, no nos conocíamos. Los libros y las revis-tas circulaban lentamente a través del correo. La música popular tenía ventajas debido a la circula-ción del disco. Las artes visuales comenzaban a ser historiadas y las imágenes revelaban frag-mentos de una realidad en gran parte sumergida, a pesar de los extensos trayectos prehispánico, colonial y vanguardista. Efímero por naturaleza, el mundo de la escena permanecía oculto, per-didas las huellas de sus similitudes y diferencias.

La Revolución cubana revitalizó el antiguo sueño latinoamericanista. Las relecturas de nuestro con-texto a la luz de las ideas que tomaban cuerpo en la segunda mitad del siglo XX hicieron evidente que, no solo el subdesarrollo sino también la balcaniza-ción eran resultante tangible del neocolonialismo. En uno y otro lugar, al margen de conexiones previas, los teatristas se planteaban la necesidad de refundar la escena mediante el rescate de su herencia popular, sobre bases alejadas de fórmulas paternalistas y populistas. Para lograr ese propó-sito había que recuperar el diálogo productivo con el público, renovar códigos periclitados.

Conjunto surgió de la necesidad de conocer-nos, de tender puentes hacia un cambio creativo, a la vez teórico y práctico. Recorrer medio siglo de Conjunto es aleccionador. Hemos aprendido a conocernos a través de una prolongada espiral

histórica que ilustra más que los manuales doctri-narios al uso, los estrechos vínculos entre cultura y sociedad. Por vía popular, la América Latina se expandió desde nuestras repúblicas hasta sus comunidades en los Estados Unidos, incluido el territorio colonial de Puerto Rico, mantuvo viva la resistencia ante las dictaduras que oprimieron gran parte del Continente. Establecimos nexos con el Brasil, cercano y distante. Compartimos festivales. Hemos asistido al resurgir de las prác-ticas mercantilistas. Pero seguimos estando allí, testigos y partícipes.

Al evocar medio siglo, no puedo soslayar la presencia ejemplar de Manuel Galich, el fundador, ejemplo de la energía conjugada que dimana de la mente, el corazón y la carne de los individuos. Portador de una tradición indígena, víctima de la persecución desatada por las dictaduras guatemal-tecas, su compromiso de hombre y artista lo con-dujo a edificar un cauce de unidad prescindiendo de diferencias estéticas, abierto a la pluralidad renovadora, despejando caminos en favor de la auténtica emancipación de la América Latina.

Graziella Pogolot tiEnsayista y crítica cubana

Presidenta de la Fundación Alejo Carpentier

En el cumpleaños 50 de Conjunto,un relevo de opiniones en las voces de teatristas

latinoamericanos y caribeños ha servido como pórtico a cada entrega. Para cerrar la celebración

otros siete nos hacen llegar sus memoriasy sus ideas acerca de la revista.

HACE mEdio siglo

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Sí, en mi computador tengo la revista Conjunto. Ya no tengo que esperar a que llegue en formato físico. Algunos dirán que no es lo mismo y tienen razón, pero los beneficios de la velocidad de acceso a la información en estos tiempos ya son algo bas-tante discutido, y para celebrar la efeméride de “una de las revistas más antiguas del continente” quisiera imaginar –y por lo tanto inventar– la lle-gada del primer ejemplar, que no necesariamente la primera edición, de la revista Conjunto a estas tierras, tan lejanas por ese entonces.

Será una narración basada en hechos reales.La cosa fue así: Corrían los años 60 y punta y

al por entonces joven cercano a los cuarenta San-tiago García (¿antes o después de que allanaran su oficina de la Universidad Nacional por poner en escena Galileo Galilei de Bertolt Brecht?) le llega a Bogotá una invitación de la Casa de las Américas, como invitado del Festival de Teatro Latinoameri-cano, un evento en el corazón de La Habana. San-tiago acepta la invitación y consigue el patrocinio del mismo sindicato que lo había apoyado para sus estudios en Checoslovaquia a principios de la

década del 70. Emoción de ver de cerca el gran proceso cubano después del Triunfo.

Maletas preparadas y espera por los tiquetes aéreos.

La distancia entre Bogotá y La Habana es de 2.225 kilómetros y se hace en vuelo directo en un tiempo de tres horas quince minutos, fácil. Pero el término “vuelo directo” para la época que ocupa nuestra imaginación, no existía para el trayecto en cuestión. Había que hacer escalas. Fácil, ahora también se hacen y si es por Ciudad de Panamá, hay que aumentarle al tiempo del viaje una o a lo sumo dos horas. Pero para la época de la que hablamos no había escala en Ciudad de Panamá, ni en México, ni en la República Dominicana, ni en Miami, ni en ningún punto del continente ameri-cano. Tampoco había escalas en la Península Ibé-rica, ni en la Europa cercana, no, la única escala existente estaba en Moscú. Sí, para llegar a la Cuba de los 60, había que llegar hasta Rusia y de ahí viajar a La Habana, es decir 20.522 kilómetros en línea recta, y solo vamos en la ida.

Empieza entonces el viaje de nuestro querido maestro que, saliendo de Bogotá, llega hasta París, vuela hasta Berlín Occidental, cruza El Muro, carné en mano, sale del otro Berlín rumbo a San Petes-burgo, luego a Moscú y ¡por fin! siete días después, puede disfrutar de la brisa caribeña en La Mayor de las Antillas. Cansado físicamente pero con el ánimo por delante disfruta del festival, da confe-rencias, dicta y participa en talleres, fortalece su mirada, ve un futuro posible, escucha con admi-ración el discurso del Comandante y entonces, en alguna charla informal, recibe de manos del propio Manuel Galich la edición más reciente de la revista Conjunto. En la noche, ya en el hotel, la devora de un solo tirón y como material precioso la guarda en su bolso de mano.

Ya en Bogotá –ahorrémonos el cansancio de los siete días de regreso– Santiago saca de su bolso de mano, “el material” que pasa de mano en mano, y ahora yace en el centro de docu-mentación del Teatro La Candelaria en la Calle 12 número 2-59 del barrio del mismo nombre, donde puede ser consultada con previa cita.

Diego SánchezActor y director

Teatro matacandelas

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YA “bAjé” El úlTimo númEro dE Conjunto

no quiEro quE mi Amor sE quEdE En El vACío

Mi muy querida Vivian, amiga y directora de esa revista, que por sentirla tan mía me parecía que no tenía que manifestarme, pero cuando leo todas esas lindas salutaciones de todos los de esta parte sandunguera del planeta, no quiero que mi amor se quede en el vacío: ¡Bravo por Conjunto! ¡Bravo por su brava gente! ¡Por esta y por otras razones, bravo de bravos otra vez!

Ahora que voy a cerrar Muestra, la revista de los autores de teatro peruano, que venía laborándola desde el 2000, me da más alegría tener Conjunto. No son malos tiempos los que me obligan a cerrar Muestra, son tiempos complejos y anecdóticos. Como nunca se abren en mi tierra muchas posi-bilidades de editar, aparentemente tenemos un despunte teatral, vamos a ver pues cómo viene la ola. Siempre he sentido a Conjunto, mi revista, nuestra revista, bravo, Conjunto. ¡Bravo!

Sara Joffrédramaturga peruana

Editora de Muestra, la revista de los autores de teatro peruano

¡Conjunto: PrimEros 50 Años!

La primera vez que viajé a través de Conjunto, fue muchos años atrás en los archivos de la redacción en Montreal de la revista Cahiers de Théâtre Jeu.

Allí, Conjunto estaba colocada en la pared junto con la publicación teatral canadiense en inglés Cana-dian Theatre Review (CTR), la revista de teatro de la Société Québécoise de recherche théâtrale (SQET), la revista de la Asociación Canadiense de Investigación Teatral, Theatre Research in Canada (TRIC), y así, con filas de revistas de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa. De inmediato, la publicación despertó mi interés debido a que la portada era muy atractiva visualmente, pero sobre todo porque era la primera vez que veía una revista de teatro en español dedi-cada por entero al teatro de las Américas.

Era 1970. Yo acababa de regresar de México, donde había pasado varios años enseñando en el Instituto Politécnico Nacional en el D.F., cuando el teatro y el cine mexicano habían sido puestos ape-nas sobre sus propios pies, sobre todo después de la expulsión de Alejandro Jodorowsky por sus pelí-culas “obscenas” y su inquietante “Teatro Pánico”. Poco después, Pánico y Jodorowsky se trasladaron al centro de atención de los teatros en París, en cola-boración con Roland Topor y Fernando Arrabal, los chicos malos hispanos de la escena teatral europea en los años 1960 y 70. Sin embargo, después de des-cubrir la revista Conjunto, traje a revisión muchos temas durante mi primer viaje a Cuba a finales de 1970, y en ese momento comprobé que era una publicación seria, bien informada, bien escrita, muy bien diseñada, como lo es hasta la fecha.

Los artículos de Conjunto van mucho más allá del ejercicio del periodismo tradicional. Cuando se debate un evento o un festival de teatro en Cuba o en cualquier otro lugar, cuando los materiales analizan una obra reciente o un libro sobre el tea-tro que acaba de aparecer, los autores son estu-diosos del teatro, profesores de teatro, actores, directores o dramaturgos, personas que tienen un profundo conocimiento de su objeto de estudio. Sin embargo, los textos son siempre accesibles al lector común, que no tiene que ser necesaria-mente un especialista en teatro.

Además de la publicación de los textos comple-tos de obras teatrales, Conjunto ha desarrollado una red de colaboradores en todo el continente americano, que mantiene su contenido al día en cuanto a las manifestaciones de teatro latinoame-ricano en otros países de la región.

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El artículo de la crítico teatral quebequense Eve Dumas, acerca de la escena canadiense –“Esce-narios canadienses”, publicado en el número 125, de 2002– nos trajo de vuelta a los orígenes emble-máticos del Festival de Teatro de las Américas (FTA), fundado en Montreal en 1985, cuando los canadienses realmente descubrieron la existencia del teatro latinoamericano. Entre las puestas en escena programadas en estos años llegadas de Argentina, Venezuela, Brasil y México, pudimos apreciar la notable obra del dramaturgo cubano Eugenio Hernández Espinosa, María Antonia, puesta en escena por Roberto Blanco. Dos años más tarde, llegó al Festival más teatro latinoame-ricano. El artículo de Eva Dumas estableció la cronología de la colaboración con agrupaciones latinoamericanas hasta el momento en que el Festival cambió su orientación y comenzó a mirar más de cerca al teatro europeo. Dumas cita de un valioso capítulo, publicado en un volumen de la historia del teatro de Quebec, en 2001 (editado por Dominique Lafont), en el cual se criticaba a la dirección del Festival por abandonar el teatro del subcontinente latinoamericano y al sostener que ¡no había teatro en esa parte del mundo!

Todos los críticos canadienses se sorprendie-ron, y fue Conjunto quien tuvo la previsión de publicar el excelente artículo de Dumas, que era tanto un comentario sobre los administradores de teatro en Quebec, como sobre la importancia del nuevo teatro de habla española de las Américas.

Desde entonces, otras formas de colaboración se han desarrollado, incluso la traducción del tea-tro de Quebec al español, gracias a la colabora-ción con el CEAD-Centro de Autores Dramáticos de Montreal, y la puesta en escena de obras de dramaturgos latinoamericanos que se ha dispa-rado en los últimos años. Todo lo que está bien documentado en esa edición dedicada a la escena canadiense.

Ese número también revela la manera en que Conjunto ha ampliado enormemente su visión en los últimos años, teniendo en cuenta los teatros de todas las Américas, incluyendo los dos idio-mas oficiales de Canadá, así como las represen-taciones en español que hacen los inmigrantes en Canadá y en los Estados Unidos. La edición dedicada a Canadá no enfatizó necesariamente en las puestas en escena en español, pero publicó las palabras de apertura de Hervé Guay y mías en ocasión de la reunión de la Asociación Inter-nacional de Críticos de Teatro (AICT) en Mon-treal. Canadá fue el país anfitrión del Congreso y nos invitaron a presentar una visión general de los teatros en lengua inglesa y francesa en este país durante los años 90. Apertura evidente de la publicación con una base cultural más amplia que es digna de elogio. Otro desarrollo intere-sante es la manera con la que Conjunto muestra mucho interés por los teatros del Caribe, donde las formas afrocaribeñas de representación tien-den a ser dominantes en lugares como Martinica, Guadalupe, Guyana, Haití, Jamaica, Trinidad y otras islas. Esta es una región donde el inglés, el francés y el creole son tan presentes como el español, y donde el papiamento y el holandés les siguen de cerca.

Fiel al espíritu de José Martí, la revista se ha convertido en una de las voces más impor-tantes del teatro, el drama y la representación para todos en Nuestra América, y es una publi-cación que se ha ganado nuestro respeto. Sin duda, debe continuar su trayectoria por otros 50 años.

Dra. Alvina RuprechtCrítica, investigadora y profesora canadiense.

Profesora émerita de la universidad de Carleton y adjunta de la universidad de ottawa

Conjunto ha sido durante medio siglo más que una revista, una canoa. Y es que sus páginas han tenido la virtud de navegar los siete mares, llevando al mundo entero noticias del quehacer escénico cubano y latinoamericano actual. Tomo prestada de Eugenio Barba la metáfora de la canoa de papel, en un gesto que busca dar cuenta de la apertura

que siempre ha tenido Conjunto al teatro interna-cional, reuniendo en sus páginas voces de creado-res e investigadores de los más diversos rumbos. La canoa Conjunto fue desde un principio y sigue siendo hoy un vehículo de divulgación indispen-sable para creadores latinoamericanos, que han encontrado en ella un espacio para el diálogo, la

lA CAnoA Conjunto

crítica y la reflexión. La experta tripulación de esta aparentemente frágil y sin embargo perdurable canoa , ha sabido enfrentarse a tempestades polí-ticas de los tiempos, sobreviviendo la Guerra Fría, el Bloqueo Económico y otros vendavales. Contra viento y marea, la canoa Conjunto se mantiene a flote y renueva, transformando hace pocos años su formato, circulando también por los océanos de internet para hacerse más accesible a nuevas gene-raciones de lectores. La vemos seguir su rumbo, perseverante, generosa, valiente, la vemos nave-gar incansable para tomar el pulso de la escena latinoamericana y otorgarnos la certeza de que el teatro es un ejercicio vital en nuestros países que, como la misma revista, sabe reinventarse, crear nuevos públicos, sacudir el poder y expandir sus horizontes. ¡Larga vida a la canoa Conjunto!

Antonio Prieto StambaughProfesor e investigador teatral mexicano

Editor de la revista Investigación teatral, de la universidad veracruzana

lA rEvisTA dEl TEATro PuErTorriquEño

Visité Cuba y la Casa de las Américas por primera vez en julio de 1977. Rosa Luisa Márquez y yo fui-mos recibidos por Francisco Garzón Céspedes y vi por primera vez ejemplares de Conjunto, la revista de teatro latinoamericano fundada y editada por Manuel Galich. Don Manuel no estaba presente en ese momento, pero le conocí en Puerto Rico en el verano de 1979 durante los Juegos Panamericanos.

Desde entonces comencé a recibir esporádica-mente a través de amistades otros números de Conjunto. Visité Cuba nuevamente en 1989 para colaborar con Osvaldo Dragún y otros en orga-nizar el primer taller de la Escuela Internacional de Teatro de la América Latina y el Caribe. Para entonces Magaly Muguercia había asumido la dirección de Conjunto y regresé a Puerto Rico con los números más recientes.

En Puerto Rico, en 1991, conocí a Vivian Mar-tínez Tabares. Sus artículos teatrológicos habían aparecido en Conjunto desde por lo menos 1984. Para 1993, se desempeñaba como jefa de redacción de Conjunto con la entonces directora Rosa Ileana Boudet. En el verano de 1994 Vivian hizo los arre-glos para que el grupo de teatro de jóvenes de la Universidad de Puerto Rico –el Taller de Imágenes– que yo dirigía, presentara funciones en la Galería Haydée Santamaría de la Casa de las Américas.

Desde entonces mis colaboraciones con Con-junto han sido constantes. Comienzan con mi ines-perada participación en el dosier “El ¿otro? teatro puertorriqueño” (Conjunto número 106, 1997) y han seguido con múltiples artículos sobre la con-dición del teatro puertorriqueño, informes críticos sobre Mayo Teatral (2002, 2004, 2012) y escritos sobre obras de Derek Walcott, el teatro de René Marqués; puestas en escena de Rosa Luisa Márquez, colaboraciones de Antonio Martorell, el trabajo de Deborah Hunt y su secuela de estudiantes-colabora-dores, el teatro callejero de la huelga estudiantil de la Universidad de Puerto Rico, el Teatro Bread and Puppet en Puerto Rico, etcétera.

En el proceso, Vivian Martínez Tabares se trans-forma de jefa de redacción a directora de Conjunto. Su interés en el teatro puertorriqueño ha resultado en estadías y representaciones en la Habana por Rosa Luisa Márquez y Antonio Martorell, Ivette Román, Aravind Adyanthaya y Lydia Platón, el grupo Agua, Sol y Sereno, la titiritera Deborah Hunt, el grupo los Jóvenes del ’98, la performera Teresa Hernández, entre otros, y de este servidor como director de un

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taller de máscaras durante Mayo Teatral 2012. De muchas maneras el teatro latinoamericano conoce el teatro puertorriqueño a través de las páginas de Conjunto. Como Puerto Rico no tiene una revista de teatro confiable, muchos ejemplos del trabajo inno-vador, comprometido y experimental no dejan un récord accesible a públicos prospectivos ni estudio-

sos. Por eso Conjunto también ha sido la revista del teatro puertorriqueño.

Lowell FietCrítico, investigador, profesor y director puertorriqueño

Editor fundador de la revista Sargasso de la universidad de Puerto rico

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Por esos días no había otra cosa sino el cartero. Te pasabas semanas, más bien meses, esperando. La llegada del correo era tan rara que cuando el sobre se deslizaba por debajo de la puerta, parecía un bicho que entraba jadeante y enardecido, dándote un susto explosivo, como de dibujo animado.

Pero se trataba de un bicho hechizado que venía de lejos, con su estampilla bonita y sellada, con su pretensión de haber sido tocado por muchas manos extranjeras, como un viajero agotado que final-mente llega a su destino después de tantos vuelos y descansos, atravesando funcionarios y miradas con-centradas en esa dirección que llevaba mi nombre.

Fue de los primeros correos que recibí y lo mostraba con orgullo. Es para mí, viene de Cuba y se trata de la revista Conjunto, que para ese momento, como yo, cumplía catorce años.

Visto ahora desde la galaxia internet, aque-llo parece un hechizo ingenuo. Un acto solemne elemental que viví a plenitud. Al llegar la revista, pasaba de inmediato al baño y ahí me encerraba con ella, porque de la estampilla había que ocuparse sin demora. Aclaro que a la filatelia la quise antes que al teatro, primero que a la literatura, y con más prisa que al amor. El sello lo separaba cuidadosa-mente con una esponja delicada y agua caliente y por un rato ahí nos quedábamos, estampilla, joven-cito y revista, esperando que todos se secaran.

Para este adolescente Conjunto era una recón-dita y seductora clase de teatro. Lo trataba todo; escritura, dirección, festivales y traía las grandes y monumentales buenas noticias deliberadamente inadvertidas en otros sitios. La revista era como un inmenso salón de clases en el que me enteraba de Buenaventura, Valdez, Leñero, Dragún, Goros-tiza, Pavlovsky y hasta de creadores que luego han sido grandes amigos, como De la Parra o Rovner. Conjunto, además, venía con una pieza editada como si fuera un regalo de misericordia para estos pichones de dramaturgos desconectados y

desinformados en aquella Venezuela tan hostil con todo lo que significaba ser de aquí.

Latinoamérica tenía un espacio privilegiado en mi biblioteca. Ocupaba en exclusiva los estantes que podía ver desde la cama y que me calma-ban antes de dormir. Con mis obras completas de Borges, los cien años de Márquez, con el inicio de plata del concierto de Carpentier, con los juegos de Cortázar, cohabitaban también las ediciones de Conjunto, siempre dentro de su sobre cubano de ensueño. Así, era posible dormir con la seguridad de que el continente quedaba resguardado y que seguiría en el mismo sitio al día siguiente, que no me lo arrancarían mientras soñaba.

Además, admito que con Conjunto cabía la posibilidad, aunque remotísima para mí, de que alguna vez pudiera formar parte de esas páginas. Tal vez, si lo pretendía con disciplina y recor-daba las lecciones que la revista me había dado durante aquella adolescencia de militancia alte-rada, estampillas ecuménicas, amores predilec-tos y amigos familiares, quizás sería posible. Pero la verdad es que ni siquiera fue creíble.

Sin embargo, como se sabe, la posibilidad es un arma poderosa. Y con cada número de Conjunto siempre me llegaron varias, más bien casi todas.

Como hoy, que junto a mi biblioteca reviso encantado los 50 años de Conjunto y encuentro entre ellas esa estampilla verduzca de 1979 que mostraba un rostro pícaro de Martí. Vaya cum-pleaños el de la revista que todavía tengo aquí, cerquita, secándose y lista para afianzarme en nuestra américa junto con los entrañables y suge-rentes sellos de Correos de Cuba.

Gustavo Ot tdramaturgo y director venezolano

Fundador del Teatro san martín de Caracasm

Conjunto Y lA EsTAmPillA